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El último año en la vida de Trotsky

Quinta parte

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En sus discusiones con James P. Cannon y Farrell Dobbs durante la visita de la delegación del Socialist Workers Party a Coyoacán en junio de 1940, Trotsky se mostró preocupado por el enfoque excesivamente sindicalista del trabajo del SWP en los sindicatos. No le prestaban suficiente atención a la política, es decir, a la estrategia revolucionaria socialista. Esto se vio reflejado en la adaptación del SWP a los sindicalistas pro-Roosevelt, lo que Trotsky describió como “un peligro terrible”. [1] Consideró necesario recordarles a los líderes que “las políticas bolcheviques comienzan fuera de los sindicatos”. [2]

Es evidente que Trotsky tenía la intención de continuar y profundizar la discusión de los problemas que se plantearon durante la visita de los dirigentes del SWP. Después de que dejaran México, Trostky comenzó a elaborar un artículo dedicado a un análisis de los sindicatos. El borrador fue encontrado en el escritorio de Trotsky tras su asesinato y fue publicado de forma póstuma en el número de febrero de 1941 de la revista teórica Fourth International. Su título era “Los sindicatos en la época de la degeneración imperialista”.

León Trotsky y su esposa, Natalia Sedova

Como era característico de los escritos de Trotsky, intentó situar su análisis de los sindicatos en el contexto histórico e internacional apropiado e identificar los procesos esenciales que determinaban, independientemente de los motivos y racionalizaciones personales de los dirigentes individuales, las políticas de estas organizaciones. Esta era la única base sobre la cual se podía desarrollar un enfoque marxista, es decir, auténticamente revolucionario, al trabajo en los sindicatos. El artículo de Trotsky comenzó con una identificación concisa del lugar de los sindicatos en el orden capitalista mundial.

Existe una característica común en el desarrollo, o más correctamente en la degeneración, de las organizaciones sindicales modernas en todo el mundo: su acercamiento hacia y crecimiento junto al poder estatal. Este proceso es característico en la misma proporción en los sindicatos neutrales, socialdemócratas, comunistas y 'anarquistas'. Este hecho por sí solo muestra que la tendencia hacia el 'crecimiento conjunto' no es solo intrínseca a esta o aquella doctrina, sino que se deriva de condiciones sociales comunes a todos los sindicatos.

El capitalismo monopolista no se basa en la competencia ni en la iniciativa privada libre, sino en el control centralizado. Las camarillas capitalistas que están a la cabeza de los poderosos trusts, carteles, consorcios financieros, etcétera, ven la vida económica desde las mismas alturas en que lo hace el poder estatal; y para cada paso que dan requieren la colaboración de este último. A su vez, los sindicatos en las ramas más importantes de la industria, se encuentran desprovistos de la posibilidad de aprovecharse de la competencia entre las diferentes empresas. Se ven obligados a enfrentarse a un adversario capitalista centralizado e íntimamente ligado con el poder del Estado. [3]

A raíz de esta característica universal del desarrollo capitalista moderno, Trotsky argumentó que los sindicatos, en la medida en que acepten el marco capitalista, no podrían mantener una posición independiente. Los caudillos de los sindicatos—la burocracia—buscaba ganarse a su bando al Estado, un objetivo que solo era posible si demostraban que no tenían ningún interés independiente, ni hablar de hostil, respecto al Estado capitalista. Para esclarecer el alcance y las implicaciones de esta subordinación, Trotsky explicó: “Al transformar a los sindicatos en órganos del Estado, el fascismo no inventa nada nuevo; lleva simplemente a su última consecuencia las tendencias inherentes al imperialismo”. [4] Trotsky hizo hincapié en que el desarrollo del imperialismo moderno exigía aplastar cualquier semblanza a la democracia dentro de los viejos sindicatos. En México, señaló, los sindicatos “han asumido de modo natural un carácter semitotalitario”. [5]

Trotsky insistió en que era necesario que los revolucionarios continuaran trabajando dentro de los sindicatos porque las masas obreras permanecían organizadas dentro de ellos. Por esta misma razón y esa única razón, los revolucionarios no podían, insistió Trotsky, “renunciar tampoco a la lucha dentro de las organizaciones sindicales y obligatorias creadas por el fascismo”. [6] Claramente, Trotsky no consideraba que los sindicatos fascistas eran “organizaciones obreras” en el sentido de que representaran los intereses de la clase obrera. El trabajo en los sindicatos, una necesidad táctica, no significa la reconciliación con la burocracia ni mucho menos un voto de confianza para este estrato social reaccionario. El objetivo de las intervenciones marxistas dentro de los sindicatos, en cualquier circunstancia, era “movilizar a las masas, no solo contra la burguesía, sino también contra el régimen totalitario dentro de los propios sindicatos y contra los líderes que hacen valer este régimen”. [7]

Trotsky propuso dos consignas en las cuales debía basarse la lucha contra los agentes burocráticos del imperialismo. En primer lugar, estaba “la independencia completa e incondicional de los sindicatos frente al Estado capitalista” (subrayado original). Esta consigna implicaba “una lucha por convertir a los sindicatos en órganos de las amplias masas explotadas y no en órganos de la aristocracia laboral”. [8] Pero lograr esto era inseparable de ganarse a las masas obreras a un partido revolucionario y al programa del socialismo.

En comentarios sobre la situación en Estados Unidos, Trotsky concibió la aparición repentina de sindicatos industriales como un importante acontecimiento. El CIO [Congreso de Organizaciones Industriales], escribió, “es prueba incontrovertible de las tendencias revolucionarias dentro de las masas obreras”. [9] Pero la debilidad de los nuevos sindicatos ya era evidente.

Sin embargo, es un hecho sugerente y notable en el más alto grado que la nueva organización sindical 'de izquierda” apenas fundada cayó bajo la influencia férrea del Estado Imperialista. Las luchas entre los dirigentes de la vieja AFL (Federación Estadounidense del Trabajo) y la nueva CIO se reducen en gran medida a la lucha por conquistar la simpatía y el apoyo de Roosevelt y su gabinete. [10]

La intensificación de la crisis global del capitalismo y el recrudecimiento extremo de las tensiones sociales produjo, dentro de los sindicatos en EE.UU. e internacionalmente, un fuerte giro hacia la derecha, es decir, hacia una supresión aún más extrema por parte de los sindicatos de la resistencia obrera al capitalismo. “Los dirigentes del movimiento sindical”, explicó Trotsky, “sintieron o entendieron, o se les dio a entender, que este no es tiempo de jugar a la oposición”. El oficialismo sindical no era un testigo inocente frente a la consolidación de las formas más represivas de gobierno burgués. “El rasgo fundamental, el viraje hacia el régimen totalitario”, declaró Trotsky sin ambages, “está pasando en todo el movimiento sindical del mundo entero”.

En la medida en que el Socialist Workers Party sostuviera incluso las mínimas ilusiones en la posibilidad de tener relaciones amigables con los líderes sindicales “progresistas”, fracasaba en reconocer el papel histórico de las burocracias sindicales en la época del imperialismo. Como advirtió Trotsky a la camarada de la delegación del SWP, Antoinette Konikow, quien era sumamente valiente pero sorprendentemente ingenua: “Lewis [el famoso líder del sindicato United Mine Workers] nos asesinaría muy eficientemente…”. [12]

El último párrafo de su ensayo resumió la situación histórica que enfrentaban los sindicatos.

Los sindicatos democráticos, en el viejo sentido de la palabra, es decir, los organismos en el seno de los cuales luchaban más o menos libremente diferentes tendencias, no pueden existir más. Así como es imposible restablecer el Estado democrático burgués, es imposible restaurar la vieja democracia obrera. La suerte de uno refleja la suerte de la otra. De hecho, la independencia de los sindicatos en el sentido de clase, en sus relaciones con respecto al Estado burgués, solo puede ser asegurada en las condiciones actuales por una dirección completamente revolucionaria, es decir por la dirección de la Cuarta Internacional. Esta dirección, claro está, tiene que ser racional y asegurar a los sindicatos el máximo de democracia concebible en las condiciones concretas presentes. Pero, sin la dirección política de la Cuarta Internacional, la independencia de los sindicatos es imposible. [13]

Estas palabras fueron escritas hace ochenta años. El análisis de Trotsky sobre la degeneración de los sindicatos —su integración en el poder estatal y la gerencia corporativa— fue extraordinariamente presciente. La tendencia hacia el “crecimiento conjunto” de los sindicatos, el Estado y las corporaciones capitalistas continuó durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Es más, el proceso de integración económica global y producción transnacional privó a los sindicatos de una plataforma nacional desde la cual podían aplicar presión para obtener reformas sociales limitadas. Hasta se agotó el espacio para recurrir, incluso de la manera más moderada, a los métodos de la lucha de clases para lograr conquistas mínimas. Por el contrario, lejos de extraer concesiones de las corporaciones, los sindicatos se transformaron en accesorios del Estado y las corporaciones para extraer concesiones de los trabajadores.

Consecuentemente, no queda ningún rastro de “democracia obrera” en las estructuras burocráticas-corporativistas llamadas sindicatos. La vieja terminología sobrevive. Las organizaciones corporativistas como la AFL-CIO y sus afiliados siguen llamándose “sindicatos” [unions]. Pero las actividades reales de estas organizaciones no tienen ninguna relación con la función socioeconómica tradicionalmente asociada con la palabra “sindicato”. La práctica del partido revolucionario no se puede basar en el uso acrítico de la terminología, de manera que no refleje la evolución del fenómeno que pretende describir. La degeneración de las viejas organizaciones no se será superada simplemente llamándolas “sindicatos”. Como había insistido Trotsky en setiembre de 1939, en las primeras etapas de la disputa contra Shachtman y Burnham, “Debemos tomar los hechos como existen realmente. Debemos construir nuestra política tomando como punto de partida las relaciones y contradicciones reales”. [14]

La lucha por la democracia obrera y la total independencia de las organizaciones de la clase obrera siguen siendo elementos críticos del programa revolucionario contemporáneo. Pero esta perspectiva no será vuelta realidad a través de la renovación de las viejas organizaciones. El proceso de degeneración corporativista a lo largo de ochenta años impide, salvo en las más excepcionales circunstancias, la resucitación de los viejos sindicatos. El camino alternativo estratégico, planteado por Trotsky en el Programa de Transición en 1938, es la política adecuada para las condiciones actuales; a saber, “crear en todas las instancias posibles organizaciones militantes independientes que correspondan de la mejor manera a las tareas de la lucha de masas contra la sociedad burguesa y, de ser necesario, no titubear incluso frente a un rompimiento directo con el aparato conservador de los sindicatos”. [15]

*****

El 7 de agosto de 1940, exactamente dos semanas antes de su muerte, Trotsky participó en una discusión sobre “Problemáticas estadounidenses”. Respondiendo a una pregunta sobre el servicio militar obligatorio, Trotsky insistió en que los miembros del partido no debían evadir la conscripción. Mantenerlos fuera del ejército, en condiciones en que su generación estaba siendo enviada, sería un error. El SWP no podía evitar la realidad de la guerra:

Debemos entender que la vida de esta sociedad, política, todo, se basará en la guerra; consecuentemente, el programa revolucionario también necesita basarse en la guerra. No podemos oponernos al hecho de la guerra con ilusiones; con un pacifismo piadoso. Debemos situarnos en el terreno creado por esta sociedad. El terreno es terrible, es la guerra, pero en la medida en que seamos débiles e incapaces de asumir control del futuro de la sociedad en nuestras manos, en la medida en que la clase gobernante sea lo suficientemente fuerte para imponernos esta guerra, estamos obligados a aceptarla como la base de nuestra actividad. [16]

Trotsky reconoció que existían un odio profundo y legítimo hacia Hitler y el nazismo en las masas obreras. El partido debía adaptar su agitación y formulaciones políticas a las actitudes patrióticas confundidas sin conceder nada al chauvinismo nacional.

No podemos escaparnos de esta militarización, pero dentro de la máquina podemos hacer valer la línea de clases. Los trabajadores estadounidenses no quieren ser conquistados por Hitler, y a los que digan “Tengamos un programa de paz”, el trabajador le replicará, “Pero, Hitler no quiere un programa de paz”. Por ende, nosotros decimos: Defenderemos a Estados Unidos con un ejército obrero, con oficiales obreros, con un Gobierno obrero, etc. Si no somos pacifistas, que aguardan por un futuro mejor, y si somos revolucionarios activos, nuestro trabajo es penetrar toda la maquinaria militar. …

Necesitamos utilizar el ejemplo de Francia hasta sus últimas consecuencias. Debemos decir, “¡Os advierto, trabajadores, que ellos (la burguesía) os traicionará! Mirad a Pétain [el general francés que encabezó el régimen de Vichy y gobernó el país en nombre de Hitler], que es amigo de Hitler. ¿Queremos que pase lo mismo en este país? Necesitamos crear nuestra propia máquina, bajo control obrero”. Debemos tener cuidado de no identificarnos con los chauvinistas ni con los sentimientos confundidos de autopreservación, sino que debemos entender sus sentimientos y adaptarnos a estos sentimientos de forma crítica, y preparar a las masas para que entiendan mejor la situación; de lo contrario, permaneceremos como una secta, siendo el tipo pacifista el más miserable. [17]

A Trotsky le preguntaron cómo afectaría el atraso político del obrero estadounidense la capacidad parar resistir la propagación del fascismo. Su respuesta fue una advertencia en contra de evaluar de manera simplista y unilateral a la clase obrera. “El atraso de la clase obrera estadounidense solo es un término relativo. En muchos aspectos muy importantes, es la clase obrera más progresista del mundo: de manera técnica y en su nivel de vida”. [18] En cualquier caso, los acontecimientos objetivos le darían un poderoso impulso al desarrollo de la consciencia de clase. Trotsky subrayó las contradicciones en el desarrollo de la clase obrera estadounidense:

El trabajador estadounidense es sumamente combativo —como lo hemos visto en las huelgas—. Han tenido las huelgas más rebeldes en el mundo. Lo que le hace falta al trabajador estadounidense es un espíritu de generalización o análisis de su posición de clase en la sociedad en su conjunto. Su falta de pensamiento social deriva de la historia general del país —el Lejano Oeste con su perspectiva de posibilidades ilimitadas para que todos se vuelvan ricos, etc.—. Ahora todo eso se ha ido, pero su mente se ha quedado en el pasado. Los idealistas piensan que la mentalidad humana es progresista, pero en realidad es el elemento más conservador de la sociedad. Nuestra técnica es progresista pero la mentalidad del trabajador va muy a la zaga. Su atraso consiste en su incapacidad para generalizar su problema; consideran todo desde un punto de vista personal. [19]

No obstante, a pesar de todas las dificultades y problemáticas en el desarrollo de la consciencia de masas, Trotsky rechazó el punto de vista de que Estados Unidos se encontraba al borde del fascismo. “Las próximas mareas históricas en Estados Unidos”, predijo, “serán mareas de radicalismo de las masas; no fascismo”. Una condición esencial para la victoria del fascismo era la desmoralización política de la clase obrera. Dicha condición no existía aún en EE.UU. Consecuentemente, Trotsky confiadamente a los entrevistadores, “Estoy seguro de que tendrán muchas posibilidades para alcanzar el poder en Estados Unidos antes de que los fascistas se conviertan en una fuerza dominante”. [20]

El análisis de Trotsky sobre el fascismo era dialéctico y activo, no mecánico y pasivo. El peligro presentado por el fascismo no se podía determinar meramente con medidas cuantitativas. La victoria del fascismo no era sencillamente el resultado del aumento numérico de sus partidarios, complementado por la simpatía y apoyo, de manera abierta u oculta, por parte de las élites capitalistas y el aparato estatal burgués. Después de la discusión del 7 de agosto, Trotsky dictó otro artículo publicado póstumamente, intitulado, “El bonapartismo, el fascismo y la guerra”, en el número de octubre de 1940 del Fourth International.

El propósito del artículo no era solo esclarecer ciertas cuestiones de la discusión del 7 de agosto, sino también responder a un ensayo de Dwight Macdonald, un simpatizante de la minoría de Shactman-Burnham. Publicado en la edición de julio-agosto de 1940 en la revista izquierdista Partisan Review, el ensayo de Macdonald ponía de manifiesto el escepticismo desmoralizado de los intelectuales pequeñoburgueses que estaban rompiendo con el marxismo y girando hacia la derecha. Asombrado por los éxitos militares de Hitler, Macdonald proclamó que el régimen nazi era “un nuevo tipo de sociedad” cuya longevidad había sido subestimada por Trotsky. [21]

El mismo impresionismo superficial que había motivado las improvisaciones teóricas de la minoría pequeñoburguesa en relación con la Unión Soviética fue aplicado por Macdonald al Tercer Reich. Declaró el disparate de que la economía alemana bajo Hitler, “ha llegado a organizarse con base en la producción en vez de las ganancias”, una frase vacía que no explicaba nada. [22] Macdonald afirmó que “estos regímenes totalitarios modernos no son temporales: ya cambiaron la estructura económica y social subyacente, más allá de manipular las viejas formas, sino también destruyendo su vitalidad interior”. [23]

Macdonald aseveró que “los nazis ganaron porque estaban luchando un nuevo tipo de guerra que, de manera tan clara como las innovaciones militares de Napoleón, dio expresión a un nuevo tipo de sociedad”, la cual supera los sistemas capitalistas antiguos de sus adversarios. [24] La idealización ignorante del sistema económico nazi por parte de Macdonald era lejana a la realidad. Para fines de los años treinta, el estado de la economía capitalista alemana estaba al borde del desastre. Entre 1933 y 1939, la deuda nacional se había triplicado y el régimen estaba teniendo dificultades para seguir pagando los intereses. Era ampliamente reconocido que la decisión de Hitler de irse a la guerra se debió en gran medida al temor de un colapso económico. Como lo explicó el historiador Tim Mason:

La única ‘solución’ disponible para este régimen de tensiones y crisis estructurales generadas por la dictadura y el rearme consistía en más dictadura y un mayor rearme, luego una expansión, luego guerra y terror, luego saqueos y esclavización. La alternativa inevitable y siempre presente era el colapso y el caos, así que todas las soluciones eran asuntos temporales, desordenados y precarios, improvisaciones cada vez más barbáricas en torno a un tema brutal… Una guerra por el saqueo de mano de obra y materiales yacía en el seno de la horrenda lógica del desarrollo económico alemán bajo el gobierno nacionalsocialista. [25]

Trotsky describió el artículo de Macdonald como “demasiado pretensioso, demasiado enredado y estúpido”. [26] No consideró necesario dedicar tiempo a refutar el análisis de Macdonald sobre la sociedad nazi. Pero Trotsky respondió al fracaso de Macdonald, como era usual entre los intelectuales desmoralizados, en examinar la dinámica política detrás del avance del fascismo. Su victoria provenía ante todo de un fracaso catastrófico de la dirigencia de los partidos y organizaciones de masas de la clase obrera. El fascismo es el castigo político para la clase obrera por desperdiciar las oportunidades para derrocar el sistema capitalista. ¿Por qué triunfó el fascismo? Trotsky explicó:

Tanto el análisis teórico como la rica experiencia histórica del último cuarto de siglo han demostrado, con el mismo vigor, que el fascismo constituye cada vez el eslabón final de un ciclo político específico compuesto por lo siguiente: la crisis más severa de la sociedad capitalista; el crecimiento de la radicalización de la clase obrera; el crecimiento del apoyo hacia la clase obrera y un deseo de cambio por parte de la pequeña burguesía rural y urbana; una confusión extrema de la gran burguesía; sus maniobras cobardes y traicioneras para evitar un clímax revolucionario; el cansancio del proletariado; una confusión e indiferencia cada vez mayores; la exacerbación de la crisis social; la desesperación de la pequeña burguesía, su deseo de cambio; la neurosis colectiva de la pequeña burguesía, su disposición a creer en milagros; su disposición a emprender medidas violentas; el crecimiento de la hostilidad hacia el proletariado que engañó sus expectativas. Estas son las premisas para una formación veloz de un partido fascista y para su victoria. [27]

En el ciclo de los eventos estadounidenses, sostuvo Trotsky, la situación aún no era propicia para los fascistas. “Es sumamente evidente por sí solo que la radicalización de la clase obrera en EE.UU. solo ha pasado por sus etapas iniciales, casi exclusivamente en el ámbito del movimiento sindical (la CIO)”. [28] Los fascistas adoptaron una postura defensiva. En contra de las dudas de todos aquellos que se preguntaban desde los márgenes si la victoria era posible, Trotsky escribió:

Ningún oficio es tan completamente inútil como especular si tendremos éxito o no en crear un poderoso partido líder revolucionario. Hay adelante una perspectiva favorable, ofreciendo toda justificación para el activismo revolucionario. Es necesario utilizar las oportunidades que se nos están presentando y construir un partido revolucionario….

La reacción cuenta hoy con más poder quizás que nunca en la historia moderna de la humanidad. Pero sería un error inexcusable ver tan solo reacción. El proceso histórico es contradictorio. Detrás de la cubierta de reacción oficial, se desenvuelven profundos procesos en las masas, las cuales están acumulando experiencia y se están volviendo receptivas a las nuevas perspectivas políticas. La vieja tradición conservadora del Estado democrático que era tan poderosa en la época de la última guerra imperialista apenas sobrevive hoy de forma extremadamente inestable. En vísperas de la última guerra, los trabajadores europeos tenían partidos numerosamente poderosos. Pero se avanzaron en la agenda reformas, conquistas parciales y para nada la conquista del poder.

La clase obrera estadounidense aún no cuenta con un partido obrero de masas incluso hoy día. Pero la situación objetiva y la experiencia acumulada por los trabajadores estadounidenses puede presentar, dentro de un tiempo muy breve, la cuestión de la conquista del poder en el orden del día. Esta perspectiva tiene que convertirse la base de nuestra agitación. No se trata solamente de una posición sobre el militarismo capitalista ni de renunciar a la defensa del Estado burgués, sino de prepararse directamente para la conquista del poder y la defensa de la patria proletaria. [29]

Macdonald encarnaba el estrato cada vez más grande de intelectuales pequeñoburgueses desmoralizados que percibían la victoria del fascismo como una refutación decisiva del marxismo y toda la perspectiva socialista. Para todos los efectos, era una situación sin esperanzas. Escribió:

¿No está replegándose la clase obrera plenamente y en todas partes, donde por ahora se ha escapado del yugo fascista? Incluso si los trabajadores mostraran en un futuro alguna señal de revuelta, ¿dónde encontrarán la dirección? ¿De la Segunda y Tercera Internacionales corruptas y desacreditadas? ¿De los diminutos y aislados grupos revolucionarios, divididos por disputas sectarias? Y finalmente, ¿no se ha visto quebrantada la autoridad del propio marxismo, la fuente principal de toda la ciencia revolucionaria, por el fracaso de sus discípulos en dar respuestas adecuadas, tanto en la práctica como en el entendimiento revolucionario, a los acontecimientos históricos de las últimas dos décadas?

Debo admitir que estas interrogantes son, cuanto menos, justificadas. Me parece que el tipo de “optimismo revolucionario” favorecido en ciertos círculos —un optimismo que se vuelve cada vez más necio e irracional conforme se empeoran las cosas— no beneficia para nada a la causa del socialismo. Debemos encarar el hecho de que el movimiento revolucionario ha sufrido una serie continua de desastre importantes en los últimos veinte años y necesitamos reexaminar, desde un punto de vista frío y escéptico, las premisas más básicas del marxismo. [30]

Macdonald de hecho llamó su lamento fúnebre “El caso a favor del socialismo”. Por el contrario, como lo demostraría su propia evolución, fue un caso a favor de rechazar el socialismo.

Los escépticos desmoralizados, observó Trotsky, proclamaron el fracaso del marxismo porque “apareció el fascismo en vez del socialismo”. Pero, aparte de la desmoralización personal, los escépticos revelaron con sus críticas una concepción mecánica y pasiva de la historia. Marx no prometió la victoria del socialismo; reveló únicamente las contradicciones objetivas en la sociedad capitalista que hacen posible el socialismo. Pero jamás afirmó que su logro fuera automático. De hecho, Marx, Engels y Lenin libraron una lucha incansable contra todas las tendencias políticas, oportunistas y anarquistas, que socavaban la lucha por el socialismo. Estaban conscientes de que una mala dirección que se doblegara ante la influencia de la clase obrera “podría obstruir, ralentizar, dificultar, posponer la realización de la tarea revolucionaria del proletariado”. [31]

La situación existente fue creada en gran medida por los fracasos de la dirección de la clase obrera.

De ninguna manera apareció el fascismo “en vez” del socialismo. El fascismo es la continuación del capitalismo, un intento para perpetuar su existencia por medio de las medidas más bestiales y monstruosas. El capitalismo solo pudo obtener una oportunidad para recurrir al fascismo porque el proletariado no logró la revolución socialista a tiempo. El proletariado fue paralizado en la realización de su tarea por los partidos oportunistas. Lo único que se puede decir es que surgieron más obstáculos, más dificultades, más etapas en el camino hacia el desarrollo revolucionario del proletario de los previstos por los fundadores del socialismo científico. El fascismo y la serie de guerras imperialistas constituyen la terrible escuela en la que el proletariado tendrá que librarse de las tradiciones y supersticiones pequeñoburguesas, deshacerse de los partidos oportunistas, democráticos y aventuristas, forjar y entrenar una vanguardia revolucionaria y, de este modo, prepararse para resolver la tarea que, fuera de ella, no existe ni puede existir ninguna salvación para el desarrollo de la humanidad. [32]

Continuará

Notas (nuestras traducciones al español):

[1] Writings of Leon Trotsky 1939-40 (Nueva York: 1973), p. 273

[2] Ibid

[3] “Trade unions in the epoch of imperialist decay,” in Marxism and the Trade Unions (Nueva York: 1973), pp. 9-10

[4] Ibid, p. 10

[5] Ibid, p. 11

[6] Ibid, p. 11

[7] Ibid, p. 12

[8] Ibid, p. 12

[9] Ibid, p. 16

[10] Ibid, p. 16

[11] Ibid, pp. 16-17

[12] Writings of Leon Trotsky 1939-40, p. 267

[13] Marxism and the Trade Unions, p. 18

[14] “The USSR in War,” In Defence of Marxism (Londres: 1971), p. 24

[15] “The Death Agony of Capitalism and the Tasks of the Fourth International,” (Nueva York, 1981), P. 8

[16] Writings of Leon Trotsky 1939-40, p. 331

[17] Ibid, p. 333-34

[18] Ibid, p. 335

[19] Ibid, pp. 335-37

[20] Ibid, p. 33-38

[21] “Socialism and National Defense,” Partisan Review (julio-agosto 1940), p. 252

[22] Ibid, p. 254

[23] Ibid, p. 256

[24] Ibid, p. 252

[25] Tim Mason, Nazism, Fascism, and the Working Class (Cambridge, 1995), p. 51

[26] Writings of Leon Trotsky 1939-40, p. 410

[27] Ibid, p. 412

[28] Ibid, pp. 412-413

[29] Ibid, p. 413-14

[30] Partisan Review, op. cit., p. 266

[31] Writings of Leon Trotsky 1939-40, p. 416

[32] Ibid, pp. 416-17

(Publicado originalmente en inglés el 2 de septiembre de 2020)

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