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COVID, capitalismo y guerra de clases: una cronología social y política de la pandemia

Esta es la introducción al volumen 1 de 'COVID, capitalismo y guerra de clases: una cronología social y política de la pandemia'. Este volumen está disponible para preventa como e-pub en Mehring Books, y también se publicará en forma abreviada como volumen impreso a finales de este año.

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Portada del volumen 1 del libro

Este libro, compilado a partir de la cobertura del World Socialist Web Site de la pandemia de COVID-19 a medida que se extendió por todo el mundo, es una cronología social y política de un evento históricamente crítico cuyo impacto en el siglo XXI será tan profundo como el de la Primera Guerra Mundial en el siglo XX. La comparación de la pandemia con la Primera Guerra Mundial se justifica no solo por la escala de las pérdidas humanas. De una manera no menos profunda que el cataclismo que estalló en el verano de 1914, el estallido de la pandemia en los primeros meses de 2020 desencadenó una crisis mundial que expuso la bancarrota política, social y moral de la sociedad capitalista.

Ante una emergencia de salud pública de una magnitud sin precedentes, prácticamente todos los Gobiernos del mundo se negaron a implementar las políticas necesarias para prevenir infecciones masivas, enfermedades debilitantes y muertes. Los intereses económicos, específicamente los de la élite financiera y empresarial, determinaron la respuesta a la pandemia. Se antepusieron las ganancias a las vidas. La humanidad está lidiando con las consecuencias de la respuesta socialmente criminal de los Gobiernos a la pandemia.

A pesar de los grandes avances de la humanidad en nuestro conocimiento científico y tecnológico durante el siglo pasado, el SARS-CoV-2, el virus que causa el COVID-19, ha demostrado ser la enfermedad infecciosa más devastadora desde la pandemia de influenza de 1918, que mató entre veinticinco y cincuenta millones de personas en el lapso de solo dos años. Las políticas gubernamentales se han caracterizado por una asombrosa indiferencia hacia la vida humana. En noviembre de 2020, el ex primer ministro británico, Boris Johnson, espetó: “¡No más encierros, que los cuerpos se apilen por miles!”. Más recientemente, el presidente estadounidense Joseph Biden declaró en una entrevista televisiva que la pandemia había terminado. El 18 de septiembre de 2022, el día en que se transmitió su declaración ante una audiencia nacional, hubo, según el New York Times, 61.712 nuevas infecciones oficiales y 464 muertes por COVID-19 en los Estados Unidos.

Desde el comienzo de la pandemia, más de seiscientos millones de personas han dado positivo oficialmente por COVID-19 y más de 6,5 millones han muerto a causa de la enfermedad en todo el mundo, y se sabe que ambos son recuentos incompletos. Los estudios indican que más de la mitad de la población mundial ya se ha infectado con el SARS-CoV-2, mientras que las estimaciones del exceso de mortalidad atribuible a la pandemia sitúan el número real de muertes en todo el mundo en más de veinte millones de personas. En todo el mundo, cientos de millones más se han visto afectados por el COVID persistente, una miríada de síntomas que pueden afectar casi todos los órganos del cuerpo durante un tiempo desconocido. De esta gran parte de la humanidad que sufre síntomas persistentes de su infección, decenas de millones han quedado discapacitados por el virus, no pueden trabajar y, a menudo, están confinados en sus hogares.

Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la esperanza de vida mundial disminuyó en casi dos años en 2020 y 2021. Las disminuciones nacionales en los primeros dos años de la pandemia fueron más altas en cinco países de América Latina: Perú (5,6 años), Guatemala (4,8), Paraguay (4,7), Bolivia (4,1) y México (4,0), y tres en Europa, incluidos Rusia (4,3), Bulgaria (4,1) y Macedonia del Norte (4,1). En los Estados Unidos, el país más rico y poderoso del mundo, la esperanza de vida se redujo en casi tres años durante este tiempo. Los expertos anticipan ramificaciones masivas de largo plazo en la salud de las personas, ya que la infección por COVID-19 aumenta sustancialmente el riesgo de un ataque cardíaco, accidente cerebrovascular, demencia, enfermedad renal y más.

A medida que nos acercamos al comienzo del cuarto año de la pandemia, continúa cobrando un precio horrible cada día, ya que casi todos los Gobiernos del mundo, excepto el de China, han abandonado todas las medidas de mitigación para frenar la propagación del virus y, en cambio, han adoptado una política de “COVID para siempre”. Provisto de miles de millones de huéspedes, el coronavirus continúa evolucionando hacia nuevas variantes, lo que amenaza con erosionar aún más la eficacia de las vacunas y los tratamientos existentes y causar oleadas recurrentes de infecciones masivas, deterioro de la salud y muerte.

Las luchas pasadas contra la poliomielitis, la malaria, el sarampión, la viruela y otras enfermedades infecciosas se han celebrado justamente como hitos en el impacto progresivo de la ciencia en la civilización. No habrá ninguna celebración de la respuesta oficial al COVID-19. Su historia será un registro de mentiras y crímenes de los Gobiernos, los medios corporativos y las instituciones oficiales que han subordinado la salud de la sociedad a los intereses lucrativos de una pequeña oligarquía empresarial-financiera.

En los próximos años, los historiadores de la pandemia de COVID-19 harán críticas mordaces por la falta de preparación, a pesar de las numerosas advertencias. Expondrán los intereses sociales y económicos que determinaron las políticas y explicarán por qué las instituciones gubernamentales se vieron comprometidas al punto de abandonar por completo la salud pública. Los historiadores examinarán cómo se desarrolló la política fascistizante de “inmunidad colectiva” y el papel de los medios de comunicación y los sindicatos en la aplicación de esta política. También llamarán la atención a la lucha mundial de trabajadores y científicos para frenar la pandemia. Al investigar estos temas, este libro y los archivos del World Socialist Web Site serán reconocidos como una guía indispensable y de referencia, al proporcionar el análisis contemporáneo más incisivo de la pandemia.

Los análisis de los acontecimientos, a medida que se desarrollaban, fueron extraordinariamente proféticos. La gran ventaja de los editores y escritores del World Socialist Web Site –publicado por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional— fue que se guiaron por una perspectiva profundamente informada por la historia y una comprensión marxista-trotskista del conflicto entre intereses económicos privados y el bienestar del público en la sociedad capitalista moderna. Sobre esta base, el WSWS identificó la pandemia principalmente como una crisis social y política de dimensiones globales, no simplemente como un evento médico o un fenómeno biológico.

Este es el primero de tres volúmenes que cubren los años 2020, 2021 y 2022. Cada volumen proporciona una cronología anual, trazando tanto la evolución objetiva de la pandemia como la perspectiva elaborada por el WSWS. Un gran desafío al que se enfrentaron los editores al compilar estos volúmenes fue el tema de seleccionar cuáles informes incluir. Desde enero de 2020, el WSWS ha publicado más de 5.500 artículos sobre la pandemia, y los artículos seleccionados para estos volúmenes representan menos del 10 por ciento de este total. Se hizo hincapié en las declaraciones más críticas, que aclaran puntos de inflexión clave en la pandemia y explican su significado social y político. Al presentar este libro, es necesario revisar algunos de estos desarrollos clave y cómo se ha desarrollado la pandemia.

2020: el brote inicial y las dos estrategias dominantes hacia la pandemia-eliminación e “inmunidad colectiva”

En las décadas anteriores a que se propagara el SARS-CoV-2 en un mercado húmedo en Wuhan, China, hubo una serie de brotes globales de nuevas enfermedades infecciosas, incluido el brote de SARS (2002-2004), la epidemia de la “gripe aviar” H5N1 (2003), la pandemia de “gripe porcina” H1N1 (2009), el brote de MERS (2012), la epidemia del virus del Ébola (2014-2016), el brote de Zika (2015-2016), entre otros. Los científicos, que advirtieron continuamente sobre los peligros de una pandemia devastadora, fueron tratados como Casandras y no se hizo nada. En cambio, las investigaciones científicas y la preparación para una pandemia siguieron mal financiadas, lo que se justificó con la mentira de que no había dinero, incluso cuando los mercados bursátiles mundiales y los presupuestos militares se disparaban. Se permitió que los bien conocidos factores que conducirían a nuevas infecciones por derrame hacia la especia humana (el cambio climático, la urbanización no planificada y la destrucción ecológica) empeoraran año tras año.

Cuando comenzó el brote del SARS-CoV-2 a fines de 2019, el capitalismo mundial no estaba preparado en absoluto. En los primeros meses de 2020, se plantearon por primera vez todas las cuestiones clave y los problemas básicos que han definido la pandemia. Las dos estrategias fundamentales que desde entonces han dominado las respuestas de los Gobiernos a la pandemia, la eliminación y la “inmunidad colectiva”, surgieron durante este tiempo. El problema central de la salud pública y el control de las enfermedades infecciosas, es decir, detener la transmisión viral, fue abordado de dos maneras diametralmente opuestas.

Dentro de China, después de una respuesta inicialmente fallida y enfrentado a una creciente oposición dentro de la clase trabajadora, el Partido Comunista Chino (PCCh) implementó el primer programa de eliminación exitoso para contener el coronavirus. Utilizó todas las medidas de salud pública a su disposición, incluidas las pruebas masivas, el rastreo riguroso de contactos, el aislamiento seguro de los pacientes infectados y la cuarentena de las personas expuestas, todo lo cual había sido desarrollado por la humanidad durante siglos. También inició los primeros confinamientos masivos de la historia en la provincia de Hubei el 23 de enero de 2020. Después de setenta y seis días llenos de enorme estrés y sacrificio entre trabajadores, médicos y científicos, la sociedad china erradicó la transmisión viral en el país más poblado del mundo, protegiendo a 1.400 millones de personas del SARS-CoV-2.

Este se convirtió en el modelo seguido por Nueva Zelanda, Vietnam y otros países de la región e internacionalmente, muchos de los cuales mantuvieron la eliminación durante más de un año, hasta sucumbir finalmente a las presiones del capital financiero global. El número total de muertes por COVID-19 en China desde el 17 de abril de 2020, justo después del final del confinamiento de Wuhan, ahora es de solo 594, por mucho el número de muertes más bajo de cualquier país grande del mundo y el equivalente a 0,013 por ciento de las muertes per cápita en los Estados Unidos durante el mismo tiempo. Casi todas estas muertes en China ocurrieron entre abril y mayo de 2022, como resultado de un brote importante de la subvariante ómicron BA.2 en Shanghái que nuevamente se suprimió con éxito.

Fuera de China, se desarrolló una respuesta muy diferente a principios de 2020. Casi todos los demás Gobiernos vieron el coronavirus a través del prisma de las finanzas globales y las ganancias corporativas, no de la ciencia y la salud pública. Como siempre es el caso, esto tomó la forma más grosera en los Estados Unidos, donde el presidente Donald Trump alentó a los estadounidenses a inyectarse cloro y luz ultravioleta para supuestamente evitar infecciones.

El 7 de febrero de 2020, el presidente chino, Xi Jinping, informó personalmente a Trump, y presumiblemente a muchos otros líderes mundiales, que el SARS-CoV-2 se transmite por el aire y tiene una tasa de mortalidad mucho más alta que la gripe. Al ocultar estas verdades, Trump incitó la xenofobia contra los chinos al calificar al SARS-CoV-2 como el “virus de China”. En enero de 2020, su asesor fascista Steve Bannon promulgó por primera vez la “Mentira del laboratorio de Wuhan”, que luego fue promovida por los medios corporativos y utilizada por los Gobiernos para desviar la culpa de su propio manejo desastroso de la pandemia hacia China.

Pacientes con COVID-19 son tratados dentro de un sistema de ventilación no invasivo en el hospital de campaña municipal Gilberto Novaes en Manaus, Brasil, el 18 de mayo de 2020. (Foto AP/Felipe Dana) [AP Photo/Felipe Dana]

A medida que el virus se propagó, los medios corporativos y la élite política impusieron un velo de silencio hasta fines de febrero de 2020, encubriendo los crecientes peligros que enfrentaba la sociedad. En marzo de 2020, mientras los hospitales y las morgues se llenaban en todo el mundo y los trabajadores organizaban huelgas salvajes para detener la producción, los Gobiernos se vieron obligados a implementar cierres parciales y tardíos, lo que provocó una caída en los mercados bursátiles mundiales. A fines de marzo, la Ley CARES y otros rescates financieros fueron elaborados y aprobados rápidamente a nivel internacional, canalizando billones de dólares a los mercados financieros. El objetivo era proporcionar recursos inmediatos para apuntalar el mercado de valores. Una vez logrado este objetivo, la lucha por frenar la transmisión viral quedó subordinada a una despiadada vuelta al trabajo.

El nuevo mantra de la campaña de regreso al trabajo, acuñado por Trump y promovido por el columnista del New York Times Thomas Friedman, era que “la cura no puede ser peor que la enfermedad”. En esencia, esta frase expresó los intereses de clase de la oligarquía financiera, que después de menos de dos semanas ya no toleraría ningún confinamiento ni otras medidas esenciales de salud pública, que frenaban la transmisión viral pero privaban a las corporaciones de la mano de obra que requerían para la explotación laboral y la generación de ganancias.

Al promover la reapertura de negocios antes de que se contuviera el virus, Trump, Friedman y el Times elogiaron la negativa del Gobierno sueco a implementar confinamientos del todo, basándose en la distorsión del concepto científico de “inmunidad colectiva”. Si bien históricamente este término siempre se había referido al nivel poblacional necesario de inmunidad inducida por la vacuna para detener la propagación de una enfermedad determinada, a partir de marzo de 2020, el epidemiólogo jefe de Suecia, Anders Tegnell, alentó la infección deliberada de la mayoría de la población para crear una mítica “inmunidad colectiva” mientras supuestamente “protegía” a los ancianos y enfermos. Tegnell y su asesor Johan Giesecke exportaron esta pseudociencia a nivel mundial codificándola en la infame Declaración de Great Barrington, que el WSWS caracterizó como un “manifiesto de la muerte”.

En el transcurso de 2020, el número oficial de muertes por COVID-19 en Suecia llegó a 9.706, una tasa per cápita más de diez veces mayor que la de la vecina Noruega y una de las más altas del mundo. A partir de marzo de 2020, Estados Unidos, el Reino Unido, Brasil, India y otros países adoptaron la estrategia homicida de “inmunidad colectiva” de Suecia, basada en concepciones eugenistas similares a la “supervivencia del más apto”.

En todo el mundo, numerosos científicos se opusieron a estas políticas y abogaron por las medidas necesarias para detener la pandemia. Desde abril de 2020, los científicos de aerosoles en particular han librado una lucha heroica, instando a los Gobiernos a publicitar el hecho de que el SARS-CoV-2 es un virus transmitido por el aire que puede reducirse drásticamente mediante el uso de mascarillas de alta calidad y una ventilación mejorada. Sin embargo, hasta el día de hoy, casi todos los Gobiernos e incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) se han negado a educar a la sociedad sobre la transmisión aérea, manteniendo a la población mundial en gran medida ignorante de esta característica más esencial del virus y cómo se propaga.

Los métodos de salud pública utilizados en China, Nueva Zelanda y otros países nunca fueron adoptados seriamente en gran parte del mundo. Cada una de estas técnicas, que la humanidad ha acumulado a lo largo de siglos de lucha contra plagas pasadas y que podrían implementarse de una manera muy avanzada utilizando tecnología moderna, se retuvieron desde el principio. Lo que transformó la pandemia en una catástrofe fue que los recursos de los Gobiernos se movilizaron, no para detener la transmisión viral, sino para limitar e incluso sabotear una respuesta tan necesaria.

Los últimos meses de 2020 vieron la aprobación de las vacunas anti-COVID y la intensificación de la política de “inmunidad colectiva”, en lo que el WSWS denominó un “invierno de la muerte”. En los últimos tres meses del año, casi 850.000 personas murieron oficialmente a causa del COVID-19 en todo el mundo, mientras que las estimaciones del exceso de mortalidad sitúan el total real en aproximadamente 2,5 millones.

2021: El despliegue de vacunas, la estrategia mitigadora y la evolución viral

Cuando la pandemia entró en su segundo año, surgieron nuevos problemas. La implementación de vacunas para salvar vidas se realizó de manera desordenada y subordinada a las ganancias corporativas, lo que produjo grandes desigualdades en las tasas globales de vacunación entre los países ricos y los países más pobres. Además, los esfuerzos de vacunación masiva no solo encontraron una campaña de desinformación vil y anticientífica que bloqueó su aceptación en muchos países, sino que también produjo un problema más sutil.

Los Gobiernos consideraban cada vez más a las vacunas como un sustituto que volvía innecesario un programa integral de salud pública, no como una herramienta auxiliar. Esto se convirtió en la base de una tercera estrategia ante la pandemia: la de mitigación, que promovía las vacunas junto con una mezcla amorfa de otras medidas de salud pública, al tiempo que aceptaba un cierto nivel no especificado de transmisión viral. La mitigación equivalía a un intento de negociar con el virus, ignorando las leyes objetivas de la evolución viral. Los Gobiernos supuestamente liberales cultivaron la ilusión de que las vacunas servirían como “balas mágicas” y proporcionarían una protección duradera contra la infección, pensando pragmáticamente que ahora podrían proceder como si todo estuviera bien.

Más notoriamente, el 13 de mayo de 2021, la directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU., la Dra. Rochelle Walensky, les dijo a los estadounidenses vacunados que podían quitarse las mascarillas. Esto condujo a la eliminación total de los mandatos de uso obligatorio de mascarillas en los EE.UU., que nunca volvieron a los mismos niveles de antes, un proceso repetido por muchos otros Gobiernos. Dos meses después, el 4 de julio de 2021, el presidente de EE.UU., Joe Biden, declaró absurdamente la “independencia” ante el COVID-19, solo unas semanas antes de que la variante delta, más infecciosa y virulenta, arrasara el país y matara a más de 200.000 estadounidenses.

Durante este tiempo, la variante delta se estaba extendiendo rápidamente en India y pronto en todo el mundo. Desde finales de marzo hasta mediados de mayo de 2021, más de dos millones de personas murieron solo en India, cuando el Gobierno fascistizante del Partido Bharatiya Janata (BJP) encabezado por Narendra Modi hizo cumplir la política de “inmunidad colectiva” y muertes masivas. Esta sigue siendo la peor ola que ha ocurrido en cualquier parte del mundo durante la pandemia. Los científicos advirtieron que las nuevas variantes, como la delta, podrían causar infecciones en las personas vacunadas y que las vacunas por sí solas no detendrían la transmisión viral, pero estas advertencias fueron nuevamente ignoradas.

Familiares rezan junto a la pira en llamas de una persona que murió de COVID-19, en un crematorio en Srinagar, India, el 25 de mayo de 2021. (Foto AP/Dar Yasin) [AP Photo/Dar Yasin]

La estrategia mitigacionista se expresó de manera más aguda en la reapertura total de las escuelas, que para principios de 2021 se había demostrado definitivamente que eran centros de transmisión viral. Se hicieron afirmaciones extraordinarias de que si las escuelas contaban con mascarillas, ventanas abiertas, ventilación mejorada o alguna combinación de las mismas, serían refugios seguros contra la infección. En realidad, reabrir las escuelas antes de contener la pandemia fue desastroso en todo el mundo, incluso en distritos con medidas de mitigación más estrictas. Miles de niños y un número incalculable de educadores murieron por COVID-19 a nivel internacional en los últimos dos años.

En el transcurso de 2021, el WSWS intensificó su lucha por una estrategia científica para eliminar el SARS-CoV-2 a nivel mundial. El 20 de agosto de 2021, publicó una importante declaración que proporcionó una clara evaluación política de la estrategia mitigadora, destacando:

La mitigación es el equivalente en la epidemiología al reformismo en la política capitalista. Así como el reformista guarda esperanzas de que las reformas graduales y de a poquito disminuirán y aliviarán eventualmente los males del sistema de lucro, los mitigacionistas fomentan la ilusión de que el COVID-19 eventualmente evolucionará en algo que no será menos dañino que un resfriado común. Esta es una quimera totalmente divorciada de la ciencia sobre la pandemia.

En realidad, mientras el virus se propague, seguirá mutándose en variantes nuevas que amenazarán a toda la humanidad y serán cada vez más infecciosas, letales y resistentes a las vacunas. A menos que el virus sea erradicado a escala global, las brasas del COVID-19 seguirán ardiendo y crearán las condiciones para que el virus vuelva a brotar.

Durante el último año, esta perspectiva ha sido totalmente reivindicada. Al avanzar la estrategia de eliminación global, el WSWS colaboró con una amplia capa de científicos que habían abogado por esta política. Esta colaboración dio lugar a dos seminarios web públicos organizados por el WSWS, el 22 de agosto y el 24 de octubre de 2021, que proporcionaron una estrategia integral para eliminar el coronavirus a nivel mundial.

Si bien muchos científicos, trabajadores y activistas anti-COVID abogaron por medidas integrales de mitigación, sus llamados a los políticos capitalistas cayeron en saco roto Se hizo cada vez más claro que los trabajadores y científicos decididos a detener la pandemia tendrían que tomar el asunto en sus propias manos. Esto encontró su expresión más avanzada en una serie de poderosas huelgas escolares iniciadas por la madre británica Lisa Díaz y apoyadas por el WSWS, la primera de las cuales tuvo lugar el 1 de octubre de 2021.

Si bien estas huelgas involucraron a los sectores de la clase trabajadora mejor informados científicamente y políticamente más conscientes, estaba claro que la gran mayoría de los trabajadores seguían aislados de una comprensión científica y política de la pandemia. Para educar a la clase trabajadora y contrarrestar las mentiras de los Gobiernos y los medios de comunicación, el WSWS lanzó la Investigación Global de los Trabajadores sobre la Pandemia de COVID-19 el 20 de noviembre de 2021. En la declaración que anuncia la investigación, escribimos:

Esta investigación es necesaria para superar el encubrimiento, las falsificaciones y la desinformación que han sido utilizadas para justificar las políticas responsables de las muertes evitables de millones de personas desde la detección inicial del SARS-CoV-2. La investigación reunirá y pondrá a disposición del público las abundantes pruebas de la indiferencia socialmente maligna e incluso criminal hacia la vida humana.

La puesta en marcha de esta investigación es inaplazable. Cuando el mundo entra en el tercer año de la pandemia, los contagios globales no están disminuyendo. Ni mucho menos. La sexta oleada mundial de la pandemia está ya muy avanzada, según aumentan los casos, las hospitalizaciones y las muertes a medida que se acerca el invierno en el hemisferio norte.

A pesar de que se han fabricado vacunas potentes, solo el 41 por ciento de la población mundial ha recibido dos dosis de la vacuna, incluyendo menos del 7 por ciento de los africanos y el 3 por ciento de los habitantes de los países de bajos ingresos. Solo el 2,6 por ciento de la población mundial ha recibido la tercera dosis necesaria de la vacuna. Los científicos han advertido en repetidas ocasiones que la continua infección masiva en medio de una administración lenta de las vacunas crea presiones evolutivas que amenazan con producir una variante resistente a la vacuna.

Solo cuatro días después de la publicación de esta declaración, el 24 de noviembre de 2021, se dio a conocer la noticia de que la variante ómicron se estaba extendiendo rápidamente en Sudáfrica. En cuestión de semanas, esta variante altamente infecciosa e inmunoevasiva se había extendido a todos los rincones del mundo e infectó a millones de personas cada día.

2022: El colapso de la estrategia mitigadora y la búsqueda del “COVID para siempre”

La respuesta de los Gobiernos capitalistas a la variante ómicron fue fría y catastrófica. Lejos de reconocer las desastrosas consecuencias de sus políticas y montar una estrategia integral para detener la pandemia, los Gobiernos de todo el mundo aprovecharon esta variante más infecciosa para desechar las medidas de mitigación limitadas que aún estaban vigentes y adoptar la estrategia de “inmunidad colectiva” identificada con la política de extrema derecha. Al hacerlo, trabajaron con los medios de comunicación corporativos para llevar a cabo una campaña de propaganda implacable basada en las mentiras de que ómicron era “leve” y que la infección masiva con esta variante sería incluso un bien positivo.

El 17 de enero de 2022, un día en el que más de 800.000 estadounidenses se infectaron oficialmente con COVID-19 y 1.397 murieron a causa de la enfermedad, el Dr. Anthony Fauci declaró: “Es una pregunta abierta si ómicron será o no la vacuna de virus vivo contra el virus que todos esperan”. Esta concepción pragmática y acientífica, repetida por científicos oficiales en todo el mundo, era esencialmente una versión reciclada de la estrategia de “inmunidad colectiva”, basada en la mentira de que la “infección natural” atenuaría los peligros de la enfermedad y proporcionaría una inmunidad duradera, volviendo “endémico” el virus. Esta perspectiva se usó para justificar la eliminación de todos los mandatos y recomendaciones del uso de mascarillas, la erosión y eliminación definitiva de las pautas de aislamiento y cuarentena, el fin de las pruebas gratuitas y el rechazo universal de los confinamientos y del distanciamiento social.

Implementar esta política falsa y reaccionaria requirió la manipulación sistemática de datos sobre la pandemia para encubrir la escala real de muertes y discapacitaciones causadas por el virus. En todo el mundo, los sistemas de recopilación de datos e informes se comprimieron y, en la mayoría de los casos, se cambiaron de informes diarios a informes semanales. En los Estados Unidos, el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS, por sus siglas en inglés) redujo la cobertura del sistema más completo para recopilar datos de los hospitales, incluidos los informes diarios de muertes. Solo el WSWS informó al respecto. Justo antes del discurso del Estado de la Unión de Biden del 1 de marzo de 2022, los CDC presentaron su mapa distorsionado de “Niveles Comunitarios” para dar colores pastel a las infecciones masiva en curso de la población estadounidense.

Dos mapas de EE. UU. del CDC a fines de febrero, que muestran las tasas reales de transmisión comunitaria (izquierda) frente a los “Niveles comunitarios” (derecha) [Photo: CDC]

Los resultados de esta adopción universal de la “inmunidad colectiva” han sido horrendos. En los casi diez meses desde que surgió ómicron, más de tres mil millones de personas se han infectado con COVID-19 en todo el mundo, incluidos cientos de millones de reinfecciones o infecciones entre las personas vacunadas. Oficialmente, 1.055.050 personas han muerto a causa del COVID-19 en todo el mundo en lo que va del año, mientras que el rastreador de exceso de mortalidad de The Economist (la fuente utilizada en los gráficos que señalan las muertes oficiales y el exceso de mortalidad al comienzo de cada capítulo de este libro[1]) estima que en realidad 4,4 millones de personas ya han muerto directa o indirectamente por la pandemia en 2022.

La propagación sin trabas del virus ha generado numerosas subvariantes de ómicron, incluidas BA.2, BA.2.12.1, BA.4 y BA.5, cada una de las cuales ha producido nuevas oleadas de infecciones y muertes en gran parte del mundo. Los científicos advierten que solo es cuestión de tiempo antes de que evolucionen nuevas variantes más devastadoras que podrían socavar aún más las vacunas existentes y los tratamientos como Paxlovid.

Gráfico que muestra linajes clasificados de SARS-CoV-2 en Inglaterra desde el comienzo de la pandemia, con nuevos linajes que emergen más rápidamente con el tiempo debido a la evolución viral. (Crédito: Dr. Diego Bassani vía Twitter)

La campaña de propaganda ha tenido un profundo impacto en la conciencia de las masas, desarmando a cientos de millones de personas en todo el mundo, alentándolas a dejar de usar mascarillas y abandonar su vigilancia contra la amenaza constante de COVID-19. El mantra que guía esta política, repetido hasta la saciedad por políticos a nivel mundial, es que la sociedad debe “aprender a vivir con el virus”. En efecto, esta consigna barata tiene como objetivo normalizar las muertes y discapacitaciones masivas. De una manera sin precedentes, las muertes masivas por una enfermedad infecciosa se tratan con total indiferencia por parte de los poderes fácticos.

Mientras intentan cultivar una actitud fatalista e indiferente en la población, las élites gobernantes y sus dóciles medios de comunicación continúan promoviendo la “Mentira del laboratorio de Wuhan”, así como un sinfín de mentiras sobre la estrategia de eliminación en China, sobre todo el mito que conlleva “confinamientos interminables”. En realidad, el ejemplo de China, donde la estrategia de eliminación ha encontrado un apoyo popular masivo en la clase trabajadora, es una prueba poderosa de la viabilidad de esta estrategia y muestra el potencial para eliminar el SARS-CoV-2 en todo el mundo en cuestión de meses a través del despliegue mundial de todas las medidas de salud pública disponibles.

Coincidiendo con la aplicación brutal de una política de “COVID para siempre”, este año también se ha visto la propagación mundial sin precedentes de la viruela del mono, una enfermedad terriblemente dolorosa y estrechamente relacionada con la viruela. Al momento de escribir este artículo, ha habido más de 60.000 casos confirmados de viruela del mono en más de cien países, con veintitrés muertes confirmadas. Además, la poliomielitis y otras enfermedades infecciosas, eliminadas en gran parte del mundo en el siglo XX, han resurgido en los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países capitalistas avanzados.

Tras el estallido de la guerra en Ucrania en febrero de 2022, se canalizaron recursos ilimitados a los presupuestos militares, junto con recortes masivos en todos los programas sociales. En Alemania, el Gobierno aprovechó la guerra para aprobar un presupuesto de remilitarización de 100.000 millones de euros, el mayor desde la caída del Tercer Reich de Hitler, mientras recortaba el presupuesto sanitario de 64.000 millones a 22.000 millones de euros, cerca de los niveles previos a la pandemia.

Las lecciones que hay que aprender

Contrariamente a las mentiras de los políticos capitalistas y los medios de comunicación, la pandemia de COVID-19 no ha terminado. El rumbo futuro que tomará la pandemia está por verse. Sin embargo, después de tres años, debería ser evidente que ni la pandemia ni ninguno de los otros peligros que enfrenta la humanidad se resolverán bajo los auspicios del capitalismo mundial.

La pandemia de COVID-19 es solo la primera plaga del siglo XXI. El cambio climático y el carácter no planificado del desarrollo capitalista están creando las condiciones para que cada vez más enfermedades infecciosas se propaguen de las desestabilizadas poblaciones de animales a los centros urbanos y luego se propaguen rápidamente por todo el mundo a través de los viajes y el comercio internacionales. Si se puede sacar alguna conclusión de la experiencia de los últimos tres años, es que la resolución de estas crisis depende, no del descubrimiento de una cura médica o tecnología milagrosas, sino de un movimiento social y político contra el origen de la crisis, el sistema anárquico de lucro capitalista. La pandemia, el cambio climático y la destrucción de la salud pública son solo síntomas de una enfermedad más profunda, el propio sistema capitalista, que subordina todas las necesidades humanas a los intereses lucrativos de una clase dominante loca por el dinero.

El título de este libro, COVID, capitalismo y guerra de clases, está justificado. La pandemia ha puesto al descubierto la realidad de una guerra de clases global, en la que las necesidades más urgentes de la humanidad se subordinan al afán de lucro empresarial y la acumulación de niveles obscenos de riqueza personal. Las desastrosas consecuencias no pueden explicarse únicamente como el subproducto no deseado de políticas incorrectas. Las políticas implementadas por los Gobiernos llevan la marca criminal de lo que se define en la ley como “dolo premeditado”. La respuesta de los Gobiernos capitalistas a la pandemia ha servido a los intereses de sus patrocinadores superricos.

El objetivo de largo plazo de varios sectores de la clase gobernante ha sido reducir la esperanza de vida para así reducir los gastos en jubilaciones y prestaciones sociales, y este efecto de la pandemia no ha sido simplemente una coincidencia imprevista. Según Forbes, para el 4 de mayo de 2022, el día en que el número oficial de muertos por COVID-19 en los EE.UU. superó el millón, la riqueza de los 727 milmillonarios estadounidenses había aumentado en $1,71 billones desde el comienzo de la pandemia. Tal acumulación grotesca de riqueza por parte de aquellos descritos por el WSWS como “los que lucran de la pandemia”, en medio de muertes y gran sufrimiento, se puede ver en gran parte del mundo.

En el transcurso de abril-mayo de 2020, el WSWS caracterizó por primera vez la pandemia como un “evento desencadenante” en la historia mundial, similar al asesinato del archiduque austríaco Francisco Fernando el 28 de junio de 1914, que desencadenó el estallido de la Primera Guerra Mundial. Dos años después, es claro que la pandemia aceleró profundamente la desestabilización del capitalismo mundial. Al igual que con la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial, durante la pandemia, las élites gobernantes han sometido a la humanidad a ola tras ola de infecciones y muertes masivas. Estas políticas han producido una escasez de mano de obra sin precedentes, una crisis económica mundial con una inflación masiva y una escalada de las tensiones geopolíticas que desencadenaron el estallido de la guerra en Ucrania, la antesala de la Tercera Guerra Mundial. Las políticas criminales de casi todos los Gobiernos ante la pandemia han expuesto la brutalidad del capitalismo, radicalizando a masas de trabajadores en todas las industrias y en todo el mundo. La lucha de clases se ha intensificado constantemente en los últimos dos años y ahora ha alcanzado un punto álgido. La pandemia y la amenaza inminente de una guerra mundial solo se detendrán mediante las luchas revolucionarias globales de la clase trabajadora.

Huelgas internacionales de enfermeros en 2022 [Foto: compilación del WSWS de fotos de AP] [Photo: Turkey: Health and Social Service Workers Union; US: JNESO District Council 1; others: WSWS]

En la conferencia en línea del Primero de Mayo de 2021 organizada por el WSWS, anunciamos la fundación de la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB), cuyo objetivo es unificar a los trabajadores a nivel mundial en oposición a las políticas pandémicas de las corporaciones, los Gobiernos y los sindicatos, y luchar por sus propios intereses independientes. Desde su fundación, la AIO-CB se ha expandido y convertido en el centro organizador de las luchas cada vez más militantes de la clase trabajadora internacional, cuyas condiciones de trabajo y niveles de vida han disminuido drásticamente durante la pandemia. La AIO-CB debe desarrollarse sistemáticamente en todos los países.

Como puede verse en la extensa lista de autores de todo el mundo, este libro es un esfuerzo global colectivo. Además, hay numerosos científicos y expertos con los que el WSWS ha consultado durante la pandemia, y a quienes estamos inmensamente agradecidos. En nuestro trabajo con los científicos, no hemos impuesto una prueba de fuego política. Nuestro único requisito era un compromiso con la verdad científica. Nos propusimos el objetivo de analizar la pandemia con el mayor cuidado posible, y no imponer conclusiones sobre los hechos, sino sacar las conclusiones de los hechos. Tuvimos una inmensa ventaja, como socialistas formados en la tradición marxista-trotskista, en el sentido de que nuestra respuesta ha sido informada por la historia, la ciencia y una profunda conciencia de la dinámica de clases en juego en la sociedad. La labor del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, que encuentra una poderosa expresión en el liderazgo que ha dado a la lucha contra la pandemia, representa la interacción intelectual-política de un compromiso con la verdad científica, una oposición irreconciliable a la desigualdad social y la explotación, y una confianza inquebrantable en la capacidad de la clase obrera internacional para poner fin a un sistema capitalista fallido y reconstruir el mundo sobre una base socialista.

Hace casi sesenta y cinco años, en 1958, el brillante erudito y socialista George Rosen publicó su monumental Historia de la salud pública. Su trabajo trazó el desarrollo de la lucha del hombre contra la enfermedad desde sus orígenes en el mundo antiguo. Al final de su trabajo, Rosen escribió:

Ahora estamos en condiciones de mirar hacia atrás y ver con claridad el camino recorrido en el tratamiento de los problemas de la salud comunitaria. La forma en que estos han sido tratados ha estado siempre relacionada con la forma de vida de la comunidad y los conocimientos científicos y técnicos a su disposición. Hoy, la comunidad está en mejor posición que nunca para controlar su entorno y así preservar la salud y evitar enfermedades. Cada vez más, el hombre puede planificar y organizar conscientemente su campaña para una mejor salud porque el conocimiento y los recursos disponibles le permiten en muchos casos actuar con una clara comprensión de lo que está haciendo. [2]

George Rosen, si todavía estuviera vivo, estaría profundamente conmocionado por la respuesta socialmente regresiva de los Gobiernos contemporáneos a la pandemia de COVID-19. Habría condenado sus políticas como un repudio del conocimiento adquirido dolorosamente por científicos, médicos y trabajadores de la salud pública durante muchas generaciones e incluso siglos. Pero la lucha no ha terminado.

El World Socialist Web Site continuará brindando liderazgo en la lucha contra la pandemia. Al presentar este y los siguientes volúmenes al público, nuestro objetivo es desarrollar un movimiento de masas global, basado en la clase trabajadora y con el apoyo de todos los sectores progresistas de la humanidad, que pondrá fin no solo a la pandemia sino a todas las manifestaciones del sufrimiento social producido por un sistema capitalista obsoleto. En el contexto de este objetivo, las palabras con las que George Rosen concluye su Historia son singularmente apropiadas:

Además, el horizonte de los trabajadores sanitarios de hoy ya no puede limitarse a la comunidad local o incluso nacional, sino que debe extenderse a la comunidad internacional. Hoy, todos somos miembros los unos de los otros; y así, cada uno en nuestra propia comunidad, debemos esforzarnos por alcanzar la meta de estar libres de la enfermedad, la necesidad y el temor. Debemos esforzarnos por realzar y transmitir el noble legado que nos ha llegado. ¡Y que el resultado sea feliz! [3]

Fuentes:

[1] The Economist y Solstad, S. (autor por correspondencia), 2021. El número real de muertos por la pandemia. Disponible en: https://www.economist.com/graphic-detail/coronavirus-excess-deaths-estimates [Consultado el 7 de septiembre de 2022]. Publicado por primera vez en el artículo 'Contando los muertos', The Economist, número 20, 2021.

[2] George Rosen, A History of Public Health (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1993), págs. 470-71u

[3] Ibíd., pág. 471

(Publicado originalmente en inglés el 20 de septiembre de 2022)

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