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Cómo el militarismo alemán está explotando la guerra en Ucrania

Unidad de la KSK en el Día del Bundeswehr en 2017 (Imagen: Tim Rademacher / CC BY-SA 4.0)

La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha desatado el horror y el miedo a una tercera guerra mundial en amplios sectores de la población alemana. Los de las esferas gobernantes están reaccionando de manera completamente diferente: tras su ruidosa indignación moral y denuncias al presidente Putin hay una euforia apenas disimulada.

Por fin —según innumerables discursos de políticos y comentaristas de los medios— por fin podemos armarnos y librar una guerra de nuevo. Durante 75 años tuvimos que moderar nuestro lenguaje, pedir perdón por los crímenes de los nazis, y doblegarnos a la opinión pública pacifista. ¡Eso se ha acabado!

La sesión especial del Bundestag (parlamento federal) del domingo por la mañana, resumió este sentimiento. Diputados de todas las facciones aclamaron al canciller Olaf Scholz mientras anunciaba el mayor programa de rearme desde Hitler y prometía entregas de armas a Ucrania, efectivamente haciendo de Alemania partícipe de la guerra. Scholz habló de un “punto de inflexión histórico”, y los medios se apoderaron entusiastas de ese término.

“La decisión del gobierno alemán de suministrar armas a Ucrania es histórica. Lo mismo que las promesas de equipar al Bundeswehr [Fuerzas Armadas]. Y las dos son correctas”, escribió Nico Fried en el Süddeutsche Zeitung. “Contemplar las lecciones de la historia como la máxima definitoria había vuelto políticamente incapaz al gobierno alemán. Ahora se ha liberado de esta situación”.

Jasper von Altenbockum, escribiendo en el conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung ( FAZ ), se burló de la “tradición alemana occidental de dejar que otros paguen por la seguridad, bajo cuyo paraguas era fácil moralizar”. Ahora, el idealismo alemán post-1945 estaba demostrando ser “un error histórico, un engaño, el fracaso moral y material de una generación” que estaba buscando un vocabulario “para encontrar su salida del provincialismo de sus ilusiones de paz y de vuelta al centro de los asuntos mundiales”.

El coeditor de FAZ, Berthold Kohler, uno de los peores belicistas de los medios alemanes, hasta le agradeció explícitamente a Putin —confirmando la evaluación del WSWS de que Ucrania ha servido de carnada para que la OTAN atrajera hacia Rusia a la guerra.

“Si no sonara cínico, casi habría que agradecerle al presidente ruso por sacar a la política exterior y de seguridad alemanas de babia y bajarlas a la tierra”, comentó Kohler en el FAZ el 27 de febrero. El Partido Socialdemócrata (SPD) estaba ahora “desocupando viejas posiciones tan rápido que hasta a Moscú le está costando probablemente seguirlo”. La oposición del SPD al objetivo del dos por ciento del PIB para gasto militar, la continuación del reparto nuclear, la adquisición de drones armados, todo esto era ahora “ahora bajo el puente”.

El propio Kohler no está satisfecho y exige la bomba nuclear: “La cruzada de Putin contra Occidente, sin embargo, también está obligando a Alemania a tratar con una cuestión que, una vez más en referencia a su propio pasado, consideró respondida para siempre: la nuclear”, escribe en otro comentario del FAZ .

La experiencia con Donald Trump les había mostrado a los europeos “que no hay garantía eterna del paraguas nuclear estadounidense”. El arsenal disuasorio francés era demasiado débil. Si los europeos no querían doblegarse a la presión rusa, “entonces Europa tiene que volverse una potencia nuclear digna de ese nombre. Sin la participación de Alemania, esto no será posible”.

Comentarios parecidos se pueden encontrar en casi todos los diarios, ni que hablar de los diferentes programas de tertulia de la televisión pública. Solo los opositores de Rusia tienen voz allí; las reglas de la cobertura equilibrada han caído víctimas del “punto de inflexión histórico”.

La sesión del Bundestag del domingo se caracterizó por un estado de ánimo de frenesí bélico eufórico. Los diputados se pusieron de pie una y otra vez para ovacionar. La coalición del SPD, los Verdes y los Liberales Demócratas (FDP), y los Democratacristianos (CDU/CSU) de la oposición se superaban unos a otros con consignas militaristas y se aseguraban los unos a los otros su apoyo recíproco. El partido La Izquierda y el ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) también se unieron al coro de guerra.

Uno tras otro, los diputados del partido La Izquierda confesaron que habían subestimado criminalmente a Putin. El representante más destacado del partido, Gregor Gysi, ya había declarado en el programa matinal ZDF que todo lo que él había dicho que fuera crítico con Occidente y la OTAN se había vuelto “basura, porque ahora Putin ha decidido librar una guerra criminal de agresión que viola el derecho internacional”.

Gysi no explicó por qué el ataque de Putin a Ucrania justifica retrospectivamente el bombardeo de Belgrado, la destrucción de Afganistán, Irak, Libia y Siria, Guantánamo, Abu Ghraib, y numerosos otros crímenes de guerra cometidos por la OTAN y sus miembros.

Finalmente, el mensaje central del debate fue resumido por el diputado de AfD, Rüdiger Lucassen. “Ha vuelto la brutal política del poder y está barriendo la ética disposicional de la política alemana”, declaró el antiguo oficial profesional del Bundeswehr. Alemania no tenía alternativa, dijo. El gobierno federal debe “girar el volante hacia la política de potencia”, lo que también significa “tener capacidades militares”.

No satisfecho con el gasto masivo en rearme, Lucassen exigió una ofensiva ideológica complementaria. El gobierno federal, dijo, era “responsable de generar consciencia de una nueva resolución en nuestro pueblo”. Hay que reactivar el servicio militar obligatorio, dijo. “La resolución es el precio de nuestra libertad”.

Los esfuerzos por remontarse a la política de gran potencia y el militarismo de tiempos pasados son casi tan viejos como la propia República Federal. No fue el SPD el que se puso en el camino, como Kohler sugiere en el FAZ, sino la resistencia de amplios sectores de la población que, después de dos guerras devastadoras y los crímenes bestiales de la Wehrmacht (Fuerzas Armadas) de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, estuvieron decididos a no permitir otra guerra. El SPD, por el otro lado, ha apoyado cada expansión del militarismo y ha dado varios ministros de defensa.

Ya desde la primera mitad de los ’50 hubo protestas masivas contra el establecimiento de la Bundeswehr, que continuó en los ’60 en el movimiento contra las armas nucleares. A principios de los ’80, cientos de miles de personas se manifestaron contra la colocación de misiles nucleares de alcance medio en Alemania. En 2003, más de medio millón de manifestantes se volcaron a las calles de Berlín contra la guerra en Irak.

Sin embargo, los esfuerzos por revivir el militarismo alemán no se calmaron. La clase gobernante vio la reunificación alemana de 1990 como una oportunidad para restaurar su supremacía en Europa. “Como una nación de 80 millones de habitantes, como el país más fuerte económicamente del centro de Europa, recae sobre nosotros una responsabilidad especial”, declaró el entonces ministro de exteriores Klaus Kinkel (FDP) en 1993. “Estamos predestinados, por nuestra posición central, nuestro tamaño y nuestras relaciones tradicionales con Europa central y oriental, a derivar el principal beneficio del regreso de estos Estados a Europa”.

Gasto militar alemán de 2013 a 2021 (Fuente: Bundeswehr)

Desde entonces, la Unión Europea y la OTAN se han extendido cada vez más hacia el este, unos acontecimientos de los que Alemania ha sido el más beneficiado, tanto económica como geopolíticamente. En 1999, en contra de una considerable oposición desde dentro de sus propias filas, el SPD y los Verdes organizaron el primer despliegue bélico internacional del Bundeswehr, que afianzaron la división de Yugoslavia en siete hospicios impotentes dependientes de las grandes potencias.

En 2014, la gran coalición de la CDU/CSU y el SPD intensificó sus esfuerzos por ayudar a Alemania —en palabras del entonces presidente federal Joachim Gauck— “a desempeñar un papel más activo en el mundo” y aspirar a una política de gran potencia. Apoyó el golpe en Ucrania, que llevó al poder a un régimen antirruso con ayuda de milicias fascistas y preparó el terreno para la guerra de hoy.

Desde entonces, el presupuesto alemán de defensa ha aumentado dramáticamente, de €32.400 millones en 2014 a €46.900 millones en 2021, y ahora lo van a triplicar de un tirón.

La afirmación de que la guerra de Ucrania es para defender la libertad y la democracia contra un dictador autoritario, repetida sin cesar por los Verdes en particular, se viene abajo como un castillo de naipes al examinarla de cerca.

Las acciones de Putin son sin dudas reaccionarias. Él representa los intereses de oligarcas rusos que se enriquecieron saqueando la propiedad social de la Unión Soviética. Su nacionalismo, que se remonta a las tradiciones de Stalin y el chauvinismo gran ruso del imperio zarista, no puede revertir las consecuencias desastrosas de la disolución de la Unión Soviética de hace treinta años. Divide a la clase trabajadora y la empuja a los brazos de los demagogos nacionalistas.

Pero el régimen ucraniano no es mejor, ni siquiera cumple con los requisitos mínimos de una democracia. Sus fuerzas armadas están plagadas de milicias fascistas como el Batallón Azov, que según un informe de la revista Time, ha entrenado a 17.000 luchadores extranjeros de 50 países en los últimos seis años.

El gobierno alemán lo sabe. Hasta el 9 de febrero de este año, el progubernamental Stiftung Wissenschaft und Politik (SWP) publicó un informe, “Ucrania bajo el presidente Zelensky”, que brindaba un veredicto devastador del régimen ucraniano apoyado por Alemania con grandes sumas de dinero.

“Además de las instituciones constitucionales, hay actores poderosos en el país que no están sometidos a rendir cuentas democráticamente”, dice. Entre ellos hay oligarcas y redes y círculos de personas político-económicos a nivel regional dentro del poder judicial. “Debido a su poder judicial politizado y la gran influencia de poderosos actores informales en el sistema político”, Ucrania no podría considerarse una “democracia liberal”. Y como Ucrania es dependiente de la comunidad occidental de Estados, tanto en términos de política de seguridad como de economía”, estos últimos también se han “vuelto otro importante actor en el país”.

En dos palabras: Ucrania es un Estado dominado por amiguetes corruptos y un poder judicial sobornable, controlado y manipulado por las potencias occidentales.

Además, la OTAN no es una alianza de paz de Estados democráticos, sino una alianza bélica de potencias imperialistas, que con $1,1 billones en 2020, representaba más de la mitad del gasto militar mundial y ha librado numerosas guerras ilegales en los últimos 30 años.

En lo que respecta a la burguesía alemana, Ucrania es solo un medio para un fin, para ellos. El hambre por mercados para vender y materias primas de los grandes negocios alemanes y los conflictos sociales crecientes en casa están empujándola de vuelta al camino que ya tomó en dos guerras mundiales —la expansión hacia el este.

Mientras que en las últimas décadas ha perseguido sus objetivos por medios pacíficos bajo la consigna de “cambio mediante el comercio”, ahora está recurriendo de nuevo a la fuerza militar. Este es el “punto de inflexión histórico” que el Bundestag y los medios están celebrando de manera tan entusiasta. La invasión de Ucrania por parte de Putin, que Alemania y la OTAN provocaron deliberadamente, les llega en el momento más adecuado.

Las consecuencias de esta política son catastróficas. No solo evocan el peligro de una confrontación militar con la potencia nuclear, Rusia, que haría estragos en Europa; a la larga, Francia, Gran Bretaña y EEUU tampoco aceptarán que Alemania, a la que derrotaron en dos guerras mundiales, se vuelva otra vez la gran potencia dominante en el corazón de Europa. No importa cuán a menudo la OTAN y la Unión Europea invoquen su unidad y su solidaridad, sus políticas agresivas ya contienen la semilla de conflictos futuros.

La única salida de este punto muerto es una ofensiva internacional de la clase trabajadora, que una a los trabajadores ucranianos, rusos, europeos, estadounidenses y a todos los demás, que vincule la lucha contra la guerra con la lucha contra sus causas: el capitalismo y el sistema anticuado del Estado-nación.

(Publicado originalmente en inglés el 2 de marzo de 2022)

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