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Vadim Rogovin, autor de ‘Bolcheviques contra el estalinismo 1928-1933: León Trotsky y la Oposición de Izquierda’

En memoria de Vadim Z. Rogovin

Vadim Rogovin murió de cáncer en Moscú el 18 de septiembre de 1998 a la edad de 61 años. David North, quien había trabajado estrechamente con Rogovin durante los últimos cinco años de la vida de Rogovin, rindió homenaje al gran historiador soviético-ruso en reuniones conmemorativas celebradas por Comité Internacional en Londres y Berlín en diciembre de 1998.

Mehring Books acaba de lanzar el segundo volumen de la serie de siete volúmenes de Rogovin ¿Hubo una alternativa al estalinismo? Producto de décadas de investigación, esta serie es una obra maestra de la literatura histórica. Demuestra que existía dentro de la Unión Soviética e internacionalmente una determinada oposición socialista al estalinismo, dirigida por León Trotsky.

Bolcheviques contra el estalinismo

Bolcheviques contra el estalinismo 1928–1933 se centra en cinco años críticos durante los cuales la burocracia estalinista pasaba de una crisis económica y política a otra. La expulsión de León Trotsky de la Unión Soviética en 1929 no logró silenciar al gran revolucionario y a sus seguidores. El desenmascaramiento de Trotsky de las traiciones de Stalin alentó el surgimiento de una amplia red de grupos opositores, que el régimen enfrentó con una represión política cada vez más intensa.

En la crítica de David North del trabajo monumental de Rogovin, señala: “[Un] elemento crítico del ciclo histórico de Vadim es su interpretación del conflicto entre el régimen estalinista y la Oposición de Izquierda como un choque de dos principios sociales irreconciliables —los de la igualdad y la desigualdad”.

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Un homenaje a Vadim Z. Rogovin: 1937-1998

Por David North, Diciembre de 1998

Han pasado casi tres meses desde que Vadim Zakharovich Rogovin murió durante las primeras horas de la mañana del 18 de septiembre de 1998. La reacción de quienes lo conocieron bien fue una sensación de profunda pérdida personal. Aunque sabíamos desde hacía más de cuatro años que padecía de un cáncer terminal, nunca nos había sido posible aceptar el resultado inevitable de esta enfermedad. La vitalidad física e intelectual de Vadim había alimentado nuestras esperanzas de que prevaleciera contra viento y marea. Una y otra vez, con la finalización de otro libro o cuando daba una conferencia, habíamos sido testigos de cómo Vadim refutaba los pronósticos pesimistas de sus médicos. Parecía capaz, a través de la fuerza de la voluntad intelectual, de mantener a raya al cáncer.

A principios de año, Vadim había viajado a Australia para participar en un simposio internacional organizado por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional sobre el tema de Los problemas fundamentales del marxismo en el siglo XX. Cuando llegó después de un viaje de más de 24 horas, todos estábamos impresionados por su apariencia. Los resultados de las últimas pruebas médicas realizadas fueron la lectura más deprimente. De hecho, de acuerdo con las últimas pruebas médicas, Vadim no tenía la menor posibilidad de estar de pie ante nosotros. ¿Había sido sensato, nos preguntamos, pedirle que emprendiera una tarea tan exigente? Vadim pareció no darse cuenta de nuestra ansiedad. Estaba ansioso por comenzar las discusiones sobre el tema de su conferencia, ¿A dónde va Rusia? Un análisis sociológico y un pronóstico histórico. Como habíamos visto tantas veces durante los cuatro años anteriores, la discusión que siguió tuvo sobre Vadim un efecto terapéutico extraordinario. A las 48 horas de su llegada, la apariencia de Vadim se transformó. Parecía que el cáncer se hubiera retirado bajo la presión del campo de energía creado por su concentración intelectual.

Vadim Rogovin

El seis de enero, a las 10 de la mañana, subió al podio. Durante las siguientes dos horas, sin apenas mirar las notas que había preparado, Vadim elaboró las ideas que formaron la base de su conferencia. Luego contestó preguntas durante otra hora. Por la tarde, después de la pausa para el almuerzo, regresó para encontrarse con numerosas preguntas escritas de un público cuyo interés por su conferencia tanto había despertado. Durante más de dos horas, Vadim respondió a estas preguntas. No fue hasta altas horas de la tarde que completó su trabajo. El público respondió con una ovación prolongada y emotiva, un homenaje no solo al virtuosismo intelectual que acababa de presenciar, sino también a la integridad y la fuerza del carácter encarnado en la vida del profesor.

En ese momento, no parecía irracional esperar que Vadim continuara desafiando la ciencia médica y continuara su trabajo durante al menos varios años más. Pero esa conferencia fue su última gran aparición pública. Todavía logró completar y supervisar la publicación del sexto volumen de su ciclo sobre la historia del estalinismo y la lucha contra éste. Pero a finales de la primavera, después de un viaje de Vadim y de su esposa, Galya, a Israel, la enfermedad entró en sus etapas finales. Perdió el uso efectivo de su brazo izquierdo y luego la capacidad de caminar. Pero el funcionamiento de su mente notable permaneció completamente intacto y continuó trabajando hasta las últimas horas de su vida en el séptimo volumen de su historia.

Uno no conoce a un hombre como Vadim más que una vez en la vida. De hecho, haber conocido a un ser humano así, ni que hablar de haberlo contado entre sus amigos, fue un inmenso privilegio. Vadim Rogovin nunca será olvidado. Aquellos de nosotros que conocimos a Vadim personalmente y aquellos que aprendan sobre él a través del estudio de sus escritos reflexionaremos durante décadas sobre el significado de su vida. Lo que diga esta tarde solo puede ser una apreciación preliminar de la contribución de Vadim a la comprensión científica del destino del movimiento socialista en el siglo XX.

Un profeta de la verdad histórica

En mayo de 1997, con motivo del sexagésimo cumpleaños de Vadim, lo describí como un profeta de la verdad histórica. En ese momento, tenía en mente el lugar de Vadim en la vida intelectual de la Rusia postsoviética, específicamente el desafío planteado por sus escritos al entorno político, intelectual y moral en la Rusia postsoviética producido por décadas de mentiras sobre el pasado.

Pero esa definición de Vadim como profeta de la verdad histórica no es menos adecuada para definir su papel más allá de las fronteras de la antigua URSS. Es difícil pensar en otro historiador cuyo trabajo se encuentre en una oposición tan irreconciliable al subjetivismo y relativismo presumido y reaccionario del postmodernismo como es Vadim Rogovin. Nada era más repugnante para Vadim que la visión cínica, tan de moda en las universidades de Europa occidental y Estados Unidos, de que no hay lugar en el estudio y la escritura de la historia para ningún concepto de verdad objetiva. Vadim no vio nada original en esta perspectiva, que durante mucho tiempo ha sido favorecida por los pensadores reaccionarios. Después de todo, ha pasado más de un siglo desde que Nietzsche afirmara: “La falsedad de una opinión no es para nosotros ninguna objeción a ella”, que la validez de una opinión es simplemente una función de su utilidad operativa para un propósito determinado. Vadim insistió en que el contraste entre opinión y verdad es de carácter fundamental. La opinión, escribió, “es una categoría de psicología social, un rasgo característico de la conciencia ordinaria. La verdad es una categoría científica y de la perspectiva científica del mundo, que constituye una visión del futuro basada en un análisis honesto y objetivo del pasado y el presente”.

David North y Vadim Z. Rogovin en Australia, 1998

La búsqueda de Vadim de la verdad histórica objetiva constituyó el fundamento esencial y el propósito de su vida intelectual. Para Vadim, el problema de la verdad objetiva no era el de un estándar teórico abstracto que se impusiera arbitrariamente sobre el tema de la investigación histórica. Era, más bien, intrínseco al tema mismo. Para Vadim, ese tema fue la historia de las luchas políticas dentro del Partido Comunista Soviético y de la Internacional Comunista entre 1922, un año antes de la fundación de la Oposición de Izquierda, y 1940, el año del asesinato de León Trotsky por un agente de la NKVD de Stalin. Su principal tarea intelectual y su responsabilidad moral fue extraer la verdad objetiva de este período histórico crítico de debajo del vasto edificio de mentiras que Stalin y sus sucesores habían erigido, incluso antes de que se inventara el término, los principales practicantes de la historiografía del postmodernismo. Si, como insisten los teóricos postmodernistas, no existe una relación necesaria entre la historia y una verdad objetiva científicamente verificable, y, para continuar, si las narraciones históricas son meramente imaginadas e inventadas, entonces los relatos de la historia soviética dados por Andrei Vyshinsky en los tres juicios en Moscú son tan legítimos como cualquier otro. Las diversas versiones de la historia soviética presentadas en diferentes ediciones de enciclopedias oficialmente autorizadas no deben, dentro de este marco intelectualmente degradado, ser rechazadas como mentiras; más bien, deben ser racionalizados y justificados como “imaginaciones” alternativas del pasado. Los apologistas del postmodernismo podrían argumentar que ésta no es su intención; pero las ideas tienen una lógica propia.

Vadim Rogovin entendió que la tragedia soviética estaba incrustada en la desorientación y la amortiguación de la conciencia histórica. La inmadurez política y el desconcierto que caracterizó la respuesta del pueblo soviético a los acontecimientos de los años ochenta y noventa, su incapacidad para encontrar una respuesta progresiva a la crisis en su sociedad, fue, sobre todo, el resultado de décadas de falsificaciones históricas. Era imposible entender el presente sin un conocimiento real del pasado. En la medida en que la clase obrera rusa creyera que el estalinismo era el producto inevitable del socialismo, y que el rumbo trágico de la historia soviética se derivaba inexorablemente de la Revolución de Octubre de 1917, estaba desarmada políticamente y no podía ver otra alternativa al desmantelamiento de la Union Sovietica y la restauración del capitalismo. La gran pregunta planteada por Vadim Rogovin –¿existía una alternativa al estalinismo?– sin duda, es fundamental para comprender la historia de la Unión Soviética. Pero las ramificaciones de esta pregunta se extienden mucho más allá de las fronteras de la antigua URSS, y son de importancia crítica no solo para nuestra comprensión del pasado sino también para nuestra visión del futuro. En el contexto de su examen del pasado soviético, Vadim Rogovin se enfrentó a las experiencias y lecciones esenciales del siglo XX. Por eso las obras de Vadim Zakharovich Rogovin tienen una importancia mundial.

A lo largo de su carrera profesional, Vadim mostró una fluidez increíble como escritor. Como sociólogo, escribió más de 250 artículos académicos, que se incluyen en su curriculum vitae. Pero incluso esta impresionante producción palidece ante lo que logró durante los últimos siete años de su vida, durante los cuales completó seis volúmenes (cada uno de los cuales constaba de no menos de 350 páginas impresas) y tenía listo casi tres cuartos del séptimo. Debajo de una nube de humo de cigarrillo, las palabras parecían fluir sin esfuerzo de la pluma de Vadim. El bloqueo del escritor fue un achaque que nunca le aquejó. Pero ni siquiera los escritores más fluidos podrían haber producido obras de la escala de sus seis volúmenes históricos completos, tan ampliamente investigados y profundamente razonados, a menos que fueran el resultado de años de preparación intelectual. De hecho, mucho antes de haber llevado su trabajo al papel, grandes secciones ya habían cobrado forma en su cerebro. El ciclo histórico de Vadim fue el producto de toda una vida de investigación y pensamiento.

Además, un elemento crítico de la fecundidad intelectual de Vadim se basaba en la profundidad de su identificación personal con los ideales y el espíritu del movimiento revolucionario cuyo destino trágico fue el tema de su trabajo histórico. Aquí se establece una distinción crucial entre Vadim y la gran mayoría de académicos de Europa occidental y América activos en el campo de los estudios rusos y soviéticos. Estos últimos son, con muy pocas excepciones, incapaces de entender los objetivos y motivaciones de los revolucionarios, mucho menos simpatizar con ellos. Tales historiadores, proyectando sobre el pasado su propio cinismo y apatía, exhiben una incapacidad casi dolorosa por comprender un período histórico cuyos máximos representantes fueron motivados por ideales revolucionarios por los cuales estaban dispuestos a sacrificar su vida. Vadim era diferente: no solo empatizaba con los heroicos líderes de la Oposición de Izquierda, también compartía sus objetivos e ideales. Esto no fue una cuestión de afectación externa. Más bien, Vadim —por la fuerza de su personalidad y la intensidad de su pensamiento— recordó un tipo social que alguna vez jugó un papel tan importante en la historia rusa y mundial, pero que había sido destruido por el estalinismo: la intelectualidad revolucionaria rusa. Cuando pienso en Vadim, no puedo evitar recordar el excelente retrato del ethos ( i.e., el carácter distintivo) de este fenómeno social inusual dado por Isaiah Berlin: “Todo escritor ruso se hizo consciente de que estaba en un escenario público, testificando; de modo que el menor desliz de su parte, una mentira, un engaño, un acto de autocomplacencia, falta de celo por la verdad, era un crimen atroz ... [Si] hablaste en público, ya sea como poeta o novelista o historiador o en cualquier capacidad pública, entonces aceptaste la plena responsabilidad de guiar y dirigir a la gente. Si esta era tu vocación, entonces estabas obligado por un juramento hipocrático a decir la verdad y nunca traicionarla, y a dedicarte desinteresadamente a tu objetivo”. [1]

Las purgas de Stalin

Vadim nació en 1937, el año que presenció la aniquilación de los mejores representantes de la tradición, el programa y la cultura revolucionarias en los que se basaron los logros de la Unión Soviética durante las primeras dos décadas de su existencia. Cualquiera que haya desempeñado un papel destacado en la victoria de la Revolución de Octubre y la formación de la Unión Soviética, o que haya demostrado, en cualquier esfera de la vida soviética, la capacidad de pensamiento independiente y crítico, era candidato a la bala del verdugo. Las purgas de Stalin fueron el medio a través del cual la burocracia consolidó su usurpación del poder político. Pero esa definición del terror, aunque sea políticamente precisa, no expresa por sí sola las implicaciones sociales y culturales de los acontecimientos de pesadilla de 1937. Todo lo que era reaccionario y atrasado en la sociedad rusa gozaba, en la orgía de asesinatos en masa instigados por Stalin, de su venganza contra la revolución.

Entre los cientos de miles de víctimas de Stalin estaba el abuelo materno de Vadim, Aleksandr Semenovich Tager. No era un revolucionario, sino un representante liberal de las secciones más progresistas de la vieja intelectualidad democrática rusa. Como jurista distinguido, Tager se desempeñó como abogado defensor en el juicio de 1922 de los líderes social-revolucionarios acusados de organizar acciones terroristas contra el régimen bolchevique. Hubo varios contrastes sobresalientes entre el juicio de los social-revolucionarios y los organizados una década y media después por Stalin. Primero, los acusados social-revolucionarios, opositores impenitentes del gobierno soviético, no se vieron obligados a renunciar a sus convicciones políticas ni a acumular calumnias sobre sí mismos. En segundo lugar, pudieron montar, en presencia de observadores internacionales (incluido el líder de la Segunda Internacional, Vandervelde), una defensa política y legal genuina en su propio nombre. Aleksandr Tager se comportó como un representante de los intereses legales de sus clientes, no como un instrumento secundario de la acusación estatal.

De hecho, un evento que ocurrió durante el juicio demostró el coraje de Tager. El gobierno organizó una manifestación de trabajadores en apoyo del juicio. Un grupo de manifestantes irrumpió en la sala del tribunal para interrumpir el proceso y exigir la muerte de los acusados. Yuri Piatakov, uno de los líderes bolcheviques más importantes, presidía el juicio. Les dijo a los manifestantes que la corte tendría en cuenta sus deseos. Tager y varios otros abogados defensores protestaron vehementemente contra esta violación de los procedimientos legales adecuados y salieron de la sala del tribunal. Al final del juicio, se pronunció la sentencia de muerte contra varios de los acusados. Pero fue suspendida con la condición de que el Partido Social Revolucionario detuviera su campaña terrorista contra el gobierno. Después del juicio, Tager fue castigado por su desafío y fue enviado al exilio. Pero a los pocos meses fue llamado a Moscú y no se tomaron más medidas contra él. De hecho, a Tager se le permitió viajar al extranjero con bastante regularidad con su esposa, que necesitaba un tratamiento médico especial que no se podía obtener en Rusia. Esto no era tan inusual antes del inicio del terror. El abuelo de Vadim disfrutaba del respeto y la amistad de figuras políticas tan conocidas como Anatoly Lunacharsky. A principios de la década de 1930, Tager publicó un estudio autorizado del infame caso de Mendel Beilis, un judío que había sido víctima de una trama organizada por el régimen zarista prerrevolucionario, que involucraba acusaciones absurdas de asesinatos rituales. El prefacio de este volumen fue escrito por Lunacharsky, quien instó a que se publique en tantos idiomas europeos como fuera posible para contrarrestar la creciente amenaza del antisemitismo. En 1938, aunque nunca había estado asociado con ninguna tendencia política antiestalinista, Tager fue arrestado junto con otros juristas prominentes. En un ejemplo de una de las amargas ironías de ese período terrible, Tager había sido invitado solo seis meses antes de su arresto por nada menos que Andrei Vizhinsky, el procurador principal de la Unión Soviética, para unirse a su instituto legal. Por lo tanto, cuando la policía secreta vino a arrestar al abuelo de Vadim, él le aseguró a su esposa que todo era un error y que ella debería contactar de inmediato a Vizhinsky, quien seguramente aseguraría su pronta liberación. La abuela de Vadim nunca volvió a ver a su esposo; y pasó más de una década antes de que ella supiera definitivamente de su ejecución.

Vadim apreciaba el recuerdo de su abuelo, y se alegró cuando una nueva edición del estudio de Tager sobre el caso Beilis fue reeditado en Rusia. Uno puede imaginar el impacto del trauma del arresto, desaparición y muerte de Aleksandr Tager sobre su familia. Fue de su abuela que Vadim se enteró por primera vez de los horrores de las purgas, y es razonable suponer que la trágica experiencia de su familia influyó profundamente en su desarrollo intelectual. Vadim me dijo que sus primeros recelos conscientes sobre la naturaleza del régimen estalinista ocurrieron cuando tenía casi 13 años. En medio de las frenéticas celebraciones del septuagésimo cumpleaños de Stalin, Vadim se preguntó por qué prácticamente todos los otros viejos dirigentes bolcheviques habían llegado a un final prematuro mucho antes de alcanzar ese hito. Vadim le preguntó a su padre por qué a la mayoría de los colegas de Lenin les habían pegado un tiro en la década de 1930. ¿Cómo era posible que tantos líderes de la revolución se convirtieran en “enemigos del pueblo”? Los intentos de su padre de engañar a su hijo con referencias huecas y poco convincentes a las actividades “antipartido” no tuvieron éxito. Perturbado y probablemente asustado por las preguntas, el padre de Vadim ofreció lo que, en ese momento, se consideraba la respuesta definitiva de la que no podría haber más apelación: “¿No crees que Stalin entiende esto mejor que tú?” Vadim no se convenció. Continuó preguntándose por qué tantos líderes revolucionarios, e incluso su propio abuelo, habían sido fusilados. Luego, de repente, lo asaltó un terrible pensamiento que sabía, instintivamente, que respondía a sus preguntas: “¡Stalin debe de ser un criminal!” Vadim continuó discutiendo con su familia. Al irse haciendo mayor se fue dando cuenta de que la Unión Soviética no era una sociedad justa. Vio pobreza y notó la presencia de fuertes contrastes en las condiciones sociales de los diferentes estratos de la población de Moscú. Vadim también sabía que había campos de prisioneros: las personas que vivían en su edificio de apartamentos fueron arrestadas durante la campaña anti cosmopolita que desató Stalin en 1952-53. Así, al enterarse de la muerte de Stalin en marzo de 1953, la reacción de Vadim, como más tarde recordó, fue que este evento era un motivo de alegría y celebración.

El “discurso secreto” de Khrushchev de 1956

El cambio en el clima político y social de la Unión Soviética tras la muerte de Stalin fue, sin dudas, el factor más importante en el desarrollo intelectual del joven Vadim Rogovin. Tenía casi 19 años en el momento del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Cuando se conoció el contenido del “discurso secreto” de Nikita Khrushchev —en el que se denunciaron los crímenes de Stalin por primera vez— Vadim no se sorprendió particularmente por las revelaciones. Había disponibles nuevos hechos importantes, pero, en su mayor parte, Vadim sintió que las revelaciones justificaban su odio hacia Stalin. Sin embargo, Vadim no estaba satisfecho con el intento de Khrushchev de explicar los crímenes de Stalin como meros excesos producidos por el “culto a la personalidad”, y mucho menos por la insistencia de Khrushchev de que la línea política de Stalin, sobre todo, en la lucha contra la oposición trotskista de los años veinte, era fundamentalmente correcta.

Cuando Vadim se hizo estudiante en la Universidad de Moscú, donde se especializó en estética, requirió poco esfuerzo de su parte completar sus tareas y sacar buenas notas. En lugar de asistir a conferencias, pasó el mayor tiempo posible en la biblioteca histórica de la universidad, donde estudió viejos números de Pravda y otras revistas que arrojan luz sobre las luchas políticas de la década de 1920. Cuando Vadim tomó notas detalladas sobre los viejos debates internos del partido, se convenció de la exactitud de la posición de Trotsky y llegó a la conclusión inexorable de que Trotsky era la figura más grande en la historia soviética. En una discusión que tuve con Vadim durante el fin de semana que celebramos su sexagésimo cumpleaños, me confió que todas las concepciones básicas que debían aparecer en su ciclo histórico se formaron inicialmente en el curso de las lecturas que persiguió cuando tenía veintitantos años. Desde entonces, me dijo Vadim, soñaba con el momento en que sería posible contarle al pueblo soviético la verdad sobre su historia.

Pero las condiciones políticas que prevalecieron en la URSS, incluso durante el famoso “deshielo” de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, no eran propicias para la producción de obras serias sobre historia. Durante las etapas iniciales de su carrera académica, el área principal de investigación de Vadim fue la estética. Prosiguió su investigación histórica en privado. Vadim pudo discutir los méritos de las políticas desarrolladas por Trotsky y la Oposición de Izquierda solo con sus colegas y amigos más confiables, e incluso entonces con extrema precaución. A pesar de que las críticas al régimen se habían vuelto cada vez más comunes, cualquier mención del nombre de Trotsky todavía despertaba sospechas y miedo. El padre de un amigo de Vadim era un conocido periodista que había comentado informalmente, entre un pequeño grupo de disidentes, que Trotsky había sido un gran orador. El periodista no expresó más opiniones sobre las posiciones políticas de Trotsky. Pero ese comentario informal llamó la atención de la KGB: el periodista fue despedido rápidamente de su puesto y su familia quedó reducida a la pobreza. En una ocasión, Vadim confió en un conocido director de teatro a quien respetaba. Vadim le expresó su admiración por las opiniones de Trotsky sobre el arte. El director quedó sacudido. “¿Por qué me hablas tan abiertamente?”, preguntó el director. Vadim explicó que no creía que el director, que era tanto un amigo personal como un hombre íntegro, lo delataría. El director le aseguró que no lo haría, pero explicó que él mismo podría enfrentarse a consecuencias desagradables si las opiniones de su joven amigo llegaran a la atención de las autoridades.

Había otro factor, aparte del miedo, que contribuyó a la sensación de aislamiento de Vadim. El movimiento disidente que surgió a mediados de la década de 1960 mostró poco interés en una crítica socialista del régimen burocrático. Criticaba al estalinismo no desde la izquierda (es decir, sobre la base de un programa socialista), sino desde la derecha (es decir, pidiendo el apoyo político de la burguesía estadounidense). Dentro de este medio, el programa revolucionario de Trotsky era anatema.

El problema de la desigualdad social en la URSS

A pesar de su amor por la literatura y el arte, Vadim estaba ansioso por encontrar un campo de investigación que se relacionara más directamente con sus intereses históricos y políticos. Afortunadamente, el régimen comenzó a relajar sus restricciones anteriores sobre el desarrollo de la investigación sociológica, aunque solo fuera porque las necesidades de la formulación de políticas burocráticas requerían una comprensión más profunda de la estructura y los problemas de una sociedad tan compleja como la Unión Soviética. Entonces Vadim comenzó sus estudios oficiales nuevamente y se hizo sociólogo. Sin reconocer abiertamente este hecho, él derivó del programa de la Oposición de Izquierda el tema central de su investigación académica: el problema de la desigualdad social en la Unión Soviética. Vadim utilizó su investigación sociológica para exponer la brecha entre los ideales socialistas y la realidad soviética, y para abogar por el desarrollo de políticas igualitarias. En una lista de los escritos de Vadim se encuentran títulos como “Juventud y progreso social”, “Política social en la sociedad socialista desarrollada: direcciones, tendencias, problemas”, “Garantías sociales y problemas para perfeccionar las relaciones de distribución”, “Efectividad económica y justicia social”, “Justicia social y los caminos de su realización en la política social”, “Aspectos sociales de la política de la distribución”, “Aspectos sociales de acelerar la resolución del problema de la vivienda” y “La dialéctica de la igualdad social y la desigualdad en la etapa contemporánea del desarrollo de la sociedad soviética”.

La crisis de la URSS se hizo evidente durante los años de gobierno de Brezhnev, conocida como la “Era del estancamiento”. Para Vadim este fue un período de profunda frustración. Sus esperanzas anteriores de que los principios socialistas revivieran dentro de la URSS parecían cada vez menos realistas. El “deshielo” anterior había dado paso una vez más a una nueva “congelación”. Se aplicó presión estatal para suprimir los exámenes críticos del papel histórico de Stalin. Todo lo que escribió Vadim fue sometido por los censores al equivalente literario de una revisión completa de su trabajo y persona. Algunos artículos nunca vieron la luz del día; muchos se publicaron solo después de que se eliminaran secciones o se editaran sustancialmente. Sin embargo, durante el último período de la “Era del estancamiento”, Vadim disfrutó de un inesperado golpe de suerte. Normalmente, los censores discutían los artículos que revisaban solo con los editores y correctores de las revistas y periódicos a los que se habían enviado las obras. Por supuesto, los autores no eran contactados ni consultados. Se esperaba que se sometieran a cualquier decisión que se tomara. Sin embargo, un alto funcionario del departamento de censura se sintió intrigado por el trabajo de Vadim. Decidió contactar al autor directamente. Nunca había leído artículos que abordaran el problema de la desigualdad social con tanta perspicacia, claridad y audacia. ¿Por qué, se preguntó, Vadim se entretenía tan persistentemente con este tema? ¿Por qué creía que la igualdad social era alcanzable? ¿Era consistente con la naturaleza humana? Como un personaje en un drama existencial, Vadim se vio involucrado en un largo discurso filosófico con el mismo funcionario que tenía el poder de enviar sus escritos a la hoguera. Su destino caminaba por la cuerda floja. Pero el censor, cuya conciencia no se había extinguido por completo por años de rutina burocrática, estaba conmovido por la fuerza de los argumentos de Vadim. Prometió hacer todo lo posible para garantizar la publicación de sus artículos.

Con la llegada de Gorbachov al poder y la introducción de glasnost, el público de los escritos de Vadim creció enormemente. Aprovechando las nuevas oportunidades, Vadim escribió una serie de artículos para Komsomolskaya Pravda en 1985 que atacaban la prevalencia del privilegio social en sus formas abiertas y encubiertas, exigían fuertes limitaciones a la desigualdad de ingresos y pedían una mejora sustancial en el nivel de vida de las grandes masas. El censor de Vadim expresó aprensión, pero permitió que los artículos se publicaran tal como estaban escritos. Komsomolskaya Pravda tuvo una circulación de 20 millones de ejemplares, y los artículos provocaron una respuesta apasionada. Fueron ampliamente interpretados como un ataque a la posición social de la burocracia gobernante. En los siguientes meses, miles de cartas fueron dirigidas a Komsomolskaya Pravda alabando y denunciando los artículos.

Los escritos de Trotsky

Al principio, Vadim se sintió alentado por el cambio político introducido por el ascenso al poder de Gorbachov. No solo había sido posible abordar los problemas sociales de manera más audaz y ante un público mucho más grande, Vadim ahora podía hablar abiertamente, por primera vez, sobre León Trotsky y la lucha política que había emprendido la Oposición de Izquierda contra el ascenso del estalinismo. Otro desarrollo crítico fue la repentina disponibilidad de volúmenes de los escritos de Trotsky, especialmente de la década de 1930, que Vadim nunca había visto antes. Obtuvo por primera vez un conjunto del Boletín de la Oposición, la publicación más importante en ruso del movimiento trotskista internacional. Vadim absorbió y asimiló estos escritos, que reafirmaron y profundizaron sus convicciones trotskistas. Para Vadim, estos escritos poseían no solo un significado histórico sino también un significado contemporáneo excepcional; porque pronto se hizo evidente que ningún segmento de la élite política o intelectual tenía una comprensión seria de la naturaleza de la crisis que enfrentaba la Unión Soviética. Con cada anuncio de un nuevo cambio de política “históricamente necesario”, las improvisaciones frenéticas de Gorbachov asumían un carácter cada vez más absurdo. Más allá de recorrer el mundo en busca de adulación, el secretario general no tenía la menor idea de lo que debía hacer. La confusión de Gorbachov se reflejó en la desorientación de toda la intelectualidad soviética. Parecía que nada en su trabajo anterior los había preparado para el colapso de la URSS a fines de la década de 1980.

Vadim estaba convencido de que los problemas de la Unión Soviética no podían entenderse ni resolverse sin una revisión exhaustiva de su historia. El requisito esencial de tal revisión era la limpieza del registro histórico de todas las mentiras acumuladas sobre León Trotsky. La posibilidad de una renovación de la sociedad soviética a lo largo de las líneas socialistas dependía de un examen honesto de la crítica trotskista del estalinismo y el programa alternativo promovido por la Oposición de Izquierda. A medida que la situación política y económica se deterioraba en la URSS, el caso de una revisión del trabajo de Trotsky le pareció a Vadim irresistible. Pero Vadim ahora se encontró con un fenómeno político y social que lo dejó, una vez más, aislado: la estampida de prácticamente toda la intelectualidad hacia la derecha. Vadim había sido consciente del desarrollo de las tendencias derechistas entre los intelectuales. El movimiento disidente nunca le había atraído por su orientación a la opinión pública burguesa internacional y su hostilidad hacia el marxismo. Sin embargo, al menos en los círculos académicos e intelectuales dentro de los cuales se movía, las críticas a la política oficial soviética se habían formulado en términos socialistas. Pero cuando la década de 1980 llegaba a su fin, sus amigos y socios profesionales, con muy pocas excepciones, profesaban una admiración y una fe ilimitadas en el sistema capitalista. Eran indiferentes a los argumentos basados en hechos y razones. Uno por uno, Vadim se vio obligado a romper las relaciones con amigos y colegas. Entre ellos estaba Stanislav Shatalin. Había sido uno de los asociados más cercanos de Vadim con quien una vez fue coautor de un artículo. Pero Shatalin se convirtió en uno de los asesores económicos de Gorbachov y obtuvo reconocimiento internacional como autor del “Plan de 500 días”, que abogaba por el uso de los métodos de la “terapia de choque” para reorganizar la economía soviética sobre la base del mercado capitalista.

Un subproducto de este giro hacia la derecha fue el desarrollo de una nueva campaña en los medios de comunicación destinada a desacreditar la idea de que el trotskismo representaba una alternativa al estalinismo. Los medios de comunicación combinaron descaradamente las peores calumnias de la era estalinista contra Trotsky con los argumentos reaccionarios de los sovietólogos occidentales. Esta campaña contra Trotsky, que, en esencia, estaba dirigida contra toda la herencia del socialismo marxista, encontró una amplia respuesta entre la descomposición de la intelectualidad exsoviética y rusa. El producto más importante —o quizás sería más apropiado decir el mejor conocido— de esta campaña fue la serie de libros escritos por el general Dmitri Volkogonov.

¿Había una alternativa?

Fue dentro de este ambiente reaccionario que Vadim se embarcó en el proyecto intelectual al que dedicó el resto de su vida: la redacción de una historia marxista de los conflictos políticos dentro del Partido Comunista y de la Internacional Comunista. Esta era una tarea de la que ningún otro historiador en la antigua Unión Soviética, y mucho menos más allá de sus fronteras, era capaz. ¿Por qué eso era así? “La gran historia se escribe”, E. H. Carr dijo una vez, “precisamente cuando la visión del historiador del pasado está iluminada por la comprensión de los problemas del presente”. [2] Esta observación nos proporciona la clave para comprender el logro de Vadim como historiador. Ciertamente, Vadim aportó a su trabajo ciertas facultades excepcionales: un conocimiento enciclopédico de la historia soviética, una comprensión asombrosa de un vasto complejo de hechos, una capacidad infalible para situar eventos dentro de un contexto político y social más amplio, y un estilo de escritura lúcido y no afectado. Pero más allá de estas fortalezas, poseía otra ventaja inestimable: una profunda conciencia de que la crisis actual no solo de Rusia, sino también del mundo entero, es el legado de las derrotas sufridas por el movimiento socialista internacional en los años veinte y treinta como consecuencia de las traiciones y crímenes de la burocracia estalinista.

Sin embargo, no hay rastro de pesimismo en el ciclo de Vadim. Los eventos que narra y analiza, especialmente en aquellos volúmenes que tratan directamente con la preparación y ejecución del terror estalinista de 1936-39, son ciertamente terribles. Hacen que la lectura no se pueda describir como otra cosa que no sea desgarradora. Pero en medio de todo el horror, Rogovin presenta la tragedia soviética como un drama cuyo acto final aún no se ha escrito. Como escribe en el prefacio de su tercer volumen: “El proceso histórico abierto por la Revolución de Octubre no se ha completado, sino que simplemente se detuvo”. Lo que imparte a la obra de Vadim su intensidad moral no es solo la indignación del autor, sino sobre todo su convicción de que el estalinismo representaba solo un descarrilamiento temporal de la causa del socialismo mundial. A pesar de la derrota que sufrió en la década de 1930, el movimiento trotskista personificaba la posibilidad de que la Unión Soviética pudiera haberse desarrollado a lo largo de un camino muy diferente y mucho más progresista. Y esa misma posibilidad refuta todas las afirmaciones de que el estalinismo fue el resultado necesario e inevitable del bolchevismo. El hecho indiscutible de que había una alternativa al estalinismo significa que el potencial histórico del socialismo no se ha agotado.

La concepción de la historia de Rogovin es esencialmente dinámica. Subyacente a su insistencia en la importancia no disminuida de los acontecimientos de la década de 1930 está la concepción de Vadim del tiempo histórico como un continuo unificado e interactivo del pasado, presente y futuro. Al tratar con los grandes problemas de su propia edad, Vadim miró hacia el pasado no solo para prever el futuro sino también para darle forma. Quizás la expresión más verdadera del papel al que aspiraba Vadim se encuentra en el verso de Pasternak, con el que abrió el cuarto volumen de su ciclo: Érase una vez que, sin querer,/Y probablemente aventurando una conjetura,/Hegel llamó al historiador profeta/que vaticina al revés.

Otro elemento crítico del ciclo histórico de Vadim es su interpretación del conflicto entre el régimen estalinista y la Oposición de Izquierda como un choque de dos principios sociales irreconciliables: los de igualdad y desigualdad. La esencia social del programa político de la oposición trotskista, que daba voz a los intereses de la clase trabajadora, era la lucha por la igualdad. El objetivo que se expresó en las políticas del régimen estalinista —con el apoyo de la burocracia y varios estratos sociales intermedios— fue la desigualdad. La lucha por el privilegio social (el logro de beneficios materiales para unos pocos a expensas de muchos) encontró sus formas necesariamente brutales de expresión política en las bestialidades del régimen estalinista. El dictador asesino personificó la perspectiva social esencial de la burocracia: “La codicia de Stalin por las cosas materiales, su ansia de lujo ilimitado en su vida cotidiana se transmitió a sus descendientes, incluso a Gorbachov, ninguno de los cuales, a diferencia de la Vieja Guardia Bolchevique, estaba dispuesto a compartir dificultades físicas y privaciones con la gente”. [3]

El análisis de Vadim de la base social del estalinismo moldeó su análisis del derrumbe final de la URSS. A menudo argumentaba que el proceso de la restauración capitalista se basaba en las políticas reaccionarias y antiigualitarias aplicadas por Stalin desde la década de 1930 hasta su muerte. Vadim señaló que la hostilidad de la élite profesional e intelectual hacia el régimen soviético comenzó como una reacción a los limitados esfuerzos de los sucesores de Stalin para reducir el grado de desigualdad social que el difunto dictador había alentado. La nomenclatura resentía las concesiones sociales a la clase trabajadora que la burocracia soviética se sintió obligada a hacer después de la muerte de Stalin. El movimiento disidente, insistía Vadim, se desarrolló a partir de estos resentimientos y, en este sentido, fue en realidad un producto del estalinismo más que una oposición a este.

Su defensa de los principios marxistas condenó a Vadim a un aislamiento casi completo después del colapso de la URSS en diciembre de 1991. El espectáculo de la reacción política, el retroceso social y la depravación moral llenaban a Vadim de repulsión. Lo que él consideraba esencial para el trabajo intelectual creativo —el intercambio constante de ideas con colegas y amigos de confianza— se había vuelto casi imposible para 1992. Prácticamente no había nadie con quien pudiera discutir el contenido del primer volumen de su ciclo histórico, y había logrado asegurar su publicación solo con la mayor dificultad.

Vadim contacta al Comité Internacional de la Cuarta Internacional – CICI

Fue precisamente en este punto que Vadim Rogovin estableció contacto con el CICI. La relación que se desarrolló durante los seis años siguientes nos afectó no menos profundamente que a él. A fines de la década de 1980, antes de reunirse con el CICI, Vadim había mantenido conversaciones con tendencias de izquierda de fuera de la Unión Soviética que se describían a sí mismas como trotskistas. Estaba ansioso por aprender más sobre la perspectiva y el programa de la Cuarta Internacional. Vadim se reunió con el líder del movimiento pablista, Ernest Mandel. Pero sus conversaciones con Mandel dejaron a Vadim con un agudo sentimiento de decepción. Cuando Vadim le pidió a Mandel que analizara la situación en la Unión Soviética, esperaba escuchar una crítica incisiva de las políticas de la burocracia del Kremlin. En cambio, Mandel fue efusivo en sus elogios a Gorbachov y expresó sus grandes esperanzas en el desarrollo de la perestroika. Parecía genuinamente sorprendido al descubrir que Vadim no compartía su admiración por el primer secretario del PCUS. La impresión que dejó Mandel sobre Vadim fue la de un “ bourgeoisnii profesor ” sosegado.

Un afortunado giro de los acontecimientos puso a Vadim en contacto con el CICI. En 1992-93, Fred Choate, mi buen amigo y partidario del Comité Internacional, estaba en Moscú investigando la vida de Aleksandr Voronsky, una de las principales figuras de la Oposición de Izquierda. Fred se encontró con un diario que incluía un breve artículo sobre las opiniones de Trotsky sobre la literatura. Fred quedó impresionado por el tono objetivo del artículo y la honestidad con la que resumía las posiciones de Trotsky. Era inusual leer un artículo sobre Trotsky en un diario soviético que no estuviera empañado por la ironía y/o tergiversaciones. Su autor era Vadim Rogovin. Fred decidió contactar a Rogovin. Encontró su número de teléfono, lo llamó y concertó una cita. Su reunión salió muy bien. Vadim estaba encantado de llevar a cabo una discusión seria sobre el tema de la Oposición de Izquierda. Sin embargo, Fred no le dijo de inmediato a Vadim que estaba personalmente asociado con el movimiento trotskista.

Entonces el destino intervino. Algún tiempo antes, Vadim había encontrado una copia de la publicación en ruso producida por el Comité Internacional, el Boletín de la Cuarta Internacional. Él y su esposa, Galya, habían estudiado su contenido cuidadosamente y decidieron que el Boletín era una auténtica publicación trotskista. Fue Galya quien, con su perspicacia habitual, le dijo a Vadim que debía encontrar alguna forma de contactar a ... ¡David North! Pero, ¿cómo iba a hacerse esto? Vadim le hizo la pregunta a Fred. ¿Fred había oído, alguna vez, hablar de North? ¿Tendría Fred alguna idea de cómo podría contactar a esta persona? Fred le hizo saber a Vadim que pensaba que podía ser de alguna ayuda.

Mientras Vadim nos había estado buscando a nosotros, el Comité Internacional lo había estado buscando a él. Entre 1989 y 1991 viajé en varias ocasiones a la Unión Soviética y me reuní con numerosos académicos. Tenía la esperanza de que en algún lugar, en la vasta comunidad académica, uno encontrara un erudito que apreciara la necesidad, en medio del colapso de la Unión Soviética, de exponer los crímenes cometidos por el estalinismo contra el movimiento socialista y, además, escribir sobre la lucha emprendida por Trotsky y la Oposición de Izquierda contra el crecimiento de la burocracia y la consolidación del poder en las décadas de 1920 y 1930. La búsqueda no tuvo éxito. Uno tras otro, los historiadores y sociólogos con los que hablé se revelaron como cínicos de mente estrecha, que no estaban interesados ni eran capaces de realizar un trabajo serio. El clima de reacción política había abrumado los principios e ideales en los que alguna vez puede que hubieran creído. Parecían responsabilizar al marxismo por cada problema que encontraban, tanto en la sociedad como en sus propias vidas. Vieron en la reorganización de Rusia sobre la base del capitalismo una verdadera panacea.

Recuerdo una discusión en el otoño de 1991 con un conocido erudito soviético que ocupaba un alto cargo en el Instituto Archivístico-Histórico de Moscú. Dos años antes, este mismo hombre había puesto a mi disposición el auditorio principal del instituto, donde di una conferencia sobre la lucha de Trotsky contra Stalin. Pero desde entonces se había rendido a la presión de la reacción y no quedaba absolutamente nada de sus anteriores inclinaciones socialistas. Opinaba firmemente que el establecimiento de una economía de mercado resolvería rápidamente todos los problemas de Rusia. Discutí con él y le expliqué que la subordinación sin restricciones de Rusia a la economía capitalista mundial la haría retroceder 100 años. “Eso”, respondió lacónicamente, “representaría una gran mejora con respecto a lo que tenemos hoy”. De personas con puntos de vista como estos no se podían esperar ninguna respuesta positiva a las propuestas para un estudio objetivo de la oposición trotskista al régimen estalinista. La perspectiva social y política que habían adoptado no les permitía admitir que el estalinismo representaba una perversión grotesca de los principios de la Revolución de Octubre, y que una alternativa socialista genuina y viable a las políticas aplicadas por la burocracia soviética había sido promovida por la Oposición de Izquierda.

Campaña en defensa de la verdad histórica

En marzo de 1992, a pesar de la apatía y la oposición que había encontrado entre los restos desmoralizados de la intelectualidad soviética, el Comité Internacional se embarcó en una campaña en defensa de la verdad histórica: exponer las falsificaciones, traiciones y crímenes del estalinismo y establecer, sobre la base del registro histórico, la oposición irreconciliable del marxismo, encarnado en la heroica lucha de Trotsky y la Oposición de Izquierda, al estalinismo. El 11 de marzo de 1992, en el informe de apertura al Duodécimo Pleno del CICI, se afirmó: “Para responder a la mentira de que el estalinismo es el marxismo, es necesario que expongamos los hechos del estalinismo. Para saber qué es el estalinismo hay que demostrar a quién asesinó el estalinismo. Tenemos que responder a la pregunta: ¿contra qué enemigo asestó el estalinismo sus golpes más terribles? La mayor tarea política de nuestro movimiento debe ser restaurar la verdad histórica al exponer la trascendencia política de los crímenes que cometió el estalinismo. En el centro mismo de esta exposición debe estar la apertura del registro de los juicios de Moscú, las purgas y el asesinato de Trotsky... Cuando hablamos de una campaña para descubrir la verdad histórica, vemos esto como una tarea que beneficia no solo a la clase trabajadora en sentido estricto, sino a toda la humanidad progresista. Lo que sucedió en Lubianka es la preocupación de toda la humanidad que lucha. Exponer los crímenes del estalinismo es una parte esencial para superar el daño que causaron al desarrollo del pensamiento social y político”. [4]

Durante la mayor parte de la vida de Vadim no le fue posible discutir abiertamente sus convicciones trotskistas, y mucho menos participar en el trabajo de la Cuarta Internacional. Del mismo modo, nuestro movimiento había mantenido durante décadas el legado de la lucha de Trotsky, sin la posibilidad de establecer contacto con auténticos marxistas dentro de la Unión Soviética. Sin embargo, a pesar de los formidables obstáculos que fueron producto de condiciones históricas desfavorables, las trayectorias de Vadim Rogovin y la Cuarta Internacional finalmente se habían fusionado en el mismo camino orbital después de viajes separados de más de medio siglo.

Las discusiones entre Vadim y el Comité Internacional comenzaron a fines de la primavera de 1992. Al principio, la mayoría de nuestros intercambios tuvieron lugar a través del nuevo medio del correo electrónico. Con Fred como nuestro intermediario, intercambiamos, aunque de manera algo restringida, ideas y propuestas para el desarrollo de trabajo literario y político. En octubre de 1992, Vadim se reunió brevemente con el camarada Peter Schwarz durante una breve visita a Berlín. En febrero de 1993, durante un seminario en Kiev sobre la historia del Comité Internacional, Vadim y yo nos encontramos por primera vez. Las discusiones que mantuvimos durante ese fin de semana establecieron un patrón que persistió durante los años venideros: hablamos, debatimos, discutimos, discrepamos, acordamos, reímos e hicimos planes. En el curso de otras reuniones celebradas en Moscú en 1993 y principios de 1994, discutimos al detalle el desarrollo del ciclo histórico de Vadim. Como ya dije, el esbozo básico del trabajo había sido desarrollado por Vadim durante muchos años de estudio y reflexión. Y, sin embargo, como consecuencia de sus discusiones con el Comité Internacional, el alcance intelectual y político de este trabajo se amplió enormemente. Incluso después de las discusiones iniciales, Vadim decidió que era necesario que él refundiera y reescribiera su primer volumen. No pretendo sugerir que Vadim debía sus ideas al Comité Internacional. El movimiento dialéctico de su pensamiento no puede entenderse en tales términos. Más bien, la creatividad de Vadim fue estimulada por la discusión, que activó su imaginación y despertó en su conciencia nuevas ideas. Al principio, Vadim creía que su proyecto requeriría cuatro volúmenes. El impacto de su colaboración con el Comité Internacional encontró su expresión más directa en el hecho de que la escala del proyecto creció a siete volúmenes.

Lo que hacía único al trabajo de Vadim Rogovin

El trabajo de Vadim dominará, durante las próximas décadas, la literatura histórica sobre el tema del terror estalinista. Una obra de dimensiones tan monumentales desafía cualquier intento de resumen superficial. Pero esto debe enfatizarse: lo que distingue el trabajo de Vadim de prácticamente todos los demás es su insistencia en que el propósito principal y la función del terror era la eliminación de la oposición trotskista al régimen estalinista. Dado el hecho de que el régimen estalinista insistía continuamente en que el propósito del terror era la eliminación del trotskismo, el lector común, no familiarizado con las obras estándares sobre el terror producidas por los historiadores occidentales, podría preguntarse por qué considero precisamente que este aspecto de la tesis de Vadim es esencial y excepcional. La respuesta es que gran parte de la historiografía occidental sobre el tema de las purgas se ha dedicado a minimizar, si no negar, la centralidad de la lucha contra Trotsky y sus ideas. Como señaló Vadim, el trabajo de Robert Conquest, que, durante más de 30 años, ha sido el más conocido en el campo, dedica solo unas pocas páginas al tema del trotskismo. Aunque no, tal vez, en una forma tan cruda, muchos historiadores, incluso aquellos que realizan su trabajo honesta y concienzudamente (y hay personas así), sostienen que el terror era sobre casi cualquier cosa en el mundo, excepto la lucha contra la influencia de Trotsky. Después de todo, argumentan, Trotsky había sido exiliado de la Unión Soviética en 1929. Los miembros más conocidos de la vieja Oposición de Izquierda se habían retractado de sus puntos de vista trotskistas anteriores. La represión sistemática había hecho imposible el desarrollo del trabajo político entre los restos de los grupos trotskistas que aún existían a mediados de la década de 1930.

Vadim rechazó estos puntos de vista, que, argumentó, subestimaban la potencia de la tradición marxista dentro de la Unión Soviética y la profundidad de los sentimientos revolucionarios entre amplios segmentos del pueblo. Además, a pesar de sus retractaciones, los viejos bolcheviques nunca se habían reconciliado con el régimen estalinista y seguían siendo puntos focales potenciales de la insatisfacción masiva acumulada. Incluso dentro de la burocracia, quedaban elementos que no habían roto completamente con su propio pasado revolucionario y de cuya lealtad Stalin no podía depender por completo. Los escritos de Trotsky eran seguidos y aún ejercían influencia. Después de su asesinato en diciembre de 1934, se encontraron varios volúmenes de los escritos de Trotsky en el departamento de Kirov. Vadim analizó los vínculos entre las corrientes opositoras dentro de la URSS y Trotsky. Las purgas no fueron producto de la paranoia de un loco. Stalin, insistió Vadim, tenía verdaderas razones para temer la influencia de Trotsky, no solo dentro de la Unión Soviética sino más allá de sus fronteras. ¿Cuál fue entonces el propósito final del terror? “La Gran Purga de 1937-1938”, escribió Vadim, “fue necesaria para Stalin precisamente porque solo de esta manera era posible despojar de vitalidad el fortalecimiento del movimiento revolucionario de la Cuarta Internacional, para evitar que se convirtiera en la principal fuerza revolucionaria de la época, para desorientar y desmoralizar a la opinión pública mundial, capaz de volverse receptiva a la adopción de ideas 'trotskistas'”.

A principios de 1994 se publicó el segundo volumen del ciclo de Vadim. Se ordenó una tirada de 10.000 ejemplares y, como no había otro lugar donde pudieran almacenarse, todos los libros se entregaron en el departamento de Vadim. Los paquetes de libros, envueltos en papel marrón, estaban en todas partes: en estantes, mesas, armarios, debajo de camas y sillas, y en la parte superior del refrigerador. Vadim estaba encantado con la llegada de su “recién nacido” y ya estaba trabajando duro en el tercer volumen. Además del apoyo del Comité Internacional, la publicación de documentos previamente cerrados de archivos estatales dio un poderoso impulso a su investigación y escritura. Nunca en la vida de Vadim, como admitió libremente, había sido tan feliz. Por fin, fue capaz de lograr todo lo que en el pasado solo había podido soñar. Luego vino lo inesperado. En mayo de 1994, después de que Vadim se quejara de un dolor en la parte inferior del abdomen, sus médicos le ordenaron un tomograma computerizado, que detectó un tumor en el intestino grueso de Vadim. Se realizó una operación y se le extrajo un tumor grande del colon. El cirujano también le descubrió dos metástasis en el hígado a Vadim, que intentó tratar realizando una resección. El pronóstico fue devastador: era de esperar un rápido deterioro físico. Era poco probable que Vadim sobreviviera más de un año.

La lucha contra la Escuela de la Falsificación Histórica postsoviética

Vadim recibió la noticia con extraordinaria calma. “No veo nada”, dijo, “que sea particularmente trágico en mi destino personal”. Uno no podía dejar de admirar la estoica respuesta de Vadim, pero todos sentimos que, en este desarrollo inesperado y terrible, algo profundamente trágico, en un sentido casi clásico, en el mismo momento en que las condiciones objetivas finalmente le permitieron a Vadim cumplir la ambición de su vida, fue azotado por una enfermedad implacable e incurable. En el otoño de 1994, cuando Vadim se recuperó lo suficiente de su operación, lo visité en Moscú. Había reanudado el trabajo en el tercer volumen, que esperaba completar en unos pocos meses. Como siempre, el primer orden del día fue la elaboración de una agenda para nuestras discusiones. El tema más importante era “Planes para el futuro”. Hablamos sobre el impacto de la nueva campaña de falsificaciones que se había desencadenado por la publicación de libros por el profesor Richard Pipes y el general Dmitri Volkogonov. ¿No era hora, le sugerí a Vadim, que el Comité Internacional lanzara una “Contraofensiva internacional contra la Escuela de la Falsificación Histórica Post-Soviética”? Vadim inmediatamente repitió el título en ruso, lo que lo hizo sonar aún más grandioso e imponente. Le atrajo inmensamente. Le pregunté a Vadim si estaría preparado para emprender una gira de conferencias a los Estados Unidos a principios de la primavera de 1995. Vadim aceptó la propuesta con entusiasmo. En ese momento no tenía idea de si Vadim estaría vivo en la primavera. Pero la posibilidad de dar conferencias en el extranjero tuvo un efecto terapéutico sobre Vadim mayor que cualquier tratamiento conocido por la ciencia médica. A medida que su espíritu se elevaba, la capacidad de trabajo de Vadim parecía completamente restaurada. Completó rápidamente el tercer volumen y se lanzó a la preparación de sus conferencias estadounidenses.

La primera conferencia tuvo lugar en la Universidad Estatal de Michigan en Lansing; la segunda en la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Se programaron nuevas conversaciones en Palo Alto y Boston. Nuestro partido organizó una campaña para construir las conferencias que no se habían visto en un campus universitario en los Estados Unidos durante al menos los últimos 20 años. Anunciamos las conferencias como “un gran evento intelectual”, algo que a los estudiantes les pareció tan extraño, inusual y bienvenido que rápidamente generó un gran interés y entusiasmo entre ellos. Esperamos con temor la llegada de Vadim y Galya. Habían pasado varios meses desde mi visita a Moscú. Me preguntaba si su salud estaba a la altura de los rigores del viaje y una serie de conferencias exigentes. Pero mis preocupaciones pronto cesaron. El estado de ánimo de Vadim era nada menos que eufórico y su estado físico parecía robusto. Su interés en todas las facetas de la vida estadounidense era inagotable. Como pronto descubrimos, teníamos en nuestras manos a uno de los turistas más formidables desde Marco Polo. Entre las discusiones sobre sus próximas conferencias, Vadim insistió en ver la mayor cantidad posible de Detroit y sus alrededores. Su interés en la sociología no era simplemente el de un teórico. Vadim poseía poderes agudos de observación y estaba fascinado por la variedad, anomalías y contradicciones de los Estados Unidos. Vadim quería probar y saborear lo más posible la vida estadounidense, y lo digo literalmente. En un viaje a un centro comercial, Vadim notó una heladería. Entró y se sorprendió por la variedad de sabores. Pidió un helado con tres bolas de helado. El asistente detrás del mostrador le señaló la gran variedad de espolvoreados y le preguntó a Vadim cuál quería en su helado. “Todos ellos”, respondió.

Las conferencias fueron un triunfo. En la Universidad Estatal de Michigan, asistieron cerca de 150 estudiantes, profesores y administradores. En la Universidad de Michigan, la asistencia fue cercana a las 250 personas. Vadim tenía el don de presentar ideas complejas de una manera que las hiciera accesibles e interesantes para un público diverso. Vadim le daba gran valor a su interacción con el público. Le gustaban las preguntas más que cualquier otra cosa, porque le permitían evaluar la respuesta de la audiencia, aclarar elementos de su presentación y desarrollar nuevas ideas que no se le habían ocurrido previamente.

Al concluir la gira por los Estados Unidos, acordamos que se organizaría otra serie de conferencias en otras partes del mundo. En febrero de 1996, Vadim dio conferencias en Inglaterra y Escocia. En mayo-junio de 1996, Vadim pronunció conferencias en Australia ante audiencias de pie cuyo tamaño conmocionaba —y a menudo parecía que consternaba— al profesorado de historia de las universidades en las que se celebraron las reuniones. Las cuatro conferencias impartidas por Vadim, dos en Sydney y dos en Melbourne, atrajeron a casi 2.000 personas. En diciembre de 1996, Vadim viajó a Alemania para dar una conferencia en Berlín, en la Universidad Humboldt y en Bochum.

Vadim estaba satisfecho con el éxito de sus conferencias. Pero obtuvo su mayor satisfacción al reunirse con los camaradas del Comité Internacional. La profundidad de su aislamiento en Rusia lo hizo aún más agradecido de estar con amigos y camaradas genuinos. Vadim encontró entre ellos un sentido de idealismo y solidaridad que era imposible dentro de las organizaciones burocratizadas que había conocido en la URSS. Reunirse y trabajar con trotskistas de todo el mundo fue, para Vadim y Galya, no solo una experiencia política e intelectual, sino también profundamente emocional. Invariablemente, a medida que se acercaba el día de su regreso a Moscú, el estado de ánimo de Vadim y Galya se volvía más oscuro. Buscaban retener la compostura derramando regalos sobre sus anfitriones. Luego, cuando llegaban al aeropuerto y llegaba el momento de despedirse, siempre había abrazos y lágrimas.

La vida en Moscú no fue fácil para Vadim. Si bien los viajes al extranjero parecían hacer maravillas sobre su salud y su moral, los retornos a Moscú a menudo venían seguidos por una recaída física y emocional. Dada la naturaleza de la enfermedad de Vadim, las sesiones largas y agotadoras de quimioterapia eran inevitables. Pero se hicieron aún más difíciles por el aislamiento que Vadim sentía dentro de Rusia. Poco quedaba de su antiguo círculo de amigos y colegas. Muchos de ellos simplemente se habían adaptado al nuevo entorno al deshacerse de sus creencias y principios pasados. Con tales personas, Vadim se negaba a mantener contacto personal. Luego hubo otros amigos, menos adaptables, que sintieron que sus vidas habían perdido todo propósito en las condiciones totalmente degradadas de la vida postsoviética. Vadim y Galya hicieron lo que pudieron para apoyar y alentar a esos amigos. Una vez, Vadim invitó a una vieja amiga a cenar. Quería que conociera y discutiera el trabajo y la perspectiva de nuestro movimiento. Ella escuchó en silencio, apenas pronunciando una palabra. Las pocas observaciones que hizo expresaron el más profundo pesimismo y desmoralización. Cuando la mujer se fue, Vadim explicó: “Ella fue una vez la periodista más honesta y respetada en la Unión Soviética. Millones de personas leyeron sus artículos sobre problemas sociales y condiciones de la vida cotidiana. Ella recibía miles de cartas cada semana. Luego su periódico cerró y no pudo encontrar otro trabajo. Su público ya no existe y no ve ninguna razón para vivir. Conozco a muchas personas como ella”.

Para mantener su propio equilibrio emocional, Vadim intentó, en la medida de lo posible, mantener un cierto desapego de los desarrollos políticos diarios. Como Avner Zis, el brillante esteticista soviético que seguía siendo uno de los pocos amigos íntimos de Vadim, señaló una vez: “Vemos las noticias en la televisión y solo vemos dos tipos de personas: idiotas y gánsters”. Vadim intentó concentrarse lo mejor que pudo en su obra histórica. Pero la profundidad de la degradación intelectual, social y moral lo afectaba profundamente. Aunque entendió la naturaleza contrarrevolucionaria del estalinismo, a Vadim le resultó difícil aceptar, emocionalmente, si no intelectualmente, que no había surgido del Partido Comunista, una organización con 40 millones de miembros, al menos varias docenas, si no unos pocos miles, de marxistas genuinos.

El fin de semana del sexagésimo cumpleaños de Vadim, el Partido Comunista convocó una manifestación contra Yeltsin que coincidió con el cuadragésimo segundo aniversario de la derrota de la Alemania nazi. Aunque despreciaba a Ziugánov, Vadim esperaba que la fecha de la manifestación de alguna manera evocara sentimientos socialistas residuales entre la población de Moscú. “Al menos veremos algunas banderas rojas”, dijo Vadim, instándome a que lo acompañara a observar la manifestación. Me alegré de caminar con Vadim, pero le advertí que no se hiciera ilusiones. La manifestación enfermó a Vadim: había algunas banderas rojas, pero aún más carteles con la imagen de Stalin. También había esvásticas y folletos antisemitas que circulaban ampliamente. La manifestación se detuvo ante el Lubianka, y Ziugánov se dirigió a los manifestantes desde los escalones de la antigua sede de la policía secreta en la que, 60 años antes, miles de antiguos bolcheviques habían sido torturados y fusilados. Cuando Vadim abandonó la escena, dio voz a todo su dolor y frustración. “Ahora has visto por ti mismo lo que ha sido de nuestra sociedad”, decía una y otra vez. Mientras caminábamos por las calles de Moscú, intenté contrarrestar la depresión de Vadim. La manifestación no representaba toda la realidad rusa, argumentaba. Otras influencias estaban haciendo su trabajo, incluidos sus propios escritos. Vadim no estaba dispuesto a ser consolado. “Nada de lo que escribo hará ninguna diferencia en este país”, insistía. Nos encontramos con un pequeño quiosco con algunas mesas y sillas dispuestas al lado. Compramos algunos refrescos y nos sentamos a tomarlos. La discusión continuó. De repente notamos que un hombre nos observaba. Mientras nos preguntábamos quién era, se acercó a Vadim y dijo en voz baja: “Sé quién eres. Acepta mi gratitud por lo que has escrito. Tienes muchos amigos”. Cuando completamos nuestro viaje a casa, el estado de ánimo de Vadim estaba eufórico.

Tales cambios de humor no eran inusuales para Vadim. Era un hombre complejo y multifacético, tanto artista como científico. La riqueza de su pensamiento se derivaba de una rara combinación de lógica y emoción. Vadim poseía una capacidad asombrosa para absorber, analizar y asimilar información. Parte del secreto de la velocidad con la que escribía era que retenía gran parte de lo que leía (documentos de archivo, libros y artículos de revistas) y no necesitaba pasar mucho tiempo haciendo, estudiando y reorganizando notas. Pero por grandiosa que fuera la demanda que hicieran los hechos históricos y las estadísticas sociológicas sobre su memoria, todavía había mucho espacio para la poesía. Recitaba con facilidad los versos de Pushkin, Mayakovsky, Pasternak y otros maestros ruso-soviéticos. La belleza y la pasión de sus recitaciones no eran simplemente el trabajo de la memoria. Vadim entendía y sentía las imágenes a las que daba voz con tanta sensibilidad.

Enfermedad terminal

Cuando Vadim se fue de Australia en enero pasado, estaba lleno de esperanza. Al concluir su conferencia, le había presentado a Vadim la traducción recientemente publicada en inglés de 1937. Al aceptar el libro, Vadim reconoció ante el público que los últimos seis años habían sido los más felices de su vida. Además, deseaba compartir un secreto con el público. El séptimo y último volumen de su ciclo histórico estaría dedicado al Comité Internacional de la Cuarta Internacional, sin cuyo apoyo y aliento su trabajo no hubiera sido posible. Durante los siguientes meses, Vadim parecía estar resistiendo físicamente. En mayo, él y Galya viajaron a Israel para visitar a una hija. A su regreso, Vadim repentinamente encontró difícil mover su brazo izquierdo. Sus médicos le aseguraron que había sufrido solo un pequeño derrame cerebral y que no había razón para alarmarse. En agosto, sin embargo, la debilidad se extendió a sus piernas. Vadim ingresó al Instituto de Ciencias Oncológicas para pruebas y tratamiento.

Aunque Vadim me aseguró por teléfono que su estado era estable y que los médicos esperaban una mejora, temí lo peor y decidí visitarlo en septiembre. Llegué a Moscú el 11 de septiembre, en medio del creciente caos de la crisis financiera que, durante la semana anterior, produjo el colapso del rublo. Fui inmediatamente al hospital. Veinte años antes había sido, sin duda, un escaparate de los logros científicos soviéticos. Ahora parecía un símbolo de la catástrofe social que se había apoderado de Rusia. La vasta estructura era fría y oscura. Ese viernes por la noche, no se encontraba personal médico en ninguna parte. La habitación de Vadim estaba en el piso dieciocho. Todas las estaciones médicas estaban desiertas. Solo se veía a una anciana de la limpieza, inclinada sobre un trapeador. Buscando en los pasillos oscuros, encontré la habitación de Vadim y entré. Estaba sentado en un pequeño escritorio, escribiendo. Su apariencia había cambiado mucho. Galya vivía con Vadim en la habitación del hospital, asumiendo todas las funciones esenciales que el hospital, devastado por la crisis social, no podía proporcionar. Ella le preparaba la comida a Vadim, le cambiaba las sábanas de la cama, le controlaba la presión arterial y los niveles de azúcar, le suministraba los medicamentos y lo lavaba.

Como ya era tarde y Vadim estaba muy cansado, acordamos comenzar nuestra discusión al día siguiente. Pero cuando llegué el sábado por la mañana, la condición de Vadim se había deteriorado drásticamente de repente. Estaba jadeando buscando aire, y parecía estar solo semiconsciente. Salí de la habitación en busca de un médico. Pude encontrar a su oncólogo, el profesor Litchnitzer, que había supervisado el tratamiento de Vadim desde la operación. Ahora me dijo que el cáncer había progresado hasta el cerebro de Vadim. En este momento, Vadim estaba pasando por una grave crisis. Poco podía hacer, excepto administrar oxígeno para ayudar a la respiración de Vadim. Pero el profesor Litchnitzer sugirió que intentara hablar con Vadim. Regresé a la habitación, me senté junto a la cama de Vadim e hice lo que Litchnitzer me sugirió. Vadim abrió los ojos. Su respiración se volvió menos laboriosa. En una hora la crisis pareció haber pasado. Vadim se sentó en su cama. Me preguntó cuánto tiempo estaría en Moscú. Le dije mi horario. “ Nu, tak ”, respondió Vadim. “Preparemos una agenda para nuestras discusiones”. Primero, quería revisar conmigo el material que estaba incluyendo en su séptimo volumen, especialmente el relacionado con el asesinato de Trotsky. Luego, dijo Vadim, tenía la intención de dictar una carta al profesor Herman Weber en Alemania, quien había editado una colección de ensayos sobre el terror estalinista, uno de los cuales incluía una referencia desdeñosa al trabajo de Rogovin. Según el libro de Weber, el análisis de Rogovin sobre el terror ponía demasiado énfasis en la influencia de Trotsky. Finalmente, Vadim quería discutir cómo las secciones del Comité Internacional tenían la intención de incorporar, en forma programática, el concepto de igualdad social. Poco más de una hora antes, parecía posible que Vadim muriera ese mismo día. Ahora había propuesto una agenda que requeriría varios días para realizarse.

Pasamos el resto del sábado revisando, como él había sugerido, el material para el séptimo volumen. El domingo, Vadim dictó una carta brillantemente discutida dedicada al profesor Weber, refutando las críticas que se habían dirigido contra su propio trabajo. El lunes hablamos y, como era habitual en nosotros, discutimos sobre el significado de la demanda de igualdad social dentro de la sociedad contemporánea. Al anochecer, Vadim se había cansado y decidimos poner fin a nuestra discusión. Estaba inmensamente satisfecho con los resultados de nuestro trabajo. ¿Sería posible, preguntó, que volviera a Moscú en noviembre? Prometí que lo haría. Al día siguiente, martes, salí de Rusia. Después de parar un día en Europa occidental, volé a los Estados Unidos el jueves. Cuando llegué a Detroit ya era pasada la medianoche, el viernes por la mañana, en Moscú. Quince minutos después de entrar en mi casa, recibí el mensaje de Moscú. Vadim acababa de morir.

El funeral de Vadim se celebró en las afueras de Moscú el 21 de septiembre. Los medios rusos no se habían dado cuenta de su muerte. Era un grupo relativamente pequeño de personas las que estaban presentes para rendir homenaje a este hombre extraordinario. Pero los que estaban allí representaban todo lo grandioso y de principios en la historia de la Unión Soviética: Yuri Primakov, hijo del general Vitali Primakov, asesinado por Stalin en 1937; Yuri Smirnov, hijo del opositor de izquierda Vladimir Smirnov, asesinado por Stalin en 1936; Zoya Serebriakova, la hija del opositor de izquierda Leonid Serebriakov, asesinada por Stalin en 1937; y Valeri Bronstein, el sobrinonieto de Lev Davidovich Bronstein, más conocido como Trotsky. Estos sobrevivientes y testigos de eventos que se encuentran entre los más terribles del siglo XX pudieron apreciar la importancia de la vida de Vadim Zakharovich Rogovin. En el futuro, muchos más, en Rusia y en todo el mundo, leerán los libros de Vadim y honrarán su memoria. Porque el gran historiador ha pasado a la historia.

Notas:

1. Russian Thinkers (Londres: Penguin Books, 1979), pág. 129.

2. What Is History? (Londres: Penguin Books, 1990), pág. 37.

3. Stalin’s Neo-NEP (Traducción inédita)

4. Fourth International, Volumen 19, Número 1, Otoño-invierno de 1992, págs. 77-78.

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Otras conferencias

Conferencias y ensayos de Vadim Rogovin disponibles en línea

Stalin’s Great Terror: Origins and Consequences
[May 28, 1996]

Introduction by Vadim Z. Rogovin to 1937: Stalin’s Year of Terror
[29 December 1998]

Obras de Vadim Rogovin a la venta en Mehring Books

1937: Stalin’s Year of Terror

Stalin’s Terror of 1937-1938: Political Genocide in the USSR

Was There an Alternative to Stalinism in the USSR?

Otros ensayos y homenajes en el WSWS

A tribute to Vadim Rogovin
[20 May 2002]

Twenty years since the death of Marxist historian and sociologist Vadim Rogovin
[18 September 2018]

Vadim Rogovin y la sociología del estalinismo
[25 September 2018]

Vadim Rogovin, 1937-1998: Russian Marxist Historian Dies in Moscow
[18 September 1998]

International tributes for Russian Marxist historian
[6 October 1988]

A tribute to Vadim Rogovin by Galina Rogovina-Valuzhenich: “A passion for historical truth”
[20 June 2002]

(Publicado en inglés el 23 de agosto de 2019)

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