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Perspectiva

Desesperación, autoengaño e imprudencia: la guerra en Ucrania amenaza con volverse nuclear

El miércoles, el presidente ruso Vladímir Putin anunció la movilización parcial del ejército ruso, convocando a unos 300.000 reservistas, lo que inicia una fase nueva y más peligrosa de la guerra de siete meses de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania.

Refiriéndose a “las declaraciones de varios representantes de alto rango de los países líderes de la OTAN sobre la posibilidad y aceptabilidad de utilizar armas de destrucción masiva —armas nucleares— contra Rusia”, Putin declaró:

Me gustaría recordarles a aquellos que hacen tales declaraciones sobre Rusia que nuestros países también tiene diferentes tipos de armas y algunas de ellas son más modernas que las armas que tienen los países de la OTAN. En caso de una amenaza a la integridad territorial de nuestro país y para defender Rusia y a nuestro pueblo, ciertamente utilizaremos todos los sistemas de armas a nuestra disposición. Esta no es una pantomima.

La referencia a “todos los sistemas de armas a nuestra disposición” es inconfundible. Putin estaba amenazando con una guerra nuclear.

El misil balístico intercontinental ruso Sarmat despega durante una prueba el viernes desde la plataforma de lanzamiento Plesetsk en el noroeste de Rusia (Servicio de Prensa del Ministerio de Defensa de Rusia, vía AP, archivo)

En su declaración, Putin dijo, “El objetivo de esa parte de Occidente es debilitar, dividir y finalmente destruir nuestro país. Están diciendo abiertamente ahora que en 1991 lograron dividir la Unión Soviética y que es hora de hacer lo mismo con Rusia, que debe ser dividida en muchas regiones que estarían en una riña mortal entre ellas”.

Afirmó que la OTAN “convirtió a los ucranianos en carne de cañón y los empujó hacia una guerra con Rusia”. Dijo que el ejército ucraniano estaba siendo “entrenado según los estándares de la OTAN y recibiendo órdenes de asesores occidentales” y añadió que, “Hoy día, nuestras fuerzas armadas” combaten “contra toda la maquinaria militar de Occidente en su conjunto”.

La descripción de Putin de los objetivos de EE.UU. y sus aliados en la OTAN es, a grandes rasgos, correcta. El ejército ucraniano ha sido transformado en una subsidiaria de propiedad plenamente de la OTAN. Estados Unidos lo está entrando, dirigiendo y armando directamente con el objetivo de desestabilizar y, en última instancia, fragmentar Rusia.

Posiblemente Putin estaba respondiendo al artículo del New York Times sobre el “debate” en la élite política estadounidense sobre el suministro a Ucrania de misiles de largo alcance capaces de alcanzar profundamente dentro del territorio ruso. En cuanto al objetivo de intentar “debilitar, dividir y finalmente destruir nuestro país”, por lo menos eso reconoció el excomandante del Ejército de EE.UU. para Europa, Ben Hodges, quien declaró la semana pasada, “Podríamos estar presenciando el comienzo del colapso de la Federación de Rusia”.

Su declaración vino tras el desastre militar sufrido por Rusia en el norte de Ucrania, cuando las fuerzas ucranianas capturaron docenas de kilómetros de profundidad de territorio en tan solo unos días. Después de la debacle de Járkiv, el WSWS escribió:

No se puede descartar que el Kremlin concluya de esta catástrofe militar que es necesario librar una masiva escalada militar que a su vez solo provocará una escalada por parte de la OTAN. Paradójicamente, los esfuerzos desesperados del Kremlin para alcanzar un acuerdo con el imperialismo no excluyen una serie de acciones que podrían desencadenar una guerra termonuclear.

Esto es lo que está ocurriendo ahora. En respuesta a la advertencia de Putin de que el conflicto actual amenaza con una conflagración nuclear, Biden respondió horas después del discurso de Putin echando más leña al fuego. Pronunciándose en las Naciones Unidas, Biden declaró que la mayor guerra terrestre en Europa desde la Segunda Guerra Mundial fue “una guerra elegida por un solo hombre”, afirmando que las preocupaciones de Putin son imaginarias. “Putin afirma que tuvo que actuar porque Rusia estaba amenazada”, dijo Biden. “Pero nadie amenazó a Rusia, y nadie más que Rusia buscó el conflicto”.

Obviamente, Biden no cree en estas afirmaciones contradichas por innumerables declaraciones de funcionarios civiles y militares estadounidenses.

En su discurso, Biden combinó mentiras sobre los orígenes de la guerra con una hipocresía descarada que es un rasgo permanente del imperialismo estadounidense. Denunció a Rusia por “violar desvergonzadamente los principios fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas, entre ellos la clara prohibición de que los países tomen el territorio de su vecino por la fuerza”.

Biden quiere que el mundo olvide que Estados Unidos ha violado repetida y flagrantemente la Carta de la ONU, que prohíbe el uso de la guerra para conseguir objetivos políticos. El más atroz de los muchos ejemplos fue la invasión de Irak en 2003, que el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, dijo que “no se ajustaba a la Carta de la ONU” y era “ilegal”. Pero éste fue solo uno de los muchos países destruidos por el ejército estadounidense, como Yugoslavia, Afganistán, Libia y Siria, a los que hay que añadir las guerras de Arabia Saudita contra Yemen e Israel contra Palestina, ambas respaldadas por Estados Unidos.

Hizo su sermón moralista e hipócrita para encubrir el hecho de que, frente a una declaración explícita de que una gran crisis internacional estaba conduciendo hacia una guerra nuclear, Biden no tiene absolutamente ninguna propuesta para evitar tal catástrofe.

En el punto álgido de la Guerra Fría, en la década de 1960, el presidente estadounidense John F. Kennedy declaró: “Nunca negociemos por miedo. Pero nunca temamos negociar”. Cuando estalló la crisis de los misiles en Cuba, tanto Kennedy como el primer ministro soviético Nikita Khrushchev hicieron esfuerzos concertados para alejarse del borde y apenas lograron evitar una guerra nuclear.

Por el contrario, ante lo que es posiblemente una amenaza más abierta y explícita del uso de armas nucleares que en cualquier otro momento de la Guerra Fría, Estados Unidos y sus aliados rechazan totalmente que la guerra tenga un resultado que no sea la realización de los objetivos militares de Ucrania. Esto solo lo pueden explicar la crisis y la desesperación de la clase gobernante.

Putin, como representante de la burguesía rusa, está avanzando hacia el callejón sin salida histórico de las políticas del nacionalismo ruso. Ante las desastrosas consecuencias de la disolución de la Unión Soviética, mientras perseguía la ilusión de que Rusia sería acogida en la “comunidad de naciones”, la oligarquía rusa se enfrenta ahora a la realidad del imperialismo.

Las potencias imperialistas están, a su manera, igual de desesperadas. La burguesía de EE.UU. y las potencias europeas está sentada sobre un polvorín social, gobernando a clases trabajadoras cuyos niveles de vida se han ido deteriorando por décadas y que están cada vez más insatisfechas con el orden capitalista, que solo les promete explotación y miseria.

La Casa Blanca y la OTAN, oliendo la sangre en el agua tras la debacle militar de Rusia, actúan de forma cada vez más descontrolada, asumiendo riesgos masivos. El tono triunfalista en los medios de comunicación fue expresado por The Economist, que proclamó que la “victoria” en Ucrania podría asegurarse si Estados Unidos proporciona aún más armas al país, como el misil ATACMS de mayor alcance.

O bien están convencidos de que la amenaza de una guerra nuclear es ficticia, o bien la posibilidad de una guerra termonuclear no es algo que les preocupe excesivamente. Habiendo marchado hasta el borde del abismo, la respuesta de la clase dirigente estadounidense es: “¡Adelante con la victoria!”.

La desesperación de los imperialistas se mezcla con el autoengaño, hasta el punto de que es imposible saber dónde acaba una cosa y empieza la otra. Por un lado, afirman que Putin es un “monstruo” y un loco que usaría armas de destrucción masiva en un santiamén. Por otro lado, descartan el peligro de una guerra nuclear, como resumió el primer ministro holandés Mark Rutte al declarar que la “retórica de Putin sobre las armas nucleares no nos afecta”.

Incluso si se evita lo peor, y la situación no desciende a una guerra nuclear, la escalada amenaza con matar a cientos de miles de personas y sumir en la pobreza y desplazar a millones más, incluidos los trabajadores de Ucrania, que son vistos por las potencias imperialistas como totalmente prescindibles en su conflicto con Rusia.

Nadie en los medios de comunicación se ha molestado en preguntarle a Biden cuántas vidas está dispuesto a sacrificar en la persecución de los imperativos geoestratégicos del imperialismo estadounidense. Sin embargo, la respuesta es evidente dada la respuesta de la clase gobernante a la pandemia del COVID-19, considerando la muerte de un millón de personas como un costo aceptable para garantizar que las operaciones de lucro de las empresas estadounidenses no se vieran afectadas.

La única manera de salir de esta desastrosa espiral de escalada es mediante la intervención de las masas en la crisis. Existe una poderosa fuerza social capaz de oponerse a la guerra imperialista: la clase obrera internacional. La guerra va acompañada de un ataque generalizado al nivel de vida de los trabajadores de todo el mundo, incluyendo una caída en picada de los salarios reales.

La crisis creada por el colapso de los niveles de vida ha llevado a una ola global de luchas de clases, como lo demuestra poderosamente el movimiento de los trabajadores ferroviarios en los EE.UU., así como el estallido de huelgas en toda Europa, América Latina, Oriente Próximo y África.

La clase obrera debe rechazar tanto el belicismo de las potencias imperialistas como la respuesta reaccionaria del régimen de Putin y la oligarquía rusa. Al entrar en lucha, los trabajadores de todo el mundo deben avanzar la exigencia del fin de la guerra. A la política de guerra mundial de la clase dominante, los trabajadores deben contraponer la estrategia de la guerra de clases y la lucha por la transformación socialista de la sociedad.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de septiembre de 2022.)

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