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Perspectiva

El bloqueo báltico de la OTAN abre un nuevo frente en la guerra contra Rusia

El lunes, el Estado báltico de Lituania, un miembro de la OTAN, impuso un bloqueo efectivo contra Rusia, previniendo el transporte de muchos bienes, incluyendo el acero y el carbón, entre el enclave ruso de Kaliningrado y el resto de Rusia.

Tradicionalmente, la imposición de un bloqueo se ha visto como un acto de guerra. A través de esta temeraria provocación, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN están buscando instigar un ataque militar ruso contra un territorio perteneciente a la Alianza Atlántica, lo que conduciría a la invocación del Artículo 5 de su carta y a una guerra de plena escala con Rusia.

Ante una serie de reveses militares en suelo ucraniano, EE.UU., la OTAN y las potencias europeas buscan un nuevo frente del norte en la guerra.

Los oficiales lituanos sugirieron que su decisión de implementar un bloqueo contra Rusia fue tomada tras consultas con los otros miembros de la OTAN y Washington. “No se trata de que Lituania esté haciendo cualquier cosa, si no de sanciones europeas que comenzaron a funcionar”, declaró el canciller lituano Gabrielius Landsbergis.

En su respuesta al bloqueo, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia advirtió francamente, “Si el transporte de carga entre la región de Kaliningrado y el resto de la Federación de Rusia vía Lituania no se restaura plenamente en un futuro cercano, Rusia se reserva el derecho de tomar acciones para proteger sus intereses nacionales”.

Hay que hacer una severa advertencia. Estados Unidos y las potencias europeas se enfrentan a una crisis económica, social y política fuera de control y temen que crezca el movimiento social de la clase obrera. Consecuentemente, están intensificando de forma imprudente una guerra que amenaza con involucrar armas nucleares.

El bloqueo contra Rusia por parte de un miembro de la OTAN se produce días después de una serie de declaraciones sumamente provocadoras de los líderes militares y civiles europeos.

En un mensaje interno a los miembros del servicio militar, sir Patrick Sanders, el jefe entrante del Estado Mayor Conjunto británico, declaró: “Tenemos ahora la urgente necesidad de forjar un Ejército capaz de combatir junto a nuestros aliados y derrotar a Rusia en batalla”. En una referencia escalofriante a las primeras dos guerras mundiales, concluyó, “Somos la generación que debe preparar el Ejército que volverá a combatir en Europa”.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, dijo al diario alemán Bild am Sonntag, “No podemos dejar de apoyar a Ucrania… necesitamos prepararnos para el hecho de que puede tomar años”.

Escribiendo el sábado en el Times of London, el primer ministro británico Boris Johnson llamó a la OTAN a “poner fin a esta guerra en los términos presentados por el presidente Zelenski”, a saber, reconquistar el Dombás y Crimea, la cual Rusia considera parte de su territorio.

En otra amenaza escalofriante, Ingo Gerhartz, jefe de la Luftwaffe (Fuerza Aérea), declaró que Alemania debe estar preparada para el uso de armas nucleares, afirmando, “Necesitamos tanto los medios como la voluntad política para implementar la disuasión nuclear”.

Ya están muriendo cientos de soldados ucranianos cada día. ¿Qué significaría para el Reino Unido y otros países europeos combatir “junto” a las fuerzas ucranianas en una guerra contra Rusia y que este conflicto durara “años”?

Los funcionarios europeos están describiendo una guerra que abarca todo el continente europeo, con cientos de miles o millones de muertos. Toda Europa se transformará en un enorme campo de exterminio.

¿Quién fue el que decidió que una nueva generación de la juventud europea debía ser enviada a morir en masa en las trincheras? ¿Quién preguntó a la opinión pública si debía repetirse la Primera Guerra Mundial?

Estas declaraciones desmienten las afirmaciones de las potencias estadounidenses y de la OTAN de que no están en guerra con Rusia. Esta afirmación, acompañada de la declaración de que es “improbable” que Rusia utilice armas nucleares, es un intento desesperado de anestesiar a la población mientras los gobiernos la arrastran a una guerra que amenaza con matar a millones de personas.

En la más reciente provocación para avivar aún más la guerra, Josep Borrell Fontelles, máximo responsable de la política exterior de la Unión Europea, acusó a Rusia de crímenes de guerra por impedir supuestamente que Ucrania exportara cereales. Romper dicho “bloqueo” de las exportaciones de grano ha sido el pretexto para una operación, propuesta por primera vez por el almirante retirado James G. Stavridis, que involucraría una batalla naval entre buques de guerra de la OTAN y de Rusia en el mar Negro.

El enclave báltico de Kaliningrado estuvo sucesivamente bajo control polaco, prusiano y alemán desde 1525 hasta 1945. Tras la Segunda Guerra Mundial, fue anexionado por la Unión Soviética. Kaliningrado es el único puerto ruso en el Báltico que permanece libre de hielo durante todo el año, y es fundamental para el mantenimiento de la flota rusa del Báltico. Varios funcionarios polacos, incluido el antiguo comandante de las Fuerzas Terrestres del Ejército Polaco, han afirmado que Kaliningrado forma parte de Polonia.

En los Estados bálticos de Letonia, Lituania y Estonia, la derecha lidera movimientos poderosos que ocupan cargos dominantes de los Gobiernos. El canciller lituano, Landsbergis, es nieto de Vytautas Landsbergis, que fundó el movimiento de extrema derecha Sąjudis y ha defendido la prohibición de todos los símbolos del socialismo.

El último gabinete de Estonia incluía al fascista Partido Popular Conservador de Estonia, cuyo ministro del Interior se fotografió repetidamente haciendo un gesto de poder blanco con la mano. El actual gabinete de Letonia cuenta con ministros de Economía, Cultura y Agricultura de la fascista y fanáticamente antirrusa Alianza Nacional.

Estos Estados políticamente inestables, dominados por la extrema derecha, reciben carta blanca y apoyo político de las potencias imperialistas para provocar una guerra con Rusia.

Las acciones de las potencias de la OTAN hablan de un grado asombroso de imprudencia, que no puede explicarse simplemente por los reveses militares sufridos por Ucrania.

Todos los países imperialistas se enfrentan a una crisis económica y social para la que no tienen solución. La pandemia del COVID-19, que ha matado a más de 20 millones de personas en todo el mundo, se está acelerando en su tercer año. Los Gobiernos de EE.UU., Francia, Reino Unido y Alemania están acosados por la crisis y la inestabilidad. En todo el mundo, el coste de la vida se dispara descontroladamente.

Para colocar todo el peso de la crisis inflacionaria sobre la clase trabajadora, la Reserva Federal de EE.UU. y otros bancos centrales procuran elevar el desempleo mediante el aumento de los tipos de interés, desencadenando así una venta de todos los activos financieros que, según algunas mediciones, no tiene precedentes desde la Gran Depresión.

La crisis inflacionaria está impulsando luchas de la clase trabajadora, de forma más visible en la huelga ferroviaria del Reino Unido que comienza hoy. Históricamente, las clases dominantes han utilizado la guerra como medio para desviar la atención hacia el exterior y como pretexto para reprimir las huelgas y la oposición de la clase trabajadora.

La respuesta del Gobierno de Putin ha sido seguir un callejón sin salida. Putin cree que a través de la presión militar puede lograr un acuerdo con las potencias imperialistas que permita una distribución más igualitaria del poder mundial. Su creencia es que, presionando a los “socios occidentales” de Rusia, puede obtener algún tipo de solución a la guerra.

Pero no puede haber una solución pacífica de la crisis mundial que ha llevado al estallido de la guerra en Ucrania. Las potencias imperialistas están empeñadas en subyugar y dividir Rusia y China. Están llevando a cabo una serie de provocaciones que amenazan con una guerra nuclear que acabaría con la civilización. Cualquier escalada militar de Putin como respuesta, a modo de la invasión de Ucrania, solo puede producir un baño de sangre que dale ventana a las potencias imperialistas.

No hay solución militar para la crisis actual, que en última instancia no puede resolverse en el marco del sistema de Estados nación. La guerra es la expresión más avanzada de una crisis que afecta toda la sociedad capitalista.

La única salida a este desastre es la intervención de la clase obrera. A medida que los trabajadores entran en lucha contra el alza en el coste de vida, deben buscar unir sus luchas internacionalmente con la lucha contra la guerra imperialista. Como con la pandemia de COVID-19, solo es posible ponerle fin a la tercera guerra mundial que ya ha estallado mediante la intervención consciente de la clase obrera, movilizada con base en una perspectiva socialista.

(Publicado originalmente en inglés el 20 de junio de 2022)

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