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Perspectiva

El desastre del puente en Baltimore: el resultado del recorte de costos

El derrumbamiento del puente Francis Scott Key de Baltimore es un suceso que ha conmocionado al público mundial. En el transcurso de unos segundos, el buque portacontenedores MV Dali perdió potencia y perdió el rumbo hasta dar con un pilar, provocando que uno de los mayores puentes de una ciudad estadounidense se viniera abajo en el río Patapsco.

El barco de contenedores en el sitio donde choco con el puente Francis Scott Key, 27 de marzo de 2024, Baltimore, Maryland [AP Photo/Matt Rourke]

En el momento de edición, se reporta la muerte de seis trabajadores de mantenimiento que se encontraban en el puente, después de que los equipos de búsqueda y rescate fueran suspendidos el martes por la noche. Todos eran inmigrantes procedentes de México y Centroamérica. El gran lamento popular por los trabajadores y sus familias contrasta fuertemente con el despiadado odio a los inmigrantes fomentado continuamente por los círculos políticos oficiales.

La catástrofe es el tipo de acontecimiento que pone al descubierto una realidad social más profunda. La colisión entre el barco portacontenedores y el puente también ha puesto al descubierto la colisión entre el lucro privado y las necesidades de una sociedad moderna, que dispone de los medios técnicos y económicos para prevenir este tipo de desastres.

El enorme crecimiento del comercio mundial en el último medio siglo ha propiciado la aparición de una economía mundial unificada, que ha hecho posible enormes aumentos de la productividad gracias a la coordinación internacional de la producción. Una de las principales columnas vertebrales de esta economía es el transporte marítimo, abaratado como nunca gracias a avances técnicos como la automatización, la contenedorización y la construcción de los buques portacontenedores más grandes de la historia. El propio Dali, de tamaño relativamente modesto para los estándares modernos, con “solo” 95.000 toneladas brutas, se dirigía a Colombo, Sri Lanka, al otro lado del planeta.

En declaraciones a la prensa, el secretario de Transporte, Pete Buttigieg, declaró que “un puente como éste, terminado a finales de la década de 1970, sencillamente no estaba hecho para resistir el impacto directo contra un muelle de apoyo crítico de un buque [de este tamaño], varias órdenes de magnitud mayores que los cargueros que estaban en servicio en esa región en la época en que se construyó el puente”.

Esto es cierto, pero solo genera la interrogante de por qué el puente, que ve pasar barcos del tamaño del Dali a diario, no se modernizó para hacer frente a este peligro. En todo el mundo, los puentes usualmente hunden los pilares en islas sumergidas o utilizan “delfines” y otras barreras para limitar o prevenir tales colisiones. Tras un incidente similar que destruyó el puente Skyway de Tampa, Florida, en 1980, en la que murieron 35 personas, los ingenieros reconstruyeron el puente con este tipo de contramedidas.

El problema no es la falta de capacidad técnica, sino que los recursos necesarios para garantizar la seguridad de esta infraestructura a nivel mundial se utilizan en cambio para defender y enriquecer a la oligarquía financiera que la controla. Según una estimación de 2021 de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles, Estados Unidos acumula 125.000 millones de dólares en reparaciones necesarias de puentes. Casi la mitad de los puentes de Estados Unidos tienen más de 50 años y más del 7 por ciento están en mal estado.

Pero este mismo sábado, el presidente Biden firmó una ley de gasto de 1,2 billones de dólares, dos tercios de los cuales, o sea 825.000 millones de dólares, se dedican al ejército. No se escatima cuando se trata de las empresas criminales del imperialismo estadounidense, que han matado a millones de personas en todo el mundo, incluyendo decenas de miles en Gaza y cientos de miles en Ucrania. Y cada vez que Wall Street se queda sin dinero, el Gobierno está allí con billones de dólares prácticamente de la noche a la mañana.

Como siempre, el despiadado recorte de costes e incluso la criminalidad corporativa probablemente tuvieron que ver en la colisión. La repentina pérdida de potencia del Dali plantea serias dudas sobre el estado del buque, que ya estuvo implicado en un choque en 2016 y que recientemente fue citado por problemas de propulsión.

Maersk, la naviera mundial que contrató el barco, también fue citada recientemente por el Departamento de Trabajo por una política ilegal de silenciar a los denunciantes, según el sitio de noticias favorable al Partido Demócrata, The Lever. Esto se produce en medio del escándalo masivo y continuo de Boeing por los fallos de fabricación y diseño que han provocado varias catástrofes en sus aviones 737-MAX. El inexplicable “suicidio” a principios de este mes de John Barnett, quien había denunciado a la empresa, es un indicio de la manera despiadada con la que está dispuesta a defender sus intereses la clase dominante.

Debido a que derrocha gran parte de su riqueza en la oligarquía corporativa, los desastres como el que tuvo lugar en Baltimore son una realidad recurrente en el “país más rico de la Tierra”. Desde el huracán Katrina en 2005, al derrame de petróleo de BP en 2010, la crisis del agua de Flint que comenzó en 2014, el descarrilamiento de East Palestine en 2023 y el actual escándalo en Boeing, el afán de lucro y el abandono de las infraestructuras han provocado un desastre tras otro. En todas las ocasiones, ha sido la clase trabajadora la que ha tenido que asumir el coste, mientras que el Gobierno exonera a los criminales corporativos.

El ejemplo más horrible de esto es la pandemia de coronavirus en marcha. El establishment político empezó implementar medidas insuficientes de salud pública casi tan pronto como empezaron los casos de COVID-19 a principios de 2020, bajo el mantra “la cura no puede ser peor que la enfermedad”. Tanto el Gobierno como los medios de comunicación corporativos afirman falsamente que la pandemia terminó hace tiempo, a pesar de que el COVID-19 ha matado al menos a 1.000 estadounidenses cada semana desde agosto.

Mientras que el gasto en mecanismos de protección se ha quedado sin fondos, la clase dominante está invirtiendo decenas de miles de millones en nuevas tecnologías y cadenas de suministro destinadas a recortar puestos de trabajo mediante la automatización. En la industria naviera, las inversiones masivas en instalaciones portuarias también están destinadas a eliminar los cuellos de botella de las cadenas de suministro, que no solo se ven amenazados por accidentes que se han vuelto inevitables debido a la reducción de costes, sino que podrían ser utilizados por la clase obrera para maximizar el impacto de huelgas.

Actualmente se están realizando inversiones masivas en el puerto de Brunswick, Georgia, que llevarán a esta pequeña ciudad a desbancar a Baltimore como el mayor puerto para el comercio de vehículos del país. Se están realizando inversiones similares en puertos de todo el país, en particular, en la región del Atlántico sur.

Al igual que ocurre con la pandemia, la clase dominante considerará el derrumbe del puente de Baltimore como un acontecimiento exclusivamente económico. El cierre del puerto de Baltimore pone en peligro las operaciones mundiales de las empresas automotrices estadounidenses, que están envueltas en una encarnizada disputa con sus rivales chinas por el control del emergente mercado de los vehículos eléctricos. El propio puente era también una importante arteria de la economía de la región y conectaba con la zona industrial de Sparrows Point.

El cierre de un importante puerto estadounidense, fundamental para el transporte de armas y equipos a ultramar, también tiene implicaciones militares. La Administración de Biden invoca repetidamente la movilización económica durante la Segunda Guerra Mundial para subrayar que su objetivo es poner a toda la economía estadounidense en pie de guerra para un nuevo conflicto mundial dirigida contra Rusia y China.

La burocracia sindical es un brazo clave del complejo militar-industrial. El contrato de más de 40.000 estibadores de la costa este, incluyendo a los de Baltimore, expira a finales de septiembre. El sindicato International Longshoremen’s Association (ILA), con el fin de hacer frente al profundo enfado de sus bases, ha prometido emprender una huelga si no alcanza un acuerdo antes de la expiración. Pero no cabe duda de que está trabajando con el Gobierno de Biden para imponer otro acuerdo propatronal, como ocurrió el año pasado en los muelles de la costa oeste. Su retórica radical es similar a la empleada por los sindicatos Teamsters y United Auto Workers (UAW) antes de que aprobaran acuerdos el año pasado que allanaron el camino para recortes de empleo.

En la medida en que habrá una respuesta, se centrará en devolver las operaciones económicas a la normalidad lo antes posible. En lo inmediato, es probable que la carga se desvíe de Baltimore a otros puertos, lo que implicará una mayor carga laboral y horas extras obligatorias para los trabajadores.

Por el contrario, la respuesta de la clase obrera a este desastre debe consistir en una lucha contra la dominación de los bancos y las grandes corporaciones. Tales catástrofes son inevitables debido a la anarquía del mercado capitalista, el cual no es impulsado por las necesidades sociales sino por el afán de lucro privado. Los billones malgastados en la guerra y en Wall Street deben utilizarse para satisfacer las necesidades de todos.

Eso requiere una lucha de la clase obrera por la reorganización socialista de la sociedad. Hay que acabar con la propiedad privada de las grandes empresas. Deben ser gestionadas democráticamente por la propia clase obrera como servicios públicos.

La lucha por el socialismo también es una lucha fundamentalmente internacional. El Dali —un barco tripulado por trabajadores de todo el mundo, dirigido por una empresa de Singapur, contratado por la compañía danesa Maersk, y que viajaba de Estados Unidos a Sri Lanka— encarna el hecho de que todos los problemas sociales de hoy son problemas internacionales, que requieren soluciones globales, no nacionales. Solo mediante la unidad internacional de la clase obrera, sobre la base de un programa socialista, se puede poner fin a tales desastres.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 27 de marzo de 2024)

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