La discusión sobre el techo de la deuda estadounidense, que inició en Washington esta semana con la primera propuesta formal por parte de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y la respuesta del Gobierno de Biden, representa una nueva etapa en el ataque de la clase gobernante a los derechos sociales de la clase trabajadora.
No consiste solo en un capítulo más de las interminables riñas entre ambos partidos capitales al mando del Congreso y la Casa Blanca, algo que ya generó muchos plazos artificiales y crisis en las últimas dos décadas, así como varios cierres parciales del Gobierno federal.
Esto se puede inferir tanto por la magnitud de las medidas reaccionarias propuestas por los diputados republicanos, las cuales eliminarían la mayor parte del gasto social federal fuera del seguro social, Medicare y otras prestaciones universales, como por las declaraciones casi unánimes de los republicanos y demócratas, por igual, de que estas “garantías” sociales están “fuera de discusión”.
Este es un intento deliberado de cubrir los ojos del pueblo estadounidense. “No tenemos ninguna intención de tocar tus prestaciones”, dicen los políticos capitalistas con las manos unidas, precisamente cuando se preparan para hacerlo. “Fuera de discusión” simplemente significa que la dirección política se decidirá entre bastidores, sin siquiera la pretensión de consultar al pueblo estadounidense.
Los centros de pensamiento de Washington, financiados por la aristocracia financiera, están publicando un reporte tras otro documentando la inviabilidad fiscal de los fondos para el seguro médico Medicare y el seguro social, así como la inminencia de su bancarrota y de recortes importantes. Las páginas editoriales de los mayores periódicos lamentan las leyes inalterables de la demografía sobre el crecimiento de la población de mayor edad, que no se muere tan rápido como le gustaría a la burguesía y que acapara demasiados recursos para sus magras pensiones y coberturas médicas.
“Para atender verdaderamente los problemas fiscales de la nación”, escribe el Washington Post, “el Congreso y la Casa Blanca deben incluir reformas racionales a Medicare y el seguro social. Tanto Biden como McCarthy concuerdan en mantener estos programas fuera de los límites, lo que menoscaba la seriedad de cualquier intento de ordenar la hacienda nacional”.
Lo que separa esta crisis presupuestaria de las anteriores es su contexto global, principalmente el conflicto en Ucrania, que representa una guerra por delegación e instigada por EE.UU. contra Rusia y el primer conflicto militar entre grandes potencias desde la Segunda Guerra Mundial. Para todas las naciones involucradas en esta guerra, los enormes desembolsos requeridos para convertir Ucrania en un matadero a escala industrial han exigido el desvío de cantidades enormes de recursos del gasto social público hacia el ejército.
En Francia, el presidente Emmanuel Macron citó el “fin del dividendo de paz” como justificación para su demanda de imponer grandes recortes previsionales y un aumento de dos años para jubilarse. Está atropellando la democracia, imponiendo los cambios sin un voto en el Parlamento y pese a la oposición del 80 por ciento de la población. Esto ya provocó el mayor movimiento de las masas obreras en Francia desde la huelga general y las ocupaciones de fábricas en mayo-junio de 1968.
Ha habido luchas similares en toda Europa, desde las huelgas generales en Grecia hasta los paros de funcionarios públicos en Alemania y las huelgas de maestros, ferroviarios y trabajadores del Servicio Nacional de Salud en Reino Unido. Este movimiento cruzó el Atlántico esta semana en la forma de una huelga nacional de trabajadores del Gobierno federal canadiense que comenzó el miércoles.
Estados Unidos está entrando en el mismo campo de batalla. No se trata de luchas aisladas o sectoriales limitadas a un lugar de trabajo, empresa o industria, sino de luchas políticas a escala nacional de la clase obrera contra el Estado capitalista. La primera de estas luchas se evitó por muy poco cuando los sindicatos ferroviarios capitularon en diciembre ante el Congreso y el presidente Biden, que aprobaron una prohibición de huelga e impusieron a los trabajadores un contrato que muchos ya habían rechazado en votaciones.
El pistoletazo de salida de la crisis del techo presupuestario fue el anuncio de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, a principios de año, de que el Tesoro había alcanzado su límite legal de endeudamiento de 31,4 billones de dólares y ya no podía tomar dinero prestado legalmente. El Gobierno federal corría el riesgo de incumplir el pago de su deuda por primera vez en la historia de Estados Unidos, lo que suponía una amenaza para la economía mundial, ya que el mercado del Tesoro estadounidense es la base de los mercados financieros globales y el dólar estadounidense desempeña el papel preeminente en el comercio mundial.
Por medio de maniobras financieras para trasladar dinero entre cuentas y gracias al pago del impuesto sobre la renta cuyo plazo finalizó el 15 de abril, el Tesoro logró aplazar cualquier paralización real del gasto hasta el verano. Pero en algún momento entre principios de junio y finales de agosto, el techo de la deuda debe elevarse para evitar un impago real.
El Partido Republicano, que acaba de tomar control de la Cámara de Representantes, ha aprovechado este plazo para influir en las negociaciones presupuestarias con el Gobierno de Biden. La propuesta presentada el miércoles por el presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, y que se someterá a votación la próxima semana, prevé un aumento limitado del techo de la deuda hasta que se tomen prestados otros 1,5 billones de dólares, o hasta marzo de 2024, lo que ocurra primero. Esto estaría condicionado a recortes sin precedentes en el gasto social, requisitos de trabajo draconianos para los pobres, la destrucción incluso de la regulación simbólica de las empresas en materia de seguridad y contaminación, y una amnistía efectiva para los ricos que evadan impuestos. Los republicanos también exigen que se detenga el intento patéticamente insuficiente de Biden de aligerar la carga de la deuda estudiantil, y una prohibición legal de cualquier cancelación de la deuda en el futuro.
Como siempre ocurre en este tipo de negociaciones, el Partido Republicano adopta la postura más derechista, destacada este año por la visita de McCarthy a Wall Street el lunes para dar a la bolsa el primer vistazo a las demandas republicanas, que no fueron publicadas oficialmente hasta dos días después. Los demócratas responden con fanfarronadas populistas, denunciando (con bastante acierto) que las propuestas republicanas tendrían consecuencias devastadoras para los trabajadores y enormes beneficios para los superricos. El presidente Biden se pronunció en este sentido el miércoles por la noche, cuando denunció el plan republicano para elevar el techo de la deuda como una propuesta de “enormes recortes a programas importantes en los que dependen millones de estadounidenses de clase media y trabajadora”.
Luego, los demócratas responden con una contrapropuesta, presentada como un “compromiso”, que es ligeramente menos horrible para los trabajadores y con un poco menos de regalos para los multimillonarios y Wall Street. Ambos partidos intentan entonces transigir hasta llegar a un “punto medio”. Todo el “debate” orquestado se lleva a cabo sobre la premisa reaccionaria de que la clase trabajadora y no la aristocracia financiera debe pagar por la crisis. Solo se cuestiona el alcance de la devastación social.
Biden ya ha hecho varios abonos para un eventual acuerdo. Ha detenido todas las medidas de mitigación del COVID, permitiendo a los estados recortar las prestaciones de Medicaid y los cupones de alimentos, y pondrá fin por completo a la emergencia sanitaria nacional el 11 de mayo. Ha continuado con la mayoría de las políticas de inmigración bárbaras de Trump. Y se ha comprometido a discutir recortes presupuestarios y otras propuestas políticas reaccionarias con McCarthy y los republicanos, siempre que no estén vinculadas al techo de la deuda.
Este fue el camino del vicepresidente Biden como principal negociador presupuestario de Barack Obama con el Congreso republicano en 2011, un papel que el presidente Biden evidentemente pretende repetir en 2023. Sin embargo, hay grandes diferencias.
Los enormes desembolsos militares, tanto para la guerra en Ucrania contra Rusia como para los preparativos de guerra con China, son un factor. Ambos partidos están de acuerdo en seguir aumentando el gasto militar, por lo que la escalada de la guerra tiene consecuencias inexorables para el presupuesto del país que suministra la mayor cantaidad de fondos y armas para librarla, por no hablar del papel encubierto de Estados Unidos en comandar de hecho la guerra.
Está el impacto de la pandemia de coronavirus, que ha matado a 1,1 millones de personas en Estados Unidos. A pesar de las afirmaciones de Biden y de la cúpula política y mediática de que la pandemia ha terminado, el COVID-19 está desestabilizando profundamente a toda la sociedad, desencadenando una crisis de la cadena de suministro, inflación y un enrarecimiento general de las relaciones sociales, a medida que las muertes diarias por centenares, incluso miles, someten a la población a penurias y sufrimientos cada vez mayores.
La economía mundial se encuentra en un estado mucho peor que en 2011, cuando el rescate financiero masivo tras la quiebra de Wall Street en 2008 aún estaba surtiendo efecto. La Reserva Federal de Estados Unidos despilfarró billones en ese rescate y en el aún mayor de marzo de 2020, cuando los mercados financieros empezaron a congelarse bajo el impacto inicial de la pandemia del COVID-19. Está apuntalando prácticamente todos los activos financieros, incluyendo los bonos del Tesoro, los bonos corporativos de mayor riesgo, y los instrumentos cada vez más complejos de especulación financiera. Incluso la sugerencia de un impago ha empezado a agitar los mercados y a afectar al valor del dólar. En este contexto, un impago real o incluso algo cercano podría convertirse en el detonante de una crisis mundial de dimensiones sin precedentes.
La diferencia más importante entre 2011 y 2023 es la irrupción de la clase obrera internacional en luchas de masas en todos los continentes, y al menos de forma embrionaria, como factor político independiente. Esto se demostró en Sri Lanka el año pasado, cuando un movimiento de huelga general forzó la salida del presidente Rajapakse, así como en Francia en la actualidad.
La cuestión decisiva en Estados Unidos, como en todos los países, es la intervención independiente de la clase obrera. Si es permitida, la élite dominante estadounidense solo impondrá la “solución” más reaccionaria a la crisis, si es que la guerra mundial y la depresión global se consideran una solución.
El eje central de la intervención independiente de la clase obrera es afirmar su unidad como clase internacional, rechazando toda forma de nacionalismo y subordinación a la clase capitalista nacional y a su Estado. Esta es la perspectiva por la que luchan hoy el Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones nacionales, los Partidos Socialistas por la Igualdad.
El Primero de Mayo se estableció en 1889 para celebrar la unidad internacional de la clase obrera y fue declarado por el movimiento socialista europeo en solidaridad con la lucha de los trabajadores estadounidenses por la jornada de ocho horas. Ese derecho, finalmente conquistado tras décadas de amargas batallas de clase, es solo una de las muchas conquistas de la clase obrera que los sindicatos de hoy han traicionado y entregado.
Este año, la jornada festiva de la clase obrera internacional se celebrará en el acto mundial en línea del Día Internacional del Trabajador el domingo 30 de abril. Este evento está siendo organizado por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, la Alianza Internacional Obrera de los Comités de Base, los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social y el World Socialist Web Site. Todos los trabajadores y jóvenes que deseen apoyar las luchas de sus hermanos y hermanas de clase en todo el mundo, inscr íbanse hoy mismo para asistir.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de abril de 2023)