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Comité Internacional de la Cuarta Internacional
Cómo el WRP traicionó al trotskismo: 1973-1985

El WRP abandona al proletariado de los países atrasados

La esencia oportunista del desvío ultraizquierdista en relación con la posición del WRP sobre el Partido Laborista emergió claramente en su abandono de la teoría de la revolución permanente y de la estrategia de la revolución socialista mundial. En primera instancia, las relaciones sin bases principistas que el WRP estableció con regímenes burgueses en Oriente Próximo, comenzando en abril de 1976 con un acuerdo con el gobierno de Libia, negociado y firmado a espaldas del Comité Internacional, intentaba resolver los problemas políticos del partido con un giro hacia fuerzas no proletarias y de clases ajenas.

En vez de una estrategia internacional con el propósito de construir partidos trotskistas en tantos países como fuera posible, el WRP elaboró su propia “política exterior” con el fin de amasar los recursos materiales necesarios para financiar las actividades del partido en Reino Unido. Cualquier política que se basara en ese enfoque nacional-oportunista inevitablemente obtendría las características más reaccionarias imaginables. Para 1978 y 1979, el WRP se había transformado, en el sentido más preciso de la palabra, en un agente pagado de la burguesía árabe, y el News Line funcionaba como su órgano propagandístico, justificado los crímenes y las traiciones de aquellos regímenes con los que Healy había concluido sus alianzas oportunistas.

Se dejaron de lado todos los principios marxistas por los que la Socialist Labour League (SLL, predecesora del WRP) había luchado a inicios de los años sesenta, en contra de la capitulación del Socialist Workers Party (SWP) estadounidense ante los pablistas. En ese entonces, la SLL había dirigido la lucha contra el conato de Hansen de acabar con el Comité Internacional mediante una capitulación al nacionalismo burgués. La SLL insistió en la necesidad histórica de construir nuevos partidos trotskistas en las excolonias y en los países semicoloniales, a pesar de los éxitos episódicos y limitados de Castro. Al rechazar la denominación de Cuba como un “Estado obrero”, la SLL se había comprometido a la defensa de la teoría marxista de la lucha de clases en su nivel más fundamental —el concepto de que el camino histórico al socialismo requiere la movilización internacional de la clase trabajadora bajo un programa de lucha por la dictadura del proletariado—. En base a las premisas teóricas esenciales del materialismo dialéctico, la SLL batalló contra todos los que, siguiendo a Hansen y a Mandel, sugerían que la pequeña burguesía nacionalista podía convertirse espontáneamente en marxista y reemplazar a cuadros trotskistas en la clase trabajadora entrenados bajo la dirección de la Cuarta Internacional.

En septiembre de 1963, inmediatamente después de la escisión con el SWP, Cliff Slaughter explicó las diferencias fundamentales que convirtieron al Comité Internacional en un opositor irreconciliable de los pablistas:

En los países atrasados, la lucha por resolver la crisis de dirección del proletariado significa luchar por la construcción de partidos proletarios con el propósito de la dictadura del proletariado. Es particularmente necesario insistir en el carácter proletario de la conducción en países con una pequeña burguesía o campesinado grandes. Sobre esta cuestión, los revisionistas toman el camino opuesto a Lenin y Trotsky, justificando su capitulación ante direcciones pequeñoburguesas con especulaciones sobre un nuevo tipo de campesinado. En años recientes, los pablistas han declarado que el carácter de los nuevos Estados africanos será determinado por el carácter social y por las decisiones de la élite que haya tomado el poder del Estado, en vez de la lucha de clases, como nosotros lo tenemos entendido (Trotskyism Versus Revisionism, Vol. 4, New Park, pág. 188).

Rechazando las palabras de Hansen de que “sin una teoría consciente los hombres responderán a ‘fuerzas objetivas’ y llegarán al camino del marxismo”, e insistiendo en “la cuestión decisiva de resolver los problemas subjetivos de la revolución mundial”, Slaughter declaró:

Es en este sentido que la lucha por la dialéctica es la lucha por construir el partido mundial en cada país. Ninguna puede tener éxito sin la otra. El materialismo dialéctico solo puede ser entendido y desarrollado en la lucha por construir el partido contra todos los enemigos. El partido solo puede ser construido a través de una lucha consciente por el materialismo dialéctico en contra de las ideas de otras clases. La habilidad del partido de conquistar la independencia política de la clase trabajadora esta basada en la teoría revolucionaria (ibid., pág. 193).

En un párrafo que sirve hoy como acusación contra toda la línea oportunista desplegada por el WRP entre 1976 y 1985, Slaughter declaró:

La prueba decisiva en cuanto a la orientación del partido marxista hacia el movimiento de las masas es el grado de éxito en construir los cuadros revolucionarios, cuyos lazos con la clase trabajadora están forjados en la lucha contra los oportunistas y los burócratas. En su preocupación de los pasados 10 ó 15 años sobre “acercarse a la nueva realidad”, los revisionistas han producido un círculo de “líderes” y un método de trabajo diametralmente opuesto a su preparación revolucionaria. Para los países coloniales y semicoloniales, está claro que las llamadas secciones de la Cuarta Internacional que siguen a Pablo se han convertido en los apologistas de las conducciones nacionalistas. Su abandono de una orientación independiente hacia la clase trabajadora es explícito. Un método así solo produce un débil grupo de consejeros profesionales que no descartan convertirse en funcionarios pequeñoburgueses, como vemos en Argelia. Desde estas posiciones de “influencia” ellos ayudan al proceso “objetivo” donde los líderes pequeñoburgueses son supuestamente empujados hacia el marxismo (ibid., pág. 217).

En todo caso, el repudio de la teoría de la revolución permanente —concebida no solamente como una crítica de los líderes nacionalistas burgueses sino como la estrategia de la revolución socialista mundial— se dejó entrever aún más vergonzosamente en el caso de Healy, Slaughter y Banda que de los pablistas en los años cincuenta y sesenta. Ellos les dieron la espalda al proletariado y las masas campesinas de los países oprimidos y semicoloniales, y apoyaron incondicionalmente su subordinación a los gobernantes burgueses. Sobrecogido por la aparente fuerza política de estos gobernantes —producida por las ventajas tácticas temporales obtenidas como resultado de la guerra árabe-israelí de 1973 y la subida de los precios del petróleo—, Healy arriesgó el futuro político del WRP apoyándose en las gratificaciones financieras que se podían adquirir a través de alianzas sin principios. De esta forma, la línea política del WRP se convirtió en otro producto del reciclaje de petrodólares estadounidenses, europeos y japoneses —confirmando de la forma más directa la definición de Trotsky del centrismo como una agencia secundaria del imperialismo—.