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El culto moderno del Día de la Independencia y el crecimiento de un movimiento fascista en Brasil

El bicentenario de la independencia de Brasil de Portugal en 1822 fue celebrado por la clase dominante del país, encabezada por el presidente Jair Bolsonaro, con un nocivo espectáculo de integración y tradicionalismo “cívico-militar”. Bolsonaro tuvo éxito en integrar al alto mando militar en manifestaciones de derecha que pedían la anulación de los resultados de las elecciones generales de octubre para garantizar su continuidad en el poder.

Estos esfuerzos ganaron el apoyo tácito de Portugal, cuyo presidente apareció junto al fascistoide jefe de estado de Brasil, y el imperialismo estadounidense, que envió buques de guerra para unirse a un desfile naval frente a las playas de Río de Janeiro.

Mientras tanto, la oposición encabezada por el Partido de los Trabajadores (PT) canceló las contramanifestaciones previstas y se centró en saludar la bandera nacional verde y amarilla. Acusaron a Bolsonaro de “secuestrar” una celebración supuestamente amada, que tuvo como uno de sus aspectos más destacados el transporte ceremonial desde Portugal del corazón —conservado en formaldehído— de Dom Pedro I, el príncipe regente portugués que en 1822 desafió a su padre, el rey Dom Joao VI de Portugal, y declaró a Brasil una nación independiente, convirtiéndose en su primer emperador.

Para promover la evidentemente falsa “popularidad” de las celebraciones, que en su mayoría son ignoradas por los trabajadores y a las que asisten solo las familias de los militares, el PT silenció todas las referencias a las contramanifestaciones del llamado “grito de los excluidos” el cual por décadas han sido realizados por sus “movimientos sociales” y sindicatos internos, prácticamente boicoteándolos.

Todo el asunto reaccionario se centró en la celebración de la “unidad” brasileña, ante todo su integridad territorial, que contrasta con la fragmentación de las regiones de las Américas colonizadas por los españoles. Para todos los representantes de la clase dominante, tal “unidad” confiere a Brasil un potencial único para proyectar poder geopolítico. El bajo rendimiento en la “política de las grandes potencias” ha sido la acusación central del PT contra Bolsonaro; el expresidente Lula inició su candidatura presidencial el año pasado en un viaje a Europa, donde se ganó el favor de belicistas como Emmanuel Macron y Olaf Scholz.

El chovinismo reaccionario de las celebraciones, incluida la semi-deificación del ex emperador Pedro I, tiene un sombrío precedente histórico: las celebraciones de 1972 del 150 aniversario de la secesión de Portugal.

En ese año, Brasil vivía bajo una sangrienta dictadura militar, que había sido inaugurada en 1964 con un golpe de estado apoyado por el imperialismo estadounidense. Llevó a cabo el aniquilamiento de las guerrillas rurales y la supresión total de la oposición obrera. En los siguientes cuatro años, el régimen brasileño colaboraría en el derrocamiento de los gobiernos nacionalistas-burgueses de todo el continente, participando directamente en golpes militares en Chile, Uruguay y Argentina que se cobraron más de 70.000 víctimas.

En esos “años de plomo”, como se los conoció, los militares brasileños optaron por traer las cenizas de Dom Pedro I desde Portugal para exaltarlo como el líder supuestamente visionario del establecimiento de una potencial superpotencia en el quinto país más grande del mundo.

El sentido del nuevo culto monárquico era enterrar cualquier legado democrático e igualitario del movimiento independentista, que en muchos sectores del país se inspiró en la Revolución Americana. Para los militares, Brasil debería celebrar las fantasías no realizadas de “gran poder” de su burguesía compradora, que no tenía nada que ofrecer a los trabajadores y los pobres. Los “logros” a saludar fueron el mantenimiento de un régimen prácticamente absolutista, completo con títulos nobiliarios vitalicios, catolicismo de Estado y un linaje directo a la nobleza europea, junto con la supresión de cualquier cuestionamiento a la explotación salvaje de 1,5 millones de esclavos de origen africano, que constituía una cuarta parte de la población del país.

Este régimen se fundó en virtual continuidad con la estructura establecida por el padre de Pedro I, el rey portugués, Don João VI, en la década anterior, después de que la corona portuguesa huyera de la invasión napoleónica. Junto con 8.000 miembros de la corte, desembarcaron en Río de Janeiro en 1808, elevándola a la capital portuguesa. La transferencia de la capital implicó inmediatamente la abolición de todas las restricciones comerciales y manufactureras coloniales impuestas a Brasil. Condujo a la declaración de un Reino Unido de Portugal y Brasil en 1815, cuando Dom João VI decidió trasladar la corte a Lisboa después de la derrota de Napoleón. Su hijo Pedro fue designado entonces como Príncipe Regente de Brasil.

La forma final de la declaración de independencia de 1822 fue una respuesta a los intentos en Portugal de restaurar el estatus colonial de Brasil, y resultó en el mantenimiento en el país de grandes sectores de la estructura del anterior “Reino Unido”—ante todo, el dominio de la Casa de Braganza. En tales condiciones, Pedro I se decidió por la secesión y su propia entronización para evitar la posible abolición total de la monarquía.

"¡Independencia o muerte! (El grito de Ipiranga)", de Pedro Américo, que representa la declaración de independencia de Brasil por Pedro I (Wikimedia Commons)

El gobierno de Pedro I se identificó principalmente con el cierre en 1824 de una Asamblea Constituyente liberal que estaba ideando un plan para una monarquía constitucional. En cambio, el emperador redactó una nueva constitución asegurándose el “poder moderador” para derogar cualquier decisión de los poderes legislativo y judicial.

El régimen que fundó Pedro I reprimió los intentos en casi todas las provincias brasileñas de declarar repúblicas abolicionistas independientes entre 1824 y 1844. Esto continuó incluso después de que el propio Pedro I abdicó en favor de su hijo de cinco años en 1831, para recuperar el dominio del trono portugués disputado por su hermano.

Las celebraciones de 1972 en honor al emperador Pedro I marcaron el final de un período posterior al derrocamiento militar del segundo y último emperador de Brasil, Pedro II, en 1889, enviándolo al exilio y aboliendo las tradiciones monárquicas. En su lugar, señalando promesas de reforma e igualdad social, los militares reconocieron como héroe nacional de Brasil al mártir republicano conocido como “Tiradentes” (“el extractor de dientes”), representante de las clases medias bajas de la colonia urbanizadora que fue el único castigado por un intento temprano de secesión y declaración de una república, la Conspiración de Minas Gerais de 1789. Como explican los libros de historia brasileños, Tiradentes fue ahorcado y su cuerpo desmembrado y exhibido, en la carretera que conecta la capital colonial, Río de Janeiro, al centro insurreccional de Vila Rica, para disuadir nuevas rebeliones.

La simpatía histórica evocada por Tiradentes se vio amplificada por el hecho de que más de una docena de otros líderes rebeldes, ya fueran de alta cuna o miembros del ejército o de la Iglesia, vieron conmutadas sus sentencias, y Tiradentes asumió toda la responsabilidad de la rebelión.

El 7 de septiembre de 2022, Brasil celebró su 200 aniversario en condiciones de un asalto sin precedentes a los niveles de vida y empobrecimiento masivo, junto con muertes y discapacidades innecesarias causadas por una abrumadora pandemia. La autodenominada oposición política “antifascista” a Bolsonaro ignoraba por completo esas contradicciones básicas. El PT temía sobre todo cualquier cuestionamiento de la historia oficial y el papel de los militares y molestar a los partidarios civiles de ultraderecha de Bolsonaro, a quienes el partido aún pretende rehabilitar en nombre de la “unidad nacional”.

El fuerte giro hacia la derecha dentro de lo que pasa por la “izquierda” en Brasil fue expuesto en una entrevista publicada por el sitio web Brasil 24/7 —vocero mediático del P— con uno de los principales apologistas de la pseudoizquierda del partido, el presidente del Partido Causa de los Trabajadores (PCO, siglas en portugués), Rui Costa Pimenta. Pimenta fue convocado para que ofrezca un pretexto “nacionalista de izquierda” a la vergonzosa capitulación del PT ante las manifestaciones fascistas de Bolsonaro al elevar el perfil de Pedro I y del propio Día de la Independencia. Pimenta proclamó el 7 de septiembre como una “fecha fundamental para Brasil”, y agregó que “Dom Pedro debe ser considerado como un héroe brasileño. Fue un admirador de la Revolución Francesa, un soldado y un líder militar. Él y la princesa Leopoldina estaban profundamente unidos a favor de la liberación de Brasil”. Concluyó: “Como nación independiente, Brasil alcanzó un nivel de desarrollo mucho más alto en comparación con los países atrasados”.

Esta narrativa es evidentemente falsa. Brasil cayó drásticamente en términos de ingreso per cápita en comparación con los Estados Unidos durante su período monárquico, y compartió todas las debilidades de las repúblicas fragmentadas de habla hispana que lo rodeaban. Pronto se convirtió en presa de los banqueros británicos y más tarde del imperialismo estadounidense. Pero, sobre todo, sigue siendo hasta el día de hoy uno de los países socialmente más desiguales, si no el más, del planeta, en el que una pequeña minoría puede amasar una riqueza fabulosa y soñar con “políticas de gran poder”, al lado de las omnipresentes favelas.

Pero por muy políticamente arruinadas y reaccionarias que puedan ser las ideas de Pimenta, éstas sirven a intereses materiales. Al igual que la obsequiosa observación del PT de la festividad, encarnan la adaptación del PT a los intentos cada vez más desesperados de la clase dominante brasileña de movilizar un apoyo derechista a través de la promesa de ventajas geopolíticas para unos pocos en la clase media alta, logrando una “posición mucho más alta” en comparación con otros países atrasados.

Las últimas celebraciones del 7 de septiembre han expuesto cómo Bolsonaro busca unir su base fascista sobre la base de una abierta hostilidad a la igualdad, exaltando las “divisiones naturales” entre los humanos, encarnadas en principios monárquicos y autoritarios, así como en su propio enfoque eugenista de 'dejar que el virus se propague' en la pandemia. La celebración del emperador de Brasil de principios del siglo XIX como el “poder moderador”, por encima de los legisladores y jueces, es particularmente importante y ominosa.

Los leales a Bolsonaro han sostenido durante mucho tiempo que el Artículo 142 de la Constitución de Brasil, que establece que el Ejército puede ser convocado por cualquiera de los tres poderes del gobierno, otorga a los militares tal 'poder moderador' en el caso de un

enfrentamiento entre diferentes secciones del poder del estado. En respuesta al crecimiento de un movimiento fascista en Brasil, la oposición liderada por el PT solo busca desorientar y desarmar a los trabajadores, mientras apoya el fortalecimiento del estado y el nacionalismo.

La restauración del reaccionario y repugnante culto monárquico en las celebraciones del Día de la Independencia de Brasil de este año suena como la sentencia de muerte de cualquier pretensión de aspiraciones de reforma social dentro de la clase dominante del país, que se prepara para un enfrentamiento con una clase trabajadora que no está dispuesta a aceptar la profundización de la pobreza y la miseria.

Para llevar adelante su lucha por sus derechos sociales y democráticos prometidos y nunca realizados, los trabajadores brasileños deben rechazar todas las formas de chovinismo y nacionalismo, y a sus promotores políticos dentro y alrededor del PT.

La retrasada burguesía compradora de Brasil no logró producir una revolución democrática burguesa significativa, como las de 1776 y 1861-1865 en los Estados Unidos, o 1789 en Francia. La integración mundial de la economía capitalista ha descartado cualquier posibilidad de tal desarrollo a nivel nacional.

La historia de Brasil y su actual impasse histórico brindan una poderosa confirmación de la Teoría de la Revolución Permanente de León Trotsky, que establecía que en países de desarrollo capitalista tardío, sólo la clase obrera es capaz de liderar la lucha por los derechos democráticos y sociales básicos de los masas oprimidas, al tomar el poder en una revolución socialista y establecer la dictadura del proletariado como parte de la lucha por el socialismo a nivel internacional.

Los trabajadores necesitan una estrategia socialista e internacionalista y la construcción de una nueva dirección política revolucionaria dentro de la clase obrera, una sección brasileña del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

(Publicado originalmente en inglés el 15 de septiembre de 2022)

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