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Lecciones de la huelga general de mayo-junio de 1968 en Francia

El siguiente discurso fue pronunciado en el Mitin Internacional en línea por el Primero de Mayo de 2018 del Comité Internacional de la Cuarta Internacional por Alex Lantier, líder de la sección francesa del CICI, el Parti de l'égalité socialiste (PES), fundado en noviembre de 2016.

En este bicentenario del nacimiento de Karl Marx, traigo los saludos fraternos del Parti de l'égalité socialiste (Partido Socialista por la Igualdad, PES). El Manifiesto comunista, la polémica de Marx contra la traición de los demócratas pequeño-burgueses a la revolución de 1848 y su condena de la masacre de la Comuna de París de 1871 le valieron la admiración eterna de la clase obrera en Francia. Y uno puede predecir con confianza que el actual resurgimiento de la lucha de clases, 200 años después de su nacimiento, solo fortalecerá el respeto que los trabajadores sienten por él en todo el mundo.

En Francia, en medio de la creciente ira contra los recortes sociales del presidente Emmanuel Macron y sus ataques con misiles contra Siria, junto con Trump, los trabajadores están en huelga contra la privatización de los ferrocarriles. Los estudiantes están ocupando universidades en toda Francia. Las pintadas “1968-2018” se han extendido por París. Todo el mundo está recordando la última gran experiencia revolucionaria de la clase obrera en Francia de hace 50 años: la huelga general de mayo-junio de 1968.

Estos últimos 50 años también responden a la pregunta que será decisiva en las próximas luchas: ¿quiénes son los marxistas en Francia? Es el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) y su sección francesa, el PES. El CICI solo insiste en la necesidad de un movimiento de la clase obrera internacional para tomar el poder del Estado, y lucha por la independencia política de la clase obrera contra los estalinistas, maoístas y todos los partidos pequeño burgueses que abandonaron el trotskismo.

Para comprender su papel contrarrevolucionario hoy, mirad lo que dicen sobre su propia historia. Todos afirman que la huelga general de 1968 no fue una situación revolucionaria. ¡Que mentira! En 1968, la clase obrera sacudió el capitalismo francés hasta sus cimientos. Después de una semana de sangrienta represión policial de las protestas estudiantiles, estalló una huelga general de más de 10 millones de trabajadores. Banderas rojas ondeaban en las fábricas en Francia. La huelga general planteó la pregunta: ¿la clase obrera tomaría el poder estatal en Francia en 1968, medio siglo después de que los trabajadores rusos tomaran el poder en 1917?

Dos factores principales evitaron el derrocamiento del capitalismo. El primero fue el papel contrarrevolucionario del estalinista Partido Comunista Francés (PCF), entonces el partido dirigente entre los trabajadores. Forzó el regreso al trabajo a cambio de aumentos salariales, desmoralizando a los trabajadores al traicionar la situación revolucionaria. El segundo factor fue que la huelga estalló durante el boom económico de la posguerra. La burguesía tenía recursos para hacer concesiones, comprar tiempo y preparar su contraataque.

Confiaba en grupos estudiantiles de clase media y antitrotskistas —los maoístas y los estudiantes ganados por el pablismo, la tendencia que había roto con el CICI en 1953. Para los hijos e hijas de la burguesía y la pequeña burguesía, una cosa era protestar; pero retrocedieron horrorizados ante el peligro de la revolución socialista, tal como surgió ante sus ojos. A lo largo de las décadas, se han convertido en partidarios acomodados del capitalismo, que apoyan abrumadoramente a Macron y la guerra. La mayoría de ellos se jactan de su papel contrarrevolucionario en 1968.

Durante la huelga general de 1968, cuando la policía se desintegró y cientos de miles marcharon en París, los líderes estudiantiles abrieron cada vez más discusiones con el ministerio del interior. “Nadie tenía idea de ir a apoderarse de un ministerio o marchar en el palacio presidencial del Elíseo. No teníamos la menor perspectiva política”, dijo el maoísta Jean-Pierre Le Dantec, quien respaldó a Macron en 2017.

En la marcha del 24 de marzo de 1968, los estudiantes pablistas establecieron guardias alrededor de los arsenales de la policía, para detener a los trabajadores si trataban de tomar las armas. En 2009, en Nouvel Obs, su líder, Alain Krivine, explicó: “Sabíamos hasta qué punto no deberíamos ir”. Elogió a Maurice Grimaud, el jefe de policía de París en 1968: “Por un lado, era el jefe de policía ... por el otro era un alto funcionario democrático, un izquierdista”. Grimaud, concluyó, era un “buen tipo”.

Daniel Cohn-Bendit, el líder estudiantil icónico de 1968, pasó a ser un parlamentario verde, y el año pasado anunció que había sido “conquistado por” Macron. Su antimarxismo, presentado en el libro de 1968 Comunismo Obsoleto, era reaccionario. El crítico supuestamente democrático del marxismo se convirtió en ferviente partidario de la guerra imperialista “humanitaria”, incluida la guerra de 2011 de la OTAN en Libia, y del estado de emergencia de Macron que eliminó los derechos democráticos básicos.

Todo orientado al Parti Socialiste (PS), un partido burgués fundado en 1971 y que jugó un papel central en la contraofensiva de la burguesía después de 1968. A lo largo de las décadas, el PS repetidamente impuso austeridad, redujo la industria, provocó el desempleo y libró guerras neocoloniales en Medio Oriente y África.

La Organisation communiste internationaliste (OCI) rompió con el CICI en 1971 desde una perspectiva nacionalista. Liquidándose dentro del PS, respaldó la alianza PS-PCF que ganó las elecciones presidenciales en 1981, con sus miembros trabajando simultáneamente en la OCI y el PS. Uno de ellos, Lionel Jospin, se convirtió en primer ministro del PS; otro, Jean-Luc Mélenchon, se convirtió en ministro del PS y ahora lidera el grupo Francia Insumisa [La France Insoumise], cuyos parlamentarios están ayudando a Macron a planificar cómo volver a imponer el servicio militar obligatorio.

Pero, según explicó Trotsky, las leyes de la historia son más fuertes que las burocracias. Cincuenta años después de 1968, y 27 años después de la disolución estalinista de la Unión Soviética, el PS ha colapsado, como los impopulares partidos socialdemócratas de la guerra y de la austeridad en toda Europa. Macron, el exministro de economía del PS, renunció el año pasado.

El régimen de Macron no hará concesiones sociales ni permitirá un resultado reformista a la lucha de clases, como en 1968. Está desesperado por arrojar cientos de miles de millones de euros en los bancos y la máquina de guerra. Pero sus planes de recortar los derechos sociales básicos y unirse a las amenazas de guerra imperialista contra Irán, Rusia y China no son un signo de fortaleza, sino de la crisis mortal del capitalismo mundial. La clase trabajadora no tendrá otra opción que construir un movimiento en Francia e internacionalmente que busque tomar el poder del Estado.

Y en 2016, el CICI fundó el PES para ofrecer un liderazgo revolucionario y trotskista a las próximas luchas de clases. El PES insiste en que la responsabilidad de las derrotas posteriores a 1968 no recae en la clase trabajadora o el marxismo. Recae, como insistieron Trotsky y el CICI, en la charlatanería de las organizaciones que falsamente se hicieron pasar por descendientes de Marx. Y el camino a seguir es volver a las tradiciones del marxismo clásico, la clase trabajadora y la construcción de su partido revolucionario de vanguardia.

Contra todo el establishment pequeño-burgués posterior a 1968, el PES se hace eco del juicio devastador sobre los demócratas pequeñoburgueses que traicionaron la revolución de 1848, realizado por el antiguo revolucionario francés, Auguste Blanqui. Sus palabras, citadas por Marx y Engels en 1851, se aplican mejor a los antimarxistas pequeño-burgueses de hoy:

“Los más culpables de todos”, dijo Blanqui, “son aquellos en los que la gente, engañada por sus bellas frases, vio su espada y su escudo; aquellos a quienes proclamó con entusiasmo los árbitros de su futuro ... Que los trabajadores siempre tengan presente esta lista de nombres malditos, y si uno solo, sí, uno solo apareciera nuevamente en un gobierno revolucionario, que griten todos con una sola voz: ¡Traición!”.

Las alternativas que Blanqui les planteó a los franceses en 1851 siguen siendo las que enfrentan hoy los trabajadores, en Francia y en todos los países. Si los trabajadores construyen un movimiento revolucionario verdaderamente poderoso, escribió Blanqui, “todos los obstáculos, todas las dificultades, todas las resistencias, se reducen a nada. Pero si los proletarios no saben más que divertirse en manifestaciones callejeras, plantando “arboles de la libertad”, escuchando discursos de abogados, ya se sabe la suerte que les espera: primero, el agua bendita, después los insultos, y por último, la metralla. La miseria siempre. ¡Que el pueblo elija!”.

(Publicado originalmente en inglés el 12 de mayo de 2018)

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