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Perspectiva

¿Por qué no hubo una resistencia organizada al golpe de Estado de Trump del 6 de enero?

Las audiencias en marcha ante el Congreso de EE.UU. sobre los acontecimientos del 6 de enero de 2021 han sacado a la luz varias verdades duras sobre el estado enfermo y precario de la democracia estadounidense.

Han demostrado de forma innegable que Donald Trump y sus aliados llevaron a cabo un intento serio y determinado de tumbar el sistema constitucional y establecer una dictadura presidencial fascistizante, que esta conspiración fue respaldada por un sector importante del Partido Republicano, los tribunales e indudablemente elementos en el ejército, que estuvo a pocos minutos (o quizás segundos) y pulgadas de tener éxito y que su fracaso no fue el resultado de ninguna resistencia organizada, sino de casualidades, falta de logística y experiencia, entre otros factores relacionados.

Este último hecho necesita ser subrayado. Los medios de comunicación estadounidenses se han dedicado eternamente a crear “héroes” pero no ha podido identificar a ninguna figura política identificada con la resistencia con alguna resistencia a la insurrección del 6 de enero, ninguna acción audaz o noble, ninguna fotografía oportuna, nada. Solo hubo políticos en plena huida, personas ocultándose detrás de sus asientos —ni una sola imagen, frase o gesto de oposición, ni un solo acto de confrontación, ni siquiera simbólica—.

Las audiencias continuas han puesto al descubierto la magnitud de lo acontecido. Han arrojado luz sobre hechos importantes e incluso explosivos. Pero estos hechos tan solo vuelven a plantear de forma más aguda la siguiente cuestión: ¿por qué esperaron 18 meses para informar al público de la realidad? De todos modos, no hay ninguna indicación que las audiencias serán utilizadas para proceder con alguna acción. El presidente Biden sigue refiriéndose a los miembros del Partido Republicano como “mis amigos”.

Nunca ha sido tan evidente que no hubo ningún intento ni antes ni durante el golpe de Estado de prevenirlo o detenerlo de ninguna forma. La distancia entre la magnitud de los crímenes y la pequeñez de la reacción es asombrosa.

¿Por qué estuvo tan cerca de tener éxito este golpe de Estado fascistizante?

Su preparación no fue un secreto; fue organizado en gran medida a la vista de todos. Trump pronunció sus planes una y otra vez en las semanas y meses previos a la elección de 2020.

En cada instancia, el WSWS señaló repetidamente a la amenaza en curso. Por ejemplo, en septiembre de 2020, comentamos que “Trump es un fascista abierto que conspira para erigir una dictadura presidencial… Si el debate [electoral] dejó algo en claro es que no aceptará el resultado de la elección”. En octubre, argumentamos que “Trump tiene una estrategia de robarse la elección, mientras que los demócratas no tienen ninguna estrategia para oponerse a ello”. Podríamos presentar una abundancia de citas similares.

Ninguna facción o individuo de la élite política intentó prevenir la operación criminal de Trump antes de que se llevara a cabo. Ninguno alertó a la población del inmenso peligro en enero de 2021. Los derechos democráticos del pueblo estadounidense se dejaron completamente desprotegidos para que una chusma fascista los pisoteara.

El propio 6 de enero, no hubo ningún intento de aplastar el golpe de Estado cuando estaba en marcha. Los partidarios ultraderechistas de Trump estuvieron muy cerca de asesinar a oficiales destacados del Gobierno de EE.UU. Biden no hizo ninguna declaración por horas. Tampoco lo hicieron Nancy Pelosi ni Charles Schumer. El ejército y las agencias policiales y de inteligencia se quedaron esperando a ver quien prevalecería.

La intentona golpista no fue detenida, meramente se disipó. Sesenta personas fueron arrestadas el 6 de enero, en un intento concertado y violento para derrocar un gobierno y Constitución vigentes por 232 años, en el Capitolio federal, ubicado en el centro de Washington D.C. y sobre la Explanada Nacional, en total. Solo diez de ellos fueron arrestados en el lugar de los hechos por entrar ilegalmente en el Capitolio, donde planeaban asesinar a los líderes del Congreso. Los planificadores del golpe, en su mayoría, llegaron a casa y “vivieron para luchar un día más”.

Si el golpe hubiera tenido éxito, los demócratas y toda la cúpula política y mediática lo hubieran aceptado. Su preocupación hubiera sido bloquear, desmovilizar y desmoralizar la oposición popular. Así como los demócratas aceptaron el robo de la elección del 2000, habrían aceptado la eliminación de lo que queda de la democracia estadounidense.

Si los demócratas hubieran planeado intervenir contra Trump y los golpistas fascistas, ya lo habrían hecho. No harán nada. Este es un partido imperialista, un partido de Wall Street y de los oligarcas, apuntalado por los sindicatos y los fanáticos de los temas de raza y género de la clase media-alta. Los demócratas temen un levantamiento de la población contra la extrema derecha, que todas las circunstancias actuales vuelven totalmente posible, mil veces más de lo que temen todas y cada una de las conspiraciones de la extrema derecha.

La principal diferencia de los demócratas con Trump mientras estaba en el poder era su manejo de la política exterior, particularmente la situación de Ucrania-Rusia. Querían que se concentrara más y fuera más agresivo contra el régimen de Putin; en esto basaron sus juicios políticos para destituirlo, no en las evidentes tendencias dictatoriales del presidente.

La inacción del Partido Demócrata en respuesta al 6 de enero, más allá de remilgos y quejas, no es una sorpresa. La AFL-CIO y el resto de las federaciones sindicales asumieron un papel igual de pasivo y criminal. En la era moderna, la resistencia a una dictadura de extrema derecha depende de la existencia de un movimiento de la clase obrera poderoso y políticamente atento. El 6 de enero, la AFL-CIO fue irrelevante. El entonces presidente Richard Trumka no hizo nada para movilizar la resistencia, no hizo ningún llamamiento a una huelga general ni a una protesta generalizada. La única intervención en este sentido fue la acción espontánea de los empleados de Twitter para desconectar la cuenta de Trump y silenciar sus provocaciones fascistas.

La jerarquía sindical estadounidense, rabiosamente chauvinista y procapitalista, no se molestaría en particular por una dictadura en Estados Unidos. Después de todo, ha ayudado a organizar bastantes de ellas en América Latina, África y otros lugares.

La falta de una oposición al 6 de enero también ocurrió en el mundo académico. ¿Hubo un solo intelectual destacado que se haya pronunciado u ofrecido un camino a seguir ante el golpe de Trump? El profesor Noam Chomsky observó acertadamente que los participantes del 6 de enero “estaban unidos en un esfuerzo por derrocar un Gobierno elegido”, pero luego procedió a culpar al “miedo [de los blancos] a 'perder nuestro país'” como causa de muchas de las dificultades.

Los autores Sinclair Lewis, Jack London y Philip Roth, entre otros, convirtieron el peligro fascista en Estados Unidos en una ficción convincente. Ahora que la amenaza es más real que en cualquier otro momento de la historia de EE.UU., vergonzosamente, los novelistas, poetas y dramaturgos no tienen nada que decir.

La pseudoizquierda de clase media-alta se negó a tomar en serio el intento de golpe de Estado. El historiador Bryan Palmer, por ejemplo, afirmó que los acontecimientos del 6 de enero no fueron una insurrección y se burló de quienes advirtieron de su importancia: “La hipérbole fluyó mientras el reguero de lágrimas crecía hasta convertirse en un maremoto”. La revista Jacobin adormeció a sus lectores argumentando que la “derrota” de la intentona del 6 de enero y su “rápido rechazo por parte de la élite política y económica dejó claro que actualmente hay una escasa base de apoyo en el Estado o entre el gran capital para un golpe trumpista”. Jacobin emitió este pronunciamiento inmortal: “El capital, al parecer, sigue comprometido con la democracia liberal”.

Lo que queda del “radicalismo” académico ha sido fatalmente infectado por la obsesión en torno a la raza y el género. Para esta gente, la categoría de clase ha sido abolida como indicador en la política. Mientras Trump elaboraba sus planes para un gobierno autoritario, las fuerzas de la política identitaria en Hollywood, en los campus y en los medios de comunicación se centraban maníacamente en la persecución y el enjuiciamiento de personas por acusaciones de abuso sexual. Para ellos, Harvey Weinstein, Woody Allen y Kevin Spacey representaban un peligro mucho más grave que las turbas fascistas.

La negativa de estos elementos a resistir el intento de la extrema derecha de apoderarse del Gobierno de EE.UU. se ha hecho eco en su actitud hacia la pandemia mortal del COVID-19 y la guerra por delegación de EE.UU. y la OTAN con Rusia, que amenaza con desencadenar una nueva guerra mundial.

Una enorme avalancha de dinero en efectivo ha corrompido los medios de comunicación, la vida académica y los círculos artísticos. El interés por los valores bursátiles e inmobiliarios y por sus carreras profesionales ha sustituido en gran medida la preocupación por las cuestiones sociales y el destino de las amplias masas.

Frederick Engels, en 1886, observó que en la medida en que la intelectualidad alemana había “establecido su templo en la Bolsa de Valores”, había “perdido... la aptitud para la investigación puramente científica, independientemente de si el resultado obtenido era aplicable en la práctica o no, si podía ofender a las autoridades policiales o no”. El “antiguo e intrépido celo por la teoría” había sido sustituido por “una ansiosa preocupación por obtener carreras e ingresos, descendiendo a la más vulgar búsqueda de oportunidades profesionales.” Ese proceso ha hecho metástasis en nuestros días.

Un solo movimiento acertó en sus análisis y advertencias diarias sobre el complot de Trump: el WSWS, el Partido Socialista por la Igualdad (PSI) y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

El WSWS es la expresión del papel objetivo y revolucionario de la clase obrera, y articula conscientemente la resistencia orgánica de los trabajadores al capitalismo

El WSWS es la expresión del papel objetivo y revolucionario de la clase obrera, y articula conscientemente la resistencia orgánica de los trabajadores al capitalismo. A medida que esta resistencia se acentúe, a medida que la militancia y la lucha abierta resurjan, la correspondencia entre el WSWS y las luchas de la clase obrera se hará más evidente y confluirán poderosamente.

El golpe de Estado del 6 de enero y la respuesta de toda la élite política al mismo demuestran que la oposición a la dictadura solo puede provenir de un movimiento que se base en la clase obrera y que luche por el derrocamiento del capitalismo. El WSWS no tiene que ocultar la verdad porque el programa del socialismo revolucionario corresponde a la lógica de los acontecimientos objetivos. El desenmascaramiento del capitalismo es fundamental para el desarrollo de un movimiento por el socialismo.

Aquellos que reconocen la necesidad de esta lucha deben tomar la decisión de unirse al PSI.

(Publicado originalmente en inglés el 30 de junio de 2022)

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