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Perspectiva

La pandemia y la normalización de la muerte

Estados Unidos está en medio de uno de los periodos más intensivos de muerte a escala masiva en la historia de la nación. Más de 16.000 personas han fallecido del coronavirus en solo una semana, un promedio de 2.300 cada día.

En comparación, durante la pandemia de “Gripe española” en 1918, aproximadamente 675.000 personas en EE.UU. perdieron su vida en el curso de dos años, un promedio de menos de 1.000 personas cada día. En 1995, en el punto álgido de la horrenda epidemia de SIDA, 41.000 personas murieron en un solo año, el equivalente a casi 112 personas por día, o una vigésima parte de la tasa de muertes actual.

Ataudes con los cuerpos de víctimas de coronavirus antes de ser enterrados o cremados en la morgue Collserola en Barcelona, España (AP/Creador: Emiliio Morenatti)

En los próximos días, el total de muertes por coronavirus superará los 300.000 o casi una de cada mil personas en el país. El coronavirus es actualmente la principal causa de muerte en EE.UU., superando las enfermedades circulatorias y el cáncer.

Ante tal nivel de muertes día tras día, semana tras semana, mes tras mes, la respuesta oficial ha sido minimizar la catástrofe en marcha.

La muerte ha sido “normalizada”.

En la prensa, la cifra de muertes se reporta cada día. De vez en cuando, incluso se hacer referencia a algún incidente particularmente horrible, como la muerte de dos padres o de toda una familia. Pero luego se deja el tema y el noticiero pasa a la siguiente noticia. No hay ningún reconocimiento de que esta catástrofe sin tregua exige una respuesta masiva e inmediata. No se intenta examinar quién está muriendo, dónde y bajo cuáles condiciones.

Trump, el dictador fascistizante en potencia en la Casa Blanca, ha tratado las muertes como si no fueran importantes —“prácticamente nadie” se ha visto afectado, como lo dijo más temprano este año—. Toda la política del Gobierno de Trump se ha basado en prevenir cualquier respuesta coordinada para detener la propagación de la enfermedad y las muertes.

En cuanto al presidente electo Joe Biden, casualmente señaló la semana pasada que “posiblemente perderemos a otras 250.000 personas muertes entre ahora y enero”. Presentó esta masiva cifra de fallecimientos como si fuera un evento cósmico e inevitable que no merece ninguna acción inmediata. No exigió acciones de emergencia para prevenir que se cumpla este pronóstico. Ayer, Biden resumió su política de coronavirus, centrándose en la demanda de que las escuelas deben permanecer abiertas, lo cual es visto por la clase gobernante como algo esencial para mantener a los trabajadores en sus puestos.

La normalización de las muertes resulta de la decisión arraigada en intereses de clases de tratar la “salud de la economía” y la “vida humana” como fenómenos comparables, priorizando el primero sobre el segundo. No bien se acepta la legitimidad de la comparación y la priorización —como lo ha hecho toda la élite política, los oligarcas y la prensa— las muertes masivas son vistas como inevitables.

Es precisamente este terrible cálculo que engendra la consigna, “La cura no puede ser peor que la enfermedad”.

Bajo el capitalismo, “la economía” se refiere a la explotación de la clase obrera. En la medida en que la “cura”—es decir, las acciones más básicas para salvar vidas—limite el proceso de acumulación de ganancias, será inaceptable. Cualquier cosa que socave la extracción de plusvalía de la clase obrera, o desvía esta plusvalía lejos de los capitalistas a través de medidas de emergencia y servicios sociales, debe ser rechazada.

De ahí surge la conclusión: los trabajadores deben morir. Cuando Marx se refirió a “la irrefrenable y ciega pasión” del capitalismo, “su hambre de hombre lobo por el plustrabajo”, no eran frases meramente literarias. Expresan el horror de la realidad social.

La respuesta de la clase gobernante a la pandemia en Estados Unidos y todo el mundo proviene de las condiciones que la precedieron. Han pasado casi cuatro décadas desde que Ronald Reagan y Margaret Thatcher llegaron al poder, proclamando (en palabras de Thatcher) que “no existe tal cosa como la sociedad”. La ideología libertaria de derecha promovida por Thatcher y Reagan se volvió corriente en todo sector de la élite política, siendo acogida por los demócratas como Bill Clinton y los laboristas como Tony Blair. Estas reaccionarias panaceas del “libre mercado” son la base de las políticas capitalistas en todos los países.

Por décadas, tanto los demócratas como los republicanos han recortado el gasto público y los programas de asistencia social, encauzando sumas cada vez mayores de dinero a los mercados financieros. Se proclamó que, en este proceso, las corporaciones no solo tenían los mismos derechos de los seres humanos, sino que los intereses corporativos —y los de la oligarquía financiera— estaban por encima que los seres humanos.

En un mundo financiarizado, en el que la vida humana tan solo tiene un significado económico abstracto, aquellas personas que no estén involucradas en la generación de plusvalía —y cuyo cuidado reste a la masa de plusvalía generada por la fuerza de trabajo— son “inservibles”. Dondequiera que se hagan cálculos de ganancias y pérdidas, el fantasma de Malthus está siempre presente.

A partir de esta lógica de clase fundamental, fluye la política que está siendo implementada: restarle importancia al peligro del virus, rescates masivos para los ricos, la campaña para reabrir las fábricas y las aulas. Las consecuencias predecibles de esta política están ocurriendo.

Existen otros factores que se suman a la indiferencia de la élite gobernante. La pandemia de coronavirus es una enfermedad que afecta principalmente a los mayores y a la clase obrera. El COVID-19 se propaga rápido en las fábricas y otros lugares de trabajo presencial, afectando desproporcionadamente a la clase obrera, que además vive en hogares compartidos, multigeneracionales y frecuentemente sin posibilidad de distanciamiento social.

En EE.UU., el 80 por ciento de los fallecidos tenían más que la edad de jubilación, 66 años. Apenas el 5 por ciento de los casos de COVID-19 en el país han ocurrido en hogares de ancianos, pero estas instalaciones representan el 40 por ciento de las muertes o más de 100.000 personas.

Pero incluso la propagación del virus en la clase gobernante y la propia Casa Blanca no ha provocado ninguna respuesta.

Detener la pandemia y salvar vidas son inseparables de deshacerse del orden social que produjo la catástrofe. El sacrificio insensato y prevenible de cientos de miles de vidas es el más importante testamento del carácter reaccionario e inhumano del orden capitalista y a la necesidad de reemplazarlo con el socialismo.

(Publicado originalmente en inglés el 9 de diciembre de 2020)

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