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La ilusión transatlántica de Josef Braml: Por qué se está rearmando Alemania

El viernes pasado, por gran mayoría, el parlamento alemán aceptó el “Fondo Especial para la Bundeswehr” que se eleva a 100 mil millones de euros, que triplica el presupuesto armamentístico de un tirón. La Bundeswehr será “el mayor ejército convencional del sistema europeo de la OTAN”, anunció el canciller Olaf Scholz.

¿Cuál es la razón de esta ofensiva de rearmes?

Oficialmente, se la presenta como una reacción a la guerra en Ucrania. Rusia trajo de vuelta la guerra a Europa, Alemania y la OTAN tienen que defender la “democracia” y los “valores occidentales”, también por medios miitares contra “autocracias” como Rusia, dice la justificación, difundida día y noche por todos los medios disponibles.

Pero esto es propaganda. La guerra en Ucrania hace de pretexto, pero no es la razón por la cual Alemania se encamina a ser una gran potencia militar de nuevo tras más de 75 años de contención forzada. Planes a estos efectos se venían barajando desde hacía mucho tiempo y ahora los están desenpolvando.

Esto es particularmente evidente en el libro Die Transatlantische IllusionLa ilusión transatlántica) de Josef Braml, que fue acabado poco antes del ataque de Rusia a Ucrania y publicado por C. H. Beck a mediados de marzo.

Braml es un politólogo reconocido y con buenos contactos. Trabaja para el Consejo Alemán para Relaciones Exteriores (DGAP) desde 2006, donde dirige el programa para el continente americano. Durante los dos últimos años también ha sido el secretario general del Grupo Alemán de la Comisión Trilateral. Anteriormente, trabajó para el Instituto Alemán para Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP), la Institución Brookings, y como asistente legislativo en la Cámara de Representantes de EEUU, entre otros. Así que no escribe sin saber.

En los medios, su libro se ha granjeado solo elogios. Sus “recomendaciones visionarias para una ‘soberanía europea’ abarcadora” son “más actuales que nunca en el contexto de la guerra en Ucrania”, escribió el Süddeutsche Zeitung. Y el Frankfurter Allgemeine Zeitung llamó a su libro “un adelanto del programa de modernización de 100 mil millones anunciado ahora por el gobierno de coalición”.

Rusia desempeña solo un papel secundario en el libro de Braml. Menciona ávidamente que “el país más grande del mundo en superficie … también posee las reservas más grandes del mundo de materias primas”. Desde una perspectiva europea, sin embargo, el objetivo era “integrar y contener a Rusia y no empujarla completamente hacia el lado de China”. A este fin, propone una política que combine “el cambio mediante el acercamiento diplomático” con “la disuación militar creíble”.

Braml admite candorosamente que Rusia fue llevada a la guerra por la OTAN. Las capitales occidentales también sabían “que la expansión de la OTAN hacia el este hasta la fecha y la perspectiva de incluir a Georgia y a Ucrania como miembros, así como la cooperación militar de EEUU y la OTAN con Estados postsoviéticos, se perciben como una amenaza por parte del Kremlin”, escribe. “Hacerse la pregunta al revés: ¿respetaría Washington la libre elección de alianzas si México formara un pacto militar con China?”.

Concluye que Europa no está en condiciones actualmente de “aplicar una política independiente sobre Rusia de ninguna manera”. Solo Washington puede brindar las garantías “que le importan al Kremlin”, dice. Tampoco descarta la posibilidad de que los propios EEUU se pudieran aliar con Rusia en el futuro y entonces presentarles a los europeos unos problemas “completamente diferentes”.

El desafío de los EEUU

Braml ve el mayor desafío a la política exterior futura de Alemania no en Moscú ni en Beijing, sino en Washington. Alemania tiene que perseguir otra vez sus intereses económicos y geopolíticos por su cuenta —esta es la tesis central de su libro— y no solo contra Rusia y China, sino también y por sobre todas las cosas contra los Estados Unidos.

“Si la Unión Europea tiene que ser un ‘jugador global’ y no un juguete de otras potencias, Alemania sobre todo debe corregir decisivamente su política exterior hacia EEUU también”, exige. Los intereses de Alemania no fueron “siempre idénticos o compatibles con los de otros Estados, ni siquiera con los de la supuesta potencia protectora, los Estados Unidos”.

Alemania y Europa —a Braml le gusta escribir “Europa” cuando quiere decir los intereses alemanes— debería “no rendirse más a la ilusión transatlántica de que la ‘potencia protectora’, EEUU, ayuda a asegurar la seguridad y la prosperidad del Viejo Mundo. De otra manera, se arriesgan a volverse daños colaterales en el conflicto global entre la potencia mundial en decadencia, los EEUU, y la potencia en ascenso, China”.

Más, “Los intereses estratégicos y económicos de sus aliados europeos ahora ya no coinciden con los de la potencia estadounidense dirigente en un gran abanico de áreas”.

“Si entra en serios conflictos de intereses con la potencia dirigente occidental, Europa se quedaría completamente en blanco desde un punto de vista estratégico”, fue la comprensión perturbadora de la ruptura unilateral por parte de la administración Trump del acuerdo nucleear con Irán, dijo.

Y así sigue varias páginas. Con el presidente Joe Biden, las relaciones entre Europa y EEUU han mejorado algo, dice Braml, pero “los desarrollos políticos domésticos en los EEUU” podrían traer de vuelta a Trump en el cargo. Además, “los demócratas también están aplicando una política del ‘Estados Unidos primero’ solo por razones políticas domésticas”.

En retrospectiva, Braml también se las agarra mucho con la política exterior estadounidense. Washington “muy a menudo meramente invocaba valores nobles para esconder una política de potencia impulsada por intereses”, escribe. En ninguna parte, dice, esto ha sido más evidente en las últimas décadas que en el Medio Oriente. “La guerra de Irak de 2003 fue una guerra de agresión en violación del derecho internacional”. Una y otra vez, dice, EEUU creó sus propios enemigos, como en Irán, “con los que ulteriormente tendría que luchar a un gran coste”.

“La potencia moral dirigente, los Estados Unidos”, no “había salido indemne”, resume. “Durante la administración de George W. Bush, Washington perdió su camino y hasta el día de hoy no lo ha vuelto a encontrar”. Por otras razones, también, “Washington está fracasando actualmente como garante del orden del mundo liberal del que dependen Alemania y Europa”.

Braml no deja de acusar a Estados Unidos de fracasar como 'potencia protectora' de Europa en el futuro. Acusa a Washington de intentar resolver sus problemas a costa de los europeos.

Josef Braml (Foto de Heinrich-Böll-Stiftung desde Berlín, Alemania, CC BY-SA 4.0) [Photo by Heinrich-Böll-Stiftung from Berlin, Deutschland / CC BY-SA 4.0]

Pero eso no significa, prosigue, 'que EEUU se vaya a retirar del mundo. Más bien, Washington intentará aún más controlar regiones geoestratégicamente importantes como Europa, Oriente Medio y Asia mediante la realpolitik y ocultar este enfoque con valores elevados'. Por eso, dijo, hay que poner a Europa en posición de 'resolver sus propios problemas'.

En vista de la escalada del conflicto con China, dice, cabe suponer que 'Estados Unidos intentará con más ahínco que antes convertir la dependencia militar de sus aliados en apoyo de los intereses geoeconómicos estadounidenses'. Por tanto, Alemania y los europeos 'tendrán más dificultades en el futuro para salvaguardar sus intereses económicos, comerciales y monetarios frente a su 'poder protector', especialmente cuando se trate de China'.

Estados Unidos 'utilizará cualquier medio para contener o incluso hacer retroceder el ascenso de China'. Para Europa, esto puede tener graves consecuencias, ya que nuestra economía está fuertemente interconectada con China'. En la 'nueva competencia sistémica entre China y EE.UU.', Europa corre el riesgo de convertirse en 'el principal perdedor' si 'no es capaz de tomar rápidamente decisiones y medidas para defender sus intereses'.

Según Braml, la alianza con EE.UU. era atractiva siempre y cuando EE.UU. 'se centrara en el mantenimiento de un orden internacional liberal', 'garantizara el libre comercio' y 'se ocupara de la seguridad y la estabilidad', es decir, mientras la economía alemana tuviera acceso sin trabas a las materias primas mundiales, a los mercados de venta y a las oportunidades de inversión al rebufo de los ejércitos estadounidenses.

Este ya no es el caso, dijo. 'Los intereses estratégicos y económicos de sus aliados europeos ya no coinciden con los de la primera potencia estadounidense en toda una serie de ámbitos'. Braml advierte explícitamente que no hay que seguir cayendo en la 'ilusión transatlántica de que Estados Unidos volvería a sus antiguas virtudes y velaría también por los intereses de Europa'.

'Lo contrario es más realista', dice. 'Que Estados Unidos recupere su antigua fuerza o su dominio sólo sería posible en un mundo ahora multipolar a costa de que otros, especialmente Europa, tuvieran que pagar. Para evitar un colapso inminente y preservar su poder mundial dominante, los líderes estadounidenses harán todo lo posible para hacer valer sus intereses de forma aún más despiadada y trasladarlos a amigos y enemigos'.

Rearmarse para convertirse en una potencia nuclear

Braml no llega a pedir la disolución de la OTAN o la retirada de la alianza militar. En la situación actual, considera que eso sería 'un hara-kiri de la política de seguridad'. Lo que importa, dice, es 'emprender el camino hacia una capacidad de defensa europea independiente de Estados Unidos, con el objetivo a largo plazo de una alianza de iguales'. Alemania, dijo, debe 'centrarse en una Europa fuerte y capaz', fortalecerse económica y tecnológicamente, y desarrollar 'el euro en una herramienta geoeconómica de poder'.

Pero a lo largo del libro queda claro que, a largo plazo, Braml ve inevitable no sólo una ruptura, sino también un conflicto militar abierto con Estados Unidos. Por eso insta a que Alemania se convierta no sólo en la mayor potencia militar de Europa, sino también en una potencia nuclear. Está a favor de la participación alemana en la fuerza nuclear francesa, la 'force de frappe'.

La disuasión nuclear de Francia estuvo 'desde el principio también motivada por su ambición' de 'mantener su estatus de gran potencia y liberarse de la dependencia estratégica militar de Estados Unidos', dice, justificando su demanda. Según el derecho internacional, 'sería perfectamente posible que Alemania cofinanciara las armas nucleares de Francia para participar en el escudo francés'. El presidente Emmanuel Macron había manifestado su voluntad de hacerlo.

Braml también concede gran importancia a 'la colaboración más estrecha posible entre las industrias de defensa', especialmente el proyectado Sistema Aéreo de Combate Futuro (FCAS) franco-alemán, con el que 'los europeos reducirían no sólo su dependencia militar sino también tecnológica de Estados Unidos y afirmarían su propia soberanía'.

Peligro de una tercera guerra mundial

El libro de Braml confirma la evaluación del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CIEI) de que la guerra en Ucrania —que desde hace tiempo es una guerra de la OTAN contra la potencia nuclear Rusia— es un paso hacia una tercera guerra mundial.

Soldados estadounidenses se preparan para disparar un Howitzer durante el ejercicio Frente Dinámico en la base militar Grafenwoehr en Alemania, el 7 de marzo de 2018 (Foto por la Organización del Tratado del Atlántico Norte / CC BY-NC-ND 4.0) [Photo by North Atlantic Treaty Organization / CC BY-NC-ND 4.0]

Hace treinta años, cuando la propaganda burguesa celebraba la disolución de la antigua Alemania Oriental y el fin de la Unión Soviética como el triunfo final del capitalismo, el CICI ya había advertido que las mismas contradicciones —'entre la producción social y la propiedad privada, entre el carácter internacional de la producción y el sistema de Estados-nación'— que habían llevado a numerosos 'colapsos económicos y violentos estallidos políticos' durante el siglo XX estaban llegando de nuevo a un punto crítico.

En la declaración '¡Opónganse a la guerra imperialista y al colonialismo!' que publicó el 1 de mayo de 1991, unas semanas después de la primera guerra de Irak, el ICFI escribió: 'A pesar de los muchos cambios que han tenido lugar en la forma y estructura del capitalismo mundial desde 1945, los mismos conflictos —sobre los mercados, las fuentes de materias primas y el acceso a la 'mano de obra barata'— que condujeron a la Primera y Segunda Guerras Mundiales están conduciendo implacablemente a la Tercera'.

Desde entonces, Estados Unidos, respaldado por sus aliados de la OTAN, ha hecho la guerra casi continuamente durante treinta años, destruyendo no sólo Irak por segunda vez, sino también Afganistán, Libia, Siria y otros numerosos países.

Alemania ha desempeñado un papel cada vez más importante. En 1999, los soldados alemanes volvieron a participar en una misión bélica internacional por primera vez, en Yugoslavia, tras lo cual la Bundeswehr luchó en Afganistán, Malí y otros numerosos países. En 2014, el gobierno alemán anunció abiertamente el regreso del militarismo alemán, y desde entonces, el presupuesto de armas de Alemania ha aumentado año tras año. El fondo especial de 100.000 millones de euros representa un salto cualitativo. Y no será el último.

El imperialismo alemán se enfrenta de nuevo a las mismas contradicciones que lo convirtieron en el partido de guerra más agresivo en la Primera y sobre todo en la Segunda Guerra Mundial. Enclavado en una Europa muy unida y dotado de una dinámica industria exportadora, debe dominar Europa y tener acceso a grandes partes del mundo para satisfacer su hambre de materias primas, mercados y oportunidades de inversión.

En las dos guerras mundiales, esto llevó a Alemania a entrar en conflicto con Estados Unidos. En la Primera Guerra Mundial, el káiser sacrificó a dos millones de jóvenes en las trincheras para lograr estos objetivos. En la Segunda Guerra Mundial, Hitler hizo asesinar brutalmente a 30 millones de judíos, polacos, ciudadanos soviéticos y prisioneros de guerra. Además, grandes partes de Alemania quedaron en ruinas al final de la guerra. Una tercera guerra mundial dejaría sin nada a Europa y a grandes partes del mundo.

No hay que permitir que se produzca una catástrofe así. La única fuerza social que puede impedirla es la clase obrera internacional, que se ve obligada a soportar el coste del rearme, el militarismo y la guerra. Hay que construir un poderoso movimiento antibélico que vincule la lucha contra la guerra con la lucha contra su causa, el capitalismo. Esto requiere la construcción del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en todos los países del mundo.

(Publicado originalmente en inglés el 7 de junio de 2022)