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Perspectiva

El desafío del Primero de Mayo de 2022: ¡La unidad internacional de la clase obrera contra el capitalismo, el patrioterismo y la guerra!

La guerra que inició el 24 de febrero de 2022 es un evento con una importancia histórico-mundial. Como con todos los grandes conflictos, la cuestión de “quién disparó el primer tiro” tiene una relevancia completamente secundaria. El carácter temerario, incompetente y desesperado de la invasión rusa de Ucrania expone el carácter reaccionario y políticamente en bancarrota del régimen de Putin, pero no explica las causas más profundas de la guerra.

El estallido de a guerra en Ucrania había sido anticipado mucho antes. La incansable expansión de la OTAN tras la disolución de la Unión Soviética siempre había estado dirigida contra Rusia. El derrocamiento en febrero de 2014 del Gobierno encabezado por Víktor Yanukóvich por medio de un golpe de Estado organizado y financiado por EE.UU. fue un intento poco sutil para incorporar a Ucrania en la órbita de la OTAN y convertir el país en una rampa de lanzamiento para una guerra futura contra Rusia. Como lo explicó el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en su mitin del Primero de Mayo de 2014:

El propósito de este golpe era llevar al poder a un régimen que coloca a Ucrania bajo el control directo del imperialismo estadounidense y alemán. Los conspiradores en Washington y Berlín entendieron que este golpe de estado llevaría a una confrontación con Rusia. Efectivamente, lejos de intentar evitar una confrontación, tanto en Alemania como en los Estados Unidos creen que se requiere un enfrentamiento con Rusia para la realización de sus intereses geopolíticos de largo alcance.

Instigada por las fuerzas de EE.UU. y la OTAN, esta guerra ya está en marcha. La gran mayoría de las personas que se han quedado sin hogar, han sufrido heridas o incluso muerto no son del todo responsables de las políticas y decisiones que condujeron a la guerra. Pero el sufrimiento de las víctimas inocentes está siendo utilizado cínicamente tanto para bloquear una exposición de los intereses políticos y económicos que causaron la guerra como para fomentar el nivel necesario de odio contra Rusia para intensificar el conflicto.

Según los órganos de propaganda del imperialismo estadounidense y europeo, la invasión rusa de Ucrania ha estremecido la consciencia de todo el mundo, que —según este relato— vivía contentamente en paz hasta que el Kremlin atacó sin provocación alguna a su inocente vecino.

¡Qué mentira tan colosal e hipócrita! Durante los últimos treinta años, Estados Unidos ha estado continuamente en guerra, instigando conflictos en todo el mundo. Estados Unidos, usualmente con el apoyo directo de sus subordinados en la OTAN, ha bombardeado y/o invadido países en Asia central, Oriente Próximo, África, los Balcanes y, por supuesto, el Caribe.

Incluso si uno aceptara la veracidad de todo lo que alega el Gobierno de Biden y la corrupta prensa estadounidense, que regurgita los puntos que la CIA le alimenta, la pérdida de vidas ucranianas, tanto civiles como militares, es varias órdenes de magnitud menor a las muertes atribuibles a las guerras libradas por EE.UU. Según The United States of War de David Vine, un profesor de antropología de la American University:

Se estima que entre 755.000 y 786.000 civiles y combatientes de todos los bandos han muerto solo en Afganistán, Irak, Siria, Pakistán y Yemen desde que las fuerzas estadounidenses comenzaron a combatir en esos países. Esa cifra es unas cincuenta veces mayor que el número de muertos estadounidenses.

Pero ese es solo el número de combatientes y civiles que han muerto en combate. Muchos más han muerto como consecuencia de las enfermedades, el hambre y la malnutrición causadas por las guerras y la destrucción de los sistemas de atención sanitaria, el empleo, el saneamiento y otras infraestructuras locales. Aunque los investigadores todavía están calculando y debatiendo estas muertes, el total como mínimo es de 3 millones, unas doscientas veces el número de muertos en Estados Unidos. Una estimación de 4 millones de muertes podría ser una cifra más precisa, aunque todavía conservadora.

Mientras tanto, fueron destrozados barrios, ciudades y sociedades enteras por las guerras dirigidas por Estados Unidos. El número total de heridos y traumatizados se eleva a decenas de millones. En Afganistán, las encuestas han indicado que dos tercios de la población pueden tener problemas de salud mental, con la mitad sufriendo ansiedad y uno de cada cinco con trastorno de estrés postraumático. En 2007, en Irak, el 28 por ciento de los jóvenes estaban desnutridos, la mitad de los que vivían en Bagdad habían sido testigos de un acontecimiento traumático importante y casi un tercio tenían diagnósticos de trastorno de estrés postraumático. En 2019, es probable que más de 10 millones de personas hayan sido desplazadas de sus hogares solo en Afganistán, Irak, Yemen y Libia, convirtiéndose en refugiados en el extranjero o en desplazados internos dentro de sus países.

Además de los daños humanos, los costes financieros de las guerras posteriores a 2001 dirigidas por Estados Unidos son tan grandes que resultan casi incomprensibles. A finales de 2020, los contribuyentes estadounidenses ya han gastado o deberían esperar gastar un mínimo de 6,4 billones de dólares en las guerras posteriores a 2001, incluyendo las futuras prestaciones a los veteranos y el pago de los intereses del dinero prestado para pagar las guerras. Es probable que los costes reales asciendan a cientos de miles de millones o billones más, dependiendo de cuándo terminen realmente estas guerras aparentemente interminables. [pp xvii-xix]

De hecho, no hay un fin a la vista. El anuncio de Biden en abril de 2021 de que pondría fin a la “guerra eterna” en Afganistán fue una cubierta cínica para el redespliegue estratégico de las fuerzas militares estadounidenses en preparación para un conflicto directo con Rusia y China.

Todas las guerras de las últimas tres décadas se han justificado con mentiras descaradas, siendo tan solo la más famosa la acusación contra Irak de tener “armas de destrucción masiva”, y en violación directa del derecho internacional.

En el Juicio de Crímenes de Guerra de Nuremberg en 1946, los líderes nazis fueron sometidos a juicios y condenados bajo el cargo de “crímenes contra la paz”, que consistía en iniciar guerras como instrumento de política estatal en vez de ser una respuesta a una amenaza inmediata o inminente de un ataque militar. Las guerras del imperialismo estadounidense pertenecen a esta categoría jurídica penal de crímenes contra la paz, en otras palabras, guerras iniciadas y libradas en busca de objetivos políticos.

El contexto histórico y político global de los atropellos del imperialismo estadounidense a nivel mundial es profundamente relevante al entendimiento de la guerra en curso.

La disolución de los regímenes estalinistas en Europa del este y, finalmente, de la URSS entre 1989 y 1991 eliminaron los ya pocos amarres del uso del poderío militar estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial. Como lo proclamó el presidente George Herbert Walker Bush en 1991, con el apoyo de Mijaíl Gorbachov cuando la Unión Soviética daba su último paso hacia la disolución y la restauración del capitalismo, Estados Unidos estaba decidido a crear un “nuevo orden mundial”.

Este proyecto estuvo impulsado por imperativos poderosos y objetivos de carácter económico y geoestratégico. A diferencia de las narrativas posteriores a 1991 que han presentado a EE.UU. como el inevitable triunfador de la guerra fría, las décadas que precedieron la disolución de la URSS fueron un periodo en que se aceleró el declive estadounidense.

La supremacía global económica ejercida por EE.UU. en 1945 se deterioró sustancialmente en los años sesenta, setenta y ochenta. El cimiento del dominio económico global de EE.UU. —la paridad fija de 35 dólares con una onza de oro que fue establecida en la Conferencia de Bretton Woods de 1944— se volvió insostenible cuando se deterioró el balance comercial de EE.UU. En agosto de 1971, EE.UU. eliminó unilateralmente esta conversión.

El deterioro de la posición económica global de EE.UU. se agravó por los estallidos militantes de la lucha de clases dentro del país. El movimiento masivo de la clase obrera negra por los derechos civiles como una expresión poderosa de este proceso. Al mismo tiempo, el esfuerzo sangriento del imperialismo estadounidense para aplastar el movimiento anticolonial de masas en gran parte del mundo —más brutalmente en Vietnam— radicalizó a amplios sectores del estudiantado y dio origen a un inmenso movimiento contra la guerra.

El periodo de 1960 a 1990 en EE.UU. se caracterizó por inestabilidad política y polarización social. Los disturbios urbanos, los movimientos de protesta masivos, los asesinatos políticos y las huelgas violentas y prolongadas eran aspectos comunes de la realidad estadounidense entre estos años.

El régimen estalinista en la URSS sufrió una crisis paralela a la del imperialismo estadounidense. No cabe duda de que la Unión Soviética, tras salir victoriosa frente a la Alemania nazi, si bien con un impactante costo en vidas humanas, logró importantes avances después de la Segunda Guerra Mundial. Pero la paradoja fundamental e inescapable de la Unión Soviética fue que el crecimiento y la mayor complejidad de su economía intensificaron la crisis del sistema estalinista en su conjunto, ya que se basaba en el programa nacionalista del “socialismo en un solo país”.

A pesar de las impresionantes tasas de crecimiento alcanzadas por la Unión Soviética en las dos décadas posteriores a la guerra, al concepto de un camino nacional hacia el socialismo lo contradecía la realidad objetiva del mercado mundial y la división internacional del trabajo. Los desbalances y el bajo nivel de productividad que hacían estragos en la economía soviética demostraban al extremo la contradicción que afecta todos los países entre la economía global y el sistema de Estados nación.

El desarrollo de la economía soviética necesitaba el acceso a los recursos de la economía global. Pero este acceso solo podía lograrse en una de dos formas: 1) el abandono del principio de planificación, la reintroducción del capitalismo, la disolución de la URSS y la integración de sus distintas partes en el sistema capitalista mundial o 2) la conquista del poder por parte de la clase obrera, ante todo en los países capitalistas avanzados y, a partir de ello, la abolición de las fronteras nacionales y el desarrollo de una planificación económica democrática y científicamente guiada a escala global.

La última alternativa era imposible dentro del marco de un régimen estalinista. La política nacionalista de la Unión Soviética estaba irremediablemente arraigada en los intereses materiales de la burocracia del Kremlin. Su abuso sistemático del poder era un medio para mantener un acceso privilegiado a los recursos de la Unión Soviética. El Kremlin estaba horrorizado ante la aparición de un movimiento revolucionario de la clase obrera que amenazara su poder.

La muerte de Stalin en 1953 sembró ilusiones de que el régimen del Kremlin instituiría reformas amplias que renovarían el socialismo en la URSS y su triunfo internacional. Este rechazo a la insistencia de Trotsky en el carácter contrarrevolucionario del estalinismo y la necesidad de una revolución política fue una característica teórica y política del revisionismo pablista.

Pero la respuesta soviética brutal al levantamiento en Alemania Oriental de 1953 y a la Revolución húngara de 1956, la masacre de trabajadores en Novocherkassk en 1962 y la invasión de Checoslovaquia en 1968 demostraron de forma sangrienta que la burocracia del Kremlin no toleraría un desafío socialista revolucionario a su dominio.

Cuando se volvió evidente, especialmente durante el movimiento Solidaridad en Polonia de 1980-81 (que contenía un potencial auténticamente revolucionario al inicio), que el movimiento contra la burocracia no podía ser sofocado, el Kremlin comenzó a perseguir activamente una solución contrarrevolucionaria a la crisis sistémica de la economía soviética: es decir, la disolución de la Unión Soviética y la restauración del capitalismo.

La selección de Gorbachov como líder del parido en 1985 y la introducción de perestroika marcaron el comienzo del fin del clímax de la contrarrevolución estalinista contra la Revolución de Octubre.

Un elemento esencial de la política de Gorbachov fue su rechazo explícito a la identificación formal de la Unión Soviética con la lucha de clases y la oposición al imperialismo. En 1989, en un libro intitulado Perestroika versus socialismo, el Comité Internacional explicó:

Los rasgos distintivos de la nueva política exterior soviética son el repudio incondicional del socialismo internacional como objetivo a largo plazo, la renuncia a toda solidaridad política entre la Unión Soviética y las luchas antiimperialistas en todo el mundo, y el rechazo explícito de la lucha de clases como factor relevante en la formulación de la política exterior. Los cambios en la política exterior soviética están inseparablemente ligados a la integración en curso de la economía en la estructura del capitalismo mundial. Los objetivos económicos del Kremlin exigen que la Unión Soviética renuncie de forma enfática e incondicional a cualquier asociación persistente entre su política exterior y la lucha de clases y el antiimperialismo en cualquiera de sus formas. Por esta razón, Gorbachov eligió las Naciones Unidas como foro para su declaración, en diciembre de 1988, de que la Revolución de Octubre de 1917, al igual que la Revolución Francesa de 1789, pertenecen a otra época histórica y son irrelevantes para el mundo moderno.

En la prensa soviética aparecen regularmente artículos que denuncian la política exterior de los anteriores dirigentes del Kremlin, no por su traición a los intereses del proletariado internacional, sino por haber sido demasiado hostiles a Estados Unidos. En la medida en que la política exterior soviética reflejaba algún antagonismo hacia el imperialismo, es ridiculizada como una forma de irracionalismo político. El estallido de la guerra fría no se atribuye ahora a la agresión imperialista, sino a la adhesión de la URSS a una ideología dogmática anticapitalista.

La revocación contrarrevolucionaria y fundamental del marxismo por parte del estalinismo —la afirmación de que el socialismo podía construirse dentro de un marco nacional— fue sustituida por el régimen de Gorbachov con el argumento no menos fraudulento e ignorante de que, al abandonar sus pretensiones socialistas, Rusia gozaría de grandes riquezas y se integraría pacíficamente en las estructuras del sistema capitalista mundial. Rusia no tenía nada que temer del imperialismo, al cual descartaron como una invención ideológica del marxismo. Andréi Kozyrev, un joven del aparato burocrático soviético, fue una de las personas que se pronunció más vigorosamente a favor de este argumento. Escribió en 1989:

Si uno echa un vistazo a la burguesía monopolista de Estados Unidos en su conjunto, muy pocos de sus grupos, y ninguno de los principales, están relacionados con el militarismo. Ya no es necesario hablar, por ejemplo, de una lucha militar por los mercados o las materias primas ni por la división y reparto del mundo.

Al releer estas palabras hoy, en medio de la catástrofe de la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, uno no puede dejar de asombrarse por el nivel de engaño y autoengaño que reinaba dentro de la burocracia y la nomenklatura soviéticas mientras destrozaban temerariamente a la URSS. Pero el engaño y el autoengaño fueron el producto de los intereses materiales de la burocracia, ya que buscaba dejar de ser una casta privilegiada y transformarse en una clase dominante. En cuanto a Kozyrev, pasó a ser ministro de Asuntos Exteriores bajo Yeltsin, funcionando como agente ex officio del imperialismo estadounidense.

Estados Unidos veía la disolución de la Unión Soviética como una oportunidad histórica para emplear su indudable supremacía militar y contrarrestar su prolongado declive económico. Utilizaría el “momento unipolar” –la ausencia de cualquier competidor militar creíble— para establecer la hegemonía mundial indiscutible de Estados Unidos.

Pero este proyecto ha resultado más difícil de lo que esperaban la Casa Blanca y los estrategas del Pentágono. Las guerras instigadas por Estados Unidos se han saldado con un humillante fracaso. Estados Unidos no logró ninguno de sus objetivos estratégicos con los sangrientos conflictos en Oriente Próximo y Asia central. Además, mientras Estados Unidos estaba empantanado en sus “guerras eternas”, China surgía como un importante competidor económico y potencialmente militar de Estados Unidos.

La lucha por la hegemonía se ha visto aún más socavada por una serie de crisis económicas devastadoras. El derrumbe de Wall Street de 2008 llevó a todo el sistema capitalista mundial al borde del colapso, que solo se evitó con un rescate desesperado que requirió la inyección de billones de dólares en el sistema financiero. Sin embargo, al no resolver los problemas subyacentes que condujeron a la crisis de 2008, en 2020 se necesitó un rescate aún mayor para detener otra caída del mercado desencadenada por el inicio de la pandemia COVID-19.

La pandemia, que ha provocado un millón de muertes en Estados Unidos y aproximadamente 20 millones en todo el mundo, ha puesto de manifiesto la disfuncionalidad del sistema capitalista, que es incapaz de responder de forma progresista a ninguna crisis social importante. En este sentido, no hay ninguna diferencia fundamental entre los regímenes de Washington y Moscú. Las úlceras gangrenosas de la sociedad estadounidense—la más desigual del mundo— han llevado a todo el sistema político al punto de quiebre. El 6 de enero de 2021, la estructura constitucional existente en Estados Unidos estuvo a punto de ser derrocada en un golpe de Estado fascistizante organizado por el presidente del país.

Mientras se presenta arrogantemente como líder del “Mundo Libre”, la supervivencia de incluso la pretensión de la democracia en Estados Unidos, como el propio Biden lo admitió recientemente, se ha puesto en tela de juicio. Lejos de dar marcha atrás en su búsqueda de hegemonía mundial ante sus fracasos, Estados Unidos recurre a acciones cada vez más extremas y peligrosas. De hecho, la gravedad de sus problemas internos se ha vuelto en un importante factor en el impulso de EE.UU. a tomar medidas que antes había considerado impensables, como el uso de armas nucleares.

¿Por qué Estados Unidos, utilizando a Ucrania como intermediaria, ha instigado esta guerra contra Rusia? Lenin analizó la Primera Guerra Mundial como un intento de las potencias imperialistas de repartirse el mundo. Esta definición es un punto de partida básico para entender por qué Estados Unidos, al frente de la alianza de potencias imperialistas de la OTAN, está librando una guerra contra Rusia. En el contexto actual, el reparto del mundo significa el control imperialista directo del vasto territorio de Rusia, el país más grande del mundo.

En la medida en que la Unión Soviética conservó incluso una identificación formal con el socialismo y la oposición al imperialismo, su disolución eliminó lo que se consideraba un desafío a la legitimidad ideológica y económica del sistema capitalista mundial dominado por Estados Unidos. El régimen posterior a 1991 abrió la economía rusa a la inversión capitalista extranjera. Pero el Estado ruso seguía ocupando gran parte del territorio estratégico mundial de Eurasia. Además, los oligarcas rusos que tomaron control de la economía nacional pudieron limitar el acceso del imperialismo estadounidense y europeo a los recursos de Rusia.

Pero el acceso ilimitado a los recursos estratégicos de Rusia y el control de su territorio son pasos críticos del proyecto de hegemonía estadounidense, en dos aspectos.

En primer lugar, la riqueza real de los recursos de Rusia se estima en decenas de billones de dólares. Además de su valor monetario, muchos de estos metales y minerales son materiales estratégicos por ser esenciales para las economías industriales avanzadas del siglo veintiuno.

Rusia es un prácticamente un tesoro de recursos naturales valiosos, con vastas reservas –en algunos casos las mayores del mundo— de petróleo, gas natural, madera, cobre, diamantes, oro, plata, platino, zinc, bauxita, níquel, estaño, mercurio, manganeso, cromo, tungsteno, titanio y fosfatos. Aproximadamente una sexta parte de los yacimientos de mineral de hierro del mundo se encuentran en la anomalía magnética de Kursk, cerca de la frontera con Ucrania. Otros metales raros que existen en cantidades importantes en Rusia son el cobalto, el molibdeno, el paladio, el rodio, el rutero, el iridio y el osmio. Rusia es también una fuente importante de uranio y tierras raras. Estas últimas se han convertido en una fuente importante de competencia geopolítica mundial.

El hecho de que exista un intenso conflicto por el acceso a estos recursos críticos es bien conocido por los expertos en geoestrategia mundial. Pero el debate sobre las materias primas y el control de las riquezas de Rusia no llega a los medios de comunicación masivos, en línea ni impresos, porque prefieren hacer creer a la opinión pública que el imperialismo estadounidense y europeo están librando una lucha noble y desinteresada en nombre de la democracia ucraniana, incluso si esto implica armar lamentablemente a los fascistas del Batallón Azov.

En segundo lugar, el control físico del territorio ruso es vital un enfrentamiento con China, que Washington considera inevitable. Cuando llegue el momento de una guerra abierta, invocará la defensa de los uigures contra la persecución “genocida” de China así como invoca hoy la acusación de “genocidio” de los ucranianos contra Rusia.

Sin duda, el énfasis en la importancia de las materias primas como factor principal en la instigación de la guerra contra Rusia será ridiculizado como un ejemplo de “marxismo vulgar”. Sea como fuere, en su estudio del imperialismo Lenin puso un inmenso énfasis en la lucha de las potencias imperialistas por asegurarse el control de las fuentes de materias primas. Escribió: “Cuanto más se desarrolla el capitalismo, más fuertemente se siente la escasez de materias primas, más intensa es la competencia y la caza de fuentes de materias primas en todo el mundo, más desesperada es la lucha por la adquisición de colonias”.

Lenin relacionó el afán por obtener el acceso y el control de las materias primas con la toma de territorios y destacó, como elemento esencial del imperialismo, la importancia de las anexiones.

Por supuesto, hay muchas formas de control territorial, sin llegar a una anexión abierta, que permiten a los imperialistas mantener el espejismo de la independencia del país sometido. Pero el espejismo no es la realidad. El imperialismo estadounidense y sus aliados de la OTAN esperan que el resultado final del conflicto, aunque se prolongue, sea la destrucción de Rusia en su forma actual.

El cambio a una política altamente agresiva fue reportado por el Washington Post el 16 de abril:

Casi dos meses después del brutal asalto de Vladimir Putin a Ucrania, la Administración de Biden y sus aliados europeos han comenzado a planificar un mundo muy diferente, en el que ya no intentan coexistir y cooperar con Rusia, sino que buscan activamente aislarla y debilitarla como una cuestión de estrategia a largo plazo.

En la OTAN y la Unión Europea, así como en el Departamento de Estado, el Pentágono y los ministerios aliados, se están elaborando planes para consagrar nuevas políticas en prácticamente todos los aspectos de la política de Occidente hacia Moscú, desde la defensa y las finanzas hasta el comercio y la diplomacia internacional (“Estados Unidos y sus aliados planean un aislamiento a largo plazo de Rusia”).

¿Cuáles son las implicaciones estratégicas de abandonar los esfuerzos para “coexistir y cooperar con Rusia”? Si EE.UU. y sus aliados de la OTAN piensan que no es posible “coexistir” con Rusia, la conclusión es que están decididos a destruirla. El “mundo diferente” vislumbrado por las potencias imperialistas —y por el cual están dispuestas a arriesgar una guerra nuclear y las vidas de cientos de millones— es uno en el que Rusia no existiría en su forma actual.

La guerra en Ucrania revela ahora plenamente las consecuencias catastróficas de la traición estalinista a la Revolución de Octubre. Esta traición comenzó con el repudio del programa de internacionalismo socialista en el que Lenin y Trotsky basaron la conquista del poder de la clase obrera en octubre de 1917 y el posterior establecimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922. El programa antimarxista del “socialismo en un solo país”, dado a conocer por Stalin en 1924, fomentó el resurgimiento del patrioterismo de la Gran Rusia que socavó la unidad de las repúblicas socialistas y fortaleció a los elementos reaccionarios, antisoviéticos y abiertamente fascistas, especialmente en Ucrania, una nación, brutalmente oprimida bajo el zarismo y que también fue la cuna de muchos de los más grandes líderes del movimiento obrero revolucionario, incluido León Trotsky.

La disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991 fue la culminación de la contrarrevolución estalinista. La clase obrera rusa, ucraniana e internacional, que ahora se enfrenta a sus consecuencias, debe extraer de esta inmensa experiencia histórica las lecciones políticas necesarias.

En una carta a un socialista ruso publicada en el World Socialist Web Site el 2 de abril, el Comité Internacional explicó los principios fundamentales de su oposición a la invasión rusa de Ucrania, a pesar de la instigación del conflicto por parte de los Estados Unidos. El movimiento trotskista, decía la carta, “no basa su estrategia en el tipo de concepciones pragmáticas de base nacional que determinan la política del régimen capitalista en Rusia”. La carta continuaba:

La defensa de las masas rusas contra el imperialismo no puede llevarse a cabo sobre la base de la geopolítica burguesa de los Estados nacionales. Por el contrario, la lucha contra el imperialismo requiere el renacimiento de la estrategia proletaria de la revolución socialista mundial. La clase obrera rusa debe repudiar toda la empresa criminal de la restauración capitalista, que ha conducido hacia el desastre, y restablecer su conexión política, social e intelectual con su gran herencia revolucionaria leninista-trotskista.

El programa del internacionalismo socialista aplica para la clase obrera de todos los países imperialistas y capitalistas.

La guerra en Ucrania no es un episodio que se resolverá pronto y al que le seguirá un regreso a la “normalidad”. Es el comienzo de un violento estallido de una crisis global que solo puede resolverse de una de las siguientes dos maneras. La solución capitalista conduce a la guerra nuclear, aunque la palabra “solución” difícilmente puede aplicarse racionalmente a lo que equivaldría a un suicidio planetario. Así, la única respuesta viable, desde el punto de vista de asegurar el futuro de la humanidad, es la revolución socialista mundial.

Inevitablemente, esto suscita la pregunta: ¿es posible esta última alternativa?

La respuesta la proporciona un entendimiento de las contradicciones del capitalismo mundial moderno. El gran discernimiento que Lenin desarrolló entre 1914 y 1916 fue que las contradicciones socioeconómicas que dieron lugar a la guerra mundial también proporcionaron el impulso para la revolución socialista mundial. Esta idea se confirmó con el estallido de la Revolución rusa en 1917.

En la crisis actual, la concepción de Lenin –desarrollada por Trotsky y la Cuarta Internacional— se confirma con la rápida intensificación de la lucha de clases en todo el mundo. Las imprudentes medidas tomadas por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN para aislar a Rusia han exacerbado inmensamente las ya muy avanzadas crisis económicas y sociales que afligen a todo régimen capitalista. Se están produciendo manifestaciones y huelgas masivas por todo el mundo. La clase obrera y las masas oprimidas no aceptarán el empobrecimiento y el hambre en interés de la búsqueda criminalmente desquiciada de la dominación mundial por parte de las élites gobernantes imperialistas.

Como explicó Trotsky, la estrategia de la Cuarta Internacional no se basa en el mapa de la guerra, sino en el mapa de la lucha de clases mundial.

La celebración del Primero de Mayo de 2022 debe dedicarse a la unificación de la clase obrera internacional en una lucha global contra la guerra imperialista y su causa fundamental, el sistema capitalista.

El tema del mitin en línea que se celebrará el domingo 1 de mayo será la estrategia y el programa sobre los cuales desarrollará este movimiento histórico el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

Para más información y registrarte al Mitin Internacional en línea del Primero de Mayo, visita wsws.org/mayday.

(Publicado originalmente en inglés el 19 de abril de 2022)

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