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Perspectiva

¡Convocatoria para el Primero de Mayo de 2023! ¡Construyan un movimiento de masas de los trabajadores y jóvenes contra la guerra y por el socialismo!

El domingo 30 de abril, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base, los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social y el World Socialist Web Site celebrarán un mitin global en línea para celebrar el Día Internacional de los Trabajadores de 2023.

Dos procesos dominan la celebración este año de la unidad internacional de la clase trabajadora: la guerra en Ucrania, que está intensificándose en dirección de un conflicto global, y el resurgimiento internacional de la lucha de clases. Estos dos procesos se encuentran profundamente relacionados. Las mismas contradicciones económicas geopolíticas y sociales que orientan a las élites gobernantes imperialistas hacia la guerra ofrecen un impulso objetivo a la radicalización de la clase obrera y al estallido de luchas revolucionarias.

La guerra en Ucrania se encuentra en su segundo año. Los reportes más confiables de bajas estiman más de 150.000 soldados ucranianos y entre 50.000 y 10.000 soldados rusos muertos. Lejos de pedir un cese al fuego al espantarse por este terrible coste en vidas, Estados Unidos y sus aliados en la OTAN están bombeando armas a Ucrania. Dado que apostaron su prestigio de EE.UU. y la OTAN en la victoria de esta guerra por delegación, el Gobierno de Biden no puede tolerar las consecuencias políticas de un fracaso en alcanzar sus objetivos militares y geopolíticos. La lógica de la guerra lo empuja a emprender políticas cada vez más imprudentes.

La prensa proguerra no puede contener su entusiasmo sobre los planes de una inminente contraofensiva ucraniana en la primavera, la cual implicará si ocurre y cuándo ocurra, bajas que recordarán los horrores de las batallas del Somme y Verdún durante la Primera Guerra Mundial. Tras responder a la pandemia de COVID-19 con políticas que condujeron a la muerte de millones, los Gobiernos capitalistas y las publicaciones propagandísticas se han vuelto indiferentes ante las consecuencias fatales de sus objetivos de la guerra con Rusia. Se ha vuelto común que mueran personas a escala masiva como consecuencia de la subordinación de las necesidades sociales al afán de lucro capitalista y el enriquecimiento individual. El terremoto en Turquía, que se cobró entre 50.000 y 10.000 vidas, solo es uno más de una serie interminable de desastres prevenibles que definen la vida contemporánea.

Para generar apoyo a la guerra, el Gobierno de Biden se aferra al absurdo relato de que “no fue provocada”. Esperan que el público crea que todo comenzó cuando Vladímir Putin se levantó una mañana y proclamó, por ninguna razón aparente, “Que se haga la guerra en Ucrania”. Pero la historia demuestra que las guerras son el resultado de una interacción compleja de procesos económicos, geopolíticos y sociales. Más de 100 años después del inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, los historiadores siguen intentando entender hasta qué punto afectaron las diferentes causas del conflicto.

Como escribió recientemente el investigador alemán Jörn Leonhard:

Desde Tucídides, los historiadores han estado conscientes de la diferencia entre las causas estructurales e inmediatas de las guerras; también han comprendido la necesidad de someter las justificaciones oficiales de las guerras a una crítica ideológica. Es posible introducir diferenciaciones en este ámbito, como en la búsqueda de las causas de las revoluciones; la identificación de las causas de largo, mediano y corto plazo involucra distinguir entre los factores determinantes, los catalizadores y los imprevistos. Especialmente cuando se trata del estallido de la guerra, la cuestión adicional de los factores externos e internos sigue teniendo un papel clave hasta la actualidad. En qué medida reside la causa raíz de una guerra en el sistema de relaciones internacionales y en qué medida reside en la composición interna de los Estados y las sociedades. [1]

El cuento de la “guerra no provocada” no explica nada sobre los orígenes históricos, económicos, sociales y políticos de la guerra. En cambio, distrae de cualquier análisis sobre la conexión entre la guerra de EE.UU. y la OTAN en Ucrania y 1) los 30 años previos de guerras estadounidenses prácticamente ininterrumpidas en Irak, Serbia, Afganistán, Somalia, Libia y Siria; 2) la implacable expansión de la OTAN hacia el este desde la disolución de la Unión Soviética en 1991; 3) el conflicto geopolítico cada vez más intenso con China, que el imperialismo estadounidense considera una peligrosa amenaza a su propia posición de dominio mundial; 4) el declive prolongado de la posición económica de Estados Unidos, que se ve más claramente en el creciente desafío a la supremacía del dólar como reserva de valor mundial; 5) la serie de conmociones económicas que han requerido desesperados rescates financieros para atajar un colapso total del sistema financiero estadounidense; 6) el colapso cada vez más evidente del sistema político estadounidense, ejemplificado por el intento del presidente Donald Trump el 6 de enero de 2021 de anular el resultado de las elecciones nacionales en noviembre de 2020; 7) la inestabilidad interna cada vez mayor de una sociedad atormentada por niveles pasmosos de desigualdad, una inestabilidad intensificada por el impacto de la pandemia y una nueva espiral inflacionaria, que están radicalizando la clase obrera estadounidense.

La refutación más fuerte de la narrativa de la “guerra no provocada” se puede encontrar en las innumerables declaraciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional publicadas en el World Socialist Web Site, que ha analizado durante el último cuarto de siglo las contradicciones económicas, políticas y sociales que han impulsado los intentos desesperados y cada vez más temerarios de la élite corporativo-financiera estadounidense de resolver sus crisis irresolubles a través de la guerra.

Hace veinte años, apenas una semana antes de que el Gobierno de Bush iniciara la invasión de Irak en marzo de 2003, el Partido Socialista por la Igualdad (SEP, por sus siglas en inglés) la sección estadounidense del Comité Internacional, explicó: “La estrategia del imperialismo estadounidense consiste en utilizar sus enormes poderío militar para establecer la hegemonía global incuestionable de EE.UU. y someter plenamente los recursos de la economía mundial”. [2]

Dado su papel central en el capitalismo mundial, la crisis del imperialismo estadounidense había desestabilizado todo el sistema político y económico. Sus políticas, como explicó el SEP, fueron una respuesta a una crisis esencialmente global, no solo nacional. Las políticas brutalmente agresivas de los sucesivos Gobiernos estadounidenses fueron,

un intento de resolver, a partir del imperialismo, el problema histórico mundial de la contradicción entre el carácter global de las fuerzas productivas y el sistema arcaico de Estados nacionales.

Estados Unidos propone superar este problema estableciéndose como un súper Estado nación o autoridad máxima del futuro del mundo, decidiendo la asignación de los recursos de la economía mundial después de hacerse de la mayor porción. Pero esta clase de solución imperialista a las contradicciones subyacentes del capitalismo mundial, que fue completamente reaccionaria en 1914, no ha mejorado con la edad. De hecho, la propia magnitud del desarrollo económico mundial en el siglo veinte dota tal proyecto imperialista de un elemento de locura. Cualquier intento de establecer la supremacía de un solo Estado nación es incompatible con el extraordinario nivel de integración económica internacional. El carácter profundamente reaccionario de tal proyecto se refleja en los métodos barbáricos que exige. [3]

Si bien los aliados imperialistas europeos de Estados Unidos en la Alianza Atlántica se ven obligados por el balance actual de poder global a respetar el escenario establecido por Washington, no son para nada espectadores inocentes en el enfrentamiento con Rusia. Todas las viejas potencias europeas —curtidas por dos guerras mundiales en solo el último siglo, junto a crímenes salvajes en sus antiguas colonias y experimentos con el fascismo y genocidios en sus propios países— se ven afligidas por las mismas enfermedades políticas y económicas que Estados Unidos, mientras poseen incluso menos recursos financieros para lidiar con ellas.

A pesar de que no pueden perseguir sus ambiciones imperialistas de manera independiente, ni Reino Unido, Francia, Italia ni Alemania, ni mucho menos las “potencias menores” como Suecia, Noruega, Dinamarca, España, Bélgica y Suiza, están listas para aceptar ser excluidas del reparto de tierras y recursos naturales y el acceso a las ventajas financieras que esperan de la derrota militar de Rusia y su división en mini-Estados.

Pero en medio de sus proclamas de unidad, la OTAN está partida por profundas divisiones internas que, en un futuro próximo, podrían explotar repentinamente en forma de un conflicto armado. Una de las consecuencias poco discutidas de la guerra es que revive disputas territoriales que se originaron en los acuerdos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La burguesía alemana no se ha olvidado de la ciudad polaca de Wroclaw, antes llamada Breslau, que al inicio del siglo veinte era la sexta mayor ciudad del Imperio Alemán.

El Gobierno virulentamente nacionalista y fascistizante de Polonia tampoco se ha olvidado de que la ciudad de Lviv en Ucrania occidental era Lwów, la tercera mayor ciudad de Polonia, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Pese al relato de la “guerra no provocada, entre líneas se reconoce cada vez más abiertamente que la guerra en Ucrania forma parte de un conflicto global mucho más amplio encaminado a una Tercera Guerra Mundial. La interrogante no es si habrá o no una guerra entre Estados Unidos y China, sino cuándo comenzará, dónde estallará el conflicto y si los participantes emplearán armas nucleares tácticas y/o estratégicas.

El exministro de Relaciones Exteriores alemán Joschka Fischer escribió recientemente que la guerra “se trata del futuro orden mundial, de su gran reconfiguración en el siglo veintiuno”. Denunció a China y Rusia por abre “formado una alianza informal para romper el dominio de Estados Unidos y Occidente: las dos grandes potencias de Eurasia contra la alianza transatlántica y en el Pacífico de Occidente, encabezada por Estados Unidos”.

Gideon Rachman, el principal corresponsal en asuntos exteriores del Financial Times, escribió el 27 de marzo:

El hecho de que el presidente de China y el primer ministro de Japón visitaran de forma simultánea y competitiva las capitales de Rusia y Ucrania subraya la importancia global de la guerra en Ucrania. Japón y China son feroces rivales en el este de Asia. Ambos países entienden que su disputa se verá profundamente afectada por el resultado del conflicto en Europa.

Los golpes entre China y Japón en torno a la cuestión de Ucrania son parte de una tendencia más amplia. Las rivalidades estratégicas en las regiones euroatlántica e indopacífica se están intercalando cada vez más. Se está desarrollando algo que aparenta cada vez más ser un solo conflicto geopolítico. [5]

A pesar de que Rachman sigue siendo un convencido promotor del relato de la “guerra no provocada”, concluye su contradictorio análisis con una advertencia clara:

Pero el peligro de caer en un conflicto global está lejos de extinguirse. El estallido de una guerra en Europa, en combinación con el aumento de tensiones en el este de Asia —y el nexo cada vez más estrecho entre ambos escenarios— aún reverbera a la distancia con la década de 1930. Todos los bandos tienen la responsabilidad de asegurarse de que, esta vez, las rivalidades vinculadas en Europa y Asia no culminen en una tragedia global. [6]

Cuando se colocan los acontecimientos que llevaron a la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022 en su contexto histórico y político necesario, no cabe duda alguna que la guerra fue instigada por Estados Unidos y sus aliados en la OTAN. Cualquier intento de asignar “culpas” por la guerra concentrándose en “¿quién disparó el primer tiro?” se limita a un periodo extremadamente corto que aísla un solo episodio de una serie de acontecimientos mucho más larga. Como explicó Trotsky en 1934, “El carácter de una guerra no se define por el primer episodio por sí solo (la ‘violación de la neutralidad’, una ‘invasión enemiga’, etc.) sino por las principales fuerzas motrices de la guerra, por su evolución en su conjunto y por las consecuencias a las que conduce al final”.

Contrariamente a la trama de horror sobre una “guerra no provocada”, la invasión de febrero de 2022 fue el resultado de un entramado de eventos que se remonta más allá del golpe de Estado del Maidán financiado y orquestado por la CIA en 2014, el cual derrocó el Gobierno electo y prorruso de Víktor Yanukóvich. Hay que remontarse al momento en que las tendencias nacionalistas reaccionarias tanto en Ucrania como en Rusia fueron desatadas por la disolución de la Unión Soviética.

Pero el hecho de que la guerra haya sido instigada por Estados unidos y la OTAN no justifica de ninguna manera la invasión rusa de Ucrania, ni minimiza su carácter absolutamente reaccionario. Aquellos que justifican la invasión alegando que es una respuesta legítima a la amenaza de la OTAN contra las fronteras rusas simplemente ignoran que Putin es el líder de un Estado capitalista, cuya definición de “seguridad nacional” corresponde a los intereses económicos de la clase oligárquica cuya riqueza proviene de la disolución y el saqueo de la propiedad antes nacionalizada de la Unión Soviética.

Todos los cálculos equivocados y las torpezas de Putin, tanto al inicio como a lo largo de la guerra, reflejan los verdaderos intereses de clase que sirve. El objetivo de la guerra, en la forma en que fue concebida inicialmente y ejecutada, ha sido retener para la clase capitalista nacional una posición dominante en la explotación de los recursos naturales y los trabajadores dentro de las fronteras de Rusia y, en la mayor medida posible, también en los países vecinos de Asia central y Transcaucasia.

Estos objetivos no tienen nada progresista. Cuando Putin evoca el legado del zarismo, denuncia a Lenin, el bolchevismo y la Revolución de Octubre, rinde testimonio sobre el carácter históricamente reaccionario y políticamente ruinoso de su régimen.

Independientemente de su conflicto actual, las nuevas clases gobernantes postsoviéticas en Rusia y Ucrania comparten el mismo origen criminal. Menos de tres meses después de la disolución formal de la URSS, el 3 de octubre de 1991, en una reunión pública en un club obrero de Kiev, este escritor advirtió como representante del Comité Internacional sobre las consecuencias desastrosas de la agenda de los nacionalistas:

En las Repúblicas, todos los nacionalistas proclaman que la solución a todos los problemas reside en la creación de Estados “independientes” nuevos. Permítannos preguntar: ¿independientes de quién? Al declarar su independencia de Moscú, los nacionalistas no pueden hacer más que colocar todas las decisiones vitales sobre el futuro de sus nuevos Estados en manos de Alemania, Reino Unido, Francia, Japón y Estados Unidos. Kravchuk [líder del Partido Comunista de Ucrania y futuro presidente de la Ucrania postsoviética] va a Washington y se retuerce como un niño de primaria mientras lo sermonea el presidente Bush…

Entonces, ¿cuál camino deben seguir los trabajadores de la URSS? ¿Cuál es la alternativa? La única solución posible se basa en el programa del internacionalismo revolucionario. El regreso al capitalismo, que tan solo disfraza la agitación chauvinista de los nacionalistas, puede desembocar únicamente en una nueva forma de opresión. En vez de que cada una de las nacionalidades soviéticas se acerque a los imperialistas por separado a inclinarse con rodillas dobladas y pedir limosna y favores, los trabajadores soviéticos de todas las nacionalidades deben forjar una nueva relación basada en los principios de la igualdad social y democracia auténticas, y emprender sobre estas bases la defensa revolucionaria de todo lo que valga la pena preservar del legado de 1917…

En el seno de este programa yace la perspectiva del internacionalismo revolucionario. Todos los problemas que aquejan al pueblo soviético en la actualidad tienen sus orígenes en el abandono del programa del internacionalismo revolucionario. [7]

Las advertencias del Comité Internacional hace 32 años han sido trágicamente confirmadas. Los trabajadores en Rusia y Ucrania han sido arrastrados a un conflicto fratricida. Hace ochenta años, lucharon hombro con hombro en defensa de la Revolución de Octubre, para expulsar al ejército nazi de la Unión Soviética. Ahora, bajo órdenes de regímenes capitalistas, están disparándose y matándose unos a otros.

No obstante, el llamado del Comité Internacional a la unificación de la clase obrera internacional tan solo se ha vuelto más urgente. Las condiciones objetivas se han vuelto mucho más favorables para su movilización sobre la base del programa del internacionalismo socialista revolucionario. Además del recrudecimiento de la crisis del imperialismo estadounidense y la intensificación de las contradicciones capitalistas globales, la clase obrera internacional ha crecido enormemente. Su peso económico y poder potencial han aumentado muchísimo gracias al brote de centros urbanos masivos con decenas de millones de trabajadores, en países donde el proletariado representaba una pequeña fracción de la población hasta la última década del siglo veinte.

La lucha de clases se ha intensificado gradualmente en la última década. Un aspecto impactante ha sido su carácter internacional. Los avances revolucionarios en la tecnología de las comunicaciones han disuelto cada vez más las barreras entre los trabajadores de distintos países. Independientemente de dónde comience, un conflicto social en cualquier país recibe casi inmediatamente una audiencia internacional y se vuelve un acontecimiento global. Incluso la barrera antigua del lenguaje está siendo superada por los programas de traducciones y transcripciones que vuelven fácilmente comprensibles los documentos y discursos a un público global, independientemente del idioma en el que fueron escritos o pronunciados.

Estos avances en la tecnología facilitan una respuesta global revolucionaria a los problemas económicos, sociales y políticos que enfrentan a la clase trabajadora en todos los países. El abandono repentino de la política de “cero COVID” por parte de China a fines de 2022, que dejó más de un millón de muertos en menos de dos meses, ha demostrado la imposibilidad de desarrollar una solución nacional a una crisis global. Esta verdad fundamental está siendo corroborada por la realidad de una crisis social cada vez más profunda.

La guerra en Ucrania y la expansión masiva de los presupuestos militares han asumido la forma de una guerra contra las condiciones sociales de los trabajadores en cada país. La inflación, el desempleo y los recortes sociales han provocado un aumento de las huelgas en todo el mundo. Han estallado importantes luchas sociales en cada continente.

Más allá de las diferencias que existen entre países, las condiciones políticas que enfrenta la clase trabajadora muestran similitudes en todos los países. Independientemente de lo limitadas que sean las demandas de los trabajadores, se enfrentan a una resistencia enconada por parte de la patronal y el Estado.

Con una frecuencia e intensidad cada vez mayores, el Estado capitalista está asumiendo un control directo, a instancias de la clase gobernante, de la guerra contra la clase obrera. En países con una evolución económica tan dispar como Sri Lanka y Francia, la clase trabajadora confronta como enemigo principal al jefe de Estado: al presidente esrilanqués Ranil Wickremesinghe y al presidente francés Emmanuel Macron. A pesar de su uso de fraseología democrática cuando les conviene políticamente, sus decisiones adoptan un carácter descaradamente dictatorial al depender de la policía y los militares para su aplicación.

Por esta razón, la lógica de la lucha de clases asume el carácter de una lucha política contra el Estado y vuelve necesario construir órganos independientes de poder obrero. El llamado de la sección del Comité Internacional en Sri Lanka de celebrar un Congreso Socialista y Democrático de los Trabajadores y los Pobres Rurales y la demanda de la sección del CICI en Francia de derrocar el Gobierno de Macron constituyen una respuesta necesaria a la intensificación del conflicto entre la clase obrera y el Estado capitalista.

Una lección básica del siglo veinte es que la lucha contra la guerra imperialista solo puede librarse con éxito por medio de la movilización política de la clase obrera con base en un programa inflexiblemente anticapitalista y socialista. Todas las propuestas de oponerse a la guerra que ignoren o encubran las causas de la guerra —a saber, su origen en el sistema de Estados nación y el sistema de lucro capitalista— están condenadas a fracasar.

El gran obstáculo a la movilización de la clase obrera es la influencia política que aún conservan las burocracias procapitalistas en los sindicatos y los reaccionarios partidos laboristas y falsamente socialistas, así como la amplia gama de organizaciones pseudoizquierdistas de la clase media acomodada. Hay que superar su insidiosa influencia.

El Comité Internacional ha logrado hacer importantes avances en el desarrollo de una dirección alternativa revolucionaria en la clase obrera. La Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB) está creando una red global para ayudar a forjar una estrategia global y coordinar tácticamente la lucha de clases. Su objetivo no es presionar o reformar las burocracias reaccionarias, sino transferir todas las decisiones y el poder a las bases.

Los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social (JEIIS o IYSSE, por sus siglas en inglés) están expandiendo su trabajo de educar a jóvenes como marxistas, para que comprendan la lucha librada por Trotsky y la Cuarta Internacional contra el estalinismo y todas las formas de oportunismo nacional, para que se orienten hacia la clase trabajadora y dediquen su infatigable energía en la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista.

El World Socialist Web Site, cuya publicación celebra su 25º aniversario, está mejorando continuamente la profundidad y el alcance de su cobertura política y de los análisis de la lucha de clases y, con base en este trabajo teórico esencial, está expandiendo la influencia del trotskismo en las luchas de la clase obrera internacional.

El mitin del Primero de Mayo se basará en estos logros y dedicará la celebración de este día histórico de la unidad de la clase obrera para impulsar la lucha contra la guerra y por la transferencia del poder a la clase obrera y la construcción del socialismo en todo el mundo.

Notas

[1] Jörn Leonhard, Pandora’s Box: A History of the First World War, traducido al inglés por Patrick Camiller (Cambridge, MA: The Belknap Press of Harvard University Press, 2018), págs. 62-63

[2] “Into the Maelstrom”, David North, A Quarter Century of War: The U.S. Drive for Global Hegemony 1990-2016, (Oak Park: Mehring Books, 2016), pág. 277.

[3] Ibid

[4] “El exministro alemán de Asuntos Exteriores Joschka Fischer declara que la guerra de Ucrania es ‘una lucha global de poder por el futuro orden mundial’”, por Peter Schwarz, World Socialist Web Site, 6 abril 2023, https://www.wsws.org/es/articles/2023/04/06/62f2-a06.html

[5] “China, Japan and the Ukraine war,” Gideon Rachman, Financial Times, 27 marzo 2023, https://www.ft.com/content/9aa4df57-b457-4f2d-a660-1e646f96c8cb

[6] Ibid

[7] “After the August Putsch: Soviet Union at the Crossroads”, David North, Fourth International, Otoño-invierno 1992, Vol. 19, N 1, pág. 110 (Publicado originalmente en inglés el 5 de abril de 2023)

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