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Perspectiva

La masacre de Uvalde y la tragedia de los tiroteos escolares en EE.UU.

El martes, la escuela primaria Robb en Uvalde, Texas, se sumó a la larga lista de nombres violentamente grabados en la consciencia colectiva: Columbine, Newtown, Parkland, Blacksburg y muchos otros en los últimos 25 años.

Flores y candelas fuera de la escuela Robb en Uvalde, Texas, 25 de mayo de 2022, conmemorando a las víctimas asesinadas el martes en la escuela (AP Photo/Jae C. Hong) [AP Photo/Jae C. Hong]

Por razones aún desconocidas, el atacante, un estudiante de secundaria de 18 años, Salvador Ramos, le disparó primero a su abuela antes de conducir a la primaria. Vestido de negro y armado con un rifle de asalto AR-15 y una pistola, Ramos se abrió paso disparando a un policía del distrito escolar e ingresó en la escuela. En cuestión de dos minutos, 19 niños y dos maestras habían muerto, volviéndolo el tiroteo escolar más mortal en la historia de Texas y el tercero en EE.UU., superando a Parkland y Columbine. Ramos luego murió en un enfrentamiento con la policía.

Los padres afligidos fueron llevados al Centro Cívico local, donde les tomaron muestras de ADN. Los cuerpos de los niños, de entre siete y diez años, estaban en algunos casos tan mutilados por los disparos del rifle AR-15 que solo pueden ser identificados mediante pruebas genéticas.

Empiezan a surgir algunos detalles. Según los medios de comunicación, Ramos, nacido en Dakota del Norte, era acosado en la escuela por su tartamudez y su ceceo, y se metía con frecuencia en peleas a puñetazos con sus compañeros. Al parecer, tenía pocos amigos, era muy reservado y a menudo faltaba a clase. Hizo publicaciones en las redes sociales sobre armas, incluyendo la publicación de imágenes de sus dos rifles semiautomáticos comprados legalmente solo tres días antes del ataque en la escuela primaria Robb.

Sin embargo, sean cuales fueran sus problemas psicológicos individuales, no explican los estallidos rutinarios de violencia masiva que atormentan a la sociedad estadounidense. El problema es mucho más profundo.

Pocas cosas exponen tanto la pretensión de Estados Unidos de ser la tierra de la abundancia como la regularidad de tales horrores. La masacre de la escuela primaria Robb fue el decimonoveno tiroteo en una escuela en lo que va del año. Según el Gun Violence Archive, se han producido más de 17.000 muertes por arma de fuego en lo que va de año, la mayoría por suicidio. Ha habido 213 tiroteos masivos en los que murieron o resultaron heridas cuatro o más personas. De ellos, 10 fueron asesinatos en masa con cuatro o más muertos.

Los políticos, tanto del Partido Demócrata como del Republicano, han respondido al tiroteo con sus típicas perogrulladas que no explican nada. El presidente Joe Biden pronunció el martes por la noche un somero discurso de nueve minutos en el que cargó contra el lobby de las armas mientras pedía al país que no hiciera nada más que rezar. El miércoles, Biden pidió “acción” en relación con las leyes de armas.

El miércoles, el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, echó un jarro de agua fría sobre las pretensiones del presidente, señalando que la posibilidad de nuevas leyes federales sobre armas era “demasiado escasa”, a pesar de que los demócratas controlan ambas cámaras del Congreso, y sugirió que los estadounidenses horrorizados deberían votar en las elecciones de mitad de período de noviembre.

Los republicanos, al tiempo en que fingen preocupación sobre la salud mental, insisten en que la solución es más armas y violencia bruta, para que los “buenos” puedan matar a los “malos” antes de que lleven a cabo sus ataques. Abogan por convertir las escuelas en guarniciones armadas más parecidas a prisiones de máxima seguridad que a instituciones de aprendizaje. Estas “soluciones” fascistoides son lo mismo que traer a casa la retórica y las justificaciones de la llamada “guerra contra el terrorismo”, que dio lugar a cámaras de tortura, asesinatos con aviones no tripulados y la destrucción de sociedades enteras en Oriente Próximo.

En ningún rincón de la élite política ni de los medios de comunicación hay un examen serio de las condiciones sociales y políticas subyacentes que se ven reflejadas en las acciones homicidas de individuos. El capitalismo estadounidense, de hecho, está impregnado de violencia, promovida por una clase dirigente que normaliza la muerte y trivializa la vida.

El ataque al instituto Columbine el 20 de abril de 1999, en el que Eric Harris y Dylan Klebold asesinaron a 12 de sus compañeros y a un profesor, conmocionó al mundo y se consideró un punto de inflexión importante. En aquel momento, fue el quinto acto de asesinato masivo más mortífero en Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. El WSWS llamó la atención sobre los factores sociales ignorados y encubiertos en aquel momento:

... concentrarse en las señales de advertencia individuales será de poca ayuda para prevenir nuevas tragedias. La atención debe centrarse, más bien, en las señales de advertencia sociales, es decir, en los indicios e índices de disfunción social y política que crean el clima que produce acontecimientos como la masacre de la escuela secundaria de Columbine. Los indicadores vitales de un desastre inminente podrían ser: la creciente polarización entre la riqueza y la pobreza; la atomización de los trabajadores y la supresión de su identidad de clase; la glorificación del militarismo y la guerra; la ausencia de un comentario social serio y de un debate político; el estado degradado de la cultura popular; el culto a la bolsa de valores; la celebración desenfrenada del éxito individual y la riqueza personal; la denigración de los ideales de progreso social e igualdad.

Desde entonces, los tiroteos masivos se han vuelto más comunes y más mortales. Columbine es ahora el sexto tiroteo escolar más mortífero de la historia de Estados Unidos. Los estudiantes que sobrevivieron a ese tiroteo tienen ahora sus propios hijos, que deben enfrentarse a la posibilidad de ser ellos mismos víctimas. En todo el país se somete a los niños a simulacros de un “tirador activo” en los que se les enseña a “correr, esconderse, luchar”.

Los factores sociales, políticos y culturales que subyacen al crecimiento de las tendencias malignas, incluidos los tiroteos en las escuelas, no han hecho más que aumentar. La desigualdad social ha crecido hasta niveles casi incomprensibles. Los 400 estadounidenses más ricos ostentan más de 3 billones de dólares de riqueza, mientras que la mitad de los adultos afirman que tendrían dificultades para cubrir una emergencia de 400 dólares.

El Partido Republicano, uno de los dos principales partidos de la clase dominante, se ha transformado en una organización semifascista que buscó anular la Constitución mediante un violento golpe de Estado el 6 de enero de 2021. La masacre de Texas se produjo solo 10 días después de que un atacante, inspirado política e ideológicamente por las concepciones fascistas promovidas por importantes facciones del Partido Republicano, asesinara a 10 personas en Búfalo, Nueva York.

El fenómeno cada vez más frecuente de los tiroteos en las escuelas y de los tiroteos masivos en general es un síntoma de la avanzada decadencia y descomposición de la sociedad estadounidense. La vida se ha devaluado excesivamente bajo el capitalismo.

Estados Unidos se encuentra ahora en el tercer año de la pandemia de COVID-19, que ya se ha cobrado la vida de más de un millón de personas. Los niños y los educadores se han visto obligados a volver a las escuelas que se sabe que son los principales vectores de la enfermedad. Han sido ofrecidos como sacrificios en nombre de las ganancias. Más de 1.500 niños han muerto de COVID-19 como resultado directo de la política homicida de “inmunidad colectiva” perseguida primero por Trump y ahora por Biden.

Al mismo tiempo, la Administración de Biden está llevando a cabo una política exterior temeraria y agresiva que ha iniciado una guerra contra Rusia en Ucrania, vertiendo miles de millones de dólares en armas, municiones y misiles en ese país. Biden hizo sus declaraciones sobre el tiroteo de Uvalde el martes después de regresar de un viaje a Asia en el que amenazó con iniciar una guerra contra China. Un conflicto directo entre EE.UU., Rusia y China desembocaría inevitablemente en una guerra nuclear que mataría a millones de personas, una posibilidad que la clase dirigente estadounidense está claramente dispuesta a aceptar.

Mientras tanto, la policía recorre las calles de Estados Unidos, acosando, golpeando y matando a los trabajadores con impunidad. En promedio, tres personas son asesinadas cada día a manos de la policía, sumando más de 1.000 muertes cada año, muy por encima del total de muertes por los tiroteos en las escuelas, incluso en los años más mortíferos.

Cientos de miles de estudiantes, educadores y padres participaron en paros y protestas tras el tiroteo de Parkland, Florida, en 2018, exigiendo que se tomen medidas para acabar con los tiroteos en las escuelas. Sin embargo, esta efusión masiva de ira y determinación se subordinó al Partido Demócrata y a las ilusiones en una reforma de las leyes sobre armas a través de la organización March for Our Lives. Millones de personas siguen buscando una forma de avanzar esta lucha. Los estudiantes y educadores discuten en las redes sociales la posibilidad de realizar paros tras lo ocurrido en Uvalde.

Encontrar una solución debe empezar por identificar la causa. Cualquier explicación de la masacre de la escuela primaria Robb que no apunte a la clase dominante, a sus dirigentes políticos, a su maquinaria militar-policial, a sus políticas homicidas y, sobre todo, al sistema socioeconómico del capitalismo que presiden, no es más que un encubrimiento que allana el camino para el próximo horror.

(Publicado originalmente en inglés el 25 de mayo de 2022)

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