“Actualmente, en EE. UU., la gente consume más refrescos que cualquier otro líquido, incluyendo el agua corriente. Si aprovechamos al máximo nuestras oportunidades… veremos cómo la misma ola se extiende en un mercado tras otro hasta que, con el tiempo, la bebida número uno del planeta serán… los refrescos, nuestros refrescos.”
— Roberto Goizueta, CEO de Coca-Cola, 1986
“Somos la harina de tu pan, el trigo de tus fideos, la sal de tus patatas fritas. Somos el maíz de tus tortillas, el chocolate de tu postre y el edulcorante de tu refresco.”
— Folleto promocional de Cargill
El auge de los alimentos ultraprocesados (UPF) no puede entenderse al margen de las fuerzas económicas y políticas que han transformado las dietas mundiales durante el último medio siglo. Lo que comenzó como una estrategia corporativa para maximizar las ganancias mediante ingredientes baratos y el procesamiento industrial de alimentos se ha convertido en un patrón dietético dominante en gran parte del mundo. Estos productos se han integrado en la vida cotidiana porque el sistema que los produce está diseñado para priorizar las ganancias corporativas, no la salud humana.
Las consecuencias son el aumento vertiginoso de las enfermedades crónicas relacionadas con la dieta, la sustitución de las culturas alimentarias tradicionales y la creciente dependencia de productos diseñados para ser consumidos de forma rápida, repetida y en grandes cantidades. Las afirmaciones de que la proliferación de alimentos ultraprocesados simplemente refleja la preferencia del consumidor ocultan el imperativo económico subyacente que impulsa esta transformación.
La iniciativa Make America Healthy Again (MAHA) de la administración Trump, promovida por el charlatán antivacunas Robert F. Kennedy Jr., secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos, como un esfuerzo audaz para afrontar la crisis nutricional y metabólica, ha adoptado una retórica crítica hacia el ultraprocesamiento. Sin embargo, está impulsando políticas que dejan intacto el poder de la industria. Se trata de un esfuerzo deliberado para aprovechar la desconfianza popular hacia las gigantescas corporaciones agroindustriales, al tiempo que, en realidad, sirve a sus intereses.
Es en esta situación mundial de la dieta y la nutrición que la serie de Lancet —una evaluación científica integral de tres artículos publicada en noviembre de 2025— adquiere una profunda relevancia. La Serie reúne a 43 destacados expertos cuyas trayectorias han moldeado la comprensión moderna de la nutrición, los sistemas alimentarios y la influencia corporativa.
Carlos A. Monteiro, profesor emérito de la Universidad de São Paulo y creador de la clasificación NOVA, lidera el artículo que documenta los impactos de las dietas ultraprocesadas en la salud. Gyorgy Scrinis y Camila Corvalán, prestigiosos académicos en política alimentaria y gobernanza nutricional, describen posibles enfoques regulatorios en el documento.
De forma crucial, Phillip Baker, economista político especializado en sistemas alimentarios globales, lidera el tercer artículo, que analiza el poder económico y político de la industria de alimentos ultraprocesados y los mecanismos mediante los cuales obstaculiza la adopción de medidas significativas de salud pública.
Juntos, estos autores ofrecen un análisis científico y político integrado que expone las bases estructurales de la crisis de los alimentos ultraprocesados. Demuestran que el ultraprocesamiento no es simplemente una cuestión de mala nutrición o elección individual, sino el resultado de sistemas globales de producción, comercialización e influencia política.
La serie establece un nuevo punto de referencia decisivo en la evaluación científica de los alimentos ultraprocesados. En esencia, se basa en un argumento simple, pero de gran alcance: la transición mundial de dietas tradicionales basadas en alimentos mínimamente procesados a dietas dominadas por productos ultraprocesados se ha convertido en un importante factor de enfermedades crónicas y mortalidad prematura.
La Serie reúne el conjunto de evidencia más amplio hasta la fecha sobre los daños a la salud asociados a estos productos, a la vez que los sitúa en el contexto político más amplio de la producción alimentaria mundial. Este marco deja claro que la crisis de los alimentos ultraprocesados no puede abordarse apelando a la responsabilidad personal ni a reformas graduales. Requiere confrontar las estructuras corporativas que han transformado los sistemas alimentarios en todo el mundo y continúan obstruyendo las políticas de salud pública en todos los niveles.
La expansión de la evidencia sobre los alimentos ultraprocesados y la salud
La serie de Lancet se basa en un conjunto de literatura científica en rápida expansión que ha surgido desde que se reconoció que los alimentos ultraprocesados eran un problema importante en 2009. Durante la última década, y con mayor velocidad en los últimos cinco años, la investigación en epidemiología, nutrición, salud pública y ciencias sociales ha convergido en la misma conclusión que vincula los alimentos ultraprocesados con una amplia gama de enfermedades crónicas.
Este auge en la investigación científica refleja una realidad simple. A medida que los productos ultraprocesados han llegado a dominar las dietas globales, la evidencia de sus efectos nocivos a nivel biológico y poblacional se ha vuelto innegable. La revisión sistemática de la Serie evaluó 104 estudios prospectivos, de los cuales un abrumador número de 92 documentó fuertes asociaciones entre un mayor consumo de UPF y al menos un resultado adverso para la salud. Los metaanálisis confirmaron asociaciones estadísticamente significativas en 12 criterios de valoración principales de salud, que abarcan casi todos los sistemas orgánicos principales.
Entre los hallazgos más sorprendentes se encuentran los mayores riesgos de sobrepeso y obesidad, diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedades cardiovasculares y varios tipos de cáncer, incluyendo el colorrectal y el de mama. La enfermedad renal crónica, la depresión y una mayor mortalidad por cualquier causa también muestran una clara relación con el consumo de UPF. Estos resultados se han visto reforzados por investigaciones más recientes. Un análisis realizado en 2025 por Wang y sus colegas en Thorax informó un mayor riesgo de cáncer de pulmón asociado con una mayor ingesta de UPF, mientras que una revisión general dirigida por Melissa Lane, publicada en el British Medical Journal en 2024, halló evidencia convincente —el mayor grado de certeza epidemiológica— de mortalidad relacionada con enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2. En conjunto, el peso de esta evidencia demuestra que los daños de los alimentos ultraprocesados no son incidentales ni se limitan a ingredientes o categorías de productos específicos. Son inherentes a la lógica misma del ultraprocesamiento.
Los mecanismos a través de los cuales estos productos perjudican la salud operan en múltiples niveles que se superponen. Los alimentos ultraprocesados suelen tener un alto contenido de azúcares refinados, grasas industriales y sodio, además de carecer de fibra, micronutrientes y fitoquímicos protectores. Sin embargo, estos desequilibrios nutricionales por sí solos no pueden explicar las asociaciones consistentes que se encuentran en una gama tan amplia de enfermedades. Los alimentos ultraprocesados están diseñados para ser hiperpalatables y de consumo rápido. En un estudio metabólico controlado, los participantes que consumían una dieta ultraprocesada ingirieron entre 500 y 800 calorías adicionales al día en comparación con aquellos con una dieta mínimamente procesada, a pesar de un contenido de macronutrientes equivalente. Este hallazgo subraya que la estructura y el diseño sensorial de los alimentos ultraprocesados (texturas suaves, sabores intensos y fácil de tragar) fomentan el consumo excesivo, independientemente de las señales de hambre.
Un nivel más profundo de daño surge de las alteraciones del microbioma intestinal, un regulador central del metabolismo y la inmunidad. Las dietas ultraprocesadas carecen de la fibra necesaria para mantener un entorno microbiano saludable, mientras que los aditivos comunes en los ultraprocesados, como emulsionantes, edulcorantes artificiales y colorantes, pueden degradar la capa de moco intestinal y aumentar la permeabilidad intestinal. Esto permite que las toxinas bacterianas entren al torrente sanguíneo, desencadenando una inflamación crónica leve. Conocida como endotoxemia metabólica, este estado inflamatorio debilita la señalización de la insulina, promueve la enfermedad del hígado graso y acelera el daño celular que contribuye a las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. Estos daños se ven agravados por los contaminantes industriales producidos durante la fabricación, como la acrilamida y los productos finales de la glicación avanzada, junto con sustancias químicas disruptoras endocrinas que se filtran de los materiales de envasado, como el BPA y los ftalatos.
El efecto acumulativo de estos procesos es visible no solo en la incidencia de enfermedades crónicas, sino también en las tasas de mortalidad prematura. La serie de Lancet estima que las dietas dominadas por alimentos ultraprocesados son responsables del 3,9 al 13,7 por ciento de las muertes prematuras (entre los 30 y los 60 años) en los ocho países examinados. Según un estudio reciente del Foro de Salud de JAMA, que estima la mortalidad prematura en EE. UU. (entre los 18 y los 64 años) en 309 muertes por cada 100.000 habitantes en 2022, un cálculo aproximado basado en la estimación de la serie de Lancet de que el 13 por ciento de las muertes prematuras en EE. UU. son atribuibles a alimentos ultraprocesados sugiere que aproximadamente 60.000 muertes prematuras al año podrían estar relacionadas con el consumo de alimentos ultraprocesados. Estas muertes ocurren con mayor frecuencia durante la edad laboral, lo que representa pérdidas irreparables en salud, productividad y esperanza de vida. Detrás de estas cifras se encuentran familias y comunidades que se enfrentan a un sufrimiento evitable, cuyos costos sociales son incalculables. No es sorprendente que el aumento global de las enfermedades crónicas refleje la propagación global de estos productos, ya que ambos fenómenos comparten la misma causa subyacente: un sistema alimentario industrial optimizado para el lucro en lugar del bienestar humano.
La agenda política del Lancet y sus límites
Crucialmente, la Serie de Lancet sitúa la crisis mundial de salud pública que plantean los alimentos ultraprocesados dentro de la estructura económica de la industria alimentaria moderna. El ultraprocesamiento no es simplemente una opción tecnológica ni una consecuencia imprevista de la industrialización; es la base del modelo de negocio más rentable de la industria. Al depender de ingredientes extremadamente baratos y producir productos básicos que pueden venderse con altos márgenes de ganancia, las corporaciones transnacionales han expandido su alcance a todas las regiones del mundo. Este crecimiento ha sido más rápido en los países de ingresos medios, donde la creciente urbanización, la expansión de las redes minoristas y la menor regulación han creado las condiciones ideales para la penetración en el mercado. Es en este contexto que el tercer artículo de la Serie, dirigido por Phillip Baker, realiza su contribución más importante. Baker demuestra que el principal obstáculo para una política de salud pública eficaz no es la falta de evidencia científica, sino el arraigado poder económico y político de la propia industria de alimentos ultraprocesados.
Baker detalla cómo esta industria se ha integrado en el sistema alimentario mundial. Los programas de ajuste estructural de la década de 1980 obligaron a muchos países de ingresos bajos y medios a reorientar la producción agrícola, abandonando los cultivos tradicionales y orientándola hacia cultivos comerciales destinados a las cadenas globales de productos básicos. La creación de la Organización Mundial del Comercio a mediados de la década de 1990, junto con la proliferación de acuerdos de libre comercio, fortaleció aún más a las corporaciones transnacionales alimentarias al liberalizar los mercados e imponer normas vinculantes a las regulaciones alimentarias nacionales. Mientras tanto, corporaciones como Archer Daniels Midland, Bunge, Cargill, COFCO, Louis Dreyfus y Wilmar llegaron a dominar el comercio de granos y oleaginosas. Estos conglomerados agroindustriales globales suministraron los ingredientes básicos baratos (almidones refinados, azúcares, aceites industriales) de los que depende la industria de alimentos ultraprocesados.
El segundo artículo de la serie de Lancet, escrito por Gyorgy Scrinis y colegas, reconoce la urgente necesidad de reestructurar los entornos alimentarios y presenta un conjunto de medidas políticas que, en principio, podrían frenar, o incluso revertir, el auge de los alimentos ultraprocesados. Estas recomendaciones incluyen impuestos sobre los productos ultraprocesados; etiquetas de advertencia obligatorias en el frente de los envases; restricciones a la comercialización, especialmente dirigida a niños; y políticas de contratación pública que favorezcan los alimentos mínimamente procesados.
A pesar de los limitados éxitos de algunas reformas en varios países latinoamericanos, estas agendas políticas que se están prescribiendo se enfrentan a las mismas realidades políticas que han frustrado todos los esfuerzos importantes por regular la industria alimentaria durante el último medio siglo. Las corporaciones de alimentos ultraprocesados operan a través de vastas cadenas de suministro globales, poderosas alianzas comerciales y sofisticadas redes de cabildeo que trascienden las fronteras nacionales. Estas corporaciones tienen la capacidad de presionar a los gobiernos amenazando con pérdidas de empleos, retiros de inversiones o disputas comerciales si las regulaciones amenazan sus intereses. Los grupos de presión de la industria moldean activamente los entornos regulatorios nacionales e internacionales, desafiando las leyes propuestas, debilitando los estándares y generando dudas sobre los hallazgos científicos mediante una amplia financiación de la investigación y campañas estratégicas de relaciones públicas. Como deja claro el análisis de Baker, esta maquinaria política está diseñada no solo para influir en las políticas, sino para impedir, desde el principio, el surgimiento de una regulación efectiva.
Esta realidad política también explica por qué iniciativas como MAHA, a pesar de su énfasis retórico en confrontar el ultraprocesamiento, no proponen regulaciones vinculantes. En cambio, adoptan el mismo lenguaje promovido por las grandes corporaciones que han definido acuerdos voluntarios ineficaces durante décadas. La renuencia a imponer impuestos, restringir la comercialización o regular los entornos minoristas no refleja una falta de comprensión, sino una alineación política con los intereses de la industria de alimentos ultraprocesados. Las intervenciones técnicas en las políticas por sí solas no pueden alterar la trayectoria de la producción ni el consumo de alimentos ultraprocesados. Sin confrontar las estructuras corporativas que sustentan el modelo UPF, las recomendaciones políticas, por muy fundamentadas que estén, son poco más que gestos simbólicos.
Qué son los alimentos ultraprocesados
Los alimentos ultraprocesados no son simplemente 'alimentos procesados' en el sentido cotidiano; son formulaciones industriales diseñadas para reemplazar alimentos integrales y comidas tradicionales. Definidos como Grupo 4 en la clasificación NOVA, estos productos se elaboran principalmente con ingredientes baratos extraídos, refinados o modificados químicamente de alimentos (almidones, azúcares, aceites industriales, aislados de proteínas), combinados con aditivos que rara vez se encuentran en cocinas domésticas o comerciales.
Su característica distintiva no es el grado de procesamiento, sino su propósito: crear productos económicos, estables y muy sabrosos que puedan fabricarse a gran escala y venderse con altos márgenes de beneficio. Para lograrlo, recurren a aditivos cosméticos como sabores artificiales, colorantes, edulcorantes, emulsionantes y espesantes que simulan el sabor, el aroma y la textura, a la vez que ocultan la mala calidad de los ingredientes subyacentes.
Ejemplos comunes incluyen bebidas azucaradas, snacks envasados, panes de producción masiva, cereales de desayuno azucarados, fideos instantáneos, productos cárnicos reconstituidos, yogures de sabores, platos principales congelados y muchas barritas y bebidas 'energéticas', 'proteicas' o 'nutricionales'. Si bien no todos los alimentos producidos industrialmente cumplen los requisitos (la leche pasteurizada y las verduras congeladas se procesan mínimamente), los productos que dominan la categoría UPF comparten la misma lógica de diseño: ingredientes básicos de bajo coste, amplia transformación industrial y un perfil sensorial basado en aditivos.
Los alimentos ultraprocesados se crean para ser prácticos, se comercializan agresivamente y se consumen con frecuencia. Estas características, más que los nutrientes individuales, los distinguen de los alimentos mínimamente procesados o preparados tradicionalmente y explican por qué se han vuelto fundamentales en las dietas modernas y en la crisis sanitaria mundial.
Desarrollo histórico del ultraprocesamiento
El auge de los alimentos ultraprocesados tiene sus raíces en la transformación de los sistemas alimentarios industriales durante el último medio siglo. Si bien el procesamiento de alimentos existió durante milenios, la era moderna del ultraprocesamiento comenzó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército impulsó tecnologías que permitieran producir raciones duraderas, económicas y de producción masiva. Estas innovaciones (compuestos sintéticos de sabor, nuevos conservantes, fabricación a alta temperatura y avances en el envasado) posteriormente migraron al sector alimentario comercial.
El cambio decisivo se produjo en las décadas de 1970 y 1980, cuando la política agrícola estadounidense impulsó la sobreproducción masiva de maíz, soja y azúcar. Estos excedentes se convirtieron en la materia prima para el jarabe de maíz de alta fructosa, almidones modificados, harina refinada, aceites industriales y otros insumos baratos que ahora constituyen la base de los alimentos ultraprocesados. Al combinar estos ingredientes con aditivos y tecnologías de saborizantes de reciente aparición, las corporaciones pudieron crear productos de marca, estables y con márgenes de beneficio excepcionalmente altos.
A partir de la década de 1990, la liberalización del comercio global, la expansión de los supermercados y la rápida consolidación permitieron a las empresas transnacionales de alimentos expandir este modelo a nivel mundial. Como muestra la investigación de Phillip Baker en la serie de Lancet, los productos ultraprocesados penetraron rápidamente en los países de ingresos medios, desplazando los patrones dietéticos tradicionales y transformando los entornos alimentarios en América Latina, Asia, África y Europa del Este.
A principios del siglo XXI, los alimentos ultraprocesados se habían convertido en fuentes dominantes de energía alimentaria en muchos países de altos ingresos y cada vez más importantes en las dietas de otros países. Su expansión global no refleja una respuesta a las necesidades nutricionales, sino la lógica de la producción industrial: ingredientes de bajo costo, estandarización tecnológica y una filosofía de diseño orientada a maximizar el consumo y las ganancias.
El modelo de negocio de la UPF y la expansión global
El sistema alimentario global moderno se estructura en torno al modelo de negocio de los alimentos ultraprocesados, que se ha convertido en uno de los sectores más rentables y políticamente arraigados de la economía mundial. Como demuestra el análisis de Baker, el ultraprocesamiento no es simplemente una técnica industrial, sino la lógica central de un sistema basado en la extracción de valor de productos agrícolas baratos mediante el desarrollo de marca, la ingeniería química y la distribución global, que ha generado una rentabilidad extraordinaria para los accionistas, al tiempo que ha incorporado los productos ultraprocesados a las dietas diarias en todo el mundo.
Entre 2009 y 2023, las ventas mundiales de alimentos ultraprocesados crecieron de 1,5 billones de dólares a 1,9 billones de dólares (en dólares constantes de 2023). Los ocho fabricantes transnacionales más grandes —Nestlé, PepsiCo, Unilever, Coca-Cola, Danone, Fomento Económico Mexicano, Mondelez y Kraft Heinz— dominan colectivamente el sector. Estas corporaciones tienen sus sedes principalmente en Norteamérica y Europa Occidental, y en 2021 controlaban el 42 por ciento de los activos totales del sector, incluyendo plantas de producción, redes de distribución, sistemas de comercialización y miles de marcas registradas. Solo Nestlé se expandió de 80 fábricas en la década de 1920 a 340 fábricas en 76 países en 2023, con el apoyo de 24 centros de investigación y desarrollo que atienden a 188 mercados. El Sistema Coca-Cola, una de las redes de bebidas más integradas verticalmente del mundo, produjo 2.200 millones de raciones diarias en 200 mercados en 2022 a través de 950 plantas embotelladoras, según Baker.
Este modelo de producción global proporciona a las corporaciones una enorme influencia. Al amenazar con reubicar empleos, inversiones u operaciones de abastecimiento, los grupos de presión de la industria pueden influir en las decisiones políticas nacionales e intimidar a los reguladores. Las corporaciones de alimentos ultraprocesados también obtienen ventajas competitivas sobre los productores locales mediante economías de escala, abastecimiento a bajo costo y reconocimiento de marca global. El ultraprocesamiento reduce costos al reemplazar ingredientes más caros por sustitutos modificados más económicos, reducir el peso del producto para el transporte y extender su vida útil. Estas prácticas son fácilmente imitadas por fabricantes locales y regionales, lo que amplía aún más el alcance de los productos ultraprocesados y refuerza el dominio del modelo industrial.
Las estrategias políticas asociadas con este modelo de negocio son igualmente expansivas. Baker y sus colegas documentan la existencia de más de 207 grupos de interés afiliados a la industria que operan en todo el mundo, concentrados en Washington D.C. y Bruselas, cerca de los centros de poder regulatorio. Estas organizaciones coordinan las iniciativas de cabildeo, monitorean las amenazas regulatorias emergentes y difunden los temas de debate corporativos. Por ejemplo, Coca-Cola Europa desarrolló una 'matriz de riesgos de políticas públicas' que evalúa 49 políticas regulatorias según su probabilidad de materialización y su impacto potencial en las ganancias. Las prioridades de la corporación incluyeron 'estrategias de respuesta' contra los impuestos al azúcar, los requisitos de etiquetado, las leyes de reciclaje y las regulaciones ambientales. Estas estrategias se reflejan en toda la industria.
Las corporaciones de alimentos ultraprocesados también participan, o crean directamente, iniciativas multisectoriales que proyectan una imagen pública responsable a la vez que promueven los intereses de la industria. The Lancet Series identifica 45 iniciativas globales de este tipo, más de la mitad establecidas por corporaciones o grupos afiliados. Estas iniciativas abordan temas como la nutrición, la sostenibilidad, los derechos humanos, el cambio climático y los residuos plásticos, pero su función principal es disipar la presión política, cooptar a la sociedad civil y promover compromisos voluntarios en lugar de regulaciones vinculantes. Los lemas de responsabilidad social corporativa —'creando valor compartido' de Nestlé, 'renovando el mundo' de Coca-Cola y 'comer bien en los snacks' de Mondelez— son emblemáticos de esta estrategia política: presentar a las corporaciones como socias en la gestión de la salud y el medio ambiente, a la vez que se continúa expandiendo el modelo de alimentos ultraprocesados.
Otro componente crucial de la estrategia empresarial de la UPF es la influencia sistemática sobre la investigación científica y el conocimiento público. Entre 2008 y 2023, más de 3.800 artículos científicos revelaron financiación o conflictos de intereses relacionados con fabricantes de alimentos ultraprocesados. Estos estudios fueron escritos por más de 14 000 personas afiliadas a universidades, agencias gubernamentales, corporaciones y organizaciones de la sociedad civil, la mayoría con sede en Estados Unidos y la Unión Europea. Aproximadamente un tercio de estos artículos se centraron en el 'equilibrio energético' o la actividad física, una táctica conocida para desviar la atención de las propiedades estructurales de los alimentos ultraprocesados y centrarla en narrativas de responsabilidad personal. Una red de grupos científicos fachada financiados por corporaciones difunde estos hallazgos y moviliza argumentos favorables a la industria que niegan la validez del concepto de UPF, exageran la incertidumbre científica y promueven la reformulación como solución. Estos argumentos reflejan la estrategia política más amplia de la industria: generar dudas para retrasar o impedir la regulación.
El impacto desigual de los alimentos ultraprocesados es también una dimensión clave del modelo de negocio y que refuerza las desigualdades globales y nacionales.
Como señala la serie de Lancet:
Los UPF son consumidos desproporcionadamente por poblaciones afectadas por limitaciones económicas, género y escasez de tiempo. Su asequibilidad y comodidad los hacen atractivos para quienes trabajan muchas horas o viven en condiciones limitadas, o para las mujeres, quienes, de forma desproporcionada, siguen asumiendo la responsabilidad principal de la preparación de alimentos en muchas culturas. En lugar de aliviar estas cargas, los UPF a menudo refuerzan las desigualdades estructurales al facilitar el trabajo de bajos salarios, no desafiar los roles domésticos de género y desplazar las cargas ambientales y sociales a los países de ingresos bajos y medios.
Esto no es un efecto secundario, sino una característica integral de un sistema que se beneficia de la erosión de las dietas tradicionales y de la intensificación de las presiones laborales y de tiempo. La expansión global de los alimentos ultraprocesados no está impulsada por la demanda de los consumidores, sino por las estructuras económicas que la configuran. Al hacer que los alimentos mínimamente procesados sean cada vez más inaccesibles —debido al costo, el tiempo o la disponibilidad—, al tiempo que saturan los mercados con alternativas ultraprocesadas baratas, las corporaciones trasladan la carga del daño nutricional a las poblaciones con menor poder económico y político.
El análisis de Baker demuestra que la industria de alimentos ultraprocesados ha logrado no solo dominio económico, sino también aislamiento político. La integración estructural del poder corporativo en la gobernanza alimentaria global garantiza que los intentos de regular los alimentos ultraprocesados se enfrenten a un obstáculo prácticamente inamovible, especialmente en el clima político actual, encadenado por la producción capitalista.
Cambio dietético global hacia los alimentos ultraprocesados y su impacto en la salud
Los alimentos ultraprocesados han transformado las dietas en todo el mundo, desplazando los patrones de alimentación tradicionales a un ritmo sin precedentes en la historia moderna. En los países de altos ingresos, este cambio está profundamente arraigado: los UPF representan habitualmente la mitad o más de la ingesta calórica diaria, y a pesar de pequeñas disminuciones en categorías como las bebidas azucaradas, el consumo general se mantiene estructuralmente alto. El patrón no se ha revertido; simplemente se ha recompuesto dentro del mismo modelo industrial.
La transformación más rápida se está produciendo en los países de ingresos medios. Como documenta la serie de Lancet, las corporaciones transnacionales de alimentos se han expandido agresivamente en América Latina, Asia, África y Europa del Este, utilizando precios bajos, la penetración en supermercados y el marketing dirigido para reemplazar las tradiciones alimentarias de larga data. En China, el consumo de UPF se ha más que triplicado; en países como Brasil y México, se ha duplicado en las últimas décadas. Estos mercados representan ahora el mayor crecimiento mundial, y se proyecta que las ventas se igualen a las de los países de altos ingresos.
Los niños y adolescentes se han visto especialmente expuestos. Los UPF saturan escuelas, guarderías, entornos deportivos, plataformas digitales y corredores minoristas. Con preferencias gustativas y vías metabólicas aún en desarrollo, los jóvenes son especialmente vulnerables al consumo habitual. La evidencia resumida por UNICEF e investigadores en la Serie vincula la exposición temprana a UPF con trastornos metabólicos emergentes, problemas de desarrollo e impactos en la salud mental.
Un conjunto sustancial de evidencia científica demuestra que los alimentos ultraprocesados dañan el cuerpo a través de múltiples vías de refuerzo. Amplios estudios prospectivos y revisiones sistemáticas —sintetizados en la Serie de Lancet y en análisis generales recientes publicados en el BMJ— vinculan el consumo elevado de UPF con más de 30 enfermedades crónicas, como diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, enfermedad renal crónica, varios tipos de cáncer y un aumento de la mortalidad por todas las causas. Estas asociaciones no son observaciones aisladas, sino que siguen un claro patrón de dosis-respuesta: por cada aumento del 10 por ciento en la proporción de UPF en la dieta, el riesgo de muerte prematura aumenta aproximadamente un 15 por ciento y el riesgo de enfermedad cardiovascular, aproximadamente un 12 por ciento.
MAHA y la política de evasión
La iniciativa MAHA ha sido presentada por el gobierno como una audaz confrontación con la crisis de salud pública que enfrenta Estados Unidos. Pero un análisis más detallado muestra que MAHA no se define por su ambición, sino por sus profundas contradicciones políticas. Reconoce la catastrófica situación de la dieta estadounidense y el colapso del sistema alimentario, pero propone soluciones voluntarias, vagas y estructuralmente incapaces de desafiar a las fuerzas corporativas responsables de la crisis.
Cuando la Comisión MAHA publicó su informe inicial en mayo de 2025, la prensa general lo describió como una 'crisis mordaz' contra el sistema alimentario estadounidense. El informe señalaba la consolidación corporativa, la comercialización agresiva, los desiertos alimentarios, la omnipresencia de los productos ultraprocesados y el deterioro nutricional de la dieta nacional.
Pero el borrador filtrado de las recomendaciones propuestas por MAHA en agosto de 2025 reveló su verdadero propósito. En lugar de exigir regulaciones vinculantes —medidas que limitarían significativamente la comercialización de alimentos ultraprocesados, impondrían impuestos, regularían a los minoristas o protegerían a la infancia—, el borrador estaba repleto de verbos como 'explorar', 'colaborar' y 'alentar', que durante mucho tiempo han servido como lenguaje de retirada política. Estos son los mismos términos que han aparecido en todas las iniciativas sanitarias fallidas de los últimos 40 años. Son el lenguaje característico de los programas diseñados no para regular el comportamiento corporativo, sino para evitarlo.
En la práctica, MAHA se adhirió al modelo voluntario de 'autorregulación' favorecido por las mismas corporaciones que impulsaron la crisis, un marco que ha demostrado repetidamente su ineficacia en todos los países donde se ha aplicado. Por lo tanto, las recomendaciones de MAHA no funcionaron como un desafío a la industria de la UPF, sino como un escudo político que preservó su dominio.
Esta contradicción subyacente se hizo aún más evidente al analizar la agenda más amplia de la administración. Mientras MAHA hablaba de mejorar la nutrición nacional, el gobierno simultáneamente promovía profundos recortes al Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP) y proponía reducciones a Medicaid. Investigadores de salud pública, activistas contra el hambre y economistas independientes advirtieron unánimemente que estos recortes intensificarían la inseguridad alimentaria, agravarían las enfermedades relacionadas con la dieta y dejarían a millones de familias sin poder costear la atención médica. Un programa que afirma 'lograr un Estados Unidos saludable' mientras desmantela las bases del acceso a la alimentación y la atención médica queda al descubierto como un fraude político.
MAHA también hizo un énfasis extraordinario en la 'investigación nutricional de precisión', un marco biomédico altamente individualizado centrado en la genética personalizada, los suplementos y los diagnósticos especializados. Los científicos especializados en nutrición criticaron este enfoque como 'la antítesis de la salud pública'. Al desviar la atención del entorno alimentario a la biología individual, la nutrición de precisión oculta las fuerzas estructurales que determinan los patrones dietéticos, simplemente como otra versión de la promoción de la falsa premisa de las 'libertades médicas'. Esto no es accidental. Refleja las narrativas corporativas que enmarcan la dieta como una cuestión de responsabilidad personal, en lugar del resultado predecible de entornos alimentarios saturados de productos ultraprocesados.
La administración simultáneamente elevó una serie de quejas recurrentes (colorantes alimentarios, aceites de semillas y aditivos químicos aislados), ignorando al mismo tiempo los factores estructurales que provocaron la crisis de la UPF. Estos problemas, amplificados con fuerza en apariciones públicas, funcionaron como teatro político. Canalizaron la confusión y la frustración pública sin siquiera confrontar la estructura económica responsable de la producción, distribución y comercialización de alimentos ultraprocesados. También se alinearon estrechamente con la hostilidad general de la administración hacia las instituciones científicas, que ha incluido el desmantelamiento de las estructuras asesoras, la promoción de afirmaciones ideológicas y el debilitamiento de la salud pública basada en la evidencia.
En este contexto, MAHA no representa una ruptura con los fracasos del pasado. Es una continuación y una aceleración de los mismos. Sus contradicciones políticas son intrínsecas a un programa que busca presentar la apariencia de un problema de salud pública mientras mantiene su lealtad a los intereses corporativos que dominan el sistema alimentario estadounidense. Es esta dinámica —una iniciativa que reconoce la crisis mientras evita deliberadamente las medidas necesarias para resolverla— la que define a MAHA como una expresión paradigmática de evasión política en el período actual.
Algunas conclusiones políticas
La crisis global causada por los alimentos ultraprocesados no puede resolverse dentro del marco del orden capitalista vigente. El sistema alimentario no está fallando; funciona según su diseño. Los alimentos ultraprocesados dominan las dietas globales porque son los productos más rentables que la industria alimentaria moderna ha producido jamás, basados en ingredientes extremadamente baratos, procesamiento industrial y estrategias de marca que generan una enorme riqueza. Entre 1962 y 2021, las corporaciones alimentarias que cotizan en bolsa distribuyeron más de 1,45 billones de dólares a sus accionistas, y los fabricantes de alimentos ultraprocesados se llevaron gran parte de ese valor.
El análisis de Baker en la serie de Lancet expone cuán profundamente está arraigado este modelo en las estructuras políticas globales. Ocho corporaciones —Nestlé, Coca-Cola, PepsiCo, Unilever, Danone, Mars, Mondelez y Ferrero— conforman una red de 207 grupos de interés de la industria, casi la mitad ubicados en Washington D. C. y Bruselas. Estos grupos coordinan actividades de cabildeo, influyen en los organismos reguladores e intervienen en las negociaciones comerciales para bloquear medidas de salud pública. Su estrategia política incluye códigos voluntarios de la industria, grupos de fachada científicos, disputas comerciales a través de la OMC, amenazas de reubicación de inversiones y litigios estratégicos: mecanismos diseñados para neutralizar cualquier intento de regulación vinculante.
Estas corporaciones operan con apoyo estatal. Los subsidios agrícolas y a los combustibles fósiles proporcionan insumos artificialmente baratos. El Codex Alimentarius —el organismo internacional dirigido conjuntamente por la FAO y la OMS que establece las normas alimentarias mundiales— se centra principalmente en la seguridad alimentaria aguda y permite una amplia gama de aditivos y coadyuvantes de procesamiento que facilitan la proliferación de UPF, ignorando en gran medida las preocupaciones relacionadas con las enfermedades crónicas y la salud a largo plazo. Las políticas de competencia siguen siendo débiles o no se aplican, y los acuerdos comerciales suelen privilegiar los intereses corporativos por encima de la salud pública. El resultado es un entorno regulatorio construido en torno a las prioridades de las corporaciones agroindustriales globales en lugar de las necesidades nutricionales de las poblaciones.
Esta parálisis política no es accidental. Refleja el poder estructural de la industria alimentaria transnacional dentro de los estados capitalistas. La evidencia científica que vincula los UPF con las enfermedades crónicas y la mortalidad prematura es clara. Sin embargo, las corporaciones responsables de estos daños ocupan una posición dominante en la formulación de políticas. Su capacidad para moldear la legislación, influir en el debate científico y coordinar la oposición global a la regulación garantiza que las reformas propuestas por los investigadores de salud pública sigan siendo meras aspiraciones en lugar de prácticas. Por ello, MAHA, a pesar de su retórica, reproduce el mismo marco voluntario que ha fracasado repetidamente durante décadas.
La contradicción revelada por la serie de Lancet, por lo tanto, sistémica. La salud pública no puede protegerse dentro de un sistema alimentario organizado en torno al lucro privado. Las apelaciones a la responsabilidad del consumidor o a las reformas graduales ocultan la realidad subyacente: la epidemia mundial de enfermedades relacionadas con la dieta es inseparable de los imperativos económicos que estructuran la producción alimentaria. Los alimentos ultraprocesados prevalecen porque maximizan la rentabilidad para los accionistas, no porque satisfagan las necesidades humanas.
Abordar esta crisis requiere una reorganización fundamental del sistema alimentario sobre una base socialista. Los principales pilares de la producción alimentaria deben estar bajo control democrático, redirigiendo los recursos hacia las necesidades públicas en lugar de la acumulación privada. Esto significa reconstruir la infraestructura alimentaria local y regional, priorizar los alimentos mínimamente procesados, eliminar los incentivos perjudiciales para el lucro e integrar el conocimiento científico en las decisiones de producción y distribución. También requiere coordinación internacional, ya que la industria de los ultraprocesados opera transfronterizamente a través de cadenas de suministro globales, acuerdos comerciales y redes políticas.
La evidencia científica conduce inexorablemente a la conclusión política: los alimentos ultraprocesados seguirán perjudicando la salud si el sistema alimentario se rige por la lógica del lucro. Proteger la vida humana exige sustituir esta lógica por una basada en la necesidad social. Solo mediante la organización colectiva de la clase trabajadora, actuando a escala global, la sociedad puede construir un sistema alimentario que nutra en lugar de explotar, sostenga en lugar de destruir y priorice el bienestar humano sobre el poder corporativo.
(Artículo publicado originalmente en inglés e 12 de diciembre de 2025)
