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Perspectiva

Tarifazos en Europa: la burguesía obliga a los trabajadores a pagar por la crisis capitalista

La clase obrera europea se enfrenta al mayor ataque a sus niveles de vida en un siglo, cuando la inflación de la posguerra y la caída de la bolsa de 1929 destruyó le sustento de gran parte de la clase obrera y media. Debido a la combinación de la alta inflación y los convenios con bajos salarios, los ingresos se derriten como la nieve en la lluvia.

Según Eurostat, la oficina estadística de la Unión Europea, los precios al consumidor en los 27 Estados miembros de la UE subieron en julio un 9,8 por ciento más que hace un año; 16 Estados superan esta marca. Los más afectados son los países bálticos, con una inflación superior al 20 por ciento, seguidos de la República Checa, Bulgaria, Hungría y Polonia, donde los precios subieron entre el 14 y el 17 por ciento. En Reino Unido, que ya no forma parte de la UE, la inflación se sitúa en 12 por ciento y podría llegar a 18 por ciento a finales de año, según los expertos.

Los ingresos no siguen ni de lejos el ritmo de los aumentos de precios. En Alemania, por ejemplo, los salarios solo han crecido un 2,9 por ciento, mientras que los precios han subido un 8,5 por ciento. Así, los salarios reales han caído en promedio 4,4 por ciento en un año, según los cálculos de la Oficina Federal de Estadística. Los salarios reales ya habían caído en 2020 y 2021 durante la pandemia. La situación es similar en otros países europeos.

Sin embargo, las estadísticas oficiales apenas reflejan el impacto real de la inflación. Sobre todo, los precios de los alimentos, el gas, la electricidad y la gasolina, que suponen una carga especialmente pesada para los hogares de la clase trabajadora, han subido a un ritmo superior al promedio y se están saliendo de control. Esto plantea a millones de familias trabajadoras la alternativa de morirse de hambre o congelarse, y muchas se ven obligadas a hacer ambas cosas.

En Alemania, el precio de los alimentos ha subido un 12,7 por ciento y el de la energía un 38 por ciento desde hace un año. El mes que viene se espera que los precios se disparen aún más, ya que el 1 de octubre expiran varias medidas de alivio del Gobierno y entra en vigor el recargo del gas, una especie de impuesto especial para todos los usuarios finales que busca compensar a las empresas energéticas por la pérdida del suministro de energía ruso. Además, los elevados precios de la electricidad y el gas en el mercado mundial empiezan a repercutir en las facturas de los hogares. El precio de la electricidad en la Bolsa Europea de la Energía (EEX) se ha multiplicado por veinte en algunos casos. Por ello, el Bundesbank espera que la tasa de inflación supere con creces el 10 por ciento este invierno.

En Reino Unido, el techo oficial del precio de la energía para los hogares aumentará un 80 por ciento, hasta 3.549 libras (4.200 euros) al año, el 1 de octubre. Se espera que se duplique y llegue a las 7.200 libras en abril del año que viene. En octubre de 2020, el techo de los precios era todavía de 1.042 libras. Alrededor del 50 por ciento de los hogares británicos corren el riesgo de caer en la pobreza debido a ello. El Servicio Nacional de Salud espera que miles de personas mueran por no poder calentar sus hogares.

En Países Bajos (donde la tasa de inflación es de 11,6 por ciento), el aumento de los precios amenaza con sumir en la pobreza a 1,4 millones de los 17,4 millones de habitantes, según el instituto de investigación económica del Gobierno. Uno de cada cinco hogares holandeses no podrá pagar sus facturas de gas y electricidad este invierno, según el instituto.

En Europa del Este, donde los salarios son más bajos y los precios más altos, la situación es aún más catastrófica. En Rumanía, por ejemplo, la electricidad era en julio el doble de costosa que en Polonia y seis veces más cara que en Finlandia, lo que la hace inasequible para una gran parte de la población.

Los Gobiernos presentan la inflación y sus consecuencias sociales alternativamente como un desastre natural imprevisible o como un sacrificio que debe hacerse para “defender la democracia y la libertad en Ucrania”. Pero estas son mentiras descaradas. En realidad, el ataque al nivel de vida de amplios sectores de la población es una continuación de la guerra de clases que la oligarquía financiera viene librando con cada vez mayor intensidad contra la clase obrera desde los años ochenta.

Esto se demuestra por el hecho mismo de que las ganancias empresariales siguen creciendo, como lo hicieron durante la crisis financiera y la pandemia, mientras los salarios colapsan.

En Gran Bretaña, los márgenes de ganancias de las mayores empresas que cotizan en bolsa (FTSE 350) son 73 por ciento más altos que en 2019, el año anterior a la pandemia. Según la Oficina de Estadísticas Nacionales (ONS), las ganancias corporativas aumentaron un 11,7 por ciento solo entre octubre de 2021 y marzo de 2022, mientras que los salarios crecieron solo un 2,6 por ciento en el mismo período, cayendo algo menos del 1 por ciento si se ajusta a la inflación.

Las grandes empresas energéticas están nadando en dinero. Las seis grandes multinacionales del petróleo, ExxonMobil, Chevron, Shell, BP, TotalEnergies y Eni, declararon ganancias combinadas de más de 64.000 millones de dólares en el segundo trimestre de 2022. La mitad de esa cantidad se destinó directamente a la recompra de acciones y a dividendos para enriquecer a los accionistas. Las gigantescas sumas que se exprimen de las familias trabajadoras para la calefacción y la electricidad fueron a parar directamente a las cuentas bancarias de los súper ricos.

Los ataques al nivel de vida de la clase trabajadora muestran sobre todo la inseparable conexión entre la guerra imperialista y la guerra de clases.

Al contrario de lo que muestra la propaganda oficial, la guerra por delegación que Estados Unidos y la OTAN están librando contra Rusia en Ucrania no es una guerra por la “libertad” ni la “democracia”, sino una guerra imperialista por la redivisión del mundo. Sigue los pasos de las guerras criminales en los Balcanes, Irak, Afganistán, Libia, Siria y otras partes, por medio de las cuales EE.UU. y sus aliados europeos intentaron tomar el petróleo, el gas natural y otras materias primas y asegurar su dominio estratégico de Oriente Próximo, toda Eurasia y África.

La guerra de Ucrania no comenzó con el ataque ruso del 24 de febrero de 2022, sino con el cerco sistemático de la OTAN contra Rusia, la instalación de un régimen títere occidental en Ucrania, el armamento sistemático del ejército ucraniano y la negativa a proporcionar a Rusia alguna garantía de seguridad.

El presidente Putin, que representa los intereses de los oligarcas rusos, reaccionó con la más reaccionaria de las respuestas imaginables. Atacó militarmente a Ucrania, fortaleciendo a las fuerzas más derechistas y nacionalistas y proporcionando a la OTAN el pretexto deseado para la guerra. Desde entonces, la OTAN ha impulsado despiadadamente el enfrentamiento con la segunda mayor potencia nuclear del mundo, suministrando a Ucrania grandes cantidades de armas y municiones y prácticamente dirigiendo la guerra.

Al hacerlo, persigue objetivos económicos y geoestratégicos tangibles: la subyugación colonial de Rusia, la parcelación de su vasto territorio, el saqueo de sus ricos recursos y la eliminación de un aliado potencial de China.

Todas las experiencias del siglo veinte demuestran que las guerras imperialistas exigen la supresión y explotación despiadada de la clase obrera en el país. No solo tiene que soportar los costes del rearme, para el que se dispone de sumas casi inagotables, mientras se desmoronan las escuelas, las clínicas y la infraestructura social. También tiene que cargar con las consecuencias de las violentas perturbaciones de la economía mundial que acompañan a los preparativos de la guerra y a la guerra misma.

La inflación es una de las formas en que esto ocurre. Cuando los Gobiernos y los medios de comunicación predican que la población debe hacer “sacrificios” para independizarse de los suministros energéticos rusos o de los microprocesadores y las baterías de los coches eléctricos de China, en realidad están hablando de la guerra.

Hitler y Mussolini promovieron la autarquía nacional cuando se prepararon para la Segunda Guerra Mundial. Mientras que el nacionalismo económico “en su día, llevó a la humanidad hacia adelante... el nacionalismo fascista decadente, que prepara explosiones volcánicas y grandes enfrentamientos en la palestra mundial, no aporta nada más que la ruina”, como escribió León Trotsky en 1933 en el artículo “El nacionalismo y la vida económica”, que vuelve a ser de gran actualidad.

Los que prometen a los trabajadores que es posible luchar contra las consecuencias de la inflación sin rechazar al mismo tiempo la guerra de los EEUU y la OTAN en Ucrania y los preparativos de la guerra contra China les engañan. No se puede defender el nivel de vida sin rechazar la guerra y el militarismo.

En toda Europa y en todo el mundo, los trabajadores están oponiéndose a los ataques contra su nivel de vida. Hay un notable aumento del número de protestas contra los recortes sociales y de las huelgas por salarios más altos. Pero estas luchas necesitan una orientación y una perspectiva claras. Deben desarrollarse en un movimiento socialista europeo y mundial contra el capitalismo.

Los sindicatos y sus partidarios políticos están haciendo todo lo posible para impedirlo. Son nacionalistas hasta la médula y apoyan sin reservas la política de guerra de su Gobierno y hacen todo lo posible para aislar, sofocar y traicionar las luchas de los trabajadores. Sin el apoyo del bien pagado aparato sindical, las empresas no habrían podido imponer los recortes de los salarios reales y los despidos de los últimos años.

El requisito de una defensa exitosa del nivel de vida es romper con los sindicatos y la crear comités de acción de base e independientes que organicen la lucha contra los recortes salariales, los aumentos de precios, los recortes sociales y los despidos y que conecten a los trabajadores a nivel nacional e internacional. Para lanzar esta contraofensiva global de la clase obrera, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional ha creado la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB).

(Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de septiembre de 2022.)

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