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Perspectiva

Reabrir las escuelas presenta un gran riesgo para las vidas de los niños

La pandemia cada vez más acelerada del coronavirus es un peligro claro e inmediato para los niños en Estados Unidos y todo el mundo. Los casos se han disparado y los hospitales pediátricos se encuentran cada vez más saturados.

Un osito de peluche en la cama de un niño en la unidad pediátrica del hospital Robert Debre, París, Francia, 3 de marzo de 2021 (AP Photo/Christophe Ena)

En Estados Unidos, nuevamente el epicentro del virus, se estima que el 14,3 por ciento de los casos de coronavirus han ocurrido en niños, un porcentaje que ha estado aumentando gradualmente a lo largo de la pandemia. La semana pasada, hubo más de 93.000 casos pediátricos solo en EE.UU., incluyendo casi 1.000 solo en las escuelas de Mississippi. Esto ha significado un salto masivo de los 72.000 nuevos casos infantiles registrados en la última semana de julio.

Las hospitalizaciones de niños también están aumentando. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) ha reportado que más de 1.400 niños fueron hospitalizados por COVID-19 durante la última semana, estableciendo un récord de 239 ingresos infantiles por día. En total, 4,3 millones de niños han contraído el virus. Los casos más trágicos han sido los aproximadamente 445 que fallecieron por la enfermedad.

Además, las estimaciones de los estudios realizados en EE.UU. y Reino Unido muestran que decenas o cientos de miles de aquellos contagiados tienen o tendrán síntomas prolongados. Han aparecido reportes de pérdida de la memoria completa de corto plazo, fatiga extrema, insomnio y cambios continuos en el olfato y el gusto.

Estas deficiencias cognitivas se han cuantificado como pérdidas de entre dos y siete puntos en el coeficiente intelectual. Una pérdida de dos puntos es equivalente a un envenenamiento por plomo. Una pérdida de siete puntos es peor que un ataque cerebral.

Es más, estos síntomas se están volviendo más comunes. Los datos recolectados por Reino Unido del año pasado indican que entre 2 y 4 por ciento de los niños sufrió alguna combinación de estos síntomas, y que en algunos casos han persistido por más de un año.

Después de la emergencia por la variante Delta y ahora con la variante dominante Delta, estos porcentajes han aumentado sustancialmente. El Dr. Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU., señaló durante una audiencia del Congreso en abril que hasta 15 por ciento de los jóvenes infectados podrían “terminar con esta consecuencia de largo plazo, que puede ser bastante devastadora en términos de cosas como su rendimiento escolar”.

En el contexto de las reaperturas escolares, tales cifras no son nada menos que horrorosas. Hay aproximadamente 50 millones de estudiantes de kínder a doceavo grado en EE.UU., además de 20 millones más de estudiantes universitarios. En el mundo en el que viven, con los Gobiernos federales y estatales obligándolos a tomar clases presenciales, unos 49.000 jóvenes enfrentan el peligro de morir, mientras que 10 millones más enfrentan el equivalente de envenenamiento por plomo o algo peor. Es como si el envenenamiento del agua en Flint, Michigan, se repitiera en cada estado.

La magnitud de lo que está ocurriendo fue reconocida por la Dra. Rochelle Walensky, directora de los CDC. Ante el Comité de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones del Senado en julio, dijo, “Quiero señalar una cosa sobre los niños: creo que caemos en esta concepción incorrecta de decir que solo 400 de estas 600.000 muertes por COVID-19 han sido de niños. No se supone que los niños mueran, así que 400 es una cantidad enorme”.

Al mismo tiempo, Walensky no intento cuadrar estos comentarios con el hecho de que el Gobierno de Biden sigue planeando enviar a los niños a las escuelas. Esa misma semana, Walensky insistió en una entrevista que, “Sigo subrayando que nuestras escuelas necesitan abrir en el otoño. Necesitan abrir para clases completamente presenciales”.

Tales declaraciones políticas son completamente desquiciadas. El envío de los estudiantes de vuelta a las aulas por parte del Gobierno de Trump en el otoño pasado y la interacción y transmisión inevitables entre estudiantes, personal, maestros y padres ayudaron a desencadenar la colosal ola de contagios que alcanzó un cuarto de millón de casos diarios en enero.

Ahora, antes de que abran completamente las escuelas, los nuevos casos ya son más del doble que hace un año, lo que abre la puerta para una ola de casos y muertes superiores a las anteriores.

Las escuelas también presentan una oportunidad única para que el virus mute más allá de la enormemente transmisible variante Delta. Dado que los niños aún no pueden vacunarse y que la variante dominante Delta es capaz de infectar tanto a personas vacunadas como no vacunadas, podrá transmitirse entre ambas poblaciones. Esto aumenta la posibilidad de que aparezca una nueva variante, como señaló el Dr. Anthony Fauci, “que tenga una capacidad mucho mayor de transmitirse pero que también sea mucho más severa”, una que pueda evadir las vacunas actuales completamente.

La situación es exactamente la misma o peor en países de todo el mundo. En Indonesia, los niños componen aproximadamente el 12,5 por ciento de los nuevos casos, mientras mueren cientos cada semana. En Brasil, las estimaciones recientes del exceso de mortalidad descubrieron que han fallecido 2.975 niños por la pandemia, casi el triple que la cifra oficial de 1.122.

Sin embargo, la marcha de los oficiales gubernamentales para reabrir las escuelas no es meramente una cuestión de irracionalidad individual. El carácter internacional de esta campaña se basa en la necesidad imperiosa de la clase capitalista para hacer todo lo posible para que los padres regresen a los lugares de trabajo inseguros para extraer más plusvalía de la clase obrera y pagar por las ganancias meteóricas de las corporaciones.

Si bien esta campaña ciertamente está siendo impulsada por varios oligarcas financieros, es más fundamentalmente un proceso objetivo arraigado en las leyes del desarrollo capitalista. La tasa de ganancias debe incrementar bajo el capitalismo y, debido a esto, los niños necesitan ser devueltos a las aulas y los padres devueltos a sus puestos.

También por esto que el sistema socioeconómico del capitalismo debe abolirse. En una sociedad racional, los cierres escolares y de los negocios no esenciales se implementarían inmediatamente como una medida para detener la propagación de la enfermedad, ofreciendo compensación financiera completa para los trabajadores y las pequeñas empresas impactadas por los cierres. Dichos confinamientos se combinarían con una expansión masiva en la toma de pruebas, el rastreo de contactos y la construcción de las instalaciones necesarias de salud para cuidar a los infectados.

En cambio, Wall Street declara que “no hay dinero” para salvar vidas mientras se regodea con billones de dólares generados por la clase trabajadora. Los trabajadores necesitan adoptar la postura contraria, de que “no hay dinero” para los capitalistas y que todos los recursos necesarios deben ser asignados a salvar vidas.

Como escribió el Partido Socialista por la Igualdad en su declaración más temprano esta semana:

El Partido Socialista por la Igualdad llama a todos los educadores y padres de familia a formar comités de base, independientes de los sindicatos y partidos políticos procapitalistas, para hacer campaña y detener la campaña de reapertura de las escuelas.

La lucha por detener esta política homicida coincide con los intereses de todos los trabajadores. Deben crearse comités de base en todas las fábricas y lugares de trabajo, conectando la oposición a la reapertura de las escuelas con una política más amplia para detener la pandemia. Esto debe incluir la demanda de ingresos completos para todos los trabajadores que se vean afectados por las medidas necesarias para salvar vidas.

…Todos los que estén de acuerdo con esta perspectiva deben crear un comité de base en su lugar de trabajo hoy mismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 12 de agosto de 2021)

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