En su monumental ensayo, “La lucha de clases en Francia”, una de las primeras aplicaciones del método del materialismo histórico al análisis de la política, Karl Marx señaló que “el secreto de la revolución” que instaló en el poder al duque de Orleans en julio de 1830 fue resumido en las palabras del “mago de las finanzas” Laffitte: “A partir de este momento, gobernarán los banqueros”. Si pasamos de Laffitte a Elon Musk, dando un salto de 1830 a 2024, el “secreto” de la elección de Trump puede resumirse con las palabras: “A partir de este momento, gobernarán los oligarcas”.
El regreso al poder de Trump, que asumirá el cargo en solo tres semanas, es tanto una debacle como un punto de inflexión fundamental. La reelección del aspirante a Führer estadounidense demuestra que su victoria inicial en 2016, y si vamos al caso el intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021, no fueron aberraciones, sino más bien expresiones de un realineamiento fundamental de la política, en los Estados Unidos y en todo el mundo.
El Gobierno entrante será un régimen de los ricos, por los ricos y para los ricos. En un grado sin precedentes en la historia de Estados Unidos, la propia oligarquía ejercerá un control directo sobre el Estado, desde Musk, el hombre más rico del mundo y jefe del orwelliano “Departamento de Eficiencia Gubernamental”, hasta el conjunto de multimillonarios que integrarán el gabinete de Trump y la Casa Blanca. A mediados de diciembre, la riqueza total de la cúpula de la Administración de Trump se estimaba en casi medio billón de dólares.
El carácter del nuevo Gobierno marca un realineamiento violento del Estado para corresponder con la naturaleza de la propia sociedad capitalista. Las personas y corporaciones más ricas del mundo controlan los recursos en una escala insondable. Cada vez hay más individuos cuya riqueza personal excede los cien mil millones de dólares, un monto superior al PIB de las 120 naciones más pobres del mundo. En los Estados Unidos, las tres personas más ricas ahora controlan colectivamente más riqueza que el 50 por ciento más pobre de la población combinada.
A nivel mundial, el 1 por ciento más rico ahora posee más riqueza que el 99 por ciento más pobre. Según el último resumen de Bloomberg News, las 500 personas más ricas del mundo “se hicieron mucho más ricas en 2024”, alcanzando un nuevo hito: 10 billones de dólares en patrimonio neto total. Bloomberg informa que “solo ocho titanes tecnológicos ganaron más de 600 mil millones de dólares este año, representando el 43 por ciento del aumento de 1.5 billones de dólares entre las 500 personas más ricas”.
La reelección de Trump es la culminación de un prolongado proceso de reacción política y un presagio de lo que está por venir. Hace cinco años, a principios de 2020, el World Socialist Web Site publicó una declaración que caracterizaba la década de 2020 como la “década de la revolución socialista”. Los años siguientes han sido testigo de una serie de crisis sin precedentes e interrelacionadas. En su declaración de Año Nuevo de 2024, el WSWS advirtió sobre la “normalización” de las muertes masivas en la pandemia continua de COVID-19; la “normalización” de las armas nucleares como parte de la escalada de la guerra entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania; y la “normalización” de los genocidios como aquel perpetrado por Israel y respaldado por los imperialistas en Gaza.
La reelección de Trump es una expresión política de la “normalización” de la barbarie fascista y la dictadura capitalista. Esto ha sido señalado por el Partido Demócrata y los medios capitalistas que abandonan todas las referencias a la amenaza de Trump a la democracia, por no hablar de la “palabra f”, el fascismo, y en su lugar prometen su plena colaboración con Trump y los republicanos.
La Administración entrante está planeando, desde el “primer día”, implementar un asalto masivo a los derechos democráticos, concentrándose inicialmente en arremeter contra inmigrantes y refugiados. Entre sus propuestas más extremas está la abolición de la ciudadanía por nacimiento, la piedra angular de la decimocuarta enmienda constitucional adoptada después de la Guerra Civil. El ataque a los trabajadores inmigrantes es la punta de lanza para un ataque más amplio a los derechos democráticos y sociales de toda la clase trabajadora, en la medida en que el Gobierno se prepara para promulgar más recortes de impuestos para los ricos y un asalto coordinado a todos los programas sociales conquistados por los trabajadores en amargas luchas.
Los procesos claramente evidentes en los Estados Unidos son, de hecho, universales. En todo el mundo, los Gobiernos capitalistas se tambalean por crisis políticas masivas, se enfrentan a la oposición popular y recurren cada vez más a medidas autoritarias.
En Alemania, el partido neonazi Alternative für Deutschland (AfD) está emergiendo como el partido capitalista más fuerte, ahora con el apoyo abierto de Musk y en medio de un giro universal del establishment político hacia la derecha. En Francia, el “presidente de los bancos”, Emmanuel Macron, ahora gobierna en colaboración con el Nuevo Frente Popular (NFP), entregando el manto de la oposición parlamentaria a la Reagrupación Nacional fascista de Marine Le Pen.
En Italia, el Gobierno de extrema derecha de Giorgia Meloni, que remonta su herencia a Mussolini, está intensificando las políticas antiinmigrantes, mientras que Javier Milei en Argentina está proporcionando el modelo de extrema derecha para una contrarrevolución social a través de la demolición de los servicios públicos y las protecciones laborales.
En Sri Lanka, el JVP, un partido derechista, chovinista cingalés y nacionalista fue elevado repentinamente al poder en las elecciones del año pasado y de inmediato procedió a implementar los dictados del Fondo Monetario Internacional. Corea del Sur está sacudida por una crisis política, con el presidente y el primer ministro enfrentando cargos tras imponer la ley marcial. En Australia, el Gobierno laborista, que es profundamente impopular, ha adoptado políticas que son indistinguibles de la Coalición Nacional/Liberal de derecha, incluyendo los preparativos para unirse a una guerra de Estados Unidos con China, mientras libra una guerra contra los inmigrantes y la clase trabajadora en casa.
Los últimos cinco años han estado dominados por la respuesta de la clase dominante a la crisis capitalista. Los próximos cinco años estarán dominados por un estallido explosivo de la lucha de clases, que ya está en marcha. Los trabajadores de todo el mundo se enfrentan a una guerra global en aumento; una pandemia de COVID-19 que continúa, junto con la aparición de nuevos patógenos como la gripe aviar H5N1 y la viruela símica; un asalto coordinado a los derechos democráticos básicos y un aumento masivo de la explotación y la necesidad social.
Detrás de estas crisis interrelacionadas hay una oligarquía que subordina a toda la sociedad a su afán de lucro y la acumulación de riqueza personal. La lucha contra la oligarquía es, por su propia naturaleza, una tarea revolucionaria. Su riqueza debe ser expropiada y su dominio sobre la vida económica y política abolido. Esto requiere la movilización de la clase trabajadora, a escala mundial, para tomar el poder político, establecer un control democrático sobre el proceso de producción y reorganizar la sociedad sobre la base del socialismo, es decir, sobre la base de satisfacer las necesidades sociales, no las ganancias privadas.
La erupción global de la guerra imperialista
La política exterior de la oligarquía es la guerra imperialista y el saqueo. “El imperialismo”, explicó Lenin, es “(1) capitalismo monopolista; (2) capitalismo parasitario o en decadencia; (3) capitalismo moribundo. La sustitución de la libre competencia por el monopolio es el rasgo económico fundamental, la esencia del imperialismo. Al competir por los recursos y las materias primas, las potencias imperialistas amenazan con sumir a la humanidad en la catástrofe.
Las declaraciones incendiarias de Trump sobre la toma del canal de Panamá, la compra de Groenlandia y la amenaza de desplegar el ejército en México ejemplifican las ambiciones imperialistas de la Administración entrante. El corolario del nacionalismo “Estados Unidos Primero” de Trump es una política global de establecer una “Fortaleza de las Américas”, considerando el control sobre el hemisferio occidental con un paso esencial en la confrontación en desarrollo con China.
Bajo Biden, las tres décadas de guerras regionales del imperialismo estadounidense se convirtieron en una confrontación abierta con Rusia, la segunda mayor potencia nuclear. La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 fue una acción ruinosa y reaccionaria del régimen de Putin, que representa los intereses de la oligarquía capitalista que surgió de la disolución de la Unión Soviética. Sin embargo, es falso que “no fue provocada”, como afirman universalmente los medios capitalistas. Fue la respuesta del Gobierno ruso a la implacable expansión de la OTAN hacia el este y la negativa a negociar sobre la incorporación de Ucrania a la alianza militar liderada por Estados Unidos.
En el transcurso de tres años, la guerra se ha cobrado cientos de miles de vidas en ambos bandos. En sus últimas semanas, la Administración de Biden autorizó a Ucrania a utilizar armas de largo alcance proporcionadas por Estados Unidos para atacar ciudades rusas, acercando al mundo al borde de una guerra nuclear más que en cualquier otro momento desde la crisis de los misiles en Cuba.
La guerra ha sido librada por las potencias de Estados Unidos y la OTAN en alianza con un régimen de derecha en Kiev que, frente a la creciente oposición interna, está librando un ataque cada vez más brutal contra los derechos democráticos. Bogdan Syrotiuk, un miembro destacado de la Joven Guardia de los Bolcheviques-Leninistas (YGBL), ha sido encarcelado durante ocho meses, por el “crimen” de oponerse a los Gobiernos de Ucrania y Rusia y luchar por unificar a la clase trabajadora contra la guerra.
Simultáneamente, el ataque genocida de Israel contra Gaza, respaldado por las potencias de Estados Unidos y la OTAN y facilitado por los regímenes nacionalistas burgueses en Oriente Próximo, ha expuesto las profundidades de la barbarie imperialista.
El genocidio, marcado por la destrucción de ciudades enteras, el ataque a hospitales y escuelas y el desplazamiento de cientos de miles, es parte de una estrategia regional más amplia. El objetivo es reorganizar Oriente Próximo de acuerdo con los intereses imperialistas, incluido el derrocamiento del gobierno de Asad en Siria, la decapitación del liderazgo de Hezbolá y la escalada de provocaciones contra Irán.
En la medida en que haya disputas sobre la dirección de la política exterior al interior del Gobierno estadounidense, tiene más que ver con la geografía, es decir, cuál región del mundo debería ser el objetivo inmediato de la agresión imperialista, que con los objetivos y métodos. Sin embargo, el foco de la Administración entrante será prepararse para una confrontación con China, que la clase dominante estadounidense ve como su principal rival global.
Esta erupción global del militarismo es inseparable de la profundización de la crisis del capitalismo estadounidense. El énfasis de Trump en el “dominio del dólar” subraya hasta qué punto se ejercerá la agresión militar para sostener la supremacía global del capital financiero estadounidense. Los aranceles, las guerras comerciales y las amenazas contra rivales y aliados, ejemplificadas por las provocativas declaraciones de Trump sobre la anexión de Canadá como “el estado número 51”, revelan la desesperación del imperialismo estadounidense por mantener su hegemonía frente a su declive económico a largo plazo.
El análisis realizado por León Trotsky en 1928, durante el período comprendido entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, se aplica con aún mayor fuerza en la actualidad. Como Trotsky escribió:
En el período de crisis, la hegemonía de los Estados Unidos operará de manera más completa, más abierta y más despiadada que en el período de auge. Estados Unidos buscará superar y liberarse de sus dificultades y enfermedades principalmente a expensas de Europa, independientemente de si esto ocurre en Asia, Canadá, América del Sur, Australia o la propia Europa, o si esto ocurre pacíficamente o mediante la guerra.
La erupción del imperialismo estadounidense es parte de un reparto imperialista global del mundo, en el que participan todos los principales países capitalistas. Las potencias europeas han respondido a la elección de Trump y a la posibilidad de un cambio en la política sobre Ucrania, insistiendo en la necesidad de una política exterior independiente, si es necesario en oposición a los Estados Unidos. Todos los antiguos países coloniales son objeto de una nueva subyugación como parte de la diputa por el control de los recursos, los mercados y las materias primas.
La intensificación de la guerra global amenaza con sumir a la humanidad en una conflagración global, con consecuencias catastróficas. Al mismo tiempo, la guerra en el extranjero requiere una intensificación masiva de la guerra contra la clase trabajadora en el país. Foreign Affairs describió recientemente la nueva era de “guerra total”, en la que “los combatientes utilizan vastos recursos, movilizan sus sociedades, priorizan la guerra sobre todas las demás actividades estatales, atacan una amplia variedad de objetivos y reconfiguran sus economías y las de otros países”. Es decir, toda la sociedad debe ser subordinada a la guerra.
La crisis del capitalismo y el crecimiento de la lucha de clases
La guerra imperialista es la respuesta de la clase dominante a la crisis cada vez más intratable de todo el orden capitalista. Las crisis económicas cada vez más extremas en las últimas décadas haN profundizado el parasitismo y la imprudencia de la oligarquía financiera, cuya inmensa riqueza está cada vez más separada de la producción de valor real.
La respuesta de la clase dominante a las sucesivas crisis ha sido diseñar rescates masivos de los bancos y las corporaciones, siendo el más reciente el del primer año de la pandemia de COVID-19. La pandemia ha desenmascarado la indiferencia mortal de los Gobiernos capitalistas hacia la vida de los trabajadores, ya que priorizan las ganancias corporativas sobre la salud pública. Más de 30 millones de personas, en su mayoría de la clase trabajadora, han sido asesinadas en todo el mundo. Al menos 500 millones de personas sufren ahora los efectos a menudo debilitantes del COVID persistente.
Sin embargo, para la clase dominante, fue una bonanza financiera ya que los Gobiernos mundiales, liderados por los Estados Unidos, canalizaron billones de dólares a las bolsas de valores. Si bien estas acciones estabilizaron temporalmente los mercados, no abordaron las contradicciones subyacentes del sistema capitalista. En cambio, alimentaron niveles aún mayores de especulación y deuda, preparando el escenario para un colapso aún más catastrófico.
En ninguna parte es esto más evidente que en el aumento de los instrumentos financieros especulativos como Bitcoin y otras criptomonedas, cuyo valor de mercado total ahora es de 3,26 billones de dólares. En diciembre de 2024, el precio de un Bitcoin superó los 100.000 dólares, y no es inconcebible que su “valor” pueda duplicarse, triplicarse o cuadruplicarse en los próximos meses. Por supuesto, también es muy posible que todo el esquema ponzi de las criptomonedas se derrumbe, lo que requerirá otro rescate multimillonario de especuladores por parte de la Reserva Federal.
Un informe reciente del Financial Times reveló que los impagos de tarjetas de crédito en Estados Unidos han aumentado a sus niveles más altos desde 2010. Los impagos de préstamos apalancados también han alcanzado su tasa más alta en cuatro años, lo que indica el crecimiento de la inestabilidad financiera. Mientras tanto, la deuda nacional de Estados Unidos supera los 33 billones de dólares.
Si bien la prensa promociona las perspectivas optimistas de un mayor enriquecimiento de los súper ricos, la realidad para la gran mayoría de la población es muy diferente: el aumento del costo de la vida, el estancamiento de los salarios y el colapso de los servicios públicos. En los Estados Unidos:
- Entre 2019 y 2023, los costos de alquiler aumentaron en un 30,4 por ciento en todo el país, dejando a casi la mitad de los inquilinos “cargados de costos”. Una encuesta de 2024 reveló que más de una quinta parte de los inquilinos gastaron todos sus ingresos en el alquiler, y muchos dependieron de segundos empleos (20 por ciento), apoyo familiar (14 por ciento) o el retiro prematuro de sus ahorros de pensión (12 por ciento) para llegar a fin de mes.
- Un número récord de jóvenes estadounidenses, incluido el 31 por ciento de la Generación Z, viven con sus padres o abuelos, debido al alto costo de la vivienda. Una cuarta parte de los adultos jóvenes ahora viven en hogares multigeneracionales, impulsados por el aumento de los costos y la deuda estudiantil.
- La falta de vivienda alcanzó un récord de 770.000 personas en 2024, un aumento del 18,1 por ciento con respecto a 2023, con casi 150.000 niños sin hogar en una sola noche, un 33 por ciento más que el año anterior.
- El desempleo oficial aumentó a 7,1 millones en noviembre de 2024, con otros 4,5 millones de subempleados y 5,5 millones que abandonaron la fuerza laboral.
Según el Banco Mundial, casi 700 millones de personas (o el 8,5 por ciento de la población mundial) viven en la “pobreza extrema”, definida como un ingreso de menos de 2,15 dólares al día. Unos 3.500 millones de personas (el 44 por ciento de la humanidad) subsisten con menos de 6,85 dólares al día.
Estas condiciones están generando muestras significativas de oposición social. En los Estados Unidos, más de 450.000 trabajadores estuvieron involucrados en “paros laborales importantes” en 2023, un aumento del 280 por ciento con respecto al año anterior y un retorno a los niveles previos a la pandemia. Estas huelgas abarcaron una amplia gama de industrias y ocupaciones, incluyendo a trabajadores automotores, escritores y actores de Hollywood, enfermeros y maestros de escuelas públicas. El crecimiento de la lucha de clases continuó en 2024, incluidas las huelgas de los trabajadores aeroespaciales de Boeing, los trabajadores académicos, los trabajadores de telecomunicaciones y los trabajadores de Amazon y Starbucks.
Durante el año pasado, los trabajadores de Argentina, Guinea y Nigeria lanzaron poderosas huelgas generales para oponerse a las medidas de austeridad que amenazaban sus medios de vida. Millones de jóvenes se manifestaron en las “protestas de la Generación Z” a nivel nacional en Kenia contra la austeridad, seguidas de una ola de huelgas que involucró a trabajadores de muchas industrias. En Grecia e Italia, los trabajadores paralizaron importantes sectores de la economía en protestas masivas contra la privatización, los recortes salariales y la erosión de las protecciones sociales. Irlanda del Norte vio la mayor huelga en más de medio siglo, con 150.000 trabajadores del sector público que salieron a exigir mejores salarios y condiciones.
En toda Asia, estallaron huelgas significativas en industrias clave como los trabajadores de tránsito y los empleados de Samsung en Corea del Sur, y los trabajadores ferroviarios en Sri Lanka. Las huelgas de los mineros del cobre en Chile y los trabajadores portuarios en Brasil destacaron la determinación de los trabajadores en América Latina de resistir la mercantilización de su trabajo para el capital global. En México, los trabajadores del acero y la industria automotriz lucharon contra los bajos salarios y las condiciones impuestas por las empresas transnacionales.
En Turquía, los trabajadores metalúrgicos y mineros participaron en luchas militantes para defender sus salarios y condiciones de trabajo. En Alemania, las huelgas en Lufthansa y Volkswagen demostraron la creciente insatisfacción de los trabajadores en la economía más grande de Europa. Reino Unido fue testigo de acciones de protesta masivas en los ferrocarriles y aeropuertos, mientras que Francia se vio sacudida por huelgas en puertos, ferrocarriles y el sector público.
En Canadá, las huelgas involucraron a miles de educadores de Saskatchewan, así como a trabajadores de ferrocarriles, puertos y correos. Estas luchas se encontraron con una feroz oposición del Gobierno de Trudeau, que, en coordinación con Washington, intervino repetidamente para aplastar las huelgas.
Las burocracias sindicales, alineadas con los intereses patronales y estatales, actúan como un freno para los movimientos obreros. Una y otra vez, el aparato sindical ha buscado sofocar las huelgas, aislar las luchas e imponer contratos que traicionan los intereses de las bases.
En los Estados Unidos, la Asociación Internacional de Maquinistas (IAM) saboteó la huelga de dos meses de Boeing el año pasado, aislando a 33.000 trabajadores y desgastándolos con sueldos de huelga insuficientes antes de finalizarla. El sindicato United Auto Workers (UAW) lanzó una falsa campaña de “huelga” sin ninguna huelga real, donde el presidente del UAW, Shawn Fain, aplacó la oposición y prometió colaborar con Trump en las políticas comerciales. En los puertos, la Asociación Internacional de Estibadores (ILA) puso fin rápidamente a una huelga de tres días de 40.000 trabajadores en octubre, enviándolos de vuelta bajo una extensión de 90 días negociada por la Casa Blanca.
En Canadá, después de una huelga de un mes de 55.000 trabajadores postales, el Sindicato Canadiense de Trabajadores Postales (CUPW) y el Congreso Laboral Canadiense capitularon ante una prohibición de huelga del Gobierno impuesta por el ministro de Trabajo, Steven MacKinnon. Ninguna de las demandas de los trabajadores de aumentos salariales, seguridad laboral ni control sobre las nuevas tecnologías se cumplió.
Cada lucha plantea el imperativo de desarrollar nuevas organizaciones, comités de base controlados por los propios trabajadores, para transferir el poder a los trabajadores de base y encabezar un movimiento unido y global de toda la clase trabajadora.
La lucha por el trotskismo en la década de la revolución
A medida que la humanidad entra en la segunda mitad de la década, las condiciones objetivas para la revolución socialista están madurando a un ritmo extraordinario. Las condiciones creadas por el capitalismo global –las guerras imperialistas, la asombrosa desigualdad, la catástrofe climática y la amenaza dictatorial— están llevando a millones de trabajadores y jóvenes a la lucha.
Si hay alguna lección definitiva que aprender de la historia moderna, es que los niveles de desigualdad de la riqueza que ahora existen en los Estados Unidos y en todo el mundo siempre producen explosiones sociales. Pero la historia también demuestra que estas luchas no pueden tener éxito sin un programa, una organización y una dirección claros.
Ha pasado poco más de un siglo desde el estallido del conflicto en el Partido Comunista de Rusia en torno a la publicación de la obra seminal de Trotsky, Lecciones de octubre. El análisis de Trotsky, basado en la lucha de la Oposición de Izquierda contra el burocratismo, provocó una respuesta histérica de los estalinistas. Las dos cuestiones principales que surgieron cuando Trotsky se defendía de los ataques fueron: (1) la victoria de los bolcheviques en octubre de 1917 solo fue posible sobre la base de una estrategia internacional; y (2) que cuanto más se recrudezca la situación objetiva, más decisivo es el papel de la dirección revolucionaria, el “factor subjetivo”.
La clase dominante es consciente del peligro que representa la dirección revolucionaria en la clase trabajadora. Las histéricas denuncias de Trump al socialismo expresan el temor de que la creciente ira de la clase trabajadora se cruce con un programa y una perspectiva que articule los intereses de los trabajadores. Ciertas capas de académico han dedicado inmensos recursos para contrarrestar el “peligro” del trotskismo.
El académico británico John E. Kelly, por ejemplo, escribió en su libro de 2023, The Twilight of Trotskyism (El ocaso del trotskismo), que el “escenario de una revolución liderada por los trotskistas, que nunca se ha concretado en ninguna parte a pesar de casi un siglo de esfuerzo, equivale a un desvío trágico y derrochador de energía política y recursos lejos de la política radical seria”. Del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, Kelly denuncia la afirmación “inmodesta y arrogante” de que “solo hay una corriente del marxismo: ‘El trotskismo es el marxismo del siglo XXI’, y dentro del universo trotskista, solo hay un partido trotskista genuino”.
Para Kelly y otros defensores del sistema capitalista, la política “seria” es el galimatías reformista de Jeremy Corbyn en el Reino Unido y organizaciones e individuos similares en todo el mundo. ¿Y qué produjo este tipo de política? Los esfuerzos de Corbyn para “reformar” el Partido Laborista han engendrado el Gobierno de sir Keir Starmer, que está en la primera línea de la guerra imperialista en Europa y el asalto a la clase trabajadora en casa.
En los Estados Unidos, Bernie Sanders, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez de los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés) y sus semejantes han canalizado el descontento popular hacia el apoyo a la agenda militarista y propatronal del Partido Demócrata, creando las condiciones para la reelección de Trump. Jean-Luc Mélenchon en Francia, Syriza en Grecia, el partido La Izquierda en Alemania, Podemos en España y muchos otros han buscado contener y neutralizar a la oposición de la clase trabajadora, subordinándola a los partidos establecidos de la clase dominante.
Trotsky, respondiendo a los John Kelly de su época, comentó en abril de 1939:
Aunque se sienten llamados a defender los cimientos del capitalismo, naturalmente los reformadores demuestran ser impotentes para aprovechar sus leyes con medidas de policía económica. ¿Qué más pueden hacer entonces sino moralizar? El Sr. Ickes, al igual que los otros miembros del gabinete y promotores del “Nuevo Trato”, termina pidiendo a los monopolistas que no olviden la decencia y los principios de la democracia. ¿Cómo es esto mejor que orar para pedir lluvia?
¿Qué perspectiva puede ser más ruinosa que esperar que alguien como Musk, quien defiende su vasta fortuna a través de la promoción del fascismo en todo el mundo, se vea obligado a aceptar reformas sociales? La riqueza de los oligarcas, además, está totalmente ligada a un sistema social y económico, el capitalismo.
La única respuesta viable a la crisis que enfrenta la humanidad es la movilización revolucionaria de la clase trabajadora. El carácter oligárquico de la sociedad atestigua la urgencia de la demanda planteada por Trotsky en el programa fundacional de la Cuarta Internacional para la “expropiación de grupos separados de capitalistas”. Es necesario luchar por ello a través de la movilización de la clase trabajadora, a escala mundial, en oposición a la oligarquía capitalista.
El CICI es el único partido que articula y lucha por desatar el potencial revolucionario de la clase obrera en la realización de la revolución socialista mundial. Arraigado en las grandes tradiciones del marxismo, desde la Revolución rusa hasta la batalla de Trotsky contra el estalinismo, el CICI se compromete a armar a la clase trabajadora con la claridad y la organización necesarias para derrocar al capitalismo.
¡Construyan la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base!
El socialismo no se puede lograr sino a través del desarrollo de la lucha de clases. La revolución que sentará las bases políticas del socialismo se preparará a lo largo de innumerables luchas de la clase trabajadora, en los Estados Unidos e internacionalmente, para promover sus intereses y defender sus derechos.
Un aspecto central del trabajo del CICI y sus secciones en 2025 es la construcción de la AIO-CB como el centro neurálgico de coordinación para la oposición global a los dictados de la oligarquía capitalista.
La clase obrera internacional es la fuerza social más poderosa y masiva del planeta, la fuente de todo valor en la sociedad capitalista. Según Statista, la fuerza laboral global total en 2024 era de aproximadamente 3.500 millones de personas, un aumento de más del 55 por ciento desde los 2.230 millones en 1991. Esto incluye a 1.650 millones de trabajadores de servicios, 873 millones de trabajadores agrícolas y 758 millones de trabajadores industriales.
Actualmente hay casi 800 millones de trabajadores en China, 600 millones de trabajadores en la India, 170 millones de trabajadores en los Estados Unidos y 44 millones de trabajadores en Alemania. En África, Asia y América Latina, hay una clase trabajadora masiva y predominantemente joven, concentrada en centros urbanos y megaciudades, cada una con más de 10 millones de personas. Se estima que hay 140 millones de trabajadores en Indonesia, 108 millones en Brasil, 80 millones en Pakistán, 75 millones en Nigeria, 74 millones en Bangladesh y 61 millones en Etiopía.
La clase obrera internacional está unida objetivamente en el proceso de producción global, que está dominado por transnacionales y redes de producción que explotan a los trabajadores en todo el mundo en función de las ganancias. El desarrollo de una ofensiva industrial unificada de la clase trabajadora depende del establecimiento de organizaciones de lucha de la clase trabajadora, controladas por los propios trabajadores.
La formación de la Alianza Internacional de Trabajadores de Comités de Base (AIO-CB) por parte del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) en abril de 2021, marcó un paso decisivo en la lucha por unificar a la clase trabajadora más allá de las fronteras nacionales e industriales.
Solo en la medida en que el poder sea arrebatado de las manos de la burocracia y transferido a los trabajadores de base, los sindicatos pueden revivir como instrumentos de la lucha de clases. Como explicó el CICI en 2021:
Se deben crear nuevos caminos para la lucha de masas. Hace más de 80 años, en un momento en la historia cuando la degeneración de las organizaciones sindicales existentes aún estaba mucho menos avanzada hoy, León Trotsky —el más importante estratega de la revolución socialista mundial— escribió que la tarea de la Cuarta Internacional era “crear en todas las instancias posibles organizaciones militantes independientes, que correspondan de la forma más apegada con las tareas de la lucha de masas contra la sociedad burguesa, sin vacilar ni un instante ante un rompimiento directo con el aparato conservador de los sindicatos”.
La lucha por desarrollar la red de comités de base interconectados a nivel mundial no se limita a fábricas, escuelas y lugares de trabajo donde existen sindicatos. De hecho, la gran mayoría de los lugares de trabajo actuales no están sindicalizados. Este hecho social significa que los comités de base surgirán como la forma inicial y única de organización práctica en innumerables lugares de trabajo.
La AIO-CB debe desarrollarse como el ámbito en el que los trabajadores comparten información, planifican acciones colectivas y organizan una ofensiva común contra la explotación, la austeridad y la guerra. Debe oponerse a todas las formas de patrioterismo y agitación antiinmigrante empleadas por la clase dominante para dividir a los trabajadores entre sí. Debe organizar la oposición de la clase trabajadora a las operaciones de deportación masiva de la Administración de Trump y los Gobiernos de extrema derecha en todo el mundo.
Los comités de base, que son organizaciones formadas independientemente por los propios trabajadores en las fábricas, escuelas y lugares de trabajo, son el medio a través del cual los trabajadores pueden organizarse democráticamente, hacer valer sus propias demandas y vincular sus luchas con las de los trabajadores de todo el mundo.
Durante el año pasado, surgieron comités de base en industrias críticas (logística, plantas automotrices, educación y salud) para desafiar las traiciones de las burocracias sindicales y promover las demandas de los trabajadores. Estos comités han desempeñado un papel vital en la organización de la resistencia a la explotación corporativa, las condiciones de trabajo inseguras y la destrucción de los servicios públicos. También han comenzado a establecer vínculos internacionales, reconociendo que sus luchas están interconectadas y requieren una respuesta unificada.
La tarea de la AIO-CB en el próximo período es expandir este trabajo, construyendo una poderosa red internacional que servirá como un centro de organización para la clase trabajadora.
¡Emprendan la lucha por el socialismo en 2025! ¡Construyan el CICI! ¡Apoyen el World Socialist Web Site!
La clase trabajadora se enfrenta a inmensos desafíos, pero también tiene un inmenso poder. Los mismos procesos que profundizan la crisis del capitalismo –la globalización, los avances tecnológicos como la inteligencia artificial y la concentración de la producción—también han creado las condiciones para la unificación internacional de la clase trabajadora.
Los próximos meses se definirán por inmensos choques, crisis y el estallido de luchas de masas. Sin una dirección revolucionaria, estas luchas enfrentarán el peligro de ser traicionadas, desviadas o aplastadas.
El World Socialist Web Site llama a todos sus lectores a tomar la decisión de involucrarse. Este es el momento de luchar por una política seria, una política revolucionaria. Arraigado en todas las tradiciones históricas del movimiento trotskista, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional lucha por una ruptura total con todas las formas de nacionalismo y la unificación de los trabajadores a nivel internacional sobre la base de un programa de socialismo revolucionario. No hay otra manera.
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(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de enero de 2024)
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- La clase trabajadora, la lucha contra la barbarie capitalista y la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista: primera parte
- La clase trabajadora, la lucha contra la barbarie capitalista y la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista: tercera parte
- La clase trabajadora, la lucha contra la barbarie capitalista y la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista: cuarta parte
- La clase trabajadora, la lucha contra la barbarie capitalista y la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista: segunda parte
- Los orígenes y consecuencias políticas de la escisión de 1982-86 en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional