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Una carta a un amigo sobre el trasfondo histórico y político de la guerra en Ucrania

La siguiente carta fue enviada por el director del Consejo Editorial Internacional del WSWS, David North, a un amigo suyo que le pidió la opinión sobre una reciente discusión online celebrada en una universidad estadounidense sobre la guerra entre Rusia y Ucrania.

Estimado amigo,

Gracias por informarme de la discusión online sobre la guerra entre Rusia y Ucrania y por darme acceso al evento del campus. He escuchado ya la transmisión y te daré, como me solicitas, mi opinión “profesional” sobre la presentación de los dos académicos. Me concentraré en los comentarios del historiador, con cuyo trabajo en el ámbito del estudio del Holocausto estoy familiarizado. De cualquier manera, él hizo los comentarios más sustanciales.

Para ser tajante, quedé decepcionado, si no sorprendido, por el abordaje superficial que se adoptó sobre este peligroso punto de inflexión en los acontecimientos mundiales. Como sabes, mi evaluación de la guerra es la de alguien que ha estado activo en la política socialista internacional. El World Socialist Web Site ha condenado públicamente la invasión rusa de Ucrania. Sin embargo, esta oposición de principios desde la izquierda política no tiene nada que ver con la narrativa oficial grotescamente unilateral de la propaganda de EEUU y la OTAN, que presenta la invasión como un acto de agresión totalmente no provocado por parte de Rusia.

Acontecimientos trascendentes como las guerras y las revoluciones invariablemente plantean problemas complejos de causalidad. Esa es una de las razones por las que el estudio de la historia es un cimiento indispensable del análisis político serio. Esta verdad general adquiere excepcional importancia en cualquier discusión sobre Rusia. Este país fue el lugar del acontecimiento político posiblemente más significativo del siglo veinte, la Revolución de Octubre de 1917, cuyo legado histórico, político e intelectual sigue repercutiendo en nuestros tiempos. El estudio de la historia soviética sigue siendo crítico para entender la política y los problemas del mundo contemporáneo.

Señalar esto no es cuestión de nostalgia política. Los comentarios iniciales del historiador hacían una breve referencia a las décadas finales de la URSS y enfatizaban el trauma causado por su disolución. Sin embargo, su énfasis en el impacto de este evento en la sicología personal de Vladimir Putin no llevó a una comprensión seria ni de Rusia ni de la guerra actual. No intentó explicar las bases socioeconómicas del régimen que surgió de la decisión de la burocracia estalinista de liquidar la Unión Soviética.

No se formularon preguntas esenciales. ¿Putin gobierna en interés de quién? ¿Qué impacto tuvo la privatización de los bienes estatales en la percepción de la élite capitalista rusa de sus intereses de seguridad? Comparando la política exterior de Putin con la de la Unión Soviética, ¿qué elementos de sus políticas cambiaron y qué elementos persistieron?

La geografía es un factor persistente, y es uno que ha perseguido a Rusia, un país que ha sido terreno de tantas invasiones —incluso, debo mencionar, la guerra de exterminio lanzada por la Alemania nazi hace solo 80 años, que se cobró la vida de entre 30 y 40 millones de ciudadanos. El historiador mencionó el impacto en Putin de la escena de la muchedumbre fuera de la sede de la KGB en Berlín en 1989. Encuentro que es difícil de creer que ese incidente lo afectara más que el recuerdo social duradero de la “Gran Guerra Patriótica” y sus repercusiones.

Mapa que muestra la expansión hacia el este de la OTAN desde 1949 [Photo by Patrickneil / CC BY-NC-SA 4.0]

La catástrofe que empezó el 22 de junio de 1941 está inserta en la consciencia colectiva de los rusos. No es cuestión de justificar las conclusiones nacionalistas que saca Putin, por no mencionar a elementos ultraderechistas como Aleksandr Dugin, de la Segunda Guerra Mundial. Pero la experiencia de la Segunda Guerra Mundial es más importante en la comprensión de las percepciones rusas, incluso entre los trabajadores, que los supuestos sueños de un imperio perdido.

Dicho lo dicho, lo que encuentro más problemático acerca de la discusión del webinario sobre la guerra fue la ausencia de cualquier referencia a las guerras que libró Estados Unidos, a menudo con el apoyo de sus aliados de la OTAN, a lo largo de los últimos 30 años. Toda la cobertura de esta guerra en los medios se ha caracterizado por un nivel de hipocresía que da asco. Aunque se aceptaran como absolutamente verdaderos los crímenes atribuidos a los rusos durante el mes pasado, ni se acercan a la escala de los horrores infligidos por los Estados Unidos y la OTAN en Irak, Libia y Afganistán —por no mencionar los otros países que han estado recibiendo bombardeos estadounidenses, ataques con misiles y asesinatos selectivos. Basándose en lo que se ve y lo que se lee en las transmisiones de noticias y en los medios impresos, uno se haría la impresión de que se ha apoderado de los Estados Unidos una forma virulenta de amnesia colectiva.

¿Ya nadie se acuerda del “shock y pavor”? Si el Pentágono hubiera planeado la guerra de Ucrania, Kiev y Jarkov hubieran sido arrasadas en la primera noche de la guerra. Los medios estadounidenses actuaron como si el ataque al hospital de maternidad en Mariupol (aceptando como cierta la descripción de su uso actual) que le costó la vida a tres personas fuera un acto de brutalidad indecible. ¿Ya se han olvidado del bombardeo de EEUU de febrero de 1991 del refugio aéreo Amiriyah en las afueras de Bagdad que mató a aproximadamente 1.500 mujeres y niños? Se estima de manera creíble que las muertes causadas por las “guerras de elección” estadounidenses llegan a más de 1 millón. Y las muertes continúan. Millones de niños pasan hambre en Afganistán. Refugiados de piel oscura del desastre creado en Libia por las bombas de la OTAN todavía se están ahogando en el Mediterráneo. ¿Alguien presta atención a esto? ¿La vida de la gente de Asia Central y de Medio Oriente es menos preciosa que la de los europeos en Ucrania?

Los periodistas que ahora están comparando a Putin con Hitler parecen haber olvidado lo que ellos mismos escribieron durante la guerra aérea en Serbia y la posterior invasión de Irak. El historiador hizo referencia a Thomas Friedman del New York Times como un gran pensador geopolítico. Recordemos lo que escribió el 23 de abril de 1999, durante el bombardeo de EEUU y la OTAN a Serbia:

Pero si la única fuerza de la OTAN es que puede bombardear indefinidamente, entonces tiene que aprovechar cada gramo de eso. Por lo menos tengamos una guerra aérea de verdad. La idea de que la gente sigue haciendo conciertos de rock en Belgrado, o que se van de paseo los domingos a los tiovivos, mientras sus compatriotas serbios están “limpiando” Kosovo es indignante. Que no haya luz en Belgrado: hay que bombardear cada red eléctrica, tubería del agua, puente y fábrica relacionada con la guerra.

Nos guste o no, estamos en guerra con la nación serbia (los serbios, sin duda, lo creen), y lo que está en juego debe ser muy claro: cada semana que asolen Kosovo es una década más que haremos retroceder su país pulverizándolo. ¿Quieren 1950? Podemos retrocederlo a1950. ¿Quieren 1389? También podemos hacerlo a 1389. Si conseguimos presentar la cuestión de esta manera, el Sr. Milosevic pestañeará, y puede que ayer hayamos visto su primer titubeo.

Un buque estadounidense para misiles guiados dispara un misil Tomahawk durante la invasión estadounidense de Irak en 2003 [crédito: Armada de EUA] [Photo: US Navy]

Déjame recordar las palabras del columnista del Washington Post George Will, a quien ahora le sale espuma de la furia por los crímenes de Putin. Pero esto es lo que escribió Will durante la invasión de EEUU a Irak en una columna fechada el 7 de abril de 2004:

Cambio de régimen, ocupación, construcción de una nación —en una palabra, imperio— son un asunto sangriento. Ahora los estadounidenses deben acerarse para gestionar la violencia necesaria para desarmar o derrotar a las milicias urbanas iraquíes…

Una semana después, el 14 de abril, Will desató otra diatriba homicida en el Post:

Después de Fallujah, está claro que lo prioritario para los marines y otras fuerzas estadounidenses es su negocio básico: infligir fuerza mortal.

Las columnas de Will no eran una excepción. Eran bastante típicas de lo que los comentaristas estaban escribiendo en esa época. Pero lo que ha cambiado es la reacción pública más amplia. En esa época, la oposición a las guerras estadounidenses y a la política exterior que las fomentaba eran generalizadas. Pero es difícil encontrar siquiera huellas de oposición pública hoy.

El examen de la política exterior agresiva de Estados Unidos desde la disolución de la URSS no es solo cuestión de exponer la hipocresía estadounidense. ¿Cómo es posible entender las políticas rusas sin conectarlas con un análisis del contexto global en el que se formulan? Dado que Estados Unidos ha estado en guerra constantemente, ¿es irracional que Putin vea alarmado la expansión de la OTAN? Él y otros creadores de políticas rusos son ciertamente conscientes del interés estratégico enorme que Estados Unidos tiene en la región del Mar Negro, la región del Caspio y, para el caso, Eurasia. No es precisamente un secreto que el finado Zbigniew Brzezinski y otros destacados geoestrategas estadounidenses llevan tanto tiempo insistiendo con que el dominio de EEUU de Eurasia —la así llamada “isla mundo”— es un objetivo estratégico decisivo.

Este imperativo se ha vuelto aún más crítico en el contexto del conflicto creciente de EEUU con China.

Es en este marco que el futuro de Ucrania se ha vuelto un asunto de gran importancia para los Estados Unidos. Brzezinski declaró explícitamente que Rusia, si no cuenta con su influencia en Ucrania, queda reducida al estatus de una potencia menor. De manera más siniestra, Brzezinski habló más abiertamente de tentar a Rusia con una guerra en Ucrania que demostraría ser tan autodestructiva como lo fue la intervención soviética anterior en Afganistán. Un repaso a los acontecimientos que llevaron a la guerra —que se remontan al golpe del Maidan de 2014 que EEUU apoyó— apoyan fuertemente el argumento de que este objetivo ahora ha sido alcanzado.

Una vez más, el reconocimiento de que Rusia percibió en las acciones de Estados Unidos y la OTAN una seria amenaza no es una justificación de la invasión. ¿Pero acaso no debería haber una evaluación crítica de cómo las políticas de los Estados Unidos llevaron a ella e incluso la instigaron deliberadamente?

En un ensayo publicado en línea por Foreign Affairs el 28 de diciembre de 2021, casi dos meses antes de la invasión, el analista Dmitri Trenin escribió:

Específicamente, el Kremlin no podría quedar satisfecho si el gobierno de EEUU aceptara una moratoria formal a largo plazo sobre la expansión de la OTAN y un compromiso de no colocar misiles de alcance intermedio en Europa. Podría también ser aplacado por un acuerdo separado entre Rusia y la OTAN que restrinja las fuerzas militares y la actividad donde se encuentran sus territorios, desde el Báltico hasta el Mar Negro. …

Por supuesto, es una pregunta abierta si la Administración de Biden está dispuesta a lidiar seriamente con Rusia. La oposición a cualquier acuerdo será fuerte en Estados Unidos debido a la polarización política interna y al hecho de que llegar a un acuerdo con Putin expone a la Administración de Biden a las críticas de que está cediendo ante un autócrata. La oposición también será fuerte en Europa, donde los líderes sentirán que un acuerdo negociado entre Washington y Moscú los deja por fuera. ['Lo que Putin quiere realmente en Ucrania: Rusia busca detener la expansión de la OTAN, no anexionar más territorio']

Si se hubiera podido lograr un acuerdo sobre el no ingreso de Ucrania en la OTAN, ¿acaso ello no hubiera sido preferible a la situación actual? ¿Se puede acaso argumentar seriamente que Rusia no tenía razones para objetar la integración de Ucrania en la OTAN? Los que vivieron la crisis de octubre de 1962 se acuerdan de que fue desencadenada por la colocación de misiles balísticos en Cuba por parte de la Unión Soviética. Aunque se hizo con el total consentimiento del régimen de Castro, el presidente Kennedy dejó claro que Estados Unidos no aceptaría la presencia militar soviética en el hemisferio occidental y estaba dispuesto a correr el riesgo de ir a una guerra nuclear por ese motivo. Eso pasó hace 60 años. ¿Alguien puede creer en serio que la administración Biden actuaría de manera menos agresiva hoy si, por ejemplo, México u otro país del Caribe o América Latina entrara en una alianza militar con China, incluso una que afirmara ser puramente defensiva?

Hay otro tema que no abordan seriamente. Los dos profesores minimizaron la continua influencia política y cultural del fascismo en Ucrania, que se ve en la glorificación renovada del asesino en masa Stepan Bandera y la influencia de fuerzas paramilitares tremendamente armadas, como el Batallón Azov, que se identifican con el legado atroz de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) y su organización armada, la Ukrainska povstanska armed (UPA). El papel crítico que desempeñaron la OUN y la UPA en el exterminio de los judíos ucranianos es un asunto de hechos históricos demostrados. El libro más reciente de esos crímenes genocidas, Ukrainian Nationalists and the Holocaust: OUN and UPA’s Participation in the Destruction of Ukrainian Jewry, 1941-1944, por John-Paul Himka, es una lectura muy difícil.

Miembros de varios partidos nacionalistas llevando antorchas y un retrato de Stepan Bandera en una manifestación en Kiev, Ucrania, el sábado 1 de enero de 2022 [AP Photo/Efrem Lukatsky]

Los horrores de la Segunda Guerra Mundial son “no solamente” una cuestión de historia. (Lo pongo entre comillas porque no habría que usar nunca estas dos palabras al hacer referencia a acontecimientos asociados con crímenes tales como el Holocausto.) Se sabe muy bien que el culto a Stepan Bandera y la justificación de todos los crímenes con los que está vinculado resurgen como un factor potente y extremadamente peligroso en la vida política y cultural de Ucrania tras la disolución de la URSS.

En su biografía acreditada de Stepan Bandera (The Life and Afterlife of a Ukrainian Nationalist: Fascism, Genocide, and Cult) el historiado Grzegorz Rossoliński-Liebe escribió que después de 1991:

Bandera y los nacionalistas revolucionarios ucranianos una vez más se volvieron elementos importantes de la identidad ucraniana occidental. No solo los activistas ultraderechistas sino también la parte principal de la sociedad ucraniana occidental, incluyendo a profesores de secundaria y de universidad, consideró que Bandera era un héroe nacional ucraniano, un luchador por la libertad, y una persona que debería ser honrada por su lucha contra la Unión Soviética. La política postsoviética de la memoria en Ucrania ignoró completamente los valores democráticos y no desarrolló ningún tipo de abordaje no tolerante de la historia. [p. 553]

Rossoliński-Liebe continúa informando:

Para el 2009 se inauguraron unos treinta monumentos a Bandera en Ucrania occidental, se abrieron cuatro museos, y le pusieron su nombre a una cantidad desconocida de calles. El culto a Bandera que apareció en la Ucrania postsoviética se parece al que la diáspora ucraniana había practicado durante la Guerra Fría. Los nuevos enemigos de los banderistas pasaron a ser los ucranianos del este hablantes de ruso, los rusos, los demócratas y ocasionalmente los polacos, los judíos, y otros. El abanico de gente que practica este culto es muy amplio. Entre los admiradores de Bandera se puede encontrar por un lado activistas ultraderechistas con la cabeza rapada haciendo el saludo fascista durante sus conmemoraciones, y argumentando que el Holocausto fue el episodio más brillante de la historia de Ucrania, y, por otro lado, profesores de secundaria y de universidad. [p. 554]

Durante la Guerra Fría, el lobby extremista ucraniano de derechas ejerció una influencia internacional sustancial y especialmente en la antigua Alemania Occidental, los Estados Unidos y Canadá. Hasta su asesinato por la KGB soviética en Berlín en 1959, Bandera dio entrevistas que eran emitidas en Alemania Occidental. La carrera posterior a la Segunda Guerra Mundial del asistente de Bandera, Iaroslav Stets’ko, también merece atención. Mantuvo correspondencia con Hitler, Mussolini y Franco e intentó obtener el apoyo del Tercer Reich para el “Estado ucraniano libre” que Stets’ko proclamó después de la invasión de la Unión Soviética por parte de Alemania. Este proyecto demostró ser infructuoso, dado que el régimen nazi no tenía interés en satisfacer las aspiraciones de los nacionalistas ucranianos. Stets’ko fue puesto en “cautiverio honorario” y fue llevado a Berlín. En julio de 1941 hizo una declaración en la que dijo:

Considero que el marxismo es producto de la mente judía, que, sin embargo, ha sido aplicado en la práctica en la prisión moscovita de pueblos por los pueblos moscovitas-asiáticos con la asistencia de los judíos. Moscú y los judíos son los mayores enemigos de Ucrania y portadores de las ideas internacionalistas corruptoras bolcheviques …

Por lo tanto apoyo la destrucción de los judíos y la conveniencia de traer métodos alemanes de exterminio de judíos a Ucrania, prohibir que se asimilen y cosas semejantes. [Himka, p. 106]

Stets’ko sobrevivió a la guerra, se volvió una figura bien conocida en la política derechistas internacional y fue miembro del panel de la Liga Internacional Anticomunista. Entre los varios homenajes que le hicieron por su lucha de toda la vida contra el marxismo está el haber sido nombrado ciudadano honorario de la ciudad canadiense de Winnipeg en 1966. Eso no fue todo. En 1983, informa Rossoliński-Liebe, Stets’ko “fue invitado al Capitolio y la Casa Blanca, donde George Bush y Ronald Reagan recibieron al ‘último premier de un Estado ucraniano libre’”. [p. 552]

Iaroslav Stets'ko (Fuente: szru.gov.ua)

Rossoliński-Liebe recuerda otro acontecimiento más:

El 11 de julio de 1982 durante la Semana de las Naciones Cautivas, la bandera roja y negra de la OUN-B, introducida en el Segundo Gran Congreso de los Nacionalistas Ucranianos en 1941, ondeó sobre el Capitolio de los Estados Unidos. Simbolizaba la lilbertad y la democracia, no la pureza étnica y el fascismo genocida. Nadie entendió que era la misma bandera que había ondeado en el ayuntamiento de Leópolis y otros edificios, bajo los cuales civiles judíos fueron maltratados y asesinados en julio de 1941 por individuos que se identificaban con la bandera. [p. 552]

Las conexiones internacionales de los neonazis ucranianos son intensamente relevantes para la crisis actual. Se ha revelado recientemente que funcionarios canadienses se reunieron con miembros del Batallón Azov. Según una noticia publicada por el Ottawa Citizen el 9 de noviembre de 2021:

Los canadienses se reunieron y fueron informados por dirigentes del Batallón Azov en junio de 2018. Los funcionarios y diplomáticos no objetaron la reunión y en cambio se dejaron fotografiar con oficiales del batallón a pesar de advertencias previas de que la unidad se consideraba a sí misma pronazi. El Batallón Azov luego utilizó esas fotos para su propaganda en línea, señalando que la delegación canadiense expresó “esperanzas de más cooperación fructífera”.

La noticia prosigue:

Un año antes del encuentro, el canadiense Cuerpo Especial Conjunto Ucrania produjo una sesión informativa sobre el Batallón Azov, reconociendo sus vínculos con la ideología nazi. “Múltiples miembros de Azov se han descrito a sí mismos como nazis”, los funcionarios canadienses advirtieron en su sesión informativa de 2017.

Bernie Farber, director de la Red Canadiense Contra el Odio, dijo que los canadienses deberían haberse ido inmediatamente de la sesión informativa del Batallón Azov. “El personal de las fuerzas armadas canadienses no se reúne con nazis; punto, punto final”, dijo Farber. “Este es un error horrendo que no se debería haber cometido”.

Hay todavía otro aspecto perturbador en esta historia que se relaciona directamente con la política antirrusa extremadamente agresiva del gobierno canadiense. Chrystia Freeland es la vice primera ministra canadiense. Su abuelo, Mykhailo Khomiak, editaba un diario nazi llamado Krakivski Visti (Noticias de Cracovia) en la Polonia ocupada y después brevemente en Viena de 1940 a 1945. Por supuesto, no hay que responsabilizar a la vice primera ministra Freeland por los pecados y crímenes de su abuelo; pero se han hecho serias preguntas sobre la influencia del nacionalismo ucraniano derechista en su propio punto de vista político y, por lo tanto, en las políticas del gobierno canadiense.

La vice primera ministra canadiense Chrystia Freeland (Wikimedia Commons)

El National Post de Canadá informaba el 2 de marzo de 2022:

Freeland se unió a varios miles de manifestantes en un acto a favor de Ucrania en el centro de Toronto. En una foto que su cargo ulteriormente publicó en Twitter, se ve a Freeland ayudando a sostener una bufanda roja y negra con la consigna “Slava Ukraini” (Gloria a Ucrania).

Observadores advirtieron en seguida que el rojo y el negro eran los colores oficiales del Ejército Insurgente Ucraniano, un grupo nacionalista de partisanos activo durante la Segunda Guerra Mundial.

La reticencia de los medios de emprender una investigación intensiva de las relaciones familiares de Freeland y la conexión más amplia entre la ultraderecha ucraniana y el gobierno canadiense contrasta enormemente con la caza de brujas con objeto de suprimir todas las huellas de influencia rusa en la vida cultural del país. A principios de este mes, el pianista virtuoso ruso de 20 años de edad, Alexander Malofeev —que no es de ninguna manera responsable de la invasión rusa de Ucrania— no pudo proseguir con los recitales que tenía previstos en Vancouver y Montreal. Una purga similar de la influencia cultural rusa está en marcha en los Estados Unidos y en toda Europa. Esta campaña degradante —que es la negación de los vínculos culturales entre Estados Unidos y Rusia que empezó a florecer a mediados de los ’50 a pesar de la Guerra Fría— debería ser vista como una manifestación de los muy peligrosos impulsos y motivaciones políticos e ideológicos que están actuando en la crisis actual. Lejos de denunciar y oponerse a la histeria antirrusa, las instituciones intelectuales y culturales están, en su mayoría, adaptándose a ella.

Debo hacer una última crítica al webinario. No hubo referencia en la discusión a la crisis política y social extrema dentro de Estados Unidos, como si la situación doméstica no tuviera absolutamente nada que ver con la posición muy agresiva adoptada por Estados Unidos. Muchos estudios serios de la Primera Guerra Mundial y de la Segunda Guerra Mundial se han centrado en lo que los historiadores llaman “Der Primat del Innenpolitik” (la primacía de la política doméstica). Esta interpretación, desarrollada a principios de la década de 1930 por el historiador izquierdista alemán Eckart Kehr, ponía un énfasis central en el papel de los conflictos sociales domésticos en la formulación de la política exterior.

Una consideración cuidadosa de las concepciones de Kehr —que adquirió gran influencia entre generaciones ulteriores de historiadores— es ciertamente necesaria para analizar las motivaciones políticas de la administración Biden. Desde el comienzo de la década, los Estados Unidos se han visto sacudidos por dos crisis históricas: 1) la pandemia de COVID-19 y 2) la intentona (que casi tiene éxito) golpista del 6 de enero de 2021. Cada uno de esos acontecimientos, aunque se los analice por separado, han sido experiencias traumáticas.

En apenas dos años, Estados Unidos ha sufrido, como mínimo, 1 millón de muertes por COVID-19, más que en cualquier guerra estadounidense y, posiblemente, una cifra mayor que la cifra total de muertos sufrida por estadounidenses en todas las guerras en las que ha participado EEUU. La cifra real de fallecidos, basada en un estudio de muertes excesivas, puede que sea mucho mayor. Esto significa que un número extraordinariamente alto de estadounidenses ha experimentado la pérdida de familiares y allegados. Más de 1 de cada 100 estadounidenses de más de 65 años de edad han muerto. Millones de estadounidenses se han contagiado, y un número alto pero todavía no calculado de ellos están lidiando con los efectos del COVID de larga duración. Los modelos normales de vida social se han visto trastocados de maneras que nunca se habían vivido en la historia de Estados Unidos. El aislamiento social prolongado ha intensificado el problema de la salud mental, que era extremadamente serio aún antes de que empezara la pandemia. Y lo peor de todo, Estados Unidos ha demostrado ser incapaz de poner fin a la crisis. La priorización de los intereses económicos sobre la protección de la vida humana ha impedido la implementación de la política de COVID Cero que podría haber acabado con la pandemia.

Las condiciones sociales, económicas y políticas extremas, que se desarrollan dentro de una sociedad plagada de niveles impresionantes de desigualdad en riqueza e ingresos, al final explotaron el 6 de enero de 2021. El presidente de los Estados Unidos intentó suprimir el resultado de las elecciones de 2020, anular la Constitución, y establecerse como dictador autoritario. Desde la Guerra Civil el sistema político estadounidense no se había enfrentado a un desafío político tan fundamental. Y aquellos que o bien minimizan la importancia de ese hecho o afirman que la crisis ha sido superada se están engañando a sí mismos. El propio Biden reconoció en el aniversario de la intentona golpista de Trump que no está garantizado que exista democracia en Estados Unidos para finales de esta década.

¿De verdad es implausible sugerir que la interacción de estas dos crisis haya desempeñado un papel significativo en la formulación de la política exterior estadounidense? ¿Será esta la primera vez que un gobierno se aprovecha de, e incluso provoca, una crisis internacional para desviar la atención de problemas domésticos intratables?

Al concluir esta carta, debo volver a un tema que mencioné antes, que el estudio de la historia soviética es crítico para comprender la situación mundial actual. En medio del triunfalismo capitalista que prevaleció tras la disolución de la Unión Soviética, hubo mucha plática fantasiosa sobre el “fin de la historia”. Dentro de la antigua Unión Soviética, el equivalente de esta euforia autoengañosa fue la creencia, especialmente entre los intelectuales y los profesionales conscientes de su estatus, de que la restauración del capitalismo traería indecibles riquezas a Rusia y un florecimiento de la democracia. Los sueños inclumplidos de la Revolución de Febrero de 1917 se harían realidad. El Gobierno Provisorio burgués, derrocado por los bolcheviques en Octubre, renacería. Todas las personas con talento, ambición y conexiones podrían volverse emprendedores ricos o, por lo menos, parte de una nueva y próspera clase media. Donde el marxismo había puesto un signo de menos, el recientemente acuñado pequeñoburgués ahora pone un signo de más.

El segundo elemento de esta euforia era que Rusia, habiéndose deshecho de sus esfuerzos revolucionarios y utópicos, sería un país “normal”, acogido cálidamente en la comunidad de naciones occidentales. Las referencias a los escritos de Lenin sobre el imperialismo, por no mencionar los de Trotsky, eran recibidos entre risitas. Por fin Rusia había sentado cabeza; ya nadie se tomaba en serio el “marxismo-leninismo”. Debería añadir que encontré las mismas concepciones entre académicos ucranianos con los que me encontré en Kiev.

En cualquier caso, estas grandes ilusiones —en la prosperidad capitalista universal, un florecimiento de la democracia y la integración pacífica en el sistema mundial dominado por Estados Unidos— han quedado totalmente pulverizadas.

La “terapia de shock” económica y el colapso de 1998 llevaron a la bancarrota a amplias capas de la clase media en ciernes. La democracia con la que soñaba la clase media colapsó en medio del bombardeo del parlamento ruso en Octubre de 1993. La restauración capitalista produjo un sistema de oligarcas corruptos, con una desigualdad social masiva, dominado por un régimen bonapartista semiautoritario. Y, finalmente, en vez de integrarse pacíficamente en la comunidad de naciones, Rusia se encontró bajo la constante presión militar y económica de sus “socios occidentales”. Las promesas que le hicieron, en cuanto a la no expansión de la OTAN, quedaron sin valor. Todos los esfuerzos que hizo Rusia por proteger sus intereses independientes encontraron como respuesta sanciones económicas y amenazas militares.

En la forma de la crisis ucraniana, Rusia se está enfrentando a las consecuencias trágicas y potencialmente catastróficas de la disolución de la Unión Soviética. Putin está intentando superar esta crisis mediante medidas completamente reaccionarias y políticamente fracasadas —es decir, mediante una guerra que tiene por objetivo fortalecer las fronteras del Estado nacional ruso. Es significativo que el discurso bélico de Putin empezara con una denuncia a Lenin, la Revolución de Octubre y el establecimiento de la URSS. Irónicamente, en su odio al marxismo y el bolchevismo, el punto de vista de Putin está completamente alineado con el de sus enemigos de la OTAN.

Rechazando la política exterior de la Unión Soviética, Putin está intentando resucitar la política exterior del zar Nicolás y está apelando al apoyo a la “Madre Rusia”. En base a esta política patéticamente retrógrada, ha producido una versión moderna de la desastrosa guerra rusojaponesa de 1904, que socavó fatalmente el régimen de los Romanov y puso a Rusia en el camino hacia la revolución. Hay razones para creer que esta guerra llevará a un desenlace similar, pero no será el tipo de revolución que la administración Biden vea con buenos ojos. La clase trabajadora rusa es una fuerza social masivamente poderosa, con una tradición históricamente sin parangón de lucha revolucionaria. Décadas de represión política —la expresión más criminal de lo cual fue el exterminio físico durante el terror estalinista de la intelectualidad marxista revolucionaria y la vanguardia de la clase trabajadora— separaron a la clase trabajadora de esta tradición. Pero esta crisis completa la desacreditación del régimen postsoviético y creará las condiciones para la renovación del internacionalismo socialista en Rusia.

No es solo en Rusia que las ilusiones posteriores a 1991 se han visto pulverizadas. Dentro de Estados Unidos y en todos los países capitalistas, la intersección de crisis sociales, económicas y políticas producirá un resurgir de la oposición al capitalismo y las políticas temerarias del imperialismo que han llevado al mundo al borde de la guerra nuclear. Desde luego, el escenario que preveo no está garantizado, pero no puedo contemplar otra solución progresista a la crisis mundial creciente.

No se podía esperar que la discusión del webinario abordara de manera comprensiva todos los temas complejos planteados por la erupción de la guerra entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, en la medida en la que refleja las discusiones que están teniendo lugar ahora en universidades de todo el país, ejemplifica la actitud peligrosamente acrítica y complaciente hacia una crisis que amenaza con volverse una catástrofe. Espero que el análisis presentado en el World Socialist Web Site anime a intelectuales serios a pronunciarse contra esta peligrosa escalada y utilizar todos los medios a su alcance para elevar a la opinión pública contraponiendo el conocimiento histórico a la propaganda jingoísta y belicista.

Espero que esta carta satisfaga de manera más que adecuada tu solicitud de mi opinión sobre el webinario.

Saludos cordiales,

David North

(Publicado originalmente en inglés el 19 de marzo de 2022)

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