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Perspectiva

La militarista y thatcherista Liz Truss se convierte en primera ministra de Reino Unido

La promoción de Liz Truss a primera ministra anuncia un conflicto decisivo entre el Gobierno conservador y la clase obrera británica.

Truss fue elegida al máximo cargo del país por 80.000 reaccionarios adinerados del Partido Conservador de los envejecidos 170.000 miembros del Partido Conservador. Era considerada la candidata más despiadada en materia de la guerra con Rusia y China y la guerra de clases dentro de Reino Unido.

Liz Truss habla después de ganar el concurso de liderazgo del Partido Conservador en el Queen Elizabeth II Centre de Londres el 5 de septiembre de 2022. Truss se convertirá en la nueva primera ministra de Gran Bretaña después de una audiencia con la reina Isabel II el 6 de septiembre. [AP Photo/Alberto Pezzali]

Como explicó el Partido Socialista por la Igualdad tras la renuncia forzada de Boris Johnson en julio, “El temor político que impulsó la disputa de la conducción y casi hace colapsar el Gobierno es que Johnson es una figura tan divisiva y desacreditada que ya no se le puede confiar la próxima etapa de la ofensiva de la clase gobernante contra la clase obrera ni avanzar la guerra de la OTAN en Europa”.

“La burguesía británica está inmersa en una crisis política que tiene sus raíces en el colapso capitalista global, una pandemia que sigue haciendo estragos, una espiral inflacionaria mundial, la guerra comercial, el estallido de la guerra y, sobre todo, el resurgimiento de la lucha de clases”.

Inmediatamente después de que se anunciara la elección de Truss, el Daily Telegraph declaró que, “por primera vez desde Margaret Thatcher, Reino Unido tendrá un PM de principios, liberal clásico, promercado, erudito, instruido en economía e impulsada por políticas”.

Cuando fue elegida al Parlamento hace una década, comenzó a erigir esta posición en el Partido Conservador siendo coautora de Britannia Unchained, junto a otros miembros del Grupo por la Libre Empresa thatcherista que pertenece al partido. El libro reclamó “el Estado inflado, los altos impuestos y las regulaciones excesivas” de Reino Unido, describiendo a los trabajadores británicos como “unos de los peores holgazanes del mundo”. Aclamó las “economías como Singapur, Hong Kong y Corea del Sur” y urgió la creación de varias zonas de libre comercio”.

Más recientemente, durante la pandemia, Truss declaró “No habría un confinamiento bajo mi liderazgo” ni “mascarilla obligatoria”.

Detrás de esta personalidad monstruosa, un Gobierno sin mandato popular busca imponer una agenda política dictada por la oligarquía financiera que amenaza con arrojar a millones a la miseria, imponer un régimen dictatorial y provocar el estallido de una guerra mundial y la destrucción nuclear.

Truss asume el cargo en medio de una devastadora crisis del costo de la vida, con una inflación desenfrenada y costos del combustible fuera de control que provocaron una ola de huelgas de los trabajadores ferroviarios, del correo y telecomunicaciones y que amenaza con estallar en una acción de millones más.

Es famosa por su fanático militarismo contra Rusia. Éste culminó en agosto, cuando le preguntaron si activaría el sistema Trident de armas nucleares de Reino Unido, a pesar de que “significaría la aniquilación global”. Truss respondió sin ninguna emoción, “Estoy lista para hacerlo”.

Truss también se ha comprometido a aumentar el gasto militar hasta el 3 por ciento del PIB en 2030, lo que tendría enormes implicaciones. Según el centro de estudios militares Royal United Services Institute (RUSI), esto supondría un aumento del 30 por ciento de las tropas y un coste de 157.000 millones de libras.

Pagar esto supondría un aumento del 5 por ciento en el impuesto sobre la renta y recortes sin precedentes en el gasto social. Los 157.000 millones de libras equivalen al gasto anual en el Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) de todo el Reino Unido.

La clase dominante sabe que la escalada bélica en Europa, la agresión militar contra China y su afán por recuperar los cientos de miles de millones entregados a las grandes empresas durante la pandemia, en condiciones de una crisis económica galopante, no pueden llevarse a cabo por medios democráticos.

La valoración de RUSI sobre la promesa de gasto militar de Truss la califica como “el fin del dividendo de la paz”. Afirma que “desde mediados de la década de 1950, el Reino Unido ha podido financiar la parte creciente de su renta nacional dedicada al NHS y a las pensiones estatales mediante recortes en la parte del PIB destinada a la Defensa”.

Aumentar el gasto en Defensa “supondría un cambio radical de prioridades”, y “apenas se ha intentado preparar a la opinión pública británica para los sacrificios que serán necesarios”.

Los preparativos están muy avanzados para una brutal represión de la oposición social.

El día antes de la victoria de Truss, el Sunday Times informó de la filtración de un documento de estrategia de los jefes de la policía británica en el que se exponen los planes de contingencia para hacer frente a la crisis del coste de la vida y que prevé un aumento de la delincuencia y una ruptura del orden público. La amenaza de disturbios civiles masivos “como respuesta a la prolongada y dolorosa presión económica” llevó a un alto cargo a advertir de “una vuelta a las condiciones febriles que llevaron a los disturbios de Londres en 2011”.

La preocupación principal de los conservadores, sin embargo, no son los disturbios sino la resistencia colectiva de la clase trabajadora.

En respuesta a las huelgas ferroviarias, el Gobierno ya ha legislado el uso de trabajadores de agencia como esquiroles. Truss aplicará ahora una legislación de “servicios mínimos” que prohíbe efectivamente las huelgas en todas las industrias y servicios esenciales, incluyendo la educación y el NHS.

El contenido de esta legislación fue expuesto por el secretario de Transportes, Grant Shapps, en el Daily Mail, quien se jactó: “Nos enfrentaremos a estos luditas... igual que Thatcher”. Aumenta el umbral de votación para autorizar una huelga, duplica el período de preaviso para una huelga, impone un período obligatorio de “enfriamiento”, exige votaciones interminables permitiendo solo una acción de huelga por mandato, reduce adicionalmente el derecho a los piquetes e impone multas a los sindicatos de 1 millón de libras por infringir las leyes antihuelga.

La capacidad de los conservadores para montar semejante ofensiva es culpa políticamente del Partido Laborista y de los sindicatos.

Los conservadores llegaron al Gobierno en 2010, en coalición con los liberal-demócratas, debido al alejamiento político de millones de trabajadores del laborismo de Tony Blair y Gordon Brown, sobre todo por la guerra de Irak de 2003 y luego por el rescate de los bancos de 2008 que inauguró la “era de la austeridad”.

Los trabajadores que buscaban contraatacar a los conservadores y a los blairistas votaron masivamente en 2015 y de nuevo en 2016 a Jeremy Corbyn como líder laborista, solo para que éste capitulara ante ambos.

Hoy, los laboristas bajo sir Keir Starmer funcionan en una coalición de facto con los conservadores, apoyando su política de guerra y oponiéndose a las huelgas. Inmediatamente después de la elección de Truss, cuando incluso los liberal-demócratas pedían elecciones generales, Starmer felicitó a “nuestra próxima primera ministra Liz Truss mientras se prepara para el cargo”.

Fuera del Parlamento, la burocracia sindical vigila y sofoca la lucha de clases, limitando las olas de huelgas del verano e impidiendo un estallido más amplio de protestas industriales. Las huelgas se han mantenido separadas, y muchas fueron traicionadas a base de compensaciones salariales por debajo de la inflación, mientras que un largo proceso de votación ha impedido actuar a los mayores batallones de trabajadores del NHS, los Gobiernos locales y la educación.

La autoridad de los sindicatos y el apoyo al Partido Laborista se han visto muy erosionados por sus décadas de traiciones. Las tensiones de clase son muy fuertes. Se les exige a los trabajadores que trabajen aún más por un sueldo menor y así les resulta imposible llegar a fin de mes. Pero liberar el poder social de la clase trabajadora depende de que se libere del dominio de los sindicatos y del Partido Laborista.

El Partido Socialista por la Igualdad ofrece su apoyo a la creación de comités de base en todos los centros de trabajo para librar la lucha de clases independientemente de la burocracia sindical. Estos comités deben luchar por una ofensiva industrial unificada, una huelga general, para hacer caer el Gobierno. A través de la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB), los trabajadores británicos deben llegar a sus hermanos y hermanas de clase en todos los países. Unida internacionalmente, la clase obrera se convierte en una fuerza imparable.

Hacemos un llamamiento a los trabajadores para que hagan suya la demanda de una elección general inmediata. Esto facilitará las mejores condiciones para construir la oposición política a la agenda compartida de los conservadores y laboristas, que consiste en: 1) la incansable escalada de guerra contra Rusia; 2) la negativa a detener la transmisión los contagios y decesos masivos por COVID-19; 3) la despiadada ofensiva contra los niveles de vida y derechos democráticos de la clase trabajadora.

Las inmensas luchas que se avecinan deben ser libradas con base en un programa socialista e internacionalista, por medio de la construcción de la dirección revolucionaria del Partido Socialista por la Igualdad y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 6 de septiembre de 2022.)

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