El 14 de noviembre, el World Socialist Web Site planteó la interrogante ¿Está Trump planeando una guerra contra Irán? La respuesta no se demoró.
El New York Times reveló en un artículo el 16 de noviembre que el mandatario estadounidense se reunió el jueves anterior con su gabinete de seguridad nacional en la Oficina Oval a fin de discutir “opciones para tomar medidas contra la principal instalación nuclear de Irán en las semanas siguientes”.
En medio de la campaña de Trump para anular los resultados de la elección presidencial, la reunión incluyó al vicepresidente Mike Pence; el secretario de Estado, Mike Pompeo; el nuevo secretario de Defensa en funciones, Cristopher Miller; y el presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley.
El pretexto de esta ominosa discusión fue un reporte publicado la semana pasada del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) que indica que las reservas de uranio de poco enriquecimiento de Irán llegaron a 2.442 kg, doce veces más que el límite establecido por el acuerdo nuclear de 2015 entre Teherán y las principales potencias globales. El acuerdo, conocido como el Plan de Acción Integral Conjunto, levantaba las sanciones de las Naciones Unidas a cambio de que Irán redujera severamente su programa nuclear civil y se sometiera a un riguroso régimen de inspecciones.
Trump abandonó el acuerdo en 2018, imponiendo una serie interminable de sanciones unilaterales cada vez mayores para estrangular la economía de Irán y someter a la población a punta de hambre, realizando incansables provocaciones militares entretanto. Esto culminó en un asesinato del alto líder iraní Qasem Soleimani en enero pasado por medio de un ataque con drones en el aeropuerto internacional de Bagdad, un acto criminal que llevó a ambos países al borde de una guerra de plena escala.
El tamaño de las reservas iraníes de uranio —que aún son mucho más pequeñas de lo que eran antes del acuerdo de 2015— no tienen ninguna importancia estratégica y no representan una violación del derecho internacional. Teherán ha aumentado sus reservas y ha excedido otros límites del acuerdo en respuesta al fracaso de Europa de contrarrestar las sanciones unilaterales de Washington.
Irán no ha tomado ninguna medida para enriquecer el uranio a un nivel superior al 90 por ciento necesario para producir material fisionable, ni hay pruebas de que tenga intención de hacerlo. Irán ha insistido repetidamente en que su programa nuclear es sólo para fines pacíficos, y ha aceptado inspecciones internacionales que revelarían cualquier contrariedad.
El artículo del Times repite la mentira propagandística de los Gobiernos de EE.UU. e Israel de que Irán podría estar “cerca de una bomba” en la próxima primavera. Cabe señalar que entre los autores del artículo se encuentran Eric Schmitt y David Sanger, que contribuyeron con artículos a la campaña del Times al servicio de la Administración de Bush para inventar el pretexto de “armas de destrucción masiva” para la guerra de agresión de los Estados Unidos contra Irak en 2002-2003.
Según el Times, “Cualquier ataque, ya sea con misiles o cibernético, se centraría casi con toda seguridad en Natanz”, la mayor instalación de enriquecimiento de uranio del Irán situada al sur de la capital, Teherán.
El informe del Times citó a funcionarios de la Administración no identificados que declararon que “Después de que el Sr. Pompeo y el general Milley describieran los posibles riesgos de una escalada militar, los funcionarios abandonaron la reunión creyendo que un ataque con misiles dentro de Irán quedaba descartado...”.
No hay ninguna razón para aceptar tales garantías. La planificación de un ataque de EE.UU. continúa a buen ritmo, y se están tomando medidas definitivas para su ejecución.
El Pentágono informó el lunes el redespliegue de un escuadrón de cazas F-16 de la Base Aérea de Spangdahlem en Alemania a la Base Aérea de Al-Dhafra en Abu Dhabi. Un comandante de la Fuerza Aérea dijo a los medios que era una demostración del “compromiso de CENTCOM [Comando Central de EE.UU.] con sus aliados y socios para reforzar la seguridad y la estabilidad en la región”. Los aviones están equipados para lanzar bombas convencionales y nucleares contra objetivos. Mientras tanto, el Grupo de Ataque del Portaaviones Nimitz de la Marina de los Estados Unidos continúa sus operaciones en el golfo Pérsico, mientras que Estados Unidos tiene unos 35.000 soldados desplegados en la región.
Mientras tanto, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, llega hoy a Israel para tener conversaciones con el primer ministro Benjamin Netanyahu, quien, así como Trump, está amenazado con ser expulsado del poder para enfrentar múltiples cargos criminales. El principal tema que se discutirá en la visita de Pompeo –como lo será en sus posteriores visitas a las monarquías petroleras del golfo Pérsico que forman parte del eje anti-Teherán de Washington— será la guerra contra Irán. La prensa israelí está llena de especulaciones sobre si EE.UU. atacará a Irán antes de que Trump sea obligado a dejar el cargo, o si Washington ayudará a Netanyahu a hacerlo.
Una cosa es segura. El bombardeo de Natanz o de cualquier otra instalación nuclear iraní sería un crimen de guerra de proporciones históricas mundiales, amenazando con matar a miles —si no a decenas de miles— y luego sometería a muchas personas más a muertes y otros efectos nocivos de la liberación de gases de hexafluoruro de uranio y la subsiguiente lluvia radioactiva.
Detrás del pretexto de las reservas de uranio iraní, la fuerza impulsora inmediata de tal crimen de guerra contra Irán radica en la crisis política sin precedentes en Washington ante el intento de Trump de dar un golpe de Estado postelectoral para mantenerse en el poder.
Trump ha llevado a cabo una purga de la cúpula del Pentágono, instalando una cábala de leales fascistizantes en los puestos más altos, todos ellos fanáticamente antiiraníes. Mark Esper, el exsecretario de Defensa en funciones, quien era cabildero de la industria armamentística, fue destituido tanto por su reticencia a apoyar un bombardeo contra Irán como por su oposición pública a la propuesta de Trump de invocar la Ley de Insurrección y desplegar tropas regulares del Ejército en las calles para atacar las manifestaciones contra la violencia policial.
Un ataque contra Irán, y la inevitable respuesta iraní, que posiblemente involucraría un gran número de bajas estadounidenses, proporcionarían a Trump el pretexto para imponer ley marcial y negarse a entregar la Casa Blanca. A 62 días de la inauguración presidencial prevista, el peligro de tal provocación está siempre presente.
Biden y los demócratas han ignorado la amenaza de una guerra catastrófica contra Irán. En cambio, advierten de los supuestos peligros de una retirada “precipitada” de las tropas estadounidenses de Afganistán e Irak tras casi dos décadas de guerra, al tiempo que proclaman que la obstrucción del proceso de transición por parte de Trump es una amenaza a la “seguridad nacional”, dejando al imperialismo estadounidense vulnerable frente a sus “enemigos”.
La amenaza de guerra contra Irán y el peligro de una nueva guerra mundial no tienen su origen en la crisis del régimen de Trump, sino todos son productos de la crisis histórica del imperialismo estadounidense. En su despiadada agresión contra Irán, Washington persigue intereses geoestratégicos. Trata de ejercer una hegemonía sin límites sobre el golfo Pérsico y sus vastos recursos energéticos, mientras que se los niega a su principal rival mundial, China.
Si Biden logra ser inaugurado el 20 de enero, esta amenaza de guerra solo seguirá aumentando. El Partido Demócrata ha dejado esto muy claro a través de su campaña de ataques a Trump desde la derecha, alegando que es demasiado “suave” con Rusia y China.
La principal preocupación del Partido Demócrata no es derrotar las conspiraciones de Trump, sino más bien evitar que la oposición popular a ellas amenace los intereses de Wall Street y del imperialismo estadounidense.
La lucha contra la guerra y en defensa de los derechos democráticos —junto con el sacrificio de las vidas de trabajadores por la respuesta de “inmunidad colectiva” de la clase dominante a la pandemia COVID-19— solo puede ser librada por la clase obrera en oposición a Trump y a los demócratas y al sistema capitalista que ambos defienden.
El mundo entero está observando los extraordinarios acontecimientos que han seguido a las elecciones de EE.UU., y si los trabajadores estadounidenses inician una lucha política independiente, será respaldada por los trabajadores de todo el mundo. Los intereses comunes de los trabajadores de los Estados Unidos y de todos los demás países consisten en romper el control de la oligarquía financiera y corporativa y tomar el poder en sus propias manos para reestructurar la vida económica internacional sobre la base de la igualdad y el socialismo.
(Publicado originalmente en inglés el 17 de noviembre de 2020)