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El Proyecto 1619, del New York Times: una falsificación racialista de la historia estadounidense y mundial—Parte 1

Primera parte|Segunda parte

“El Proyecto 1619”, publicado por el New York Times como una edición especial de 100 páginas en su revista dominical del 19 de agosto, presenta e interpreta la historia estadounidense completamente a través del prisma de la raza y el conflicto racial. La ocasión para esta publicación es el 400° aniversario de la llegada de los primeros 20 esclavos africanos a Port Comfort, en Virginia, una colonia británica en América del Norte. Los esclavos fueron cambiados por comida al día siguiente.

El Proyecto, según el Times, intenta “replantear la historia del país, entendiendo el año 1619 como nuestra verdadera fundación, y colocando las consecuencias de la esclavitud y las contribuciones de los estadounidenses de raza negra en el centro mismo de la historia que nos contamos a nosotros mismos acerca de quiénes somos”.

A pesar de la pretensión de establecer la fundación “verdadera” de los Estados Unidos, el Proyecto 1619 es una falsificación de la historia con motivos políticos. Su objetivo es crear una narrativa histórica que legitime el esfuerzo del Partido Demócrata de construir una coalición electoral basada en priorizar las “identidades” personales—o sea, el género, la preferencia sexual, la etnia y, sobre todo, la raza.

El Times está promoviendo el Proyecto con un bombardeo publicitario sin precedentes y muy bien financiado. Está trabajando con el Centro Pulitzer sobre Informes de Crisis, que desarrolló un programa de educación que será enviado a escuelas para que los maestros lo usen en sus clases. Se imprimieron cientos de miles de copias adicionales de la revista y un suplemento especial para su distribución gratuita en escuelas, bibliotecas y museos de todo el país. Nikole Hannah-Jones, la redactora del diario y miembro de la Fundación Nueva América que presentó la idea para el Proyecto, supervisó su producción y escribió la introducción, hará una gira nacional de conferencias en las escuelas.

Nikole Hannah-Jones [Foto: New America]

Los ensayos publicados en la revista fueron organizados en torno a la premisa central de que toda la historia estadounidense tiene sus raíces en el odio racial—específicamente, el odio incontrolable de los “blancos” a los “negros”. Hannah-Jones escribe en la introducción de la serie: “El racismo antinegro está en el mero ADN de este país”.

Esta es una concepción falsa y peligrosa. El ADN es una molécula química que contiene el código genético de los organismos vivientes y determina sus características físicas y su desarrollo. El traslado de este término biológico crítico al estudio de un país—aún si es usado solo en sentido metafórico—conduce a mala historia y a una política reaccionaria. Los países no tienen ADN, sino estructuras económicas, clases antagónicas y complejas relaciones políticas formadas históricamente. Estas no existen alejadas de un cierto nivel de desarrollo tecnológico ni independientemente de una red más o menos desarrollada de conexiones económicas globales.

La metodología que subyace al Proyecto 1619 es idealista (o sea, deriva el ser social del pensamiento, y no al revés) e irracionalista, en el sentido más fundamental de la palabra. Toda la historia se explica desde la existencia de un impulso emocional suprahistórico. La esclavitud es vista y analizada no como una forma de explotación del trabajo con raíces económicas específicas, sino como la manifestación del racismo blanco. ¿Pero de dónde proviene este racismo? Está arraigado, afirma Hannah-Jones, en el ADN histórico de los “blancos” estadounidenses. Por lo tanto, debe persistir más allá de cualquier cambio en las condiciones políticas o económicas.

Recolectores de algodón, 1864 por Winslow Homer

La referencia de Hannah-Jones al ADN es parte de una tendencia creciente según la cual los antagonismos raciales derivan de procesos biológicos innatos. Stacey Abrams, política del Partido Demócrata, afirma en un ensayo publicado recientemente en Foreign Affairs que los blancos y afroestadounidenses están separados por una “diferencia intrínseca”.

Esta afirmación irracional y científicamente absurda sirve para legitimar el punto de vista reaccionario—completamente compatible con la perspectiva política del fascismo—de que los negros y los blancos son especies hostiles e incompatibles.

En otro artículo, publicado en la edición actual de Foreign Affairs, el neurólogo Robert Sapolsky afirma que el antagonismo entre los grupos humanos tiene sus raíces en la biología. Extrapolando conflictos territoriales sangrientos entre chimpancés, con los que los humanos “comparten más del 98 por ciento de su ADN”, Sapolsky dice que entender “la dinámica de la identidad del grupo humano, incluido el resurgimiento del nacionalismo—potencialmente la forma más destructiva de prejuicio de grupo—requiere comprender los fundamentos biológicos y cognitivos que le dan forma”.

La simplista disolución de la historia en la biología por parte de Sapolsky trae a la memoria no solo la invocación reaccionaria del “darwinismo social” para legitimar las conquistas imperialistas por los imperialistas de fines del siglo XIX y principios del XX sino también los esfuerzos de los genetistas alemanes para proporcionar una justificación pseudocientífica al antisemitismo y el racismo nazi.

Robert Sapolsky [Foto: Bill Branson for National Institutes of Health Record]

Ideas peligrosas y reaccionarias están flotando en círculos académicos y políticos burgueses. Sin dudas, los autores de los ensayos del Proyecto 1619 negarían que están prediciendo una guerra racial, y mucho menos justificando el fascismo. Pero las ideas tienen una lógica; y los autores son responsables de las conclusiones y consecuencias políticas de sus argumentos falsos y equivocados.

La esclavitud estadounidense es un tema monumental, con una significación histórica y política vasta y duradera. Los hechos de 1619 son parte de esa historia. Pero lo ocurrido en Port Comfort es un episodio en la historia global de la esclavitud, que se remonta al mundo antiguo, y de los orígenes y el desarrollo del sistema capitalista mundial. Hay una gran cantidad de literatura sobre la práctica generalizada de la esclavitud fuera de las Américas. Como ha explicado el profesor G. Ogo Nwokeji, del Departamento de Estudios Afroamericanos en la Universidad de California, Berkeley, la esclavitud era practicada por las sociedades africanas. Existió en África Occidental “mucho antes del siglo XV, cuando los europeos llegaron allí a través del Océano Atlántico”. [1]

El historiador Rudolph T. Ware III, de la Universidad de Michigan escribe, “Entre principios del siglo XV y finales del XVIII, millones vivieron y murieron como esclavos en sociedades musulmanas africanas”. [2] Entre los trabajos académicos más importantes sobre el tema está Transformations in Slavery: A History of Slavery in Africa, originalmente publicado en 1983, del historiador canadiense Paul E. Lovejoy. Él explicó:

La esclavitud ha sido un fenómeno importante a través de la historia. Se ha encontrado en muchos lugares, desde la antigüedad clásica hasta tiempos muy recientes. África ha estado íntimamente conectada con esta historia, como fuente importante de esclavos para civilizaciones antiguas, el mundo islámico, India y las Américas, así como una de las principales áreas donde la esclavitud era común. De hecho, en África la esclavitud duró hasta bien entrado el siglo XX—por mucho más tiempo que en las Américas. Esa antigüedad y persistencia requieren explicación, tanto para entender el desarrollo histórico de la esclavitud en África como para evaluar la importancia relativa del comercio de esclavos para este desarrollo. En términos generales, la esclavitud se expandió en al menos tres etapas—de 1350 a 1600, de 1600 a 1800, y de 1800 a 1900—tiempo en el que la esclavitud se había convertido en una característica fundamental de la economía política africana. [3]

El profesor Lovejoy remarcó en el prefacio de la tercera edición de su ya clásico estudio que uno de sus objetivos al emprender su investigación “era confrontar la realidad de que había esclavitud en la historia de África, en una época en la que algunos visionarios románticos y nacionalistas esperanzados querían negar los hechos claros”. [4]

En relación con el Nuevo Mundo, no se puede entender el fenómeno de la esclavitud en la historia moderna al margen de su papel en el desarrollo económico del capitalismo en los siglos XVI y XVII. Así lo explicó Karl Marx en el capítulo titulado “Génesis del capitalista industrial”, en el volumen I de Das Kapital:

El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el entierro en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, con el planeta entero por escenario. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, que se sacuden el yugo de la dominación española, cobra proporciones gigantescas en Inglaterra con la guerra antijacobina, y sigue ventilándose en China en las guerras del opio, etc.

El análisis de Marx inspiró la visión crítica del brillante historiador antillano Eric Williams, que escribió esto en su pionero estudio Capitalismo y esclavitud, publicado en 1944: La esclavitud en el Caribe ha sido identificado demasiado estrechamente con el negro. Se dio así un giro racial a lo que es, básicamente, un fenómeno económico. La esclavitud no nace del racismo: más bien, el racismo es la consecuencia de la esclavitud. El trabajo no libre en el Nuevo Mundo fue moreno, blanco, negro, amarillo; católico, protestante y pagano.

No se puede entender la formación y el desarrollo de los Estados Unidos al margen de los procesos económicos y políticos internacionales que dieron origen al capitalismo y el Nuevo Mundo. La esclavitud fue una institución económica internacional que se extendió desde el corazón de África hasta los astilleros de Gran Bretaña, las casas bancarias de Ámsterdam y las plantaciones de Carolina del Sur, Brasil y el Caribe. Todas las potencias coloniales estuvieron involucradas, desde los holandeses que operaron puestos de comercio de esclavos en África Occidental hasta los portugueses que importaron millones de esclavos a Brazil. Se estima que de 15 a 20 millones de africanos fueron enviados por la fuerza a las Américas durante todo el período del comercio transatlántico de esclavos. De estos, unos 400,000 terminaron en las 13 colonias británicas/Estados Unidos.

La esclavitud fue el legado ineludible y políticamente trágico de la fundación global de los Estados Unidos. No es difícil reconocer la contradicción entre los ideales proclamados por los líderes de la revolución estadounidense—expresados con una fuerza extraordinaria por Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia—y la existencia de esclavitud en los recién formados Estados Unidos.

Cicatrices de latigazos a un esclavo (2 de abril 1863, Baton Rouge, Lousiana)

Pero la historia no es un cuento de la moralidad. Los esfuerzos para desacreditar a la revolución poniendo el foco en la supuesta hipocresía de Jefferson y otros fundadores no contribuye a una comprensión de la historia. La revolución estadounidense no debe ser entendida como la suma de las intenciones subjetivas y limitaciones morales de quienes la lideraron. Se entiende mejor el significado histórico-mundial de la revolución mediante un análisis de sus causas y consecuencias objetivas.

El análisis de Williams refuta el intento escurridizo del Proyecto 1619 de retratar a la revolución como un intento siniestro de mantener el sistema de esclavos. Además del enorme impacto político de la Declaración de Jefferson y el posterior derrocamiento del régimen británico, Williams destacó el impacto objetivo de la revolución sobre la viabilidad económica de la esclavitud. Escribió:

“Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro…” Jefferson escribió solo una parte de la verdad. Eran económicos, no políticos, los vínculos que se disolvían. Una nueva era había comenzado. El año 1776 marcó la Declaración de Independencia y la publicación de La riqueza de las naciones. Lejos de acentuar el valor de las islas azucareras [en el Caribe], la independencia estadounidense marcó el inicio de su declive ininterrumpido, y era una frase de la época que el ministerio británico no solo había perdido trece colonias sino también ocho islas.

No fue un accidente que a la conclusión victoriosa de la guerra revolucionaria en 1783 le siguiera solo cuatro años después el famoso reclamo del abolicionista inglés William Wilberforce de terminar con el comercio de esclavos en Gran Bretaña.

Al examinar el surgimiento de la oposición británica al comercio de esclavos, Williams planteó algo fundamental sobre el estudio de la historia que sirve como crítica del método subjetivo y antihistórico usado por el Proyecto 1619. Escribió:

Las fuerzas decisivas en el período histórico que hemos discutido son las fuerzas económicas en desarrollo. Estos cambios económicos son graduales, imperceptibles, pero producen un efecto acumulativo irresistible. Los hombres, al perseguir sus intereses, rara vez son conscientes de los resultados finales de su actividad. El capitalismo comercial del siglo XVIII impulsó el desarrollo de la riqueza europea por medio de la esclavitud y el monopolio. Pero al hacerlo, ayudó a crear el capitalismo industrial del siglo XIX, que dio una vuelta completa y destruyó el poder del capitalismo comercial, la esclavitud y todos sus resortes. Sin la comprensión de estos cambios económicos, la historia del período no tiene sentido.

La victoria de la revolución estadounidense y el establecimiento de los Estados Unidos no resolvió el problema de la esclavitud. Las condiciones económicas y políticas para su abolición no habían madurado lo suficiente. Pero el desarrollo económico de EE.UU.—el desarrollo simultáneo de la industria en el Norte y el crecimiento nocivo del sistema de plantación de algodón en el Sur (como consecuencia de la invención de la desmotadora de algodón en 1793)—intensificó las contradicciones entre dos sistemas económicos cada vez más incompatibles—uno basado en el trabajo asalariado y el otro en la esclavitud.

Continuará…

[1] The Cambridge World History of Slavery, volumen 3, AD 1420-AD1804, editado por David Eltis y Stanley L. Engerman, [Cambridge: 2011], pág. 81

[2] Ibíd, pág. 47

[3] Paul E. Lovejoy , Transformations in Slavery (Cambridge: 2012), pág. 1.

[4] Ibíd, Location 489

(Artículo publicado originalmente en inglés el 6 de septiembre de 2019)

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