Una semana después de que el presidente estadounidense Trump lanzara su guerra económica contra el mundo bajo el lema de los supuestos “aranceles recíprocos”, a partir de hoy se impondrá un arancel del 104 por ciento a las mercancías procedentes de China.
Esto se produce tras la decisión de Trump de imponer un arancel adicional del 50 por ciento a China, después de que esta última impusiera un arancel del 34 por ciento a productos estadounidenses en respuesta a la decisión anterior de Washington de imponer aranceles del 54 por ciento la semana pasada.
Si se consideran los aumentos arancelarios anteriores, aplicados durante el primer mandato de Trump y mantenidos por el presidente Biden, el nivel de los aranceles contra China alcanza ahora aproximadamente el 120 por ciento. Nunca antes se había presenciado algo parecido.
Las últimas medidas han provocado una firme respuesta de Pekín.
Un portavoz del Ministerio de Comercio declaró:
Si Estados Unidos prosigue con la implementación de estas medidas arancelarias incrementadas, China tomará contramedidas decididas para salvaguardar sus propios derechos e intereses.
Si Estados Unidos insiste en seguir su propio camino, China luchará hasta el final.
Mientras otros países han buscado negociar y entablar conversaciones, Pekín se prepara para una gran batalla. El conflicto total entre las dos principales economías del mundo se sentirá en todo el planeta, con implicaciones enormes para todos los países, aún más de lo que ya lo tiene.
El representante del ministerio calificó la escalada arancelaria como:
un error agravado por otro error que vuelve a exponer el carácter coercitivo de la parte estadounidense. China nunca aceptará esto.
La guerra económica contra China ha arrastrado a los países del sudeste asiático, que se han visto afectados por algunos de los aranceles más altos: Malasia con un 24 por ciento, Vietnam con un 46 por ciento, Camboya con un 49 por ciento, Indonesia con un 32 por ciento y Tailandia con un 37 por ciento. Estos aranceles amenazan con devastar sus economías.
El objetivo de estas medidas no es igualar o equilibrar el comercio entre Estados Unidos y estos países. Ni siquiera los funcionarios del gobierno de Trump, en sus momentos más delirantes, creen que eso sea remotamente posible, ya que los países involucrados no cuentan con la capacidad económica para lograrlo.
Los aumentos arancelarios en la región obedecen a dos propósitos: uno económico y otro geopolítico.
Tras la primera ronda de aumentos arancelarios de Trump contra China durante su primera administración, muchas empresas trasladaron parte de sus operaciones dirigidas al mercado estadounidense hacia esta región bajo una estrategia denominada “China Plus One”, con el fin de evitar los aranceles. Ese camino se ha cerrado ahora.
Los objetivos geopolíticos son el resultado de una evolución que se ha desarrollado durante la última década y media.
Desde que el presidente Obama lanzara su “giro hacia Asia” anti-China en 2011, anunciado desde el parlamento australiano, muchos países de la región han tratado de mantener un acto de equilibrio entre China, con la que están profundamente vinculados económicamente, y Estados Unidos.
La guerra arancelaria de Trump contra ellos constituye una declaración de que se acabaron los tiempos de tales maniobras. Deben dejar de estar “entre dos aguas” y alinearse con Estados Unidos en su creciente impulso bélico contra Pekín, o sufrirán las consecuencias.
Puede que haya negociaciones con ellos respecto a los aranceles. Pero cualquier conversación irá más allá de lo económico, ya que, como ha declarado el régimen de Trump, cualquier reducción de los aranceles requerirá que los países “se alineen con Estados Unidos en asuntos económicos y de seguridad nacional”, siendo China el tema principal entre ellos.
Mientras Trump libra su guerra contra el mundo, ya se producen reacciones significativas en la economía real y en el frágil sistema financiero de Estados Unidos.
Hasta ahora, los aumentos arancelarios han supuesto un golpe masivo tanto para los consumidores, que compran una amplia gama de bienes por valor de miles de millones de dólares provenientes de China, como para las empresas que dependen de importaciones de China y muchos otros países para sus procesos de producción.
Casi la mitad de las importaciones estadounidenses son bienes intermedios utilizados por empresas de EE.UU. para producir bienes finales. En el pasado, los aranceles se aplicaban a productos terminados. Pero eso ha cambiado con el desarrollo de la producción globalizada durante los últimos cuarenta años.
Toda la estructura de costos de las empresas estadounidenses, grandes y pequeñas, se ha elevado, lo que significa que, para contrarrestar este efecto —de la única manera posible bajo el sistema capitalista— deben implementar programas de reducción de costos mediante despidos, al tiempo que intensifican la explotación de quienes permanecen en sus puestos para mantener las ganancias. Este proceso ya ha comenzado, con despidos inducidos por los aranceles ya en marcha.
El efecto más palpable hasta ahora de la guerra arancelaria ha sido en los mercados financieros. Wall Street experimentó el jueves y viernes pasados su cuarta mayor caída en el período de posguerra, cuando se borraron billones de dólares en capitalización bursátil.
En una jornada caótica el lunes, el mercado terminó con pérdidas leves.
Pero la liquidación continuó ayer. El índice S&P 500 cayó un 1,6 por ciento, mientras que el NASDAQ cayó un 2 por ciento.
Estas violentas caídas bursátiles provocaron un enfrentamiento verbal entre dos figuras clave del entorno de Trump: Elon Musk, el multimillonario al frente de DOGE, y Peter Navarro, consejero principal en comercio y manufactura, y el principal halcón anti-China.
Ayer por la mañana, Musk calificó a Navarro de “idiota” y “más tonto que un saco de ladrillos”, después de que Navarro dijera en una entrevista televisiva que Musk era solo un “ensamblador de autos” y que, al oponerse al nuevo régimen arancelario, “solo estaba protegiendo sus propios intereses”.
El ataque de Musk expresa la oposición de sectores de la oligarquía financiera que temen que las medidas de Trump acaben con la gallina de los huevos de oro. Sus inmensas fortunas no se han forjado en el aislamiento económico de EE.UU., sino que han sido acumuladas aprovechando la globalización en su beneficio.
Y un factor clave en la acumulación de su riqueza ha sido la supremacía del dólar, que ha permitido a EE.UU. acumular deudas a niveles históricamente sin precedentes, posibilitando la acumulación de enormes fortunas mediante el parasitismo y la especulación.
Pero el aislacionismo económico promovido por Trump, con Navarro desempeñando un papel central, pone en duda el papel global del dólar.
Además de la continua liquidación en los mercados, ha habido un desarrollo financiero sumamente significativo que indica que podría estar gestándose una nueva crisis.
La respuesta inicial al aumento de los aranceles fue una caída en el rendimiento de los bonos del Tesoro, producto de la compra por parte de inversores que buscaban un refugio seguro, temiendo que las medidas de Trump provocaran una recesión. [Los precios de los bonos y los rendimientos tienen una relación inversa, es decir, cuando la demanda de bonos aumenta, su rendimiento disminuye.]
Pero el lunes y de nuevo ayer, el movimiento fue en sentido contrario. El lunes, el rendimiento del bono del Tesoro a 10 años aumentó en 0,19 puntos porcentuales, la subida más alta en un día desde el 22 de septiembre. Ayer, en medio de lo que se describió como una subasta “débil” para la compra de 58.000 millones de dólares en nueva deuda gubernamental, el rendimiento subió otros 0,11 puntos porcentuales.
En un mercado en el que los movimientos suelen ser mínimos, un aumento total del 0,3 por ciento es considerado significativo.
Según el Financial Times:
La liquidación del martes es el último signo de cómo algunos inversores están deshaciéndose incluso de activos de muy bajo riesgo mientras los aranceles de Trump sobre sus principales socios comerciales provocan una intensa volatilidad en los mercados.
Una de las fuerzas impulsoras de esta liquidación es el aumento en las llamadas de margen realizadas por los bancos, que financian a fondos especulativos y otros operadores del mercado. A cambio del crédito que les otorgan, les exigen que depositen efectivo. Pero a medida que cae el valor de los activos en poder de los fondos, los bancos exigen —mediante una llamada de margen— que depositen aún más dinero.
El viernes pasado se informó que algunos fondos especulativos recibieron las mayores llamadas de margen desde el inicio de la pandemia en 2020. Esto ha provocado una carrera por el efectivo, ya que los fondos deben entregar dinero a los bancos para mantener sus líneas de crédito, de las cuales dependen.
El peligro es que, como muchos de estos fondos operan bajo modelos de negocios muy similares, y con la caída generalizada de los precios de las acciones y otros activos financieros, esta carrera por el efectivo pueda desencadenar una venta masiva generalizada y dar lugar a una crisis financiera.
La oligarquía financiera está tomando la profundización de la crisis muy en serio.
La clase trabajadora debe hacer lo mismo. Y aún más, porque, a diferencia de las élites gobernantes que desarrollarán mecanismos de protección, la clase trabajadora no dispone de ningún “rescate” dentro del sistema capitalista.
Debe, por lo tanto, hacer una evaluación sobria de la situación y, con base en ello, desarrollar la estrategia política necesaria para luchar por sus intereses independientes.
Esa evaluación debe comenzar con la comprensión de que la actual “locura” no es producto de la mente febril de Trump. Él es solo la expresión más flagrante de la profunda irracionalidad del sistema capitalista que representa.
Esta irracionalidad —las destructivas guerras comerciales y económicas, el creciente peligro de una tercera guerra mundial, la permanente amenaza de una crisis financiera devastadora, la perspectiva de una depresión y una interminable lista de otras calamidades y peligros— en condiciones en las que existen los recursos materiales y la productividad del trabajo ha alcanzado niveles que permiten el avance de la humanidad, significan que el sistema capitalista se ha vuelto históricamente obsoleto y debe ser abolido.
A quienes los dioses quieren destruir, primero los vuelven locos, se ha dicho.
Pero el sistema capitalista no será derrocado automáticamente. Solo puede ser abolido conscientemente mediante la lucha política de la clase trabajadora en la lucha por el socialismo internacional.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 8 de abril de 2025)