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Perspectiva

Líderes del G7 se reúnen en Hiroshima en medio del peligro cada vez mayor de una guerra nuclear

Con hipocresía descarada, los líderes del grupo de mayores potencias G7 —EE.UU., Reino Unido, Francia, Alemania, Japón, Italia y Canadá— colocaron coronas de flores en el Cenotafio para las Víctimas de la Bomba Atómica en el Parque Memorial de la Paz de Hiroshima, Japón, previo a su cumbre este fin de semana.

Desde la izquierda: el primer ministro canadiense Justin Trudeau, el presidente francés Emmanuel Macron, el primer ministro japonés Fumio Kishida, el presidente estadounidense Joe Biden, el canciller alemán Olaf Scholz, el primer ministro británico Rishi Sunak y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, frente al Cenotafio para las Víctimas de la Bomba Atómica en el Parque Memorial de la Paz de Hiroshima, como parte de la Cumbre del G7 en Hiroshima, Japón occidental, 19 de mayo de 2023 [AP Photo/Franck Robichon]

Lejos de ser una ceremonia para comprometerse a nunca emplear armas nucleares de nuevo, la camarilla de imperialistas está acelerando el conflicto de la OTAN contra Rusia en Ucrania y el enfrentamiento estadounidense contra China, amenazando con sumir el mundo en un holocausto nuclear.

Así como lo hizo Obama, el primer mandatario estadounidense en visitar Hiroshima desde le fin de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Biden dejó en claro que no se disculparía por el monstruoso crimen de guerra llevado a cabo por el imperialismo estadounidense el 6 de agosto de 1945. Su indisposición a reconocer incluso simbólicamente la criminalidad del bombardeo atómico de Hiroshima, y tres días luego de Nagasaki, representa una advertencia grave de que EE.UU. volverá a emplear armas nucleares para perseguir sus intereses estratégicos.

La horrenda escala de muerte y destrucción en Hiroshima y Nagasaki es un ominoso recuerdo de lo que está en juego cuando EE.UU. y sus aliados se precipitan hacia un conflicto global.

La bomba atómica apodada “Little Boy” [Chico] fue arrojada sobre Hiroshima, una ciudad de cuarto millón de habitantes, estallando con una fuerza equivalente a entre 15 y 20 kilotones de TNT. Asesinó a aproximadamente 80.000 personas instantáneamente o en cuestión de horas debido a las terribles quemaduras y lesiones que causó cuando la onda de choque aplanó la ciudad y generó una tormenta de fuego.

Los sobrevivientes describieron escenas atroces. Uno escribió: “Cientos de aquellos aún vivos andando errantes. Algunos estaban medio muertos, retorciéndose en su miseria… No eran más que cadáveres vivos”.

Otros 40.000 murieron inmediatamente en Nagasaki. Las muertes siguieron aumentando en los días y las semanas posteriores, en la medida en que los hombres, las mujeres y los niños sucumbían a las quemaduras, otras heridas y los padecimientos por radiación. En el periodo inmediatamente posterior, se han estimado entre 250.000 y 300.000 muertes —el 90 por ciento de ellos civiles—.

La Segunda Guerra Mundial ya había sido testigo de atrocidades a una escala nunca antes imaginada, como el asesinato sistemático de 6 millones de judíos por parte del régimen nazi y la matanza por parte del ejército japonés de hasta 300.000 soldados y civiles chinos capturados en Nanjing. Sin embargo, el barbárico asesinato masivo de civiles en Hiroshima y Nagasaki destaca como un acto atroz, calculado y perpetrado a sangre fría, que carecía de toda necesidad militar y estuvo motivado únicamente por las ambiciones del imperialismo estadounidense de dominar el mundo en la posguerra.

Washington justificó su criminal decisión basándose en mentiras. Afirmó que el uso de armas atómicas era necesario para salvar las vidas estadounidenses que se perderían en una invasión masiva de Japón. Sin embargo, en agosto de 1945, el imperialismo japonés estaba de rodillas, aislado por la derrota de su aliada Alemania e indefenso ante los incesantes ataques aéreos estadounidenses, que habían incluido el bombardeo de Tokio en marzo de 1945, en el que murieron más de 300.000 personas. Japón ya estaba pidiendo la paz y buscando términos para rendirse a través de intermediarios.

Los bombardeos atómicos fueron acciones terroristas destinadas no solo a intimidar al pueblo japonés, sino al mundo entero, sobre todo a la Unión Soviética, que había puesto fin a su pacto de neutralidad con Tokio y estaba a punto de entrar en la guerra del Pacífico. Estados Unidos estaba decidido a utilizar sus recién adquiridas armas de destrucción masiva no solo para forzar la rendición inmediata e incondicional de Japón, sino para poner su sello en el incierto e inestable mundo posterior a la guerra.

El peligro de una guerra nuclear catastrófica es actualmente mayor que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial. Ante su declive histórico, el imperialismo estadounidense ha recurrido una y otra vez a la agresión militar durante las tres últimas décadas en Asia central, Oriente Próximo, el norte de África y los Balcanes, intentando de manera desesperada y temeraria apuntalar su posición mundial. Tras fracasar en obtener sus objetivos a través de estas aventuras criminales, Estados Unidos y sus aliados están inmersos en una guerra con Rusia en Ucrania, es decir, una guerra entre potencias con armas nucleares.

La cumbre del G7 se celebra mientras la OTAN envía a Ucrania armamento cada vez más sofisticado y destructivo —más recientemente tanques de combate, misiles de crucero de largo alcance y ahora aviones de combate F-16— sin tener en cuenta el peligro de que el conflicto se convierta en una guerra directa entre la OTAN y Rusia. Al mismo tiempo, Estados Unidos está intensificando sus provocaciones contra China en relación con Taiwán, tratando de inducir a Beijing a entrar en una guerra debilitante del mismo modo que provocó la invasión rusa de Ucrania.

Cada uno de los miembros del G7 trata de hacerse de su propia tajada en medio del impulso desenfrenado de Estados Unidos por alcanzar la hegemonía mundial y está expandiendo rápidamente su propio aparato militar. Alemania y Japón se han desembarazado de las limitaciones legales y constitucionales impuestas tras sus derrotas en la Segunda Guerra Mundial y han duplicado sus presupuestos militares en el último año, desde el comienzo de la guerra en Ucrania. Reino Unido, que ha desempeñado un papel fundamental en la formación y el armamento de las fuerzas armadas ucranianas, está aumentando su gasto en defensa. Francia está llevando a cabo su propia expansión militar.

Cualquier sugerencia de que el horror en sí de lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki en 1945 frenará a las potencias nucleares es delirante. El imperialismo estadounidense, que cometió estas atrocidades, nunca ha renunciado a la política de atacar primero con armas nucleares. Su última Revisión de la Postura Nuclear, publicada el año pasado, declaró que las armas nucleares estadounidenses “nos permiten alcanzar objetivos presidenciales” en caso de que fallen otros medios.

Durante su campaña electoral de 2020, Biden prometió convertir el control de armas y la no proliferación nuclear en “un pilar central del liderazgo mundial de Estados Unidos.” Pero, desde que asumió el cargo, ha seguido desmantelando los acuerdos de control de armas y proporcionando decenas de miles de millones de dólares anuales al ejército estadounidense para modernizar su arsenal nuclear y sus sistemas de lanzamiento. El año pasado, Biden reconoció que el mundo se enfrentaba a la “posibilidad de un Armagedón nuclear”, pero ha declarado en repetidas ocasiones que Estados Unidos no se dejará disuadir por amenazas nucleares.

Cualquier recurso a las armas nucleares provocaría niveles de destrucción y muerte que eclipsarían los de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Mientras los analistas estratégicos del Pentágono y los centros de pensamiento estadounidenses hacen cálculos macabros para justificar una guerra nuclear limitada, el propio tamaño de los arsenales nucleares de Estados Unidos y Rusia, de miles de armas nucleares –cada una mucho más potente que las dos lanzadas sobre Japón—, apunta al peligro de un holocausto nuclear que arrase el planeta.

Del mismo modo que el primer uso de armas atómicas sobre Japón fue impulsado por ambiciones imperialistas, la implacable y temeraria campaña estadounidense de guerra contra Rusia y China está guiada por las mismas motivaciones. La clase obrera internacional es la única fuerza social que puede impedir una Tercera Guerra Mundial con armas nucleares, mediante la abolición del sistema capitalista y su anticuada división del mundo en Estados nación rivales. La construcción de un movimiento unificado de la clase trabajadora contra la guerra constituye la perspectiva del Comité Internacional de la Cuarta Internacional y su organización juvenil, los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social.

(Publicado originalmente en inglés el 19 de mayo de 2023)

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