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Perspectiva

El fascismo de Kanye West y la crisis de la sociedad y la cultura en EE.UU.

El apoyo abierto del rapero y millonario Kanye West al antisemitismo y hitlerismo es un episodio abominable pero no debería sorprender a ningún espectador de la crisis en desarrollo de la vida social y cultural estadounidense. West o Ye, como prefiere que lo llamen ahora, es producto de una sociedad y una cultura en condición terminal. Sus posturas actuales no se pueden entender sin asimilar cuestiones más generales.

El jueves, en una entrevista con el presentador ultraderechista Alex Jones y otro fascista, Nick Fuentes, West afirmó que la “prensa judía ha hecho que pensemos que los nazis ni Hitler les ofrecieron nada valioso al mundo… Pero [los nazis] también hicieron cosas buenas. Debemos dejar de menospreciar a los nazis todo el tiempo”. Luego, continuó, “Todo ser humano tiene algo valioso para contribuir, especialmente Hitler”. West también insistió en que el líder nazi “no mató a seis millones de judíos. Eso es como simplemente falso”. Más tarde el jueves, West tuiteó la imagen de una esvástica nazi dentro de la estrella de David, lo que provocó que fuera expulsado por Twitter.

Una de las figuras más prominentes y supuestamente “influyentes” en la cultura popular estadounidense del siglo veintiuno, con más de 160 millones de discos vendidos, ha emergido como un defensor del mayor asesino en masa y de los crímenes más horrendos de la historia mundial. La promoción habitual de puntos de vista derechistas por parte de figuras en la industria del entretenimiento en EE.UU., usualmente cuando se vuelven ricos y viejos, no es nada nuevo, pero este caso no tiene precedentes.

La diatriba de West se produce en el contexto de un aumento pronunciado de ataques antisemitas y crímenes de odio. La organización Anti-Defamation League (ADL) reporta que estos crímenes en EE.UU. alcanzaron su máximo histórico de 2.717 incidentes en 2021, un aumento de 34 por ciento sobre 2020. Los ataques a las instituciones judías aumentaron 61 por ciento comparado al año anterior.

¿Quién es Kanye West y qué representa? A pesar de las afirmaciones de que los artistas de rap son tribunas de los muy oprimidos, West proviene de una familia de clase media acomodada como muchos raperos. Su padre perteneció a los Black Panthers, un fotoperiodista para el Atlanta Journal-Constitution y, posteriormente, un “consejero cristiano”. Su madre fue presidenta del Departamento de Inglés de la Universidad Estatal de Chicago.

West no representa a los oprimidos ni a ningún sector de la clase trabajadora. Solo refleja el carácter fundamentalmente inauténtico del mundo del hiphop cuando imita a los elementos lumpen de la sociedad. Sus degradaciones casi obligatorias han sido aprovechadas por una industria discográfica milmillonaria para sus propios intereses financieros.

La emergencia de West como un antisemita hecho y derecho no es un fenómeno aislado. Después de todo, él y Fuentes recientemente fueron invitados del expresidente de los Estados Unidos y el líder de uno de los dos principales partidos políticos, Donald Trump. Varios republicanos están ahora furiosamente intentando borrar la evidencia en redes sociales de su apoyo o vínculos con West, pero la evidencia es indeleble.

La prensa y la élite política del país han respondido con airada indignación a los comentarios de West, pero los usuales gestos nerviosos y remedios liberales no harán que esto se vaya.

Las condenas de West de los medios estadounidenses, así como de Joe Biden y otros políticos demócratas, son intensamente hipócritas dado que el Gobierno de Biden actualmente está aliado con un régimen ucraniano infestado con fascistas que regularmente celebran la historia de la colaboración de los nacionalistas ucranianos con los nazis. En general, el apoyo manifiesto del rapero a Hitler coincide con una relativización y trivialización generalizadas de los crímenes del fascismo alemán.

En realidad, es imposible oponerse al fascismo con éxito sin oponerse al capitalismo. Esto fue cierto para la Alemania de la década de 1930 así como lo es hoy en Estados Unidos.

La basura antisemita brota inexorablemente de la crisis del capitalismo. El antisemitismo moderno apareció a fines del siglo diecinueve como parte de la respuesta de las élites gobernantes al crecimiento de una clase trabajadora masiva (especialmente después de la Comuna de París revolucionaria en 1871) y ante la amenaza del socialismo. Como lo hemos explicado los marxistas, “ Las clases privilegiadas —la burguesía y los intereses latifundistas aún sustanciales— procuran cultivar una base de apoyo masiva para defender el orden social existente”, especialmente entre elementos de la clase media amenazados por el desarrollo de la sociedad industrial.

La burguesía estadounidense, asediada y aterrada ante el crecimiento de la oposición a su dominio en capas amplias de la población de todo origen étnico, etc., necesita desesperadamente una distracción de la guerra, la pandemia y la desigualdad social. Consecuentemente, exuda veneno ideológico de todos sus poros. Para organizar una “unidad nacional” fraudulenta por encima de las divisiones de clase, la burguesía busca atizar el atraso social y crear falsos enemigos, como los musulmanes, los inmigrantes, los trabajadores recalcitrantes y ahora y nuevamente, “los judíos”.

Si este es el entramado general que da lugar al antisemitismo en el mundo del entretenimiento y los deportes (Kyrie Irving) en Estados Unidos, entonces también hay que tomar en cuenta la degeneración específica de la cultura.

Por décadas, la élite política ha cultivado el atraso social prácticamente sin oposición alguna. Desde los años setenta, en un proceso revitalizado con un nuevo “propósito” desde la disolución de la URSS a fines de 1991, la sociedad oficial estadounidense se ha dedicado a denigrar la solidaridad social básica y promover el individualismo en sus formas más rancias y antisociales.

Paradójicamente, también se le ha dicho a la población mil veces que enfrentarse al “mundo real” significa nunca tomar riesgos, alabar el “mercado libre” y reverenciar a las celebridades y el éxito.

Nada viciado —sea el patriotismo, el chauvinismo, el militarismo, la intolerancia religiosa, el conformismo político o el antiintelectualismo— es ajeno a la burguesía. Los lemas de la actualidad se convirtieron en “La codicia es buena” y “La fuerza funciona”, y se atribuyó la condición de los oprimidos a su falta de “responsabilidad personal”.

Con un mayor fervor que el de Henry Ford, aquellos en el poder declararon nuevamente que la historia era una “tontería” y promovieron deliberadamente la ignorancia, incluso en relación con las grandes tragedias del siglo veinte como el Holocausto. Para justificar su incansable serie de guerras sangrientas y neocoloniales, los líderes políticos estadounidenses adoptaron como nunca la técnica de la “gran mentira” y el idioma del submundo.

La extrema derecha hizo su propia contribución a la degeneración de la sociedad y la cultura, pero el Partido Demócrata y su órbita de “izquierda” aportaron al proceso a través de su giro hacia el tribalismo racial y de género, resaltando las cualidades más ensimismadas y egoístas de la clase media-alta.

Bajo estas condiciones, la cultura estadounidense ha sufrido gravemente. Han aparecido muchas tendencias deplorables, como el sadismo pornográfico, y la prensa ha aceptado algunas más que otras. De todos modos, casi nadie ni siquiera pestañea al presenciar la brutalidad más salvaje, que comúnmente es asociada con el “realismo” e incluso el “radicalismo”. Varios directores de cine compiten para ver quién logra el máximo nivel de frialdad y pesadez ante el sufrimiento humano.

El hiphop y el rap nacieron en estas circunstancias desfavorables. Si bien el rap temprano sin duda entrañaba un elemento anti-establishment en los años setenta, el género abandonó en gran medida y rápido su radicalismo. Aquí también cumplieron un papel definido varias tendencias sociales. Por un lado, los líderes oficialistas del movimiento de derechos civiles giraron hacia la derecha y repudiaron cualquier programa para mejorar las condiciones de los pobres. Algunas secciones de la pequeña burguesía afroamericana y de otras minorías apostaron al sistema de lucro y contendieron para recibir una tajada del saqueo. Los planes egoístas de “acción afirmativa” y los sueños de un “capitalismo negro” exitoso se apoderaron de la clase media-alta negra. La desigualdad entre los afroamericanos ha aumentado de forma exponencial y maligna desde los años setenta.

En medio de los aires reaccionarios de Reagan y Thatcher y, posteriormente, del triunfalismo capitalista postsoviético, el hiphop fue objeto de influencias muy negativas. Los comentaristas han señalado que, para inicios de los ochenta, lamentablemente los aspirantes a convertirse en artistas de rap eran los más mercenarios de todos.

La revista Pitchfork señala algo avergonzada que, desde sus inicios, “colectivamente, el rap siempre ha pensado en el dinero. La acumulación de riqueza y las vidas de ensueño son temas centrales del rap porque, por supuesto, es la música de las comunidades marginadas estadounidenses”. Pero, “por supuesto”, el rap no es simplemente la música de los “marginados”. Sobre todo, no existe ninguna razón predestinada por la que los oprimidos deban estar obsesionados con volverse ricos. Por el contrario, como lo demuestra la historia, los oprimidos en las circunstancias correctas se han aferrado al deseo de un cambio social progresista e incluso revolucionario.

De cualquier forma, independientemente del talento indudable e incluso las ocasionales habilidades brillantes de varios artistas de hiphop, la trayectoria general del género ha estado marcada por las tendencias sociales y culturales regresivas que han prevalecido.

Esto fue encubierto por los analistas de los medios de comunicación, los académicos y la pseudoizquierda, que justificaron los pecados del hiphop hasta un punto reprochable, glorificando el atraso y retrasando el desarrollo de una conciencia genuinamente anticapitalista.

Uno puede encontrar un centenar de artículos y ensayos que afirman que el rap es “la voz de un grupo que de otro modo estaría infrarrepresentado”, ensalzan “la cultura popular como una cultura de oposición: el rap como resistencia” y presumen de que, al estar forjado “en los fuegos del sur del Bronx, en Nueva York, y de Kingston, en Jamaica, el hiphop se convirtió en el toque de clarín de la rebelión juvenil y en un movimiento que definió una generación”.

El propio West surgió políticamente por primera vez como un autoproclamado portavoz de los afroamericanos, en la línea de un político racialista tradicional, afirmando, tras el huracán Katrina, que a George W. Bush “no le importa la gente negra”. Eso le valió los elogios de la Organización Socialista Internacional (ISO, ahora disuelta), que afirmó que “nunca hay que olvidar que Kanye es, en efecto, un hombre negro que vive en un mundo de blancos. Es un artista en una industria muy dominada por la explotación y la opresión”.

De hecho, el movimiento nacionalista negro siempre ha desprendido el hedor a antisemitismo.

En abril de 2022, mucho después de que West se uniera al bando de Trump, la revista Jacobin seguía defendiendo al artista, insistiendo en que sus “turbulentas payasadas y su desorden generalizado” eran “una pieza esencial de la extraordinaria –y extraordinariamente caótica— carrera que ha construido.”

Los comentarios antisemitas y prohitlerianos de West han provocado, con razón, disgusto e indignación generalizados. Estos reflejan la gran polarización social, cultural y moral que se está produciendo en Estados Unidos y en el mundo. La clase dominante y sus secuaces se tambalean cada vez más dramática y grotescamente hacia la derecha, desenterrando en el proceso toda la mugre y depravación a la que han recurrido en su historia de opresión y dictadura de clase. Los capitalistas no se detendrán ante nada.

Al mismo tiempo, sin embargo, el mismo estado de crisis avanzada está produciendo una radicalización masiva y molecular entre decenas y cientos de millones. Ese movimiento rechazará el racismo y la política racial, el antisemitismo, la política de la desesperación, la ignorancia y el atraso. Se basará en lo mejor de la humanidad.

(Publicado originalmente en inglés el 3 de diciembre de 2022)

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