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Situación posterior

Cuarenta años de la huelga de PATCO: quinta parte

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“Quieren que nos vayamos. Pero no puedes borrar a 12.000 personas del mapa”. —Bob Kenney, controlador en huelga al Bulletin, 26 de octubre de 1981.

“Reagan no solo ganó la batalla. Ganó toda la maldita guerra”. —presidente del UAW, Douglass Fraser.

Piquetes en el aeropuerto metropolitano de Detroit a inicios de la huelga (WSWS Media)

Los trabajadores de PATCO fueron arrojados a las filas de desempleados en medio de la peor crisis social desde la Gran Depresión. Los primeros dos años del Gobierno de Reagan fueron un periodo calamitoso para la clase obrera

La terapia de shock llevada a cabo por el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, por medio de las tasas de interés, creó un remolino en la industria industrial que, para 1982, había hundido fábricas, granjas e incluso ciudades y regiones enteras. Para diciembre de 1981, había 10,7 millones de desempleados, u 8,9 por ciento de la fuerza laboral. En 1982, la tasa de desempleo aumentó a 10,7 por ciento. Se llevaron a cabo 2.696 despidos masivos o cierres de planta, lo que significó la pérdida de más de 1.287.000 empleos. [1]

¿Qué pasó con los cientos de miles de trabajadores despedidos, este rebasamiento de miseria humana respecto al cual los trabajadores de PATCO representaron apenas un diminuto caudal? Se han realizado muy pocos estudios al respecto. En una de las pocas excepciones, un estudio de la Universidad Cornell de 1982 analizó la situación de 4.700 trabajadores despedidos de una planta de Ford en Mahwah, Nueva Jersey, en 1980. La mitad de los trabajadores asalariados seguían desempleados dos años después. Entre aquellos mayores de 40 por ciento, el 61 por ciento estaban desempleados, así como el 72 por ciento de las mujeres. Antes del cierre, el ingreso medio era de $21.600 por año. Dos años después, era menos de la mitad, $10.400. [2]

La miseria a raíz de los despidos masivos se agravó por los presupuestos de guerra de clases más salvajes en la historia moderna. Los presupuestos de 1981 y 1982 de Reagan prendieron fuego a un conjunto de programas que ayudaban a los sectores más vulnerables de la clase obrera: los desempleados, los pobres, los adultos mayores, los niños, los discapacitados, los veteranos de Vietnam, e incluso mineros jubilados que sufrían la enfermedad del pulmón negro. Al mismo tiempo, los presupuestos ofrecían descaradamente recortes masivos de impuestos para los ricos y las empresas, y aumentaban drásticamente el gasto militar. Estas políticas abiertamente de guerra de clases contaron con la asistencia y el impulso del Partido Demócrata, que suministró docenas de veces los votos necesarios para su aprobación. [3]

El objetivo declarado de generar un desempleo masivo era reducir el costo de la mano de obra. Los sindicatos se doblegaron uno a la vez —United Auto Workers (UAW), United Steelworkers (USW), Teamsters, United Rubber Workers, American Federation of Teachers (AFT) y National Education Association (NEA) y muchos más— reabriendo los contratos e imponiendo concesiones a las bases.

El animado contingente de PATCO en el Día del Trabajo en Detroit, 1981 (WSWS Media)

Los contratos vendidos fueron justificados alegando que debían proteger la “competitividad” de los negocios estadounidenses o la solvencia de los distintos niveles del Gobierno. “Acepten estos recortes”, les dijeron los sindicatos a los trabajadores, “o perderán sus trabajos”. Pero los trabajadores perdieron sus empleos de todos modos. Entre 1981 y 1982, la AFL-CIO perdió una hemorragia de 739.000 miembros, en gran medida por despidos. [4]

El catastrófico resultado de la derrota de PATCO para los trabajadores se refleja quizás de la forma más gráfica en el futuro de los trabajadores de la industria de transporte aéreo, cuyos sindicatos cruzaron los piquetes de la huelga de PATCO para sofocar la lucha militante.

A inicios de agosto de 1981, cuando la huelga de PATCO ya estaba en marcha, los ejecutivos de la industria aérea se reunieron con el secretario de Transporte, Drew Lewis, y le urgieron al Gobierno de Reagan que adoptara un horario de viajes de largo plazo “incluso si eso significa que continuarán los límites por varios meses”. Cuando un reportero le preguntó si las aerolíneas podían perder sus ganancias por la huelga y la reducción de vuelos, el salón se llenó de expresiones burlonas, y Lewis sonrió con complicidad. Un historiador concluyó, “[L]a huelga permitió que muchas empresas de transporte tomaran iniciativas que habrían sido imposibles sin la huelga… Las empresas de transporte sacaron provecho para consolidarse y reducir su tamaño”, eliminando rutas, suspendiendo aviones y reduciendo el personal para los vuelos y en las terminales. [5]

La desregulación de las aerolíneas de Kennedy-Carter de 1978 inició una vasta reorganización de la industria. Las viejas aerolíneas fueron destruidas, absorbidas por sus rivales o terminaron en la quiebra, incluyendo Eastern, TWA, Braniff, Pan American, Continental, Republic y Western. El periodo durante la huelga de PATCO fue el peor para la industria aérea, cuyas cuentas en rojo aumentaron a $137 millones en 1980, y $201 millones en el primer trimestre de 1981.

Las aerolíneas, comenzando por Eastern y Braniff, impusieron enormes recortes salariales a miembros de los sindicatos, utilizando la amenaza de despidos si se resistían. El 30 de julio, apenas cuatro días después de que comenzara la huelga de PATCO, el sindicato de pilotos Air Line Pilots Association (ALPA) aceptó $75 millones en recortes. Esto incluía una reducción a tripulaciones de dos personas para Boeing 737 y un aumento en las horas en la cabina de vuelo de 62 a entre 81 y 85 al mes.

Mientras tanto, el presidente del sindicato Air Line Employees Association, Victor Herbert, recibió $98.585 en 1982. El presidente de ALPA, Henry Duffy, se embolsó $246.557 en 1983 y otros $74.737 en “gastos”, convirtiéndolo en el burócrata sindical mejor pagado en EE.UU. Su “primer vicepresidente”, G.A. Pryde, se llevó un salario de $130.818. [6]

El piquete de huelga en el aeropuerto Logan de Boston (WSWS Media)

El fracaso de los sindicatos de la industria aérea en defender PATCO se tradujo en un enorme costo para sus propios trabajadores, pero este no fue el resultado de una política equivocada. Los sindicatos de las aerolíneas, como todos los sindicatos en los años ochenta, estaban ocupados desvinculándose de los trabajadores a quienes supuestamente representaban, haciéndose de nuevas fuentes de riqueza e ingresos. En cada instante, los sindicatos de la industria aérea intercambiaron recortes salariales y en prestaciones por nuevas fuentes de ingresos controlados por la burocracia sindical.

Pan American Airlines vendió 11 millones de acciones en 1981 o el equivalente a una participación de 13 por ciento en la empresa a un Programa de Acciones para Empleados (ESOP, por sus siglas en inglés) que administraba el sindicato. Desarrolló toda una serie de entidades conjuntas obrero-patronales. Pero en 1985, la gerencia no cumplió con los aumentos salariales prometidos.

En 1983, la amenaza de bancarrota indujo una crisis en las negociaciones con cinco sindicatos de Western Airlines. Los sindicatos les dieron enormes concesiones y acordaron eliminar normas laborales. A cambio, recibieron cuatro asientos en la junta directiva de la aerolínea, cuyo futuro estaba condenado, así como una participación en las ganancias y control de acciones. Esto último se basaba en una fórmula según la cual los recortes salariales se “devolverían” a la mitad de su valor en la forma de acciones en la empresa. De este modo, los empleados de Western obtuvieron el 32 por ciento de las acciones de la moribunda aerolínea.

La participación cada vez mayor de los sindicatos en la propiedad directa dio un importante paso en 1985, cuando ALPA, el International Association of Machinists (IAM), y Transport Workers Union (TWU) prepararon las condiciones para la toma de TWA por parte del saqueador de empresas Carl Icahn. Los sindicatos aceptaron concesiones salariales de $20 millones por año a cambio del 20 por ciento de las acciones comunes de TWA y, teóricamente, un 20 por ciento de las ganancias por tres años, así como otras opciones de compra de acciones y una participación en las ganancias de Icahn en caso de vender la aerolínea. El “éxito” de los sindicatos consistió en su habilidad para canjear “concesiones en salarios y condiciones laborales necesarias para atraer capital externo”, como lo señaló un análisis.

Y así continuó.

En 1993, Northwest Airlines negoció $365 millones en recortes salariales por tres años para los pilotos a cambio de la compra de acciones y tres puestos en la junta corporativa.

En 1994, United Airlines intercambió 55 por ciento de la participación de la empresa a los empleados a cambio de un recorte salarial de 16 por ciento para los pilotos y del 10 por ciento para los maquinistas, además de un compromiso de no huelgas por seis años. Los sindicatos también introdujeron a tres miembros en la junta directiva de la compañía.

Quizás la derrota más devastadora de todas fue sufrida por los trabajadores de Eastern Airlines. En diciembre de 1983, los tres sindicatos que representaban a 37.500 empleados (mecánicos, auxiliares de vuelo y pilotos) acordaron a $367 millones en recortes salariales, de 18 a 22 por ciento, a cambio de 25 por ciento de las acciones de la empresa y asientos para cuatro oficiales sindicales en la junta corporativa.

Sin embargo, las dificultades financieras empeoraron y, en 1985, ALPA aceptó un recorte salarial del 20 por ciento, así como un sistema de dos niveles salariales. Aun así, Eastern fue vendida al saqueador de activos Frank Lorenzo y Texas Air, que ya había absorbido Continental, imponiendo masivas concesiones salariales de 50 por ciento ahí.

Lorenzo inmediatamente comenzó a transferir partes de Eastern a sus operaciones de bajos costos de Continental y Texas Air. En meses de negociaciones, el sindicato IAM le suplicó a Lorenzo antes de autorizar una huelga en 1989, y por primera vez en los años ochenta, ALPA se rehusó a cruzar los piquetes de huelga. Pero la AFL-CIO saboteó esta huelga también, avanzando apenas una desmoralizada campaña publicitaria llamada “Justicia en Eastern”. Lorenzo lidió con la huelga simplemente declarando bancarrota. Las cortes y el Gobierno de Bush respaldaron a la corporación y los trabajadores sindicalizados no solo perdieron sus trabajos, sino también sus pensiones y beneficios.

Una desesperada empleada de Eastern le escribió a su congresista de Georgia en 1991:

Nuestros cheques por desempleo se detendrán en julio, Muchos de nosotros nos quedamos sin seguros de salud y vida, y a estas alturas estamos muy cerca de perder nuestros hogares. Muchos de nosotros tenemos cincuenta y tantos años y estamos viendo cómo todo por lo que trabajamos por tanto tiempo y con tanto empeño se desintegra lentamente frente a nosotros.

Controladores de PATCO y simpatizantes en el piquete del aeropuerto de Oakland, California (WSWS Media)

En cuanto a los controladores aéreos de PATCO, la clase gobernante estadounidense nunca los perdonó por la determinada lucha que libraron contra los ataques del Gobierno de Reagan.

El 23 de diciembre de 1982, tan solo dos días antes de navidad y un año antes de la derrota final de la huelga, un juez federal incautó $4 millones en donaciones para las familias necesitadas de los controladores que habían sido puestos en listas negras. Estas donaciones fueron enviadas por trabajadores en EE.UU. e internacionalmente por correo o transferencia bancaria a los huelguistas. El juez admitió que el fondo de caridad no era propiedad del sindicato PATCO, que había quebrado y sido descertificado y que, en cambio, pertenecía a los miembros individuales del sindicato. No obstante, sentenció que esta pequeña cantidad de dinero debía ser entregada a las aerolíneas.

“Permitir el regreso de los dineros del fideicomiso a los miembros del sindicato que han desafiado el derecho establecido sería recompensar a los miembros de PATCO por sus acciones ilegales”, falló el juez Roger M. Whelan.

Para 1986, una tercera parte de los miembros de PATCO ganaba tan poco dinero que sus familias calificaban para asistencia alimentaria. [7] Ese año, el congresista republicano Guy Molinari introdujo una modesta medida que hubiera permitido que 1.000 de los 12.000 trabajadores de PATCO en listas negras aplicaran para trabajos como controladores aéreos de la FAA. La medida fue derrotada en la Cámara de Representantes controlada por el Partido Demócrata, por 226 a 193 votos.

La prohibición de recontratar a los huelguistas de PATCO fue oficialmente levantada por el Gobierno de Clinton en 1993. Resultó ser el acto final de humillación. En cuestión de un año, aproximadamente el 40 por ciento de los controladores en lista negra volvieron a solicitar trabajo con la FAA. Sin embargo, descubrieron que “sus solicitudes fueron procesadas sin preferencia”. Y el año siguiente, en 1994, la FAA impuso un congelamiento sistemático a las contrataciones. Solo recontrató a 37 de los controladores de PATCO.

El sindicato que reemplazó PATCO en la industria aérea, el National Air Traffic Controllers Association (NATCA, Asociación Nacional de Controladores de Tráfico Aéreo), nunca pudo avanzar la mentira de ser un “sindicato libre”. Era una organización creada y controlada por el Estado y compuesta por rompehuelgas. Desde su fundación, prometió que nunca llevaría a cabo una huelga “ilegal” como PATCO, en otras palabras, que nunca autorizaría una huelga del todo.

Las condiciones laborales de los controladores aéreos tan solo empeoraron. De 1981 a 1985, el volumen del tráfico aéreo aumentó de 66,7 millones de vuelos a 71,4 millones de vuelos. En el mismo periodo, el número de controladores aéreos en “nivel de pleno rendimiento” (FPL, por sus siglas en inglés) cayó de 13.205 a 8.315. Para 1988, a pesar del continuo aumento en vuelos, la cifra de controladores FPL era de tan solo 8.904, mucho menor que en 1981. [8]

Las consecuencias de esta severa falta de personal fueron demostradas trágicamente en 2006 en Lexington, Kentucky, cuando un vuelo de Comair se estrelló después de intentar despegar de la pista incorrecta, matando a todos los 47 pasajeros y dos de los tres miembros de la tripulación. Después de informarle al avión la pista correcta, el único controlador aéreo en turno tuvo que pasar a otras tareas, como lo requiere el protocolo de la FAA.

En abril de 2011, cerca del trigésimo aniversario de la huelga de PATCO, la prensa inició un escándalo sobre incidentes en que los controladores aéreos se dormían en el trabajo. El presidente Obama, quien parecía no saber del aniversario de la huelga de PATCO, se unió pronto a esta hipócrita campaña para hacer chivos expiatorios de los controladores.

“Los individuos que se están quedando dormidos en el trabajo, eso es inaceptable”, dijo Obama en su característica forma acusatoria. “El hecho es que, cuando eres responsable de las vidas y seguridad de las personas en el aire, más vale que hagas tu trabajo. Así que, hay un elemento de responsabilidad individual con la que hay que lidiar”.

El caso más significativo ocurrió el 23 de marzo de 2011, cuando el vuelo 2012 de American Airlines de Miami y el vuelo 628 de United Airlines de Chicago, ambos pidieron permiso para aterrizar en el aeropuerto nacional Ronald Reagan de Washington. Después de varios intentos de contactar la torre de control, los vuelos ser vieron obligados a aterrizar sin asistencia. Ninguno de los 165 pasajeros ni las tripulaciones de ninguno de los dos vuelos sufrieron heridas. Después de que este incidente llamara la atención del público, salieron a la luz otros casos de controladores quedándose dormidos durante el año anterior.

Obama no consideró el hecho de que se les estuviera sobreexigiendo a los controladores aéreos. Pero un estudio contemporáneo de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB, por sus siglas en inglés) descubrió que el 61 por ciento de los controladores aéreos tenía horarios de trabajo “contrarios a los patrones normales de sueño”. Un reporte de la prensa en ese entonces resumió una típica semana en la vida de un controlador aéreo: “Un horario podría verse así: el primer día, un comienzo de turno a las 3pm; un segundo día, un comienzo a las 2 pm; un tercer día, 7 am; el cuarto día, 6 am. El trabajador podría regresar a trabajar para un quinto turno a las 10 pm del cuarto día para tener un fin de semana largo, dijo la junta”.

La escasez de personal persiste hasta el día de hoy. El sindicato NATCA, que funciona principalmente como una organización de cabilderos, reporta una grave falta de trabajadores en varias torres de control de EE.UU. En 2019, dijo que la categoría de controlador profesional certificado (CPC) se encontraba en un mínimo de trabajadores de treinta años.

Por su parte, la FAA, informa que hay 14.000 controladores aéreos trabajando en EE.UU., todavía menos que en 1981. La dificultad de aprender la profesión significa que muchos estudiantes nunca completan el entrenamiento de la Academia de la FAA o renuncian después de un periodo corto laborando. NATCA reporta que los controladores “en las instalaciones con la falta de personal más crítica se ven obligados a tiempos extra obligatorios para mantener la capacidad actual”.

Conclusión

La huelga de PATCO anunció el fin definitivo del periodo en el cual prevaleció un relativo compromiso de clases en EE.UU. y otros países industriales avanzados después de finalizar la Segunda Guerra Mundial. Desde ese momento, la clase capitalista ha llevado a cabo una ofensiva sin cuartel para hacer retroceder las conquistas de la clase obrera tras décadas de lucha.

Como lo explicó el Comité Político de la Workers League en una declaración intitulada “La huelga de PATCO: una advertencia para la clase obrera” publicada en el Bulletin apenas 10 días después del inicio de la huelga de PATCO:

La huelga de 13.000 miembros del sindicato Professional Air Traffic Controllers Organization [PATCO] es un punto de inflexión histórico para la lucha de la clase obrera en Estados Unidos e internacionalmente. Es el primer enfrentamiento político importante entre la clase obrera estadounidense y el Gobierno.

Después de décadas en las que la lucha de clases en EE.UU. había sido completamente negada o minimizada, en las que se describía al obrero estadounidense como parte de la clase media, en las que EE.UU. era celebrado como la gran excepción en un mundo de agitación revolucionaria, la huelga de PATCO hizo explotar todos estos mitos.

La huelga de los controladores aéreos ha demostrado que, detrás de la apariencia de estabilidad política y conservadurismo, se han estado acumulando las contradicciones sociales y económicas más irresolubles de cualquier país…

Al mismo tiempo, la mascara de democracia y de gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” se ha caído, y el Estado capitalista está mostrando su verdadero rostro: un instrumento de opresión de las masas al servicio de un diminuto puñado de milmillonarios.

Los trabajadores son arrojados a la cárcel, amarrados de pies y manos con cadenas; su sindicato es descertificado por hacer o que el 95 por ciento de los miembros votó que hiciera; le impusieron multas punitivas para confiscar todos los activos del sindicato y entregárselos al Gobierno o a las aerolíneas; los agentes del FBI y los policías federales monitorean los piquetes de huelga y visitan a los trabajadores en sus hogares para intimidarlos a ellos y a sus familias.

Ante todo, hay que extraer una conclusión política de la huelga de PATCO: lejos de ser una aberración o excepción, revela la verdadera esencia de las relaciones de clases en Estados Unidos.

La clase gobernante está atacando todos los derechos básicos de los trabajadores —los servicios sociales, los empleos, las regulaciones de seguridad, los niveles de vida y ahora el derecho a organizarse en un sindicato— y está recurriendo a los poderes represivos y la violencia del Estado capitalista para llevar a cabo estos ataques.

La clase gobernante depende de los burócratas sindicales para sabotear la lucha de la clase obrera contra el Gobierno. Este sabotaje no solo asume la forma de romper huelgas como con la lucha de los controladores aéreos, sino ante todo de mantener a la clase obrera sin poder político apoyando el sistema capitalista bipartidista.

La primera plana del Bulletin, 7 de agosto de 1981 (WSWS Media)

Los sindicatos y todas las viejas organizaciones de base nacional de la clase obrera han desempeñado el papel decisivo en este retroceso social. La complicidad de la AFL-CIO con el Gobierno de Reagan y su rechazo a las demandas populares de las bases para ampliar la lucha de PATCO marcaron la pauta de todas las luchas obreras de EE.UU. en los años 80 y 90. En un caso tras otro, los sindicatos aislaron, traicionaron y ayudaron a derrotar las huelgas, a pesar de la encarnizada resistencia de la clase obrera.

El mismo proceso se desarrolló en todo el mundo, quizás de forma más similar en el Reino Unido, donde el Congreso de Sindicatos (TUC por sus siglas en inglés) contempló desde el margen en 1985 cómo la primera ministra Margaret Thatcher aplastaba a los mineros del carbón, preparando el escenario para la destrucción de industrias enteres y los niveles de vida de la clase trabajadora.

En todas partes, los viejos partidos laboristas y socialdemócratas abrazaron completamente las exigencias de las élites financieras y ayudaron a llenar los bolsillos de los ricos empobreciendo a los trabajadores. En África, América Latina y Asia, los viejos movimientos de liberación nacional siguieron el mismo camino, desechando los planes de sustitución de importaciones y la industria nacionalizada y compitiendo entre sí para proporcionarle al imperialismo la mano de obra más barata y los recursos naturales más lucrativos de “su” pueblo.

El ejemplo más trascendental de este cambio radical tuvo lugar en la Unión Soviética. Como había advertido León Trotsky más de 50 años antes, la burocracia estalinista acabó por desmantelar las relaciones de propiedad establecidas por la Revolución de Octubre de 1917, convirtiéndose en una nueva clase dominante capitalista.

El lazo que une estos procesos es la transformación de las burocracias obreras y los partidos políticos de base nacional. Pasaron de ser formaciones que, dentro de límites estrechos e históricamente definidos, defendían los intereses de los trabajadores, a ser instrumentos abiertos de opresión de clase. A esto subyace, a su vez, la integración global sin precedentes de la producción, que intensificó la contradicción entre la economía global y el Estado nación y convirtió en impotentes y reaccionarios todos los programas nacionalistas.

En EE.UU., los sindicatos oficiales respondieron conscientemente al declive de la posición económica mundial del capitalismo estadounidense ofreciendo sus servicios a la élite corporativo-financiera, colaborando en el empeño de hacer que las corporaciones estadounidenses fueran globalmente competitivas a expensas directamente de los puestos de trabajo, los salarios y las condiciones laborales de los trabajadores estadounidenses.

A principios de la década de 1990, los sindicatos ya no podían ser considerados de ninguna manera genuina como organizaciones obreras, ni siquiera en un sentido defensivo limitado. Extrayendo las implicaciones del colapso de los sindicatos y la traición contrarrevolucionaria final de la burocracia soviética, la Workers League y sus copensadores en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) tomaron la decisión en los años 90 de transformar sus organizaciones de ligas a partidos. Era el turno del movimiento trotskista mundial, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, de luchar directamente por la dirección de la clase obrera.

Basándose en las lecciones de la historia y en un análisis objetivo de la posición real de los sindicatos en la economía política mundial, el CICI fue capaz de prever que surgiría un nuevo movimiento de la clase obrera, y que necesariamente entraría en conflicto con los aparatos sindicales allí donde todavía existieran. La forma inicial que tomaría, como también lo predijo el CICI, sería una rebelión de las bases.

En abril de 2021, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional lanzó la iniciativa de la Alianza Obrera Internacional de los Comités de Base. La AOI-CB, escribió, “buscará desarrollar el marco para nuevas formas independientes, democráticas y militantes de organización de las bases de trabajadores en las fábricas, las escuelas y los lugares de trabajo a una escala internacional. La clase obrera está lista para luchar. Pero se encuentra amarrada por las organizaciones burocráticas reaccionarias que suprimen toda expresión de resistencia”.

La formación de la AOI-CB ya fue reivindicada en el curso de la lucha, más notablemente por la huelga de los trabajadores de Volvo Trucks en New River Valley, 40 años después de PATCO. Los trabajadores de Dublin, Virginia, formaron un comité de base que derrotó tres contratos y llevó adelante dos huelgas. Los trabajadores acudieron al Partido Socialista por la Igualdad y al World Socialist Web Site en busca de apoyo. Consiguieron el apoyo de los trabajadores del sector automotriz de Estados Unidos y de todo el mundo, incluidas las poderosas expresiones de solidaridad de los trabajadores belgas de Volvo.

El sindicato UAW y Volvo encontraron una prórroga mediante una combinación de fraude electoral y chantaje en una segunda votación sobre el tercer contrato ya rechazado. Pero esto es solo una prórroga. La crisis del capitalismo es mucho más poderosa que los trucos sucios de la burocracia sindical y sus socios corporativos. La huelga contra Volvo ha mostrado un camino para avanzar en la senda de la lucha independiente de la clase obrera y la solidaridad internacional.

Como lo escribió el CICI en su declaración, “¡Qué avance la Alianza Internacional Obrera de los Comités de Base!”:

La lucha contra la pandemia y contra la guerra, la desigualdad, la explotación y la dictadura es una lucha contra todo el orden económico y social capitalista. Los trabajadores de todos los países deben unirse en una ofensiva política común para tomar el poder, expropiar a los oligarcas y establecer una sociedad socialista basada en el control racional, científico y democrático de la producción para el propósito de servir las necesidades sociales, no las riquezas privadas.

Concluído

**

Notas al pie de página

[1] Bensman, David, and Roberta Lynch. Rusted Dreams: Hard Times in a Steel Community. Berkeley: University of California Press, 1989: 3.

[2] Reich, Robert B, and John D Donahue. New Deals: The Chrysler Revival and the American System. Nueva York, NY: Penguin Books, 1986: 260.

[3] Galenson, Walter. The American Labor Movement, 1955-1995. Westport, Connecticut: Greenwood Press, 1996: 134.

[4] Minchin, Timothy J. Labor under Fire: A History of the AFL-CIO since 1979. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2017: 70.

[5] Nordlund, Willis J. Silent Skies: The Air Traffic Controllers’ Strike. Westport, Connecticut: Praeger, 1998: 114.

[6] Troy, Leo, and Neil Sheflin. U.S. Union Sourcebook: Membership, Finances, Structure, Directory, 1985: 4.1-4.32.

[7] Minchin, Labor under Fire: 68.

[8] Nordlund, Silent Skies: 59.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 11 de agosto de 2021)

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