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Perspectiva

Las negaciones inmediatas de la participación de la inteligencia ucraniana en el atentado terrorista en Rusia no son creíbles

El atentado terrorista del viernes en la sala de conciertos Crocus City Hall en Moscú, que se cobró al menos 137 vidas y dejó a 180 heridos más, representa una nueva etapa peligrosa en la guerra imperialista contra Rusia.

Un memorial espontáneo para las víctimas del atentado de Moscú en San Petersburgo, Rusia, 24 de marzo de 2024 [AP Photo/Dmitri Lovetsky]

Según el presidente ruso Vladímir Putin, los perpetradores fueron capturados en camino a la frontera ucraniana, donde se había preparado una “ventana” para que pudieran cruzar. Los cuatro sospechosos principales fueron identificados como inmigrantes de Tayikistán, una república exsoviética sumamente empobrecida de Asia central. Se declararon culpables y afirman haber actuado bajo órdenes de intermediarios no identificados por dinero. El grupo terrorista islamista Estado Islámico de Jorasán (ISIS-K, por sus siglas en inglés) dijo ser responsable del atentado.

Los principales voceros del imperialismo estadounidense, el New York Times y el Washington Post, emprendieron inmediatamente una campaña para negar la participación de EE.UU. y Ucrania en el atentado. Ambas publicaciones negaron de plano la afirmación de Putin de que Ucrania estuvo vinculada, citando a “funcionarios de seguridad estadounidenses” anónimos. Sin ofrecer evidencia, simplemente hacen eco de las afirmaciones que salieron de la Casa Blanca y Kiev casi tan pronto ocurrió el ataque de que ni EE.UU. ni Ucrania estuvieron involucrados.

¿Cómo es posible que los principales medios de comunicación estadounidenses excluyan inmediatamente cualquier conexión entre este atentado y la guerra en marcha entre Rusia y Ucrania, en la que EE.UU. está significativamente involucrado?

De hecho, sus afirmaciones no tienen más credibilidad que las negaciones anteriores de participación estadounidense y ucraniana en el bombardeo del gasoducto Nord Stream entre Alemania y Rusia. Ha habido muchas otras ocasiones en que EE.UU. negó su responsabilidad que terminaron siendo falsas. Esto coloca la carga probatoria en Estados Unidos para demostrar su inocencia. El atentado tiene las huellas de la CIA y las fuerzas que patrocina en Kiev.

La propaganda de guerra en la prensa sobre el atentado terrorista demuestra su propósito político. Apenas ocultando su júbilo, el New York Times escribió que el atentado fue “un golpe al aura de Putin como un líder para el cual la seguridad nacional es primordial”. Ahora, según el Times, los rusos “pueden cuestionar si, con la invasión y su conflicto con Occidente, Putin realmente está velando por los intereses de seguridad del país o si los está sacrificando deplorablemente, como afirman sus oponentes”.

Siguiendo una línea casi idéntica, el Washington Post publicó un artículo titulado “El atentado terrorista en Rusia expone las vulnerabilidades del régimen de Putin”. Se regodeó que el ataque “aplastara los intentos de Putin de presentar a Rusia como fuerte, unida y resiliente” y cita a un “empresario moscovita” que critica “la falta de responsabilidad por la seguridad de eventos públicos grandes” bajo Putin.

El Financial Times sigue la misma línea, declarando que las acusaciones rusas que atribuyen el atentado a Ucrania buscan “distraer de los fallos en el sistema de seguridad de Moscú, que se han agravado desde la invasión a plena escala de Ucrania por parte de Putin hace dos años”.

La afirmación de que Putin estaba “distraído” por la guerra de Ucrania no excluye la implicación de EE.UU. y Ucrania en el atentado. Más bien, pudo haber sido un factor que llevó a los conspiradores de la OTAN a creer que un atentado tenía altas probabilidades de éxito.

Un elemento central de la propaganda imperialista de que EE.UU. y Ucrania supuestamente no estuvieron involucrados es el hecho de que el ISIS-K se atribuyó la autoría del atentado. Pero la implicación del ISIS-K no descarta la implicación ucraniana y estadounidense. Al contrario.

El ISIS-K es en gran medida una creación del imperialismo estadounidense y de sus décadas de guerras en Oriente Próximo y Asia central. En 2021, el Wall Street Journal informó sobre agentes de inteligencia formados en Estados Unidos y tropas de élite de contrainsurgencia que se estaban uniendo al ISIS-K en Afganistán. Tayikistán, de donde proceden los presuntos terroristas, lleva mucho tiempo implicado en los conflictos armados de Afganistán, que se remontan a la década de 1980, cuando Estados Unidos entrenó y financió a fundamentalistas islámicos en su guerra contra la Unión Soviética.

En este contexto, la advertencia del 7 de marzo de la Embajada estadounidense en Moscú sobre un inminente atentado terrorista de gran envergadura en Rusia, solo puede interpretarse como un intento de crear una coartada para Estados Unidos antes de la operación de aquellos que patrocina.

La participación de la inteligencia ucraniana, que coordina estrechamente sus operaciones cotidianas con la OTAN y Estados Unidos, también es prácticamente evidente. En enero de 2023, el Times informó sobre elementos nacionalistas y de extrema derecha de toda la antigua Unión Soviética, incluido el Cáucaso norte de Rusia y Asia central, que habían acudido en masa a Ucrania para luchar en la guerra de la OTAN contra Rusia.

Como escribió el Times, “la mayoría de ellos albergan ambiciones políticas a largo plazo de regresar a su país y derrocar los Gobiernos ruso y bielorruso... Los propios voluntarios dicen que actúan con pleno conocimiento y bajo las órdenes del ejército ucraniano y de los servicios de inteligencia. Muchas de sus operaciones son encubiertas, incluidas peligrosas misiones de reconocimiento o sabotaje tras las líneas rusas”.

Y solo unos días antes del atentado terrorista de Moscú, el Times calificó de “rusos rebeldes” a los neonazis rusos que “fueron abiertamente respaldados por la agencia de inteligencia militar de Ucrania” para una incursión en el país durante las elecciones presidenciales. Sus “osados ataques”, escribió el Times, podrían contribuir a “socavar la sensación de estabilidad en Rusia y desviar los recursos militares del país lejos de Ucrania”.

El argumento desarrollado por el propio Times y reproducido por la prensa mundial demuestra el propósito político de la operación terrorista. Dado que las fuerzas patrocinadas por la OTAN en Ucrania se enfrentan a una debacle militar, el atentado terrorista en Moscú forma parte de los esfuerzos por abrir un segundo frente en la guerra, al interior de Rusia.

El objetivo tiene tres aspectos: primero, envalentonar a la oposición al régimen de Putin dentro de la oligarquía y el aparato estatal; segundo, provocar una respuesta militar del Kremlin que

pueda servir de pretexto para una nueva escalada bélica de la OTAN; y tercero, fomentar tensiones étnicas y religiosas dentro de Rusia que desestabilicen el régimen y faciliten el reparto de toda la región entre las potencias imperialistas.

Esta estrategia sigue una larga y siniestra tradición. Los nazis movilizaron a las fuerzas nacionalistas y de extrema derecha de la llamada alianza Intermarium por toda Europa del Este y el Cáucaso cuando invadieron la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos empleó estas redes fascistas en su guerra encubierta contra la Unión Soviética. La destrucción estalinista de la Unión Soviética y la restauración del capitalismo permitieron a las potencias imperialistas proseguir esta estrategia reaccionaria a una escala sin precedentes hasta entonces.

Esto no es menos cierto en el caso de Rusia. Durante más de una década, las potencias imperialistas han desarrollado sistemáticamente una facción anti-Putin en la oligarquía y el Estado rusos en torno al difunto Alexéi Navalni. Aunque fue glorificado por el Times como un “demócrata”, Navalni coorganizó durante años el mayor evento fascista anual de Rusia, la “Marcha Rusa”, denunció a los inmigrantes del Cáucaso y Asia central como “cucarachas” y mantuvo estrechos vínculos con tendencias separatistas de todo el país. Otros destacados líderes de la oposición, el exoligarca Mijaíl Jodorkovski e Ilya Ponomaryov, abogan abiertamente por la escisión de la Federación Rusa en una serie de estados separados.

Aunque más del 70 por ciento de la población rusa, de unos 140 millones de habitantes, es de etnia rusa, el país alberga más de 190 grupos étnicos. Los musulmanes representan al menos una décima parte de la población. Muchos de ellos viven en unas pocas repúblicas mayoritariamente musulmanas, así como en el Cáucaso Norte, donde el Kremlin ha librado dos brutales guerras contra los separatistas chechenos entre 1994 y 2009. Además, en Rusia viven unos 17 millones de inmigrantes que proceden en su mayoría de antiguas repúblicas soviéticas como Tayikistán y pertenecen a los sectores más explotados de la clase trabajadora.

La base social y la política del régimen oligárquico de Putin lo hacen muy vulnerable a las maquinaciones de las potencias imperialistas. Su invocación del chovinismo y el nacionalismo de la Gran Rusia sirve para desorientar, dividir y desmovilizar a la clase obrera y, en última instancia, ayuda a los objetivos de guerra imperialistas.

Existe un peligro real de que el régimen de Putin y otras fuerzas de derecha intenten dirigir la conmoción popular hacia el ataque en contra de diferentes comunidades nacionales y étnicas, al tiempo que intensifican la represión estatal. El sábado, la policía moscovita ya realizó redadas en viviendas de inmigrantes, y las redes sociales informaron de que se estaba gestando un boicot contra los taxistas, en su mayoría tayikos.

El atentado terrorista de Moscú es una escalada peligrosa y criminal de una guerra que ya se ha cobrado cientos de miles de vidas. La temeridad de las potencias imperialistas es asombrosa. Mientras respaldan el genocidio a sangre fría de los palestinos en Gaza por parte de Israel, están fomentando violentos conflictos nacionales y étnicos en Rusia y se arriesgan a que el régimen de Putin utilice armas nucleares.

El único camino viable para que la clase obrera salga de esta peligrosa situación radica en el desarrollo de un poderoso movimiento socialista contra la guerra, que debe estar arraigado en las tradiciones del marxismo revolucionario y la unificación internacional de la clase obrera.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 24 de marzo de 2024)

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