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Discurso del mitin del IYSSE contra la guerra

El contexto histórico de la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania

Este es el discurso de Andre Damon, miembro del Comité Nacional del Partido Socialista por la Igualdad (EE.UU.), en el mitin 10 de diciembre, “¡Por un movimiento de estudiantes y jóvenes para detener la guerra en Ucrania!” organizado por los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social (IYSSE, por sus siglas en inglés). Para más información sobre unirte al IYSSE, visita la siguiente página.

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Andre Damon | Discurso em el evento del IYSSE contra la guerra el 10 de diciembre

La guerra de Ucrania acercó al mundo a una aniquilación nuclear más que cualquier otro momento desde la crisis de los misiles en Cuba de 1962.

Hace solo dos meses, el presidente estadounidense Joe Biden advirtió que la guerra podría desencadenar el “Armagedón”, un conflicto nuclear a gran escala entre Estados Unidos y Rusia.

El conflicto en Ucrania ya ha dejado a 200.000 personas muertas o mutiladas. Pero incluso cuando la guerra se vuelve más violenta y brutal, y aumentan las víctimas entre civiles y soldados ucranianos y rusos, EE.UU. intensifica su intervención ignorando las consecuencias potencialmente catastróficas.

El imperialismo estadounidense, que ha provocado, instigado y prolongado esta guerra, considera el “Armagedón” un riesgo aceptable, jugándose la existencia misma de la civilización.

Cada vez que Estados Unidos dice que no hará algo en Ucrania, lo hace.

En mayo, Biden dijo, “La idea de que vamos a enviar equipos ofensivos, aviones, tanques y trenes con pilotos y tripulaciones estadounidenses, eso se llama la Tercera Guerra Mundial”.

Pero EE.UU. no solo ha enviado vehículos blindados, drones y misiles de largo alcance a Ucrania, ha entrenado a las tripulaciones que los operan y ha dirigido sus ataques. En noviembre, el Pentágono confirmó que hay personal militar activo estadounidense desplegado en Ucrania supervisando por todo el país la distribución y el uso de las armas proporcionadas por EE.UU.

En un editorial titulado “Lo que EE.UU. hará y no hará en Ucrania”, Biden dijo que “no alentamos ni permitimos que Ucrania ataque más allá de sus fronteras”.

Pero Washington ha hecho precisamente eso: proporcionar información sobre objetivos, armas y apoyo logístico que le han permitido al ejército ucraniano atacar instalaciones militares rusas, primero en Crimea y luego en el territorio continental ruso.

Todas las declaraciones de la Casa Blanca sobre la guerra están llenas de contradicciones.

Los funcionarios estadounidenses le informan al público que la invasión “no provocada” de Rusia fue una ruptura irrevocable con el mundo previo a 2022. La invasión rusa de Ucrania, declaró Biden en marzo, desencadenó una “batalla... entre un orden basado en normas y otro regido por la fuerza bruta”.

Qué hipocresía tan ridícula.

Los defensores del capitalismo estadounidense declararon que la disolución de la URSS en 1991 y la introducción de reformas de mercado en China traerían la paz perpetua, los llamados “dividendos de la paz” y el “fin de la historia”.

Pero el imperialismo estadounidense respondió a la disolución de la URSS con una matanza militar mundial en busca de la hegemonía global, dominando el antiguo mundo colonial.

Estados Unidos invadió Irak en 1991, bombardeó Yugoslavia en 1999, invadió Afganistán en 2001, Irak en 2003, destruyó Libia en 2011 e instigó la guerra civil siria ese mismo año. El lema de estas guerras, como lo indicó un editorial del Wall Street Journal en 2003, era: “La fuerza funciona”.

Desde el comienzo de la guerra fría, EE.UU. ha realizado invasiones, despliegues, golpes de Estado y operaciones de desestabilización en la gran mayoría de los países del mundo.

La criminalidad del imperialismo estadounidense quedó plasmada en la guerra de Vietnam, donde hubo más de un millón de muertos y las tropas de EE.UU. mataron de forma masiva y sistemática a civiles, como en la infame masacre de My Lai, en la que murieron 504 hombres, mujeres, niños y bebés desarmados.

La invasión de Irak en 2003, justificada con base en mentiras, destruyó toda una sociedad y provocó la muerte de cientos de miles de personas. La criminalidad de la ocupación estadounidense fue evidenciada por las fotos de tortura en Abu Ghraib, que puso al descubierto la horrible realidad del uso sistemático de la tortura por parte del ejército estadounidense como política de Estado.

La guerra en Ucrania no significa la negación de los crímenes estadounidenses en Vietnam, Afganistán e Irak, sino su continuación.

Después de todo, fue el criminal de guerra George W. Bush, el autor de la guerra de Irak, quien acogió a Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía y Eslovenia en la OTAN en 2004, y declaró en 2008 que “nos interesa que Ucrania se una” a la OTAN.

Desde entonces, EE.UU. se ha dedicado a cumplir el objetivo de Bush, orquestando el derrocamiento del Gobierno ucraniano en 2014, luego enviando miles de millones de dólares en armas a Ucrania, entrenando a sus militares según los estándares de la OTAN, y apoyando de facto el objetivo del Gobierno de Zelenski de retomar militarmente Crimea.

La guerra en Ucrania es el resultado de un intento sistemático de EE.UU. para cercar a Rusia y arrastrarla a guerras por delegación en sus fronteras. Putin respondió a las provocaciones del imperialismo estadounidense lanzando una invasión reaccionaria de Ucrania, haciendo exactamente lo que los imperialistas esperaban que hiciera, y cayendo en una trampa que EE.UU. preparó abiertamente por años. La cobertura de la guerra en la prensa nunca menciona esta historia previa.

El guion utilizado tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 se recicla: hay que abandonar todo análisis histórico, la razón y el pensamiento ante una atrocidad inimaginable. Las acciones del villano del momento justifican cualquier respuesta estadounidense.

Pero como con las guerras que siguieron al 11 de septiembre, fue fueron preparadas cínicamente con mentiras y propaganda mediática, la escalada de la guerra de EE.UU. con Rusia y los planes de guerra con China llevan años gestándose.

Los documentos militares estadounidenses, que nunca se discuten en público, justifican la guerra afirmando que promueve los “intereses” de EE.UU. en un entorno mundial cada vez más competitivo, donde la hegemonía de EE.UU. se ve amenazada por el crecimiento económico de China.

La guerra, declara el Pentágono, es esencial para defender los intereses del capitalismo estadounidense.

La década de 2020, según la “Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos”, es una “década decisiva para EE.UU. y el mundo”, en el que “se fijarán los términos de la competencia geopolítica entre las grandes potencias”.

Hemos entrado en una era de “conflictos entre grandes potencias”, dicen los estrategas militares estadounidenses, un periodo caracterizado por, en palabras de la OTAN, “Combates de alta intensidad y ámbitos múltiples contra competidores nucleares y pares”.

Por años, los estrategas militares de EE.UU. han estado “Repensando el Armagedón”, para desarrollar escenarios en los que se utilizarían en serio las armas nucleares. El mundo ha entrado en la “segunda era nuclear”, declaran, en la que el uso de armas nucleares ya no es impensable.

Para estas guerras, EE.UU. está modernizando todos los componentes de sus armas nucleares. El bombardero B21, anunciado este mes con bombo y platillo en la prensa, es solo un componente.

Desde los escombros de la histórica ciudad alemana de Núremberg tras la Segunda Guerra Mundial, el juez Robert Jackson de la Corte Suprema, dando apertura al juicio a los líderes nazis, fustigó “la mayor amenaza de nuestro tiempo: la guerra agresiva”.

Al sentenciar a los líderes políticos, empresarios y generales que planearon la conquista alemana de Europa, Jackson denunció “los nacionalismos feroces y los del militarismo, la intriga y la guerra que han envuelto a Europa en generación tras generación”. Jackson declaró que “La civilización no puede permitirse ningún acuerdo con” estas “fuerzas sociales”.

Pero la experiencia de los siglos veinte y veintiuno demuestra que las “fuerzas sociales” que causan las guerras solo pueden oponerse mediante la movilización de “fuerzas sociales” opuestas.

Los grandes marxistas del siglo veinte, entre los que se destacaban Vladímir Lenin y León Trotsky, entendían que la guerra imperialista refleja el dominio de un capital financiero depredador sobre la sociedad; es decir, que la guerra y el capitalismo están inseparablemente unidos.

El impulso bélico del imperialismo estadounidense va acompañado de un feroz asalto a la posición social de los trabajadores en EE.UU. y el mundo. Pero los trabajadores del mundo están respondiendo a la ola global de austeridad y de contrarrevolución social por medio de una ola huelguística global.

Los jóvenes deben orientarse y apelar a este movimiento de las masas obreras en su lucha por el futuro.

Los belicistas del Pentágono afirman que ésta será la “década decisiva” para garantizar el dominio del capitalismo estadounidense, dentro y fuera del país.

Pero para los trabajadores y los jóvenes esta década será decisiva por otra razón. “Esta joven década”, escribió el WSWS en enero de 2020, será la “década de la revolución socialista”.

Las mismas condiciones que producen la guerra imperialista crean las condiciones para su abolición mediante la transformación socialista de la sociedad. Y la abolición definitiva de la guerra significa la abolición definitiva del capitalismo. Le corresponde a nuestra generación cumplir esta trascendental tarea.

Todos debemos tomarnos en serio la advertencia de Albert Einstein: “No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero la cuarta se librará con palos y piedras”.

Tenía razón. La supervivencia de la civilización humana no está garantizada. Y para que los jóvenes tengan un futuro, deben luchar por él.

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