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Jefferson y Shakespeare: la deseducación y la lucha de clases en Estados Unidos

Dentro de un mes, un profesor de la Universidad de Míchigan ha sido removido de su clase por proyectar una versión cinematográfica de Otelo por Shakespeare, y la administración del alcalde Bill de Blasio ha declarado que removerá una estatua de Thomas Jefferson, con la Declaración de Independencia en la mano, del Ayuntamiento de Nueva York. El profesor, el compositor renombrado Bright Sheng, así como la estatua, hecha por el gran escultor francés David D’Angers hace casi dos siglos, han sido “cancelados” y tienen que ser escondidos de la vista porque proveen “pruebas visuales”, como lo diría Otelo, que el razonamiento iluminado y los ideales democráticos de la Iluminación son incompatibles con las necesidades de la clase gobernante.

Sheng, quien ha enseñado en la Universidad de Míchigan desde 1995, o fue removido o “dio un paso atrás”, como reportó el Michigan Daily, de su clase de composición de pregrado después de proyectar para la clase el film de Stuart Burge Otelo de 1965, figurando a Laurence Olivier en el papel del general norafricano que se casa con la hija blanca de un senador veneciano y últimamente la mata, celoso y envuelto de ira. Sheng proyectó el film junto con la enseñanza de la ópera Otelo por Giuseppe Verdi.

Una estudiante en la clase de Sheng relató al Michigan Daily que ella estaba “pasmada” cuando se dio cuenta de que un actor blanco estaba interpretando el papel de Otelo en maquillaje negro. Como ha explicado el WSWS, la negrura del maquillaje fue una elección antirracista por parte de Olivier, uno de los mejores actores shakesperianos del siglo XX. Quizás Sheng no diese tal información contextual a la clase, pero cualquier persona que veía el film debía haber podido distinguir el rendimiento por Olivier del héroe trágico Otelo de una instancia de la juglaría de Jim Crow. No obstante, el Michigan Daily se refirió al asunto como un “incidente de blackface”.

Laurence Olivier en Otelo (1965)

La administración universitaria, a través del decano David Gier del Colegio de Música, Teatro y Danza, reaccionó a la queja de la estudiante de una manera que hoy en día es predecible. Él sintió pánico. Adaptándose, él así como la universidad, a la perspectiva de la estudiante de pregrado, que claramente no sabía nada de Otelo y tal vez nada de Shakespeare, Gier reemplazó a Sheng con el profesor Evan Chambers y declaró que ahora, con Sheng y Shakespeare tirados a un lado, los estudiantes disfrutarían de “un ambiente de aprendizaje positivo”. O para emplear las palabras de la estudiante de pregrado pasmada, “un lugar seguro”. Por su parte, profesor Chambers declaró que la proyección del film por Sheng debe formar por sí sola “una acción racista”.

Otelo es una de las grandes obras de tragedia de Shakespeare. Interpretada por la primera vez en 1604, la obra es consciente y crítica del racismo, con el Otelo morisco representado comprensivamente y dado unos de los versos más bellos y poderosos de Shakespeare. Hablando de Desdémona, Otelo dice,

Me amaba por los peligros que yo había pasado,
Y la amé porque
los lamentaba.
Esto es la única brujería que he usado.

La obra también se trata de la malignidad y la violencia del celo. El Yago celoso y racista, el teniente de Otelo, es capaz con unas palabras bien consideradas e insinuaciones sutiles para envenenar el amor de Otelo por Desdémona con la sospecha y de hacer que él la mate. Ya minado por su propia inseguridad, Otelo es, como sabe Yago, enteramente vulnerable a la implicación de la infidelidad de Desdémona, para que el mismo esposo amoroso de los versos arriba más tarde pueda gritar, “¡La corto en pedazos!”

Como Otelo, las universidades de hoy, que deben ser depositarios e invernaderos del razonamiento de la Iluminación, de hecho están agitadas con las fuerzas antidemocráticas e irracionalistas de la política identitaria. Qué fácil es, con unas pocas palabras –“lugar seguro”, “blackface”, “racismo”– cancelar el razonamiento e investigación racional, los cimientos sobre los que la universidad se construye, y hacer que los administradores universitarios se huyan buscando protección. Así como con el movimiento #YoTambién, una acusación es una condena dentro del ambiente racialista de la academia contemporánea. Es la táctica de Yago, y ha sido usado por estratos desesperados de la clase media alta, promoviéndose a sí mismos y sus carreras con las tonterías reaccionarias de que la raza sea la medición de todo, que la superficie sea lo profundo, y que la verdad–la verdad histórica y científica incluida–sea subjetiva.

Thomas Jefferson, el fundador de la Universidad de Virginia, no creyó en tales cosas. Profundamente, radicalmente, Jefferson declaró que “todos los hombres son iguales” durante un período en que tal verdad era el contrario de “autoevidente”. Thomas Mackaman ha argüido, elocuente y fuertemente, la deuda tremenda que la humanidad le debe a Jefferson por la Declaración de Independencia. Mackman también señala que la decisión tomada por la administración Demócrata del alcalde de Blasio a remover la estatua de Jefferson del Ayuntamiento está relacionada con las cuestiones más grandes del momento:

No es un accidente que el ataque a Jefferson, la figura más estrechamente asociada con la igualdad en la historia estadounidense, se produzca en medio de una pandemia que se ha cobrado la vida de 750.000 estadounidenses y de un movimiento huelguístico emergente en la clase obrera. El objetivo de los demócratas es desviar el enojo social hacia un “ajuste de cuentas en materia racial” que deje intacto el capitalismo y la pasmosa desigualdad social que defiende.

Y aquí encontramos la contradicción. Los académicos y periodistas arribistas, como Ibram X. Kendi y Nikole Hannah-Jones, que se ganan la vida en el ambiente cultural y académico represivos que ponen la raza más allá de todo y promueven la división y la desconfianza para que se les pueda llamar los nuevos segregacionistas, son los beneficiarios de este ambiente pero no su fuente. Unos miembros demagógicos del Ayuntamiento de Nueva York quizás hayan conseguido unos puntos con los habitantes del distrito más desorientados por proclamar estar furiosos con una estatua de un dueño de esclavos que al mismo tiempo es el proponente más importante del razonamiento de la Iluminación, pero ellos también son meros funcionarios. Porque el racialismo tóxico que ejerce tanta presión sobre la cultura oficial estadounidense emana últimamente del Partido Demócrata y, a través de él, la clase gobernante.

En esta foto del 14 de julio de 2010, se muestra una estatua de Thomas Jefferson a la derecha en la cámara del Ayuntamiento de Nueva York (AP Photo/Richard Drew, archivo) [AP Photo/Richard Drew]

La élite corporativa y financiera ve claramente que la clase obrera está por alcanzar su punto de ebullición. La ira contra la explotación intensificada, en la forma de tiempo extra forzado y salarios estancados, y la consternación al ser expuestos al coronavirus en el lugar de trabajo han impulsado una ola de huelgas por todo el país y por todo el mundo. Más de 10.000 trabajadores de John Deere han estado en huelga desde el 14 de octubre. En Massachusetts, más de 700 enfermeros en St. Vincent Hospital han estado en huelga por seis meses, hartos de escaseces laborales y de suministros durante la pandemia, y en South Buffalo más de 2.000 enfermeros y personal de hospital en Mercy Hospital están entrando en la cuarta semana de su huelga, también protestando la escasez de personal, equipo inadecuado y salarios.

Trabajadores de producción alimentaria de Kellogg, mineros de carbón de Alabama y otros trabajadores han hecho huelga en sus lugares de trabajo durante los últimos meses, apenas evitando un contrato entreguista por sus sindicatos, por ahora, una huelga por 60.000 trabajadores de film y televisión sobre los salarios y la jornada. Mientras tanto en Sudáfrica, 170.000 metalurgistas están en la tercera semana de su huelga. En la mayoría de estas huelgas, los aumentos salariales que los obreros exigen son simplemente los que compensarían la inflación.

Con tal inquietud obrera, la clase gobernante –los financieros, las juntas directivas y los directores generales– se encuentra en una situación grave. A diferencia que durante los años de la Gran Depresión, Estados Unidos no controla un excedente de riqueza real, la generada por la labor. En vez, el gobierno está irremediablemente en deuda y, como la mayoría de las naciones industrializadas, mantiene sus bancos inversionistas y corporaciones grandes en funciones por comprar su deuda con billones de dólares por decreto. Tal efectivo imaginado es para los ricos, sin embargo, y no se da a la clase obrera. Como resultado, no habrá ningunos proyectos de gastos grandes, como la derrota de esta semana de las propuestas de gasto limitadas de Biden demostró claramente.

En ese caso, la élite tiene pocas opciones por sofocar una clase obrera naciente. Por su parte, los Republicanos están construyendo un fascismo estadounidense, la gobernanza abierta de mano dura. A través del Partido Demócrata, la clase gobernante continúa su estrategia de señuelo y cambio para mantener viva la esperanza, como con el proyecto de gastos de Biden, y emplea totalmente a la parte “progresista” del partido y a personajes como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Aunque estos personajes pseudoizquierdistas tengan el volumen y la furia, no significan nada.

Luego hay los sindicatos. Estas organizaciones, que no se parecen en absoluto a las organizaciones obreras de una época más temprana, durante los últimos cuarenta años han servido como una fuerza policial del lugar de trabajo, dando labor barata al capital y previniendo las huelgas. La actuación ya estaba desvaneciéndose antes de la pandemia del COVID-19, pero ahora que organizaciones como United Auto Workers y la Federación Estadounidense de Maestros (AFT) están forzando a sus miembros a entrar en fábricas y salas de clase infectadas, los obreros se acercan a una revuelta abierta.

Los Demócratas tienen una disuasión más contra la revolución en su libro de tácticas cada vez más ineficaz: la política identitaria. La estrategia de dividir y conquistar es tan vieja que la política ella misma, y en los Estados Unidos la división preferida del Partido Demócrata ha sido la raza durante mucho tiempo. Como han demostrado historiadores progresistas como Bernard S. Bailyn y Victoria Bynum, la clase gobernante en este país desde el inicio ha impulsado la división racial –a menudo con la forma de legislación– para dividir y debilitar a la clase obrera. Junto con las obras de Bynum sobre el movimiento unionista multirracial y generalizado en el Sur Confederal, las instancias poderosas de acción laborista multirracial por todo el país durante el siglo XX ofrecen una reprimenda fuerte a los esfuerzos divisivos de los Demócratas.

Ingeniosamente, durante la era después del movimiento de derechos civiles, cuando la provocación racial abierta es anormal, los Demócratas han recurrido al veneno irracionalista del posmodernismo. El racismo, nos dicen, particularmente el racismo blanco contra los afroamericanos, es endémico en la sociedad estadounidense, inherente en la “blancura”. El Proyecto de 1619 del New York Times elevó esta afirmación peligrosa al nivel de un principio científico cuando Nikole Hannah-Jones declaró que el racismo reside “en el ADN” de la nación. Tal pensamiento emplea la ideología más asquerosa de los siglos XIX y XX y, como dijo David North en una crítica del Proyecto de 1619, “vagabundea en la tierra del Tercer Reich”.

El martes, la Universidad de Míchigan retiró su pedido por una investigación de Título IX de la proyección por Sheng de Otelo, y él fue declarado digno de volver a la sala de clase. Ninguna explicación, y ciertamente ninguna disculpa pública, acompañó el anuncio de este retiro. Tal conducta por parte de la administración sugiere la eficacia del clamor en nombre de Sheng que emergió de estudiantes, académicos y trabajadores por todo el mundo, más notablemente encabezados por el WSWS. También expone la bancarrota abyecta de una institución, y la academia en general, bajo la tiranía de la política identitaria.

No hay nada progresista o liberador, mucho menos marxista, en la basura propagada por los proponentes de la política identitaria. El juzgamiento subjetivo dirigido hacia un personaje histórico como Jefferson –la mera noción de que la historia sea una moralidad en que adoramos a los héroes inmaculados como si fuesen personajes de los cómics de Marvel (y esto es un insulto hacia los mejores cómics)– es intelectualmente reaccionario. Revela un entendimiento idealista de la historia que no puede aguantar el escrutinio y que no puede servir los intereses de la clase obrera revolucionaria. Décadas de recortes de la financiación de la educación pública y la promulgación de la retórica egocéntrica y santurrona de identidad han tenido un efecto desastroso en la consciencia histórica del público estadounidense, para que incluso los jóvenes de la clase media más listos y cultos estén intelectualmente deshabilitados por el subjetivismo y el racialismo.

El miércoles, fuera del Colegio de Música, Teatro y Danza de la Universidad de Míchigan, un grupo de estudiantes con un entendimiento pasajero del caso de Sheng no obstante habló sumariamente sobre la cuestión y usaron el lenguaje del racialismo en el que han sido sumergidos. Sheng fue declarado “problemático”. Ni las intenciones de Sheng ni las de Olivier debían ser consideradas porque, esos estudiantes estaban de acuerdo, fue un caso de “la intención contra el impacto”. Uno de los estudiantes dijo tres veces que “una escuela con el poder y el dinero de la Universidad de Míchigan tuvo que expresar altos estándares y actuar rápidamente”. Todos estaban de acuerdo de que un actor blanco nunca podría interpretar a una persona negra (aunque la mención de la obra Hamilton, en la que un actor negro interpreta el papel del fundador blanco, sí extrajo ideas de la humanidad general a la que todos tenemos acceso). En ese caso, ¿qué es la actuación? ¿Qué es el arte? ¿Y qué se queda de estos logros humanos cuando acordamos que un “tipo” de persona nunca puede entender –o incluso intentar entender– a otro tipo? ¿Que necesitamos mantenernos en nuestro pasillo? ¿Que una persona es totalmente ajena de todos los demás, y que cada uno tiene su propia “verdad”? Uno recuerda las palabras del bufón de Lear: “Entonces, se apagó la vela, y nos encontramos en la oscuridad”.

Finalmente, un estudiante habló del “daño” sufrido por los estudiantes en la clase de Sheng. Tal como, sin duda, el “shock” que experimentó una estudiante al darse cuenta de que estaba viendo a un actor blanco. En 2021, no se puede echarle a un estudiante la culpa por ser sorprendido. ¿Pero “shock”? ¿“Daño”? Tal lenguaje histriónico emerge de los jóvenes como si fuese natural, pero ha sido inculcado en ellos cuidadosamente. Como dice Rosalinda sobre las afirmaciones de amor exageradas de Orlando en Como gustéis,

Pero éstas son mentiras; hombres han muerto
De vez en cuando, y
gusanos los han comido,
Pero no por amor.

El rendimiento de Olivier quizás sí incomodara a unos estudiantes, pero la sala de clase de una universidad es el lugar ideal para hablar de y analizar tal incomodidad. La universidad, es decir, provee un “lugar seguro” por las ideas, no en contra de ellas. Desterrar a Shakespeare y Jefferson es desterrar todo el mundo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 21 de octubre de 2021)

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